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Reconstrucción de una experiencia real con una mujer casada y provinciana, aderezada con un poco de imaginación.
El paso de los años me ha convencido de que la mejor forma de conocer a una mujer es analizar su mirada, la forma como te miran sus ojos. Hay ojos que transmiten indiferencia o bien odio y rencor, algunas te miran con lujuria desde el primer momento, otras mujeres esconden sus dedeos en miradas inocentes o cándidas.
También hay miradas que te reviven, que hacen renacer en ti aquello que creías ya muerto u olvidado. Y más cuando la tristeza te va dejando vacío. Es como una descarga eléctrica que te contagia el deseo reprimido y olvidado. Se llamaba Mariana, su marido me había rentado un cuartucho de madera y por techo láminas de cartón que me sirvió de casa por algunos meses mientras trabajé en la escuela rural. Doña Mariana tenía tres hijos pequeños --dos de ellos asistían a la escuelita donde daba clases-- y un marido que se emborrachaba a partir del jueves y se la curaba el martes de la semana siguiente. Mariana, silenciosa y seria, me llevaba el desayuno: un jarro de atole y un pan por la módica suma de un peso con cincuenta centavos. Mariana tenía unos hermosos ojos cafés que esquivaban la mirada y se clavaban en el suelo o se dirigían hacía ninguna parte cuando de vez en cuando me invitaba a comer: "¿ya comió profesor?, ¿no quiere un taco?". Pero Mariana tenía buen cuerpo, macizo y fuerte por el trabajo del campo. Lo noté un domingo, iba por la orilla de la carretera con sus tres hijos rumbo a la iglesia cercana, se había bañando y su pelo negro y lacio y abundante era contenido por un pedazo de tela cuadrado a modo de mantilla. Llevaba su vestido de domingo, recién planchado y limpio, y aunque largo dejaba ver las pantorrillas de Mariana, redondas y blancas, y arriba sus brazos firmes y fuertes, y al caminar su trasero se balanceaba haciendo brincar las florecitas multicolores del vestido. Mariana una vez me preguntó: "oiga profesor y usted ¿nunca se casó?", el bocado de carne con chile se me atragantó y medio le conté que era divorciado y tenía tres hijos que vivían con su madre, allá, lejos, y entonces me miró a los ojos como queriendo compartir mi tristeza, pero sólo un momento, luego se levantó y en silencio se metió a su casita dejándome en el patio, sentado en un banco desvencijado de madera y terminando de comer.
La tarde de ese día o al siguiente la miré de lejos, andaba entre el sembradío cortando mazorcas tiernas. Me entretuve viéndola arrancar con destreza los elotes y sentí vergüenza cuando me descubrió con una rápida mirada; me refugié en mi cuarto y por las rendijas la ví caminar un trecho con esos pasitos acompasados y fuertes cargando una cubeta de elotes en su hombro derecho; se detuvo un momento en la vereda, como indecisa y volteó hacía mi que estaba junto a la puerta, no dijo nada, pero sus ojos me dijeron mucho, luego reanudó la marcha, caminó 20 o 30 metros hasta el corral de los animales, ahí se detuvo, dejó la cubeta sobre la tierra y caminó despacio hasta el cuartito de la pastura; se quedó junto a la puerta, volteó la mirada como para comprobar que yo la seguía y se metió. Cuando llegué ahí las piernas me temblaban, me sentía nervioso y excitado, traté de ver a Mariana, pero la oscuridad lo impedía, no se veía nada; di unos pasos hacía esa oscuridad y en la penumbra la vi parada junto a unos maderos, estaba quieta, como estatua, como esperando; y cuando la tuve frente a mi sentí su agitada respiración, y cuando mis manos rodearon su cintura la sentí temblar, pero estaba dura, como de piedra, quieta, muy quieta y callada; siguió estática e indiferente cuando rodee su cintura con mis manos, y cuando acerqué mi boca a la suya me esquivó volteando hacia un lado y cerrando los ojos, no hice caso y busqué con mis labios los suyos, los hallé duros y cerrados, luego le besé las mejillas y la frente, y luego mi boca vagó por su cuello y Mariana tembló, seguí besando y lamiendo su cuello, contagiándome de sudor salado y de los delgados cabellos y cuando sentí su respiración caliente junto a mi cara intenté meter mis manos bajo su vestido y aunque sus manos contuvieron mis avances logré subir el faldón de su vestido, pero cuando mi verga buscaba su sexo Mariana se endureció y cerró sus piernas, diciendo entre gemidos: "no…, eso no, ya déjame, tengo que irme…, ya no", pero me aferré a su cintura y la besé obligándola a abrir la boca, entonces Mariana se pegó a mi, su boca me succionó y mi lengua entró bailoteando entre sus labios; seguimos forcejeando, ella gimiendo y yo tratando de abrirle las piernas y jalando hacia abajo su calzón de manta, lo logré apenas y metí el miembro entre los pelos de su pubis, volvió a decir un "nnoooo", entrecortado y en eso momento me vine, sentí que el chorro de semen me abandonaba y Mariana entonces se puso floja, flojita, dejándome venir, suspirando hondo, como compartiendo mi placer, y cuando mi verga dejó de palpitar sus manos fuertes me empujaron, obligándome a sacar el miembro, todavía goteante; me sentí estúpido, sudoroso y temblando, parado frente a ella con el pito flácido fuera del pantalón, Mariana me miró a los ojos mientras se acomodaba la ropa, luego salió con pasos apresurados.
