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Juan me llamaba a su despacho por la tarde, después de comer. ¡Aún hoy no he logrado superar la repugnancia que me inspira este hombre! No es solo su aspecto físico, es su mente pervertida, su manera de hacer, no sé como explicarlo. Sin embargo con él alcanzaba los orgasmos más intensos no sé si a causa de la tensión o por la misma repugnancia.
Nada más entrar me hacia desnudar y sentar sobre un taburete giratorio que compró especialmente para mí.
-Abre las piernas, quiero ver tu sexo bien abierto. Ahora gira, te quiero más arriba.
Yo daba vueltas sobre mi misma, grotescamente exhibida hasta quedar a la altura de sus ojos.
-Muy bien, así estas perfecta. No quiero que te muevas para nada o tendré que castigarte.
Lo decía en serio estaba segura y me quedaba inmóvil esperando acontecimientos. Juan era impredecible y cada día era diferente. Un día llamó a Lucía, su secretaria de toda la vida. Una mujer de unos cincuenta años seria y bastante anticuada. Ella entró y se sentó en una silla al lado de su jefe, su mirada era fría y despectiva. No podía ocultar el asco que yo le producía. Yo quería cerrar mis piernas, taparme y salir de allí corriendo pero temía al castigo así que seguía inmóvil humedeciéndome a pesar mío.
-¿Habías visto alguna vez alguien tan emputecido, Lucía? ¡Fíjate si es desvergonzada que se esta mojando al verte!
Lucía no contestaba se limitaba a mirarme con gesto cada vez más despectivo.
-María quiero que te acaricies para mí delante de Lucía, así se dará cuenta de lo puta que eres.
-No por favor, logré decir casi en un murmullo.
-¿Qué has dicho? ¿Te estas negando? Creo que tendré que recordarte nuestra conversación anterior. ¡Levántate puta! Lucía por favor si es tan amable de hacer entrar en razón a esta zorra.
Lucía se levantó, se acercó a mí y me dio un par de bofetadas en la cara dejando sus dedos marcados en mis mejillas.
-¿Vas a hacer lo que te he dicho ahora?
Mi cuerpo se negaba a obedecer a pesar de saber que lo tenía todo perdido. Me asustaban sus miradas y el gesto cruel de aquella mujer y sin embargo notaba como mis jugos empezaban a resbalar por mis piernas.
-Lucía, creo que necesita que usted le administre un nuevo correctivo.
Aquella mujer cogió una regla de encima de la mesa y empezó a golpearme con ella en las nalgas, los muslos, la espalda insensible ante mis gritos. Cada golpe hacia arder mi piel y me hacia tambalear.
-¡Ya basta! ¿Estas dispuesta ahora, María?
Dócilmente, con lagrimas en los ojos me senté de nuevo en el taburete, abrí mis piernas y empecé a acariciarme, estaba muy excitada y no me costo alcanzar el orgasmo. Estaba todavía palpitando cuando Lucia se acerco a mi y empezó a lamer mis pezones al mismo tiempo que sus dedos se introducían en mi sexo. Aquella mujer era una experta, sus labios cálidos me hacían estremecer de placer y sus dedos entraban y salían de mi sexo, me corrí de nuevo llenando su mano de jugos. Ella me beso largamente en los labios acariciándome el pelo.
-María ¿no crees que le debes algo a Lucía? Dale el mismo placer que ella te ha proporcionado a ti.
Ella se levanto su falda, sorprendentemente no llevaba ropa interior y su sexo perfectamente depilado apareció ante mi. Lo toqué temerosa y acerqué mis labios a su monte de venus blanco y suave como el de una niña. Se tumbó en el suelo con las piernas abiertas. Yo de rodillas entre sus piernas lamía aquel sexo casi perfecto, abriendo sus labios, tocando con mi lengua aquel botoncito que aparecía escondido. Se estremecía.
