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Me llamo María y soy una puta.
No, no os penséis que me pesa al contrario estoy orgullosa de ello. Lo único que lamento son los años perdidos de novio en novio feliz, creyendo que cada vez que me hacían el amