Fue algo extraño, no recuerdo haberla contactado en alguna parte; un día simplemente apareció en mi lista de messenger. Coincidimos una o dos veces, charlamos brevemente; sólo para presentarnos y algunas cosas sin importancia. A decir verdad me pareció una mujer poco interesante. Me olvidé de ella, es más, la borré de mi lista; pero dejé abierta la posibilidad de que se comunicara conmigo. Ni siquiera su dirección de correo guardé.
Por las noches acostumbro escribir; es cuando puedo concentrarme e imaginar escenarios magníficos que voy describiendo en palabras. Tramo situaciones de conflicto entre personajes relatando su circunstancia y pintando materialmente sus espacios. Así he escrito y publicado novelas, Así también he desarrollado muchos relatos, algunos de los cuáles publico en un sitio que se llama CUENTARELATOS.
Así estaba una noche, concentrado en mis locuras literarias Un fantasma rojo invadió mi mente; les llamo así a los pensamientos eróticos que inopinadamente se meten sin llamarlos, a veces sin desearlos y de pronto estaba muy excitado revisando una página pornográfica. Apareció en mi pantalla un:
¡Hola!. Enseguida la pregunta. ¿Me puedes decir con qué nombre escribes tus relatos?.
- ¿Quién eres? Pregunté.
-Soy Mari Jose.
Alguna vez le dije que escribo y publico relatos en internet; quería encontrarlos. Iniciamos una conversación interesante. Le recomendé que leyera un relato muy erótico que me excita mucho cada vez que lo leo. En ese momento busqué y me puse a leer JOEL. Yo sabía que ella lo leía también; eso me levantaba más porque alguien en algún lugar vibraba en mi frecuencia. En efecto, cuando terminó me dijo que estaba excitada igual que yo. Así empezó nuestra ciber amistad .
Varias veces chateamos y nos calentamos hasta muy cerca del orgasmo; pero hay algo que le impide llegar frente al monitor. Cuando ya está muy arriba, se refugia en la intimidad de su cuarto y ahí como dice ella “se toca” vuelta hacia abajo en la cama acariciando labios, vellos, pezones y todo para regalarse a sí misma placer. Las “tocadas” son eléctricas; pero lo que la hace acabar entre gemidos y remojones son las fantasías que ella misma se fabrica en la mente. Me contó sus fantasías; me informó mucho de su cuerpo y mente; tanto que puedo cerrar mis ojos y verla desnuda, anhelante, caliente para mi. Todo era cibersexo hasta que un día en un extremo de audacia entre calentada y calentada me dijo:
-Quiero verte. Deseo conocerte personalmente para hacer realidad todo esto que me quema.
Lo platicamos; dejamos entrever los riesgos; pero ella insistió.
-Quiero verte.
Vivimos en ciudades diferentes pero no tan lejanas que no fuese posible el encuentro. Igual que apareció en mi pantalla, apareció en mi casa una mañana; esta vez sin embargo, la esperaba, la deseaba. Todo estaba listo para ella.
En mi casa me visitan muchas personas: alumnos de la universidad que me piden asesorías especiales; gente que llega preguntando por mis libros que vendo. Nada irregular para un profesor de 44 años casado y con una imagen qué cuidar. Me encierro con alumnos en mi despacho; ahí trabajamos por horas: Revisamos textos, consultamos en internet. Para evitar suspicacias me dejo ver por la gente que pasa. Siempre tengo las cortinas abiertas, igualmente la puerta que da a la sala en donde puede estar mi familia . Ese día como era especial, escogí la hora en que no habría nadie. Encerré la camioneta, cerré puertas y ventanas para dar la ilusión de no haber nadie en casa. Sólo yo con Maria José.