Juan detrás de mi acariciaba mi culo y lo golpeaba con su pene erguido.
-Así zorra, chúpala bien. Hazla gritar de placer.
Mi lengua cada vez más rápida lamía sin parar arrancando pequeños gemidos a aquella mujer distante que ahora se abandonaba al placer.
Juan me envistió de golpe desgarrándome el culo, mi grito quedo cortado. Las manos de Lucía empujaban mi cabeza contra su sexo, arqueaba las caderas cada vez más fuera de si.
Sentía las manos de Juan como garras en mis caderas y sus testículos chocando contra mi culo.
-Te voy a romper ese culo de putona que tienes, ya veras-decía sin parar de empujar.
El dolor había cedido y el placer me inundaba con cada embestida y con cada insulto. Lucía clavaba sus uñas en mi cabeza. Mi lengua la penetraba y salía para lamer su clítoris y volverla a penetrar. Se corrió en mi cara, llenándome de sus jugos que yo me apresure a beber. Juan con un grito salió de mi y eyaculó sobre el estomago de Lucia y mi cara.
-Límpialo todo María, para eso tienes lengua.
Y yo me afanaba en lamer todo el semen derramado en el estomago de Lucia y los restos que quedaban en el pene de Juan.
Ellos se besaron largamente, él acarició su cara y se despidió de ella.
-Adiós Lucia, espero que esto haya sido tan placentero para usted como yo esperaba que fuese y disculpe usted la desobediencia de esta zorrita, no volverá a pasar. Hasta mañana.
Desde aquel día, Lucía aparecía de vez en cuando por el despacho. Me azotaba cruelmente para luego lamer las marcas consiguiendo de mi unos orgasmos bestiales, a cambio yo tenía que comer aquel coño depilado y ansioso. Juan unas veces se limitaba a mirar otras destrozaba mi culo con su enorme aparato. Casi nunca me penetraba vaginalmente, no le gustaba. Decía que para eso ya tenía a su mujer y que las putas como yo solo servíamos para eso. Jamás tocó a Lucía, tan solo la besaba largamente como si estuviera enamorado de ella lo que me parecía totalmente increíble proviniendo de él.
Otro día al entrar al despacho vi sentado al lado de Juan a un chico de unos veinte años, muy atractivo que me desnudo con la mirada antes de que yo empezara a quitarme la ropa.
-Te presento a Pedro, mi sobrino. Esta aquí por que no se cree que existan putas como tu. Así que espero que no me hagas quedar mal y le obedezcas a él como si se tratara de mi.
Enrojecí hasta la raíz de mi pelo y seguí con mi rutina habitual: desnudarme, sentarme en el taburete y quedar expuesta ante sus ojos.
El chico se acerco a mí y me mordió fuertemente uno de mis pezones. A duras penas logré reprimir el grito. Inmediatamente dos de sus dedos penetraron mi sexo, no me lo esperaba y el dolor invadió mi cerebro.
-Creo tío, que esta puta no es tan obediente como crees. Me ha costado mucho trabajo meter mis dedos en su coño.
Juan se aproximó a mí, me agarró del pelo y me dio dos bofetadas.
-María no me obligues a echarte a la calle como la perra que eres. Sabes que no encontraras trabajo en ningún sitio, eso te lo aseguro yo.
El chico pellizcaba con fuerza mis pezones sin dejar de penetrarme con sus dedos. El dolor era insoportable y más aún cuando después de besarme me mordió con fuerza el labio inferior. Sentí el sabor de mi sangre y me sentí más asustada que nunca. Los ojos de Pedro me miraban con crueldad, parecía recrearse en mi dolor y sus dedos no paraban de entrar y salir de mi sexo, que chorreaba jugos sobre sus manos.
-Mira la zorrita, ¡esta excitada! Tío con estas putas hay que tener mano dura, ya has visto, cuanto más le duele más disfruta.
Juan mordía con furia mis pechos excitado por las palabras de su sobrino.
