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Marijó VII

MariJo me gusta; me gusta mucho. No es una mujer hermosa. Su atractivo es el de cualquier chica como las que encuentra uno todos los días en la calle cuando van a la escuela o a la oficina. No es poderosa cogedora. Cuando hacemos el amor tiene uno o dos orgasmos y termina cansadísima. Es más, si no me apuro se queda dormida y es capaz de dejarme a medias. Tampoco es imaginativa para innovar en el sexo. Sus iniciativas son tímidas. Ni siquiera le he visto indicadores de que sea inteligente. Entonces: ¿qué tiene que me gusta tanto?. Esa pregunta me la he hecho muchas veces y creo que finalmente tengo la respuesta. Me gusta su enigmático modo de ser. Nunca sé como va a reaccionar ante un estímulo. Un día la enamoro con palabras tiernas intentando seducirla con escenarios románticos y se aburre. Otro día cambio la estrategia intentando hacerla reir. Se despide porque está muy cansada. Si la presiono se da por enojada y se va tan mal, que varias veces he llegado a pensar que ahí acabó todo. Pasan dos o tres días. Me manda un mail preguntando ¿qué pasa?, ¿Me estás castigando?. La busco, intento excitarla y sin más me dice que no tiene ganas y se va. Ese estilo difícil, cambiante, aparentemente frío, debería molestarme; pero no, no me molesta, al contrario me excita muchísimo. Ella lo sabe y juega a sentirse deseada, amada; altamente anhelada. Yo creo que esos son finalmente los elementos que elevan su líbido y así, como los animales vamos llegando poco a poco a crear las condiciones para llegar a un momento de íntimo encuentro. Una vez intenté estudiar su ciclo menstrual pensando que tendría días especialmente calientes. Así yo podría saber cuándo nos toca pero no. Sus días calientes son de lo más impredecibles, Ni ella misma sabe con anticipación cuándo estará disponible. Otra cosa que me gusta mucho es presenciar como se transforma cuando hacemos el amor. En minutos pasa de ser una niña tímida, de vocecita asustada a una mujerzuela emputecida y demandante de verga. Me enajena cuando me pide mi verga para chupar o me dice ¡cógeme!, ¡cógeme!, ¡dime que soy tu perra!, ¡tu puta!. ¡quiero tu verga en mi vagina!. ¡pégame en las nalgas! ¡por favor!. Cuando hablamos así, su vagina chorrea, pulsa y se viene inminentemente. Yo también termino pronto con ese estímulo. A veces me pide más y tenemos otro casi enseguida, igual con la misma violencia. Podría pensarse que hay alguna perversidad en ella o tal vez en mi. Alguna disfunción que hubiese que tratar en el consultorio del psiquiatra, pero no. He leído mucho al respecto, he consultado profesionales y todos coinciden que esas conductas no son patológicas a menos que nos hagan daño. Ella confiesa que las palmeadas potencian su ardor pero no le dejan aparte de nalgas rojas ninguna secuela dolorosa o traumática. La fantasía más recurrente que tiene, una que la calienta en serio es la de ser violada, abusada por un cogedor que la someta por la fuerza, la humille y la penetre hasta hacerla desfallecer. Yo no soy un violador, no me excita tomar a una mujer por la fuerza por eso he tolerado su juego sin violentarla. Tampoco soy un golpeador de mujeres. Con ellas suelo ser tierno, complaciente y muy tolerante. En el acto sexual me transformo igual que Marijo. Adopto roles muy diversos dependiendo de las circunstancias. Otra cosa que la excita mucho es el riesgo de ser sorprendida. Hasta pienso que es algo exhibicionista. A veces me pide hacer el amor en mi casa, en mi cama. Si sabe que puede llegar alguien y sorprendernos se viene casi inmediatamente. Eso ya no lo hacemos porque a mi el riesgo más que excitarme me inhibe. Le gusta jugar a sorprenderme. La semana pasada me llamó desde la Central Camionera. Hizo el viaje desde Tampico sin previo aviso, sólo para darle emoción a nuestro encuentro. Fui por ella; eran las 4 P.M. Le pedí que fuésemos a un motel pero no aceptó. Yo no acepté las propuestas peligrosas de ella. Entonces hizo una propuesta peligrosa que me pareció viable.
-Hazme el amor aquí mismo, en tu camioneta.
Mi camioneta es amplia; tiene doble fila de asientos atrás. Tiene vidrios polarizados. Para vernos quien quiera que fuese, tendría que pegar la cara al cristal porque en el día desde afuera son como espejos. Le dije:
-Pásate atrás
-No, mejor aquí
-¡pásate atrás!, ¡con un demonio!
Obedeció al instante. Estaba excitada; pero nada comparado con el nivel que alcanzaría en minutos. La arrojé con fuerza contra el asiento. Me lancé encima a besarla y cachondearla. Se resistió un poco pero la sometí utilizando mi fuerza. De un tirón salió la blusa en jirones. Otros jalones y cedió el brasier. Los pezones enhiestos pedían chupetes y leves mordiscos. Se los di alternando uno, otro, cuello y boca. Decía:
-No Fernando, ¡así no!
¡Cómo que no!. Seguía besando, chupando, mordiendo. Ella bramaba como cordero y también se violentaba. Tomó mi verga con la mano; la apretaba como queriendo romperla. Bajó la bragueta; la buscó entre tela y pelos, la sacó y se la metió en la boca. Activa no paraba de buscar bajarme el pantalón junto con los calzones negros. Logró encuerarme; colaboró para quitarse los propios y en minutos estábamos completamente desnudos regalándonos uno a otro las delicias del sexo oral. Empezó como otras veces:
-¡háblame fuerte!, Fer, ¡por favor!, pégame!, cógeme.
Yo iba preparado. A la mano encontré un tubo de gel lubricante. Lo puse generoso en el ano para mojar. Varios dedazos en la posición de perrita y entré batiendo culo.
-¡No!, ¡por ahí no!
-¡Cómo que no! ¡empínate!
-¡me va a doler!
-¡Te va a doler; pero te va a gustar!
No quería, no quería; pero aflojó el culo. Dos nalgadas para vencer su resistencia. ¡Zas!, ¡Zas!. Empezó a moverse voluptuosamente y a gozar como condenada.
La experiencia de entrar por el ano es muy intensa para mi. No es tanto física como psicológica. La posición dominante me da una sensación de poder y fuerza centralizada en el pene. Tiene la doble función de someter y gratificar al mismo tiempo. Es la sumisión por el éxtasis, la necesidad de sentir intensamente la penetración, el desgarre doloroso asociado al extremo altísimo de placer orgásmico.
Sentí sus aprietes, los pude ver en el coxis. Sus gritos llamaron la atención de personas que pasaban. No sé si nos vieron pero creo que eso hacía más intensos los orgasmos de Marijo.
El problema fue vestirnos porque la blusa estaba echa pedazos; el brasier también. Valió que estábamos precisamente en el estacionamiento de la Comercial Mexicana de Querétaro. Ahí le compré ropa de reemplazo y unos deliciosos chocolates para olvidar la violencia y regresar a nuestro estado sano y normal.
Datos del Relato
  • Autor: Fernando
  • Código: 17507
  • Fecha: 21-10-2006
  • Categoría: Juegos
  • Media: 4.7
  • Votos: 56
  • Envios: 1
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