Después de aquello Mariana volvió a ser la misma de siempre, es más, creo que se hizo más esquiva, hasta mandaba con sus hijos mi desayuno; yo me sentía inquieto y caliente, no la había poseído pero sabía que ella había accedido a estar conmigo, tal vez deseaba lo mismo, pero no lo sabía. El sábado siguiente regresaba ya de noche a mi cuarto, había estado platicando con el cura en el billar del pueblo, nos tomamos tres o cuatro cervezas y me sentí mareado, el curita quería que fuera a la casa parroquial "me trajeron un vino muy bueno, si quiere nos echamos unos tragos", dijo, pero no quería emborracharme, el recuerdo de Mariana me mantenía ansioso, además los vecinos decían que el cura era maricón; en eso venía pensando, riéndome sólo, cuando un "psss" salió de la oscuridad al pasar junto al pajar, volví mis pasos hasta pararme en la puerta, Mariana salió apenas, recortando su silueta en el vano y reclamando: "¿de dónde vienes?, ¿con quien estuviste?, hueles a cerveza, ¿dónde haz estado?", no le contesté, caminé hacía ella obligándola a meterse al pajar, volvió a insistir: "quiero que me digas, te he estado esperando mucho rato, es más, ya van tres vueltas que doy y tú no llegabas, ¿dónde andabas?"; me sentí confundido, excitado y nervioso, pero confundido a fin de cuentas, ¿por qué Mariana reclamaba?, ¿con qué derechos?; para entonces ya estaba junto a ella rodeándola por la cintura, Mariana se dejó besar y cuando nos separamos le dije: "¿por qué me preguntas?, ¿quién eres tú para interrogarme?, tienes marido y estás casada, ¿qué buscas?"; di media vuelta y su voz me detuvo cuando salía: "quiero ser tu mujer, si lo que buscas son nalgas, no tienes que buscarlas en el pueblo, allá hay viejas que quieren acostarse contigo, más de tres ya te echaron el ojo, pero tu me gustas…, además ya no tengo marido, tenía pero el alcohol me lo ganó… tiene meses que no nos acostamos, ya no puede hacer eso, además se fue, que a trabajar a la mina, ya ni se…"; seguí caminando por la vereda y su voz: "no te vayas", sonó como suplica a mis espaldas me hizo regresar.
Cuando entré al pajar y nuestros rostros quedaron juntos noté la dureza de su mirada, como de reclamo, pero su cálido aliento me confirmó que también ella quería; la abracé fuerte, pegándola a mi, apresando sus nalgas duras con mis manos por encima de su vestido, mis labios tocaron los suyos y me costó trabajo hacer que abriera la boca y que sus largos brazos rodearan mi cuello. Ambos de pie nos abrazamos en la oscuridad, yo con ansia, ella dejándose hacer, permitiendo que mis manos recorrieran sus caderas y le subiera el vestido; dejando que le bajara el calzón hasta los tobillos y le apretara sus grandes nalgas ya desnudas; dejando que mi lengua vagara en su boca y que mi pene erecto buscara su sexo y cuando por fin abrió las piernas y su boca buscaba la mía, con aliento cortado me dijo: "apúrate, termina pronto que puede venir alguien", y su vagina dejó entrar mi palo, y esa funda de carne me succionó, me apretó y me contagió de su calor y de sus jugos; nos movimos con prisa, queriendo terminar ya, entrando en ella con fuerza, Mariana agarrada a mi cintura apresándome, recargada en la madera del cuarto, quejándose, respirando fuerte junto a mi cuello, yendo a mi encuentro, mi verga entrando con violencia y ella gimiendo; por fin desde la punta de los pies sentí la descarga y de pronto eyaculaba dentro de Mariana que bufaba caliente junto a mi oreja y me besaba el cuello diciendo quedo: "ya… ya…, ya, mmm, ya". Terminamos juntos, o al menos eso creo, porque la sentí floja y una de sus manos jugaba con mis cabellos, como acariciando suave, luego me apartó, cerró las piernas y mientras caminaba hacía la puerta se subió los calzones; de espaldas la vi desaparecer en la negrura de la noche. Todavía me quedé un rato en el pajar respirando los olores de Mariana, saboreando en mi boca su salado sudor, y sintiendo pegados en mi cuerpo el penetrante olor de aquella mujer.
Mariana pareció seguir siendo la misma, seria y callada, huyendo la mirada, pero al menos una vez a la semana su fugaz mirada, anhelante y cachonda, me citaba de nuevo en el viejo pajar para abrirse, para dejarme vencer su aparente frialdad, para responder a mis besos que exploraban la tersura de sus tetas, y la dureza de sus pezones, para abandonarse a mis dedos que inquietos buscaban en su entre pierna y se enredaban, primero en sus vellos abundantes, luego en los pliegues de su pepa gorda; también para dejarme amasar sus nalgas duras y redondas, así como estábamos, de pie, hasta que me jalaba a sus piernas abiertas y gemía y bufaba, respirando fuerte y caliente cuando el duro miembro la penetraba, y nos movíamos con furia; Mariana acompasando con sus "ahhh, ahh" cada arremetida, y se venía entre quejidos apurándome con apretones de su pucha sobre mi verga, sacándome la leche a pesar de que la quería seguir cabalgando, luego sin decir palabra me quitaba de encima, se ponía los calzones y cerraba su blusa, para salir apurada de la casucha. Pero Mariana era celosa, muy celosa. Bastaba que llegara tarde de la escuelita o que un fin de semana me fuera hasta Morelia para provocar sus furiosas miradas, que yo aplacaba con un remedio infalible: la indiferencia, y Mariana se vencía a los dos o tres días, primero me hacía plática cuando nos cruzábamos en el camino, luego nerviosa reclamaba: "ya no quieres, ¿tienes otra?, ¿por qué ya no me buscas?", yo sin decirle nada le sonreía y esa noche me la cogía en el establo hasta hacerla gritar de placer, hasta que sus jugos y los míos, le resbalaban por las piernas e inundaban el lugar de un penetrante olor.
La única vez que Mariana se enojó conmigo fue aquel día que me emborraché con su marido. Recién había cobrado mi primer pago y ya con el dinero en la mano fui a su casa para hacer cuentas de la renta y los desayunos. Todos parecieron ponerse felices, más el marido, no así Mariana que ya sospechaba algo. Luego fuimos por una botella de mezcal y nos la tomamos en el billar del pueblo. Ya de noche dejé al marido borracho a las puertas de su casa y yo me fui a mi cuartucho de madera. Dos semanas le duró el enojo a Mariana hasta que una noche el rechinido de la puerta que se abría me sacó del sueño y puso fin a su furia: recortada en la luz de la luna vi la silueta de Mariana parada en la entrada, en silencio llegó hasta mi cama y se sentó en la orilla para decirme: "no quiero que te emborraches, menos con mi marido, tampoco frente a mi, ya con un briago en mi casa tengo más que suficiente, ¿entiendes?, si quieres trago vete al pueblo, pero que yo no te vea llegar borracho y cayéndote, sólo te pido que no te acuestes con otra", y sin decir nada más se quitó el vestido pasándolo por arriba de su cabeza, luego se bajó el refajo junto con su calzón de manta y se metió conmigo bajo las cobijas.
Entonces conocí a otra Mariana, me sorprendí al sentirme montado de prisa por ella, que toda desnuda respiraba fuerte junto a mi boca para decir: "te quiero, cabrón, te necesito, quiero tu pinga, la quiero toda mía, solo mía; me la quiero comer toda, la quiero dura, toda adentro, en mi boca y en mi pepa, donde se te antoje" y ahorcadas sobre mi su mano derecha manipulaba mi palo para metérselo en la pucha y cuando lo sintió en el punto exacto se sentó suspirando hondo, tragándose toda mi carne dura, y cuando desbocada cabalgaba, subiendo y bajando sobre mi pene erecto su voz suplicante dijo: "ay papito, que rico eres, muerde mis tetas, muérdelas, chúpalas", entonces apresé sus chiches que brincaban frente a mi cara y mis dientes agarraron un oscuro y duro pezón y se quejó, pero seguí chupando y mordiendo sus tetas generosas y pesadas; segundos después sentí que se venía y suspiraba y su pucha palpitaba apretando mi verga, pero ella seguía brincando encima de mi, y se volvió a venir, y luego otra vez, hasta que desfalleció sobre mi pecho, todavía gimiendo y temblando, todavía succionándome con su vagina, toda sudorosa y oliendo a pescado y se quedó como dormida, yo también sentí que me dormía; luego ella se bajó de mi y se acorrucó entre mis brazos suspirando y agarrando mi verga erecta; la quise apurar: "ya tienes que irte" y ella contestó "no, todavía no" y su cuerpo se separó apenas y su rostro fue bajando por mi pecho lamiendo mi sudor, y luego más abajo hasta encontrar la dura carne y dijo "toda mía, toda" antes se comerse todo el garrote y mientras su boca chupaba fuerte una y otra vez, mi semen se fue de mi y Mariana tragó, y chupó y volvió a tragar hasta dejarme seco; luego se limpió la cara con la sábana y volvió a acostarse junto a mi, abrazándome cariñosa, le repetí "ya tienes que irte, es muy tarde ya", "no, no quiero, además no tengo prisa, ya no tengo marido, se fue hace diez días, peleamos, no quiere dejar el trago, me dejó porque le dijeron en el pueblo que tú y yo nos andamos cogiendo, le dije que era mentira, que eres una buena persona, que mejor dejara de tomar y trabajara para darle de comer a sus hijos, pero él necio, ya no creo ni quiero que venga; por mis hijos no te preocupes, se los llevó mi madre a su pueblo, yo voy a trabajar en lo que sea y les mando dinero, así podremos estar juntos, siempre, cuando quieras, siempre" y suspiró antes de quedarse profundamente dormida.
Mariana siguió fingiendo ante los demás, pero era obvio para todos que ella dormía conmigo, que ya éramos amantes. La gente del pueblo me miraba con recelo y el cura me presionaba para que mejor me fuera a otra casa, pero Mariana se negaba "no, tú no tienes que ir a ningún lado, ya soy tu mujer, tu lugar está aquí conmigo, no te voy a dejar ir para que busques otra que esté más nueva que yo, eso no, ¿entiendes?, además a la gente nunca le vas a dar gusto, siempre hablarán, mejor que hablen con provecho".