-Así que te gusta esto ¿eh? Te voy a dejar tantas marcas que no vas a reconocerte María. ¿Te gusta verdad?
Su dedo penetró de golpe mi ano, al instante tenía tres de sus gruesos dedos dentro. Tío y sobrino me follaban sin parar, mordiendo todo mi cuerpo. El placer y el dolor se mezclaron, cerré los ojos abandonándome a un terrible orgasmo que sacudía todo mi cuerpo. Sentí la voz de Pedro al oído “Zorra, vas a disfrutar como nunca lo has hecho. Cuando acabe contigo lamentaras que no sea yo tu amo. Mi tío no sabe follarse a una puta como tu” Sus palabras alargaban mi orgasmo mientras sus manos estrujaban mis tetas doloridas.
Me tumbo boca abajo sobre el taburete y me penetro salvajemente por el culo. A cada embestida suya parecía que iba a partirme en dos. Juan agarraba mi cabeza y hundía su polla en mi boca. Casi no podía respirar, sus manos apretaban fuertemente mi cara contra su sexo, follándome salvajemente la boca. No sé cuantas veces me corrí antes de que Pedro con un grito eyaculara dentro de mi mientras Juan llenaba mi boca de semen.
-Trágatelo todo puta-gritaba fuera de si.
Yo intentaba hacerlo y el gusto de semen se mezclaba con el de la sangre que manaba de mis labios abiertos. Sin embargo una parte resbalaba por mi barbilla. Sacaba la lengua para atrapar esas gotas y lamer el pene ya fláccido de Juan que golpeaba mis mejillas.
Sentí como algo frío entraba dentro de mí rozándome el clítoris y provocándome nuevas oleadas de placer. Pedro seguía encima de mí sin sacar su polla de mi culo. Notaba como volvía a crecer dentro de él mientras aquella cosa dura y fría entraba cada vez más adentro.
-María, ¿quieres más? Pídelo, puta, y te daré lo que deseas. –decía Pedro follándome de nuevo mi culo y penetrando mi coño con aquel objeto extraño. Juan sentado en su silla se masturbaba mirándonos.
-¡Vamos, zorra, pídelo!
-Si, por favor, fóllame.
-Más fuerte puta, no te oigo.
-¡Fóllame! ¡Quiero que me folles!
Mis gritos se debían de oír por toda la planta pero no me importaba nada. Me sentía llena y estaba totalmente descontrolada. Mis caderas se agitaban. Pedro embestía cada vez más fuerte. Mi coño estaba atravesado por un objeto que entraba y salía de él arrancándome gritos de placer y dolor. Los orgasmos se encadenaban unos con otros y ya no veía nada de lo que me rodeaba. Mis espasmos provocaron la corrida de Pedro que esta vez se derramo sobre mis nalgas y mi espalda mientras Juan regaba con su semen toda mi cara.
Apenas si podía caminar cuando todo acabo. Me caí al primer paso. Pedro me cogió en brazos y me llevo hasta los vestuarios, me ducho enjabonándome con cuidado. Aplicó crema sobre mis magulladuras besándome delicadamente, acariciando con cuidado mi piel. Me vistió y me llevo a mi casa. Solo recuerdo que me metió en la cama y me arropó con un beso tierno en los labios pero quizás eso fue producto de mi imaginación.
Juan estaba muy contento conmigo al día siguiente y me folló repetidamente repitiendo lo orgulloso que estaba de mí y explicándome que Pedro había quedado muy satisfecho con mi actitud y que me visitaría en otras ocasiones para ver si seguía igual de obediente.
Me excitó pensar que había logrado satisfacer a aquel joven y me esmere más que nunca en hacerle una mamada perfecta a su tío, imaginando que se la hacía a él.
Otras muchas sorpresas me esperaban en aquel despacho y poco a poco me perdía en un mundo de placer impensado hasta entonces.
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