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Categoría: Infidelidad

Marisa me es infiel

Les contaré a Uds. la primera infidelidad de mi esposa.

Me llamo (Por ejemplo…) Iván. Tengo 37 años y soy abogado. Por circunstancias de mi bufete he de viajar bastante, y suelo dejar sola a mi mujer, durante unos días, o incluso una semana. Ella es Encargada de una importante Boutique de alta costura, en Madrid, y se dedica a su trabajo, al gimnasio y sus actividades sociales. No tenemos hijos.

Marisa es una mujer muy bella y elegante, morena, casi tan alta como yo, cuando lleva tacones altos, de aguja, sus preferidos. Es algo recatada en el trato, un poco tímida, pero su lenguaje corporal es propio de una mujer muy sensual, pícara y algo “putita” en nuestra intimidad. Siempre está de acuerdo conmigo en la búsqueda de nuevos placeres, y disfruta provocándome con pases de lencería íntima… braguitas de encaje, tangas, coulottes, ligueros, corpiños… que me vuelven loco. Y ella lo sabe.

Nos casamos muy jóvenes, después de nuestras Licenciaturas. Antes del matrimonio, ni Marisa ni yo habíamos tenido otras parejas, excepto alguna que otra relación esporádica. Baste decir que ninguno de los dos habíamos llegado vírgenes al matrimonio.

Hace tiempo, casi un año, estábamos disfrutando de una de nuestras veladas de sexo con algo de morbo. Los dos yacíamos desnudos, en la enorme cama con sábanas de seda gris. Marisa estaba tumbada de lado, mirándome a los ojos, mientras masajeaba mis huevos de forma casual. Yo estaba boca arriba, disfrutando de sus caricias, apretando con las yemas de los dedos uno de sus duros pezones.

 

  • ¡Huyy, que serio…! ¿Qué piensas, amor…? Te veo muy calladito.

 

  • No sé si decírtelo. A lo mejor te escandalizas, o te ríes de mí. Tengo una inquietud.

Marisa puso cara de interesada. Me miró con sus ojazos verdes muy claros, con cierta excitación. Ella sabía que, cada vez que le proponía alguna cosa nueva, al final acabábamos totalmente exhaustos, después de una loca noche de sexo y lujuria, en la que no faltaban los jadeos, los gritos de placer, mucho derramamiento de semen y fluidos vaginales, algún que otro arañazo en mi espalda, bragas arrancadas en el paroxismo de la situación, lenguaje muy duro, insultos, desafíos…

 

  • ¡Andaaa…! ¡Cuéntamelo…!

Me encanta cuando se pone en plan “gatita”, y me gusta hacerla de rabiar un poco, aunque lo que le iba a proponer a mi mujercita era un poco inquietante.

Ya hacía algo de tiempo que, tras la ruptura matrimonial de un compañero, éste me contó algo que me dio que pensar.

El hecho es que Luis, mi compañero, me dijo que llevaba tiempo espiando a su esposa, y mediante una agencia de detectives, se hizo con una grabación de vídeo bastante explícita, donde se veía y oía a su mujer practicando sexo en todas sus variedades y posturas, con otro amante.

También me confesó Luis que, mucho antes de decirle a su esposa que sabía lo de sus infidelidades, le excitaba mucho, a la vez que sufría de celos, ver estas tremendas escenas de sexo puro y duro, y se masturbaba de forma compulsiva.

Por fin, viendo a Marisa que empezaba a impacientarse, e intentando presionarme mediante caricias en los huevos y la polla, cada vez más placenteras, decidí exponerle lo que me urdía en la cabeza.

 

  • ¡Cuenta, cariño…!

Le expuse lo siguiente.

 

  • Mira, bonita. Me gustaría que en algún momento, por ejemplo, mañana que llego a casa y nos juntamos para cenar, SIMULASES que estás muy preocupada por algo que quieres hacerme saber. Te sientes muy culpable e inquieta por mi reacción, así que prefieres contármelo cuando estemos en la cama. Y una vez allí, me masajeas, me acaricias, te pones muy “gatita” y mimosa, me haces de rabiar. Al final, cuando estés encima de mí, con la polla bien dentro, y follándome, ME CONFIESAS QUE ME HAS SIDO INFIEL.

Marisa se quedó helada, boquiabierta.

 

  • Pero cariño. Yo nunca te he sido infiel. No lo necesito. No comprendo…

Estuve un rato explicándole desde el principio lo expuesto antes con Luis, y aunque ella se mostraba algo reticente, le pedí que me complaciera, a ver qué pasaba.