Así me hice el macho de Mariana, ya hasta había dejado el cuarto para irme a la casa de Mariana, que siempre me recibía por la noche bañada y con el pelo cepillado, oliendo a limpio, enfundada en una blanca bata de algodón. Me daba de cenar y platicábamos; a veces me preparaba el baño y ella misma me bañaba en la tina, con ternura, como si se tratara de un hijo pequeño; luego se transformaba en una hembra caliente de ganosa y dejaba que a la luz de la vela explorara todos sus secretos. Así mi olfato y mis ojos descubrieron los olores y carnes de la pucha de Mariana; era muy peluda y aunque se bañara su carnosa panocha siempre olía a sexo; los rizos de su sexo eran largos y enmarañados, rebeldes, abundantes, y poblaban también la juntura de sus redondas nalgas. Cierta vez que la tenía boca abajo en la cama y chupaba y mordía los cachetes de su culo me atreví a preguntarle: "¿nunca te lo han hecho por atrás?", ella contestó de inmediato "nunca, una vez mi marido lo intentó, pero yo apreté la cola para no dejarlo entrar, se enojó y me pegó, nunca trató de nuevo; mis hermanas me han contado que lo han hecho así y que a veces duele y a veces no, que depende del hombre, yo no sé, ¿lo quieres así", le contesté que sí y ella me dijo que todo lo de ella era mío "si quieres mi cola, es tuya, haz lo que quieras, anda, me pongo flojita" y paró las nalgas, que se entreabrieron, verla así me calentó mucho, sentí que mi verga explotaba y atraído por aquello acerqué mi boca a esa negrura apretada y peluda; no pude resistir besarle el culo, llenar de besos y saliva lo que iba a ser mío, ella reculaba protestando porque le causaba cosquillas con mis bigotes entre las nalgas "ji ji ji, me haces cosquillas, anda quítate y deja de besarme la cola, cochino, ya déjame", pero yo seguía besando y lamiendo, y en algún momento puse un dedo en su ano apretado y lo sentí flojo, al menos parcialmente, entonces me hinqué tras ella y le apunté la verga en el culo, sólo un poco, repasando la cabeza del pene por el entre las nalgas hasta apretar un poco ahí donde estaba más dura, luego Mariana me dejó entrar, suspiró, como sacando todo el aire y aflojando el cuerpo, entonces me empecé a ir tras ella, su culo me fue comiendo poco a poco; mi palo, erecto más que nunca, era tragado por aquel canal caliente y cuando nos quedamos pegados Mariana volvió a suspirar diciendo entre cortada "me duele… pero te siento… todo… mío…, todo dentro, tu pinga dura, gruesa… siento que me parte en dos, pero siento… rico…, me duele todo, pero es muy rico… como nunca… todo mío…, tu pinga… toda mía", entonces enloquecí y lleno de furia y de ganas entré y salí muchas, muchísimas veces de la cola de Mariana, haciendo que nuestros cuerpos hicieran "plaf, plaf, plaf" al chocar y sus nalgas brincaran, como protestando, y ella, que gemía "ah, ahh, aaahhh" con cada metida de miembro; luego de no se que tiempo sentí que su culo palpitaba apretando mi verga y entre gemidos la mujer decía "quiero tus mocos, tu leche, toda…, dámela en la cola, quiero sentir tus moquitos, anda papacito lindo dame leche en el culo, anda cariñito mío, dame verga y leche en la cola, ya…, la quiero ya", y me vine como nunca; primero fue un chorro largo y continuo, luego chorritos acompasados, y de pronto el semen se me acabó mientras el culo de Mariana me daba apretones, pero yo seguía eyaculando, como en seco, ya nada me salía pero la verga seguía palpitando, al final nos quedamos pegados, yo sobre ella, ella con el pito dentro del culo, Mariana y yo sudando y suspirando, hasta que a punto del sueño ella se movió para decirme: "anda cochino, ya sácalo y déjame lavarte el pito, que todo el cuarto huele a caca, fuchi, cochino, mira que darme por la cola" y su risa ruidosa y descarada que hacía brincar sus tetas al bajarse de la cama.
Mariana se había transformado; lucía y se veía diferente, el gozo del amor y el deseo brillaban en su mirada y parecían transpirar por cada poro de su cuerpo. En el pueblo la llamaban "la puta del profesor" y ella tenía que soportar las miradas llenas de coraje de las viejas del pueblo, aunque algunas en apariencia le festejaban el haberse conseguido "un macho nuevo". Con los hombres fue diferente, algunos que creyeron que Mariana era una "puta fácil", trataron de acercársele pero ella los mandó al carajo, otros más me enfrentaron. Un domingo que estaba en el billar tomando mezcal con el cura uno de ellos no se pudo aguantar: "oiga profe, qué se siente haberle quitado la hembra a uno de los nuestros"; "pues yo me siento bien, aunque yo no le quité nada a nadie, el marido la dejó por briago, era un perdido y desobligado con su familia, y como le digo, me siento bien, ¿tiene usted algún problema?", le contesté envalentonado por el mezcal; en eso miré la pistola que se cargaba y me contestó: "mire profesor, casi todos en el pueblo lo respetan, sobre todo porque levantó la escuelita que estaba abandonada, ningún maestro nos duraba tres meses, antes se iban renegando, pero usted se aguantó, eso cuenta, pero no le busque que puedo meterle un tiro, mejor ahí la dejamos, no vaya a ser la de malas, pero nos da muina que usted se haya quedado con la Mariana". Ya para entonces había medido el calibre de mis palabras, sentía miedo pero no me podía echar atrás: "le agradezco que no me meta un tiro, y les agradezco a los que ven bien mi trabajo en la escuela, pero en mi vida no se meta, se lo digo con respeto", el tipo se me quedó mirando, el ambiente en la cantina se había congelado, luego me dio la espalda sin responderme y el cura me jaló del brazo para sacarme de ahí, en eso el viejo que servía de mesero me trajo una botella de mezcal: "ahí le mandan esto profe, dicen que ya no se enoje, que hasta le hizo un favor a la Mariana, ahora está re´bonita", y todos soltaron la carcajada. Pero no alcancé a verle el fin a la botella, un chiquillo me llevó el recado de que mi mujer estaba afuera, enojada, que decía que ya estaba bueno de trago; le hice caso, el cura se hizo cargo del mezcal y yo me fui tras Mariana que iba corriendo y gritando y renegando: "pero mira nada más, que ponerte a discutir con los borrachos, antes no estás muerto con un balazo en la panza, eres un imprudente, no sabes en lo que te metes, a ver, ¿por qué tomas?, ¿qué no sabes que me sacas el coraje?, mira nada más el profesor, borracho y peleando con la plebe del pueblo, ya ni chingas", y más y más cosas, mientras me preguntaba quién la había avisado del pleito en el billar y cómo había hecho para llegar tan pronto. Y cuando llegamos a la casa debajo de la cama sacó una botella llena: "anda ten, llénate de alcohol, pero aquí, no quiero que vayas al billar a que te maten, ¿qué no ves que andan buscando como hacerle para meterte un balazo?, ya no salgas por favor, te lo pido, si te mueres me matas de la pena, ya no vayas te lo suplico" y soltó un llanto profundo que arrugó su cara, que la mojó de lágrimas mientras hipaba y gemía a grito abierto y se me colgaba del cuello. Luego nos quedamos callados acostados en la cama, "quiero que me dures más que el otro, te quiero, mucho, no sabes cuánto; antes de conocerte nunca me sentí mujer, no sabía de estas ganas que tengo, siempre, de tenerte dentro de mi; me hiciste una ´berraca´ que todo el día piensa en tu pito, y en tí, en tu cara, en tus ojos, en tu sonrisa, en tus pies, en tu olor, en todo lo tuyo", y así me quedé dormido, junto a Mariana, los dos vestidos sobre la cama.
Ese lunes pensaba en Mariana mientras pintaba las paredes de la escuelita, acompañado de varios chiquillos; pensaba que nunca antes me había sentido tan enculado por una mujer como con ella, que me gustaba como cogía, los gestos y ruidos que hacía mientras estábamos ensartados; me gustaban sus nalgas, macizas y grandes, sus chiches blancas y pesadas y brinconas con esos pezones enormes e hinchados; su pucha peluda y olorosa, el olor de su culo amigable y muy flexible, ya hasta me estaba calentando cuando Mariana llegó con el almuerzo, venía linda, como siempre, como le gustaba vestirse para mi, siempre limpia y peinada, con esos vestidos que le había comprado en Morelia una vez que nos fuimos los dos de fin de semana. Se paró en la entrada del salón principal con su canasta de mimbre y la servilleta blanca cubriendo la comida "ya es hora señor, ¿o qué, tengo que esperar a que termine para comer?, ande dígame, si no me regreso a mi casa, que allá tengo mucho que hacer, entre otras cosas lavar sus calzones, ande dígame" y su risa alegre y desenfadada. Un rato después ambos comíamos tortillas calientes con frijoles y carne de cerdo con chile, cuando alguien la llamó desde la puerta, Mariana acudió de mala gana y cuando regresó venía llorando y gritando, que habían matado a su marido, lo habían encontrado tirado en la carretera que va para Paracho apestando a alcohol, no sabían si lo habían atropellado o si alguien le había metido un fierro en las tripas; la alcancé corriendo cuando ya estaba por subirse a la patrulla del pueblo, le entregué el dinero que traía "ten, de algo te puede servir", eran como 300 pesos, la vi partir en aquel carro y sentí como si me abandonara, como si aquel luminoso día se convirtiera en negrura.