Es una joven muy bella: morena, pelo a media espalda de color castaño, lacio, suelto al viento. En el pecho se adivinan dos hermosas tetas apezonadas en café oscurito, no muy grandes; puestas ahí se diría que a propósito para potenciar su belleza. Las piernas no muy largas pero hermosas se adivinan morenas, lisas, suaves por debajo del pantalón. Me encantaron sus ojos; perlas de cristal pulido, brillante, expresivo el color café muy oscuro como sus pezones quise imaginar. Lo que más me impresionó si embargo fue su boca; labios carnosos apenas pintados para resaltar su sensualidad. Me senté junto a ella en la sala, me permitió abrazarla y me dio confianza para darle un beso; un beso que se prolongó varios minutos. Las manos jugaban un poco acariciando brazos y espalda. El beso se hizo intenso, bajó al cuello y hombros. La dureza de mi tesoro era ya visible y tocable. Apenas se atrevió a verla un instante pero estuvo muy lejos de atreverse a tocarla. Nos pusimos de pie para retirar la ropa. Salió una blusa blanca. Me sorprendió el brasier amarillo oprimiendo aquellas deliciosas tetas morenas. Ese color me recuerda a las mujeres de la costa; ardientes como el incendio del horno, mojadas y atrevidas. Ella ayudó a retirar camisa azul celeste y corbata roja dejando a la vista y al tacto el torso medio apelado musculoso del macho que soy, antiguo militar entrenado en artes marciales y defensa personal. Aflojó el cinturón, bajó el pantalón para quedar sólo en trusa negra con el monte fálico más que parado como macana de policía. Se atrevió a palparlo mmmmmmm. Bajó el calzón, tomó el pene con sus manos, lo acarició , lo pegó a su nariz, le dio un besito y subió como quemada por el fuego a buscar otro tipo de caricia oral: los besos boca a boca. En segundos estábamos desnudos. Las tetas, tal como las adiviné, su partecita apenas pintada de vello negro; panochita abultada, labios rojos, botoncito saltado como paletita de niño. Apenas toqué la zona. Más bien buscaba subir mi lujuria inspeccionando visualmente. Ella me pedía besarla. Yo había decidido ser complaciente. Regresé a atender su boquita apretadora como una vagina; derivé a los pezones: paraditos como regalitos para mi deleite. Masajeé uno y chupé otro. Largo tiempo estuve así hasta que sentí que se abandonó completamente dejándome toda la iniciativa. Sentada en el sillón con las piernas muy abiertas me invitaba a mamar su vulva, a entrar profundo si quería. Todo lo que yo hiciera estaba bien. Me decía:
-Mi vida, ¡hazme tuya!, ¡llévame al delirio!, Papi, que rico auuuuu
Sentada en el sillón, piernas muy abiertas y recogidas, vulva expuesta, pegué mi boca en sus pelitos, exploré a mano sus entrañas; estaba muy mojada; busqué y encontré su punto g; cuando lo oprimí pegó un respingo AAAAHHHHHHAAAAA
-¿Te dolió?
-No papito, sigue, sigue, sigue por favor ¡hazme feliz!
Con mi lengua chupaba muy levemente la paletita y frotaba los labios menores que se hicieron grandes. Con mis dedos entraba y salía: oprimía la nuez de sus delirios. El estímulo siguió y siguió hasta que declaró
¡me voy a venir!, ¡métemelo papacito!, ¡por favor!!!!!
Pero yo tenía otros planes: Deseaba complacerla más allá de sus propias peticiones. Seguí oprimiendo el punto g buscando vaciarlo en mi boca hasta que dijo:
¡No puedo más!, ¡No puedo más!, Papá, me voyyyyyyyyyy
Se dejó correr en fuertes convulsiones, gemía y gemía, apretaba y apretaba la vagina como una boca que chupa mi dedo y quiere quedárselo. Fue entonces cuando me subí a coger, ella colocó sus piernas sobre mi espalda exponiendo todo otra vez y entré a cabalgar. Eran entradas y salidas de animal. Fue entonces cuando comencé a nalguearla. Con fuerza golpeé una nalga, luego otra; acariciaba su espalda intentando bajarle por ahí otro orgasmo eléctrico y ¡zaz!, otra nalgada. De pronto comencé a regañarla por portarse mal ¡zaz!, ¡perra culera! ¡ten para que aprendas a venirte cada que yo quiera!, ¡zaz!. Mi verga entraba y salía con intensidad. Las palabras y las nalgadas la encendían más y más y más. Como loca pedía más, ¡más por favor!, ¡pégame más!, háblame. Dime que soy tu puta, tu perra, tu culera. Me voy a venir, ¡vente conmigo ¡por favor!, quiero sentir tu leche rompiendo mi alma, tu leche caliente en mi cueva, Papi, ¡No puedo más!, vente mi amor! Yyaaaaaaaaaaaaaa
Fue tan intenso el estímulo que paró más el culo. Tenía el hoyo húmedo, dilatado, caliente. Le dije quiero entrar por tu culo. Ella seguía abandonada. Sólo dijo: Me va a doler, tengo miedo. Estaba tan resbaloso que entró sin mucha dificultad. Pujaba como quejándose pero bien podían ser gemidos de placer. La verdad era una mezcla de los dos. Después de cuatro o cinco entradas y salidas ya lo estaba gozando como loca otra vez. Esto fue entrar, salir, entrar salir. El dolor cedió paso al placer, placer intenso, nuevo. De pronto sintió que el verdadero orgasmo apenas venía. Yo también lo sentí por las palpitaciones apretadas involuntarias que tienen las mujeres cuando van a “morir” de tanto placer. Esta vez no habló, no avisó. Solamente se dejó correr aullando como gata en la azotea. La vagina seguía arrojando chorretes de una pasta blancuzca a cada contracción hasta que terminó exhausta, sudorosa, feliz de haberle sacado a su cuerpo filones de lujuria que jamás se imaginó que pudiese regalarle.
Lo demás fue bañarnos, vestirnos y decirnos tiernas palabras dulces y pedirle perdón por las nalgadas y las malas palabras. Medio en broma, medio en serio dijo:
Lo que no podría perdonarte es que no me lo hicieras otra vez.
-¿Ahora mismo?
-No, claro que no. La próxima vez