Después, sorprendiéndola, me lancé sobre Marisa, comiéndole los pezones, llenándome la boca con sus abundantes pechos. Le comí los labios, mientras la sobaba todo el cuerpo, y ella me abrazaba, me acariciaba y me arañaba suavemente la espalda.

Estaba tan excitado que la penetré de un golpe, dejé que mi polla tocase lo más profundo de su lubricado coñito, y empecé a follarla, cada vez más deprisa, oyendo sus insultos, sus desafíos de mujer muy zorra y exigente…

 

  • ¡Venga, cabrón… fóllame…! ¡Más fuerte, cerdo…!

 

  • Puta… zorra… te estoy follando guarra… ¿Te gusta?

Desde luego el romanticismo no es lo mejor de nuestra relación… ¡Je, je…!

Al siguiente día, los dos estuvimos muy ocupados, cada cual en su trabajo. Yo, por lo menos, no tuve tiempo de pensar en la proposición que le hice a Marisa.

Por la tarde, en mi despacho, con toda la agenda del día ya cumplida, miré el reloj. Le dije a mi secretaria que ya me marchaba. Saqué el coche del parking y conduje hasta casa, en un barrio de gente muy acomodada, a las afueras de la capital.

Ya en mi domicilio, cuando entré, me encontré a mi mujer, bellísima, vestida con un precioso vestido muy cortito y ligero, negro, ajustado como una vaina a su estilizado cuerpo.

Vino a mi encuentro, a besarme. Estaba especialmente bella y radiante esa noche, aunque con cierta nube de preocupación en su rostro.

Me tomó de la mano y me hizo pasar al comedor, donde nos esperaba una cena íntima, con velas y detalles muy exquisitos.

Le pregunté a Marisa si es que íbamos a celebrar algo, a lo que me contestó que me amaba muchísimo, y le apetecía tener una noche romántica. Además, lo que en el fondo me excitó sobremanera, me dijo que me iba a comentar una “cosilla sin importancia”, pero más tarde.

Transcurrió la cena, luego sirvió champagne, una botella de “Dom Perignon” que yo tenía en reserva para algún evento especial.

Nos pusimos algo achispados, excitadillos, y nos fuimos muy agarrados, besándonos y tocándonos, al dormitorio, con la botella de Champagne casi vacía.

Marisa me empujó y quedé sentado en la cama. Se empezó a desnudar, muy despacio, sabiendo lo que me gustaba, recorrer todo su cuerpo con mis ojos de depredador carnívoro.

El vestido cayó suavemente al suelo enmoquetado. Ella disfrutaba contoneándose sobre sus zapatitos de tacón de aguja, mientras se quitaba el ligero sostén, dejando sus abundantes pechos a la vista.

Me tiró un beso al aire, y empezó, lentamente, a bajarse el “coulotte” de suave raso negro, poniendo su culito respingón casi al alcance de mis zarpas.

Me tiró el “coulotte” a la cara, y estuvo un rato contoneándose, desnuda, orgullosa y excitada sabiendo el efecto que producía en mí, viéndola así.

Me levanté, pero Marisa se me abrazó, me besó en la boca y me dijo que me amaba muchísimo. Empezó a desvestirme. Fuera chaqueta, camisa, cinturón… me bajó los pantalones, se sentó frente a mi tremendo paquete, que estaba casi a explotar.

Me fue bajando el apretado bóxer, descubriendo mi polla y huevos, como si fuera un regalo de Navidad.

Mientras me acariciaba los testículos, hinchadísimos, se metió la polla en la boca. Me chupaba con fruición, bajándome la piel que cubría el glande con mucho cuidado, como sólo ella sabe, salivando, toqueteando y frotando con la lengua y el paladar, conocedora de lo sensible que es toda esa zona de mi hinchado miembro.

 

  • Échate, cariño. Déjame que te acaricie.

 

  • Preciosa… estás guapísima esta noche. Pero noto que me estás queriendo decir algo, y no te atreves…

 

  • Relájate, amor. Te estoy acariciando. Es que, he de contarte algo, pero necesito tomarme mi tiempo… ¡Mmmm…! Te voy a chupar un poquito la polla, vida mía…

Marisa estuvo un buen rato acariciando, pellizcando, sobando y chupando. De vez en cuando, con la boca llena con mi miembro, me miraba a los ojos, con una cara de tigresa en celo que me ponía más cachondo, si cabe.

Sin dejar de acariciarme los testículos, se echó a mi lado, apretándose contra mí. Me besó en los labios, y me dijo:

 

  • Mi amor, mi vida. Te quiero mucho. Te amo con locura. No te enfades por favor. TE HE SIDO INFIEL.