Al día siguiente una de sus hermanas me buscó para decirme que Mariana quería más dinero, que iba a enterrar a su marido en el pueblo de su familia y no tenía con que hacerlo, el cura me prestó mil pesos a cuenta de mi salario y se los di a la mujer. Luego las cosas se complicaron, según supe la familia del marido no la dejó ni ver el cadáver, ni entrar al velorio, la llamaron puta y la sacaron a empujones, eso si, aceptaron el dinero para el entierro, lo peor vino inmediatamente. Ya me habían avisado que los campesinos tomarían la escuela, era tiempo de elecciones y de presionar al gobierno con los créditos para la siembra. Todos sabían que los que presionaban eran los caciques, pues los campesinos trabajaban tierras rentadas, así que los créditos eran para pagar deudas y rentas por siembras que nunca se daban. De Morelia las autoridades me avisaron que tenía que cerrar la escuela y dejar pasar unos días hasta que todo se calmara, pero sobre todo que no debía apoyar a los indios; eso intenté hacer, pero no se pudo. Al otro día el patio de la escuela estaba lleno de camiones del transporte público, los campesinos los habían tomado en son de protesta, amenazando con quemarlos si las autoridades no entregaban los créditos; además habían cerrado la carretera con troncos de árbol y armados de machetes y botellas de mezcal se envalentonaban contra la policía que intentaba recuperar los camiones; luego me enteré que en varios pueblos había pasado igual, pero que en realidad la gente no había secuestrado los camiones, por el contrario, los empresarios se los habían "prestado" para apoyarlos en su movimiento –fingiendo que se había tratado de un secuestro-- y también para que los dueños de las líneas del transporte obligaran al gobierno a cancelarles los créditos bancarios que tenían vencidos desde hacía años; así todos ganaban: los campesinos iban a cobrar sus créditos; los dueños de los camiones el perdón de sus deudas y el gobierno el apoyo seguro de los votantes del campo para que el candidato ganara las elecciones. Todos ganaban.
Por mi parte mal haría en tratar de oponerme a los calzonudos y sus machetes, por más que las autoridades de Educación me ordenaran oponerme a la toma de las instalaciones de la escuela, así las cosas me dispuse a tomar unas vacaciones forzadas en espera que el conflicto se resolviera y que Mariana regresara del entierro de su marido, pero pasaron dos semanas y de ella no tenía noticias, me empecé a preocupar. Un viernes el conflicto campesino se arregló y en el pueblo hicieron fiesta para celebrarlo, fui acompañado del cura al ruidoso baile y ya de madrugada cuando bien borracho regresé a la casa de Mariana sólo encontré los cuartos vacíos, fui a los corrales y también los animales habían desaparecido. Con la cruda a cuestas me senté afuera de la casa vacía en una caja de madera a esperar que amaneciera y ya con la luz del día encontré arrumbadas mis pocas pertenencias, luego con la gente del pueblo supe que había pasado: los familiares del difunto aprovechando que todos estaban de fiesta, yo incluido, se llevaron las cosas que supusieron eran del difunto, o sea todo, menos mi maleta con ropa y dos cajas de cartón llenas de libros. A medio día ya me había decidido a irme del poblado cuando el sacerdote fue a buscarme, ya sabía del saqueo de la casa de Mariana e iba con la intención de hacer que me fuera con él a la casa parroquial, además traía noticias: "vinieron de Morelia a avisar que cerrara la escuela y que fuera para allá a recoger su último pago, supongo que por no haber mantenido cerrada la escuelita durante la bronca con los indios; además supe que Mariana está allá, trabajando en el mercado, vende chile atole para mantenerse, no sabe como regresar, le da pena que le hayan vaciado su casa y que usted no tenga donde vivir, sería bueno que fuera a buscarla, por lo que me debe no se apure, yo lo espero a que regrese y me pague, y si no… pues ni modo, al fin de cuentas ni es dinero mío", y ambos soltamos la carcajada. Horas después cargando una caja de cartón subí a un destartalado camión y añorando el pueblo, o más bien a Mariana, o a sus nalgas carnosas o el olor penetrante de su sexo, o todo junto, me dejé llevar por el camino, brincando a cada momento por la carretera llena de hoyos.
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