 

  • ¡Mmmm… ¡ que gusto, bonita. ¿Qué has dicho? ¡Oooohh…! No dejes de acariciarme…

 

  • Amor mío. Escúchame. TE HE SIDO INFIEL.

 

  • ¿Cómo…? Me has puesto los cuernos, puta, zorra…

En aquel momento, aún a sabiendas de que todo esto era una comedia, me puse celosísimo, y a la vez muy excitado. Le había salido muy bien a Marisa, y el efecto sobre mí era devastador. Reconozco que levanté un poco el tono de voz cuando le dije:

 

  • Ahora mismo quiero que me cuentes lo que pasó y con quien follaste. Y muy importante, no dejes de acariciarme.

Ella comenzó lo que era una especie de relato inventado, pero con muchos detalles, sobre su supuesta infidelidad. Además, no dejaba de acariciarme los huevos y la polla, que ya estaba a más de 2000 R.P.M.

En un momento dado, la volteé, la abrí de piernas, por detrás, y le introduje todo el miembro por su mojadísimo culo, arrancándole un gritito que no supe si era de dolor o placer, sodomizándola.

La estuve follando un buen rato por el culo, haciendo que se corriese una y otra vez, presionando su punto G, con mi dura polla. Con las manos la tenía agarrada por las caderas, azotando de vez en cuando sus prietas nalgas.

Nos volvimos locos, y yo no dejaba de follarla por detrás y por delante, entre gemidos, gritos, apretones varios… Ella me insultaba, me llamaba cornudo, cerdo, cabrón, y yo apretaba y follaba más duro si cabe.

Poco después, cuando yo estaba a punto de correrme, puse mi polla frente a su cara, y en un momento de clímax orgásmico, le solté a mi mujer un potente chorro de semen espeso, que entró en su boca, rebosándola, y resbalando por sus labios, su mejilla, la barbilla, manchándole los pechos… Le metí la polla en la boca y la ordené que me la chupase hasta que estuviese seca.

Nos quedamos totalmente exhaustos, tirados en la cama, ella casi sin fuerzas para nada. Yo, satisfecho y sudoroso, la besé en la boca.

 

  • ¡Por Dios, que me ha excitado muchísimo toda esta comedia que nos hemos montado, preciosa…! ¿Te ha gustado? ¿Qué tal te encuentras?

 

  • ¡Uuuufff…! Hacía tiempo que no me follabas así. Me has dejado destrozada. ¿Tanto te excita que te cuente que te he puesto los cuernos?

Como Marisa estaba echada boca abajo, con su carita cansada mirándome, y, mientras hablaba con ella, le metí dos dedos por el agujerito del culo, empapados en saliva, para darle algo de placer, que sé que le gusta mucho después de una dura sesión de sexo.

Le dije que no sabía explicarle el porqué de lo que había sentido, pero fue muy enérgico y contradictorio, y que había disfrutado mucho con ese tipo de situación morbosa.

Estuvimos de acuerdo en volver a repetirlo, de vez en cuando. Fue muy intenso, y supe que a Marisa le dio bastante morbo, y algo en lo que pensar.

Pasó algún tiempo. Yo trabajaba y viajaba. Marisa me comentó un día que ese fin de semana habíamos sido invitados a una fiesta, donde habría bailoteo, catering, muchas amistades del entorno de trabajo de mi mujer, algún que otro directivo, bastantes empleados de cierto rango…

 

  • No sé qué ponerme, Iván. Tengo varios vestidos de noche que me favorecen mucho, pero es que van a asistir bastantes jovencitas, algunas de ellas modelos, y todas van de forma muy provocativa, dejando con sus atuendos muy poco a la imaginación, con muchas ganas de agradar a los expertos en moda que van a acudir.

 

  • ¿Y cuál es el problema…? Estás muy bien formada, delgada y elegante. A menos que no te atrevas a ir más cortita y provocativa que ellas.

No hay nada como desafiar a mi mujer, para que se decida a hacer algo que de otra manera no haría.

Llegó el fin de semana. Yo llevaba una hora esperando, ya vestido de “smoking”, y por fin salió Marisa del dormitorio, con un fino abrigo de color negro que le llegaba hasta los tobillos.

 

  • ¿No me vas a enseñar el vestido que te has comprado para la ocasión?

 

  • Lo verás allá en la sala de Fiestas.

Nos esperaba un chofer, quien nos acomodó en una limousina, para ir al Hotel donde se celebraría la recepción.

Llegamos al Hotel, entramos en una gran sala, llena de gente muy elegante, muchas modelos jóvenes pululando y enseñando mucha carne… en fin, el mundillo de la moda…

Marisa se quitó el ligero abrigo, y me dejó sin respiración. Muchos caballeros y damas centraron su ángulo de visión hacia donde estábamos nosotros.

Marisa iba con un ligerísimo vestido negro, totalmente transparente, excepto en puntos que disimulaban sus partes íntimas, dejando muy bien claro a la vista que era imposible llevar ropa interior sin que se notase. No había en la sala ninguna modelo que fuese con un atuendo tan atrevido, a la par que caro.

Todos los conocidos se acercaron a saludar a Marisa, y yo me quedé en segundo plano, momento que aproveché para ir a la barra, a tomar una copa de algo, y quedarme allí, disimulando y permaneciendo fuera de la atención general.

En algún momento Marisa, que acaparaba gran atención de muchos conocidos, se me acercó, tomó una copa conmigo, y me dijo que esa noche “debía contarme algo que le había pasado mientras yo estuve dos días de viaje”, y volvió con sus amistades, que la reclamaban.

Me excité muchísimo, acordándome de la comedia que disfrutábamos en nuestra intimidad, además de observarla mientras mi bella esposa se movía entre la gente, conversando, casi desnuda, saludando aquí y allá.

Me pareció que permanecía mucho rato conversando animadamente con un caballero muy joven, seguramente un modelo masculino de su empresa. Les vi cogidos de la mano, y él se pegaba a ella y la susurraba algo al oído, a la vez que, no estoy seguro, le acariciaba la cintura y el culito a mi provocativa mujer.

Yo no daba crédito. Se pusieron a bailar, con música tranquila, abrazados, junto con otras parejas, en el centro de la sala.

Los dos estaban muy acaramelados. El hombre la mantenía muy pegada a él, con una mano a la cintura, y la otra bajando y subiendo, acariciando descaradamente las nalgas, lo que no pasaba inadvertido a algunas personas que andaban por allí.

Volví la cabeza a la barra, tomando un largo trago de whisky. Estaba muy celoso. Me asomé de nuevo, a ver si los veía. Estaban besándose en la boca.

Aquello fue lo último. Salí a la calle a respirar.

Más tarde,  ya en casa, desnudos, en la cama, Marisa me preguntó por qué estaba tan serio, cuando regresábamos a casa desde el hotel, mientras me masajeaba los testículos y la polla, como sabía ella que me gustaba.

 

  • Te he visto que te estabas morreando descaradamente con tu amigo el chico joven ese con el que bailabas. Y no veas de qué manera te sobaba el culo.

 

  • Anda, relájate. ¿Estás celoso? ¡Mmmm…! Estás celoso, y eso te excita. Confiesa. Te ha gustado mirarme mientras me tocaban el culo y me besaban.

 

  • Estooo… no sé. Es que…

 

  • Te quiero mucho mi vida. Déjame darte placer. Soy tu gatita mimosona…

Se metió la polla en la boca, me la empezó a chupar mientras me miraba con esos ojazos. Estuvo un rato así, acariciándome, hasta que me miró, melosa, y me dijo:

 

  • He de decirte una cosa, pero por favor no te enfades.

 

  • Dime amor. No dejes de acariciarme.

 

  • Cariñito, no te enfades. TE HE SIDO INFIEL…

 

  • ¡Uuuuf… que placer! No dejes de acariciarme, putita. Dime…

 

  • Maridito. TE HE SIDO INFIEL. No te enfades. Por favor.

Yo disfrutaba de la comedia, esta vez con el incentivo de venir celoso del hotel. Marisa, acariciándome sin parar, me dijo, esta vez con una cara distinta, seria:

 

  • Mi amor. Te quiero. TE SOY INFIEL. Y ES DE VERDAD. DESDE QUE EMPEZAMOS CON ESTA COMEDIA, HE FOLLADO CON VARIOS HOMBRES. Despertaste en mí, con este jueguecito, una curiosidad morbosa que me ha llevado a desear a otros hombres.

Rafael, con quien me has visto hoy, es mi amante habitual, y salgo con él a menudo. Te pido que por favor me permitas seguir follando con él. Me gusta muchísimo…

 

  • Está bien, cariño. Cuéntame todo, y no dejes de acariciarme.

 

GAME OVER

Datos del Relato
  • Categoría: Infidelidad
  • Media: 4.5
  • Votos: 2
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2022
  • Valoración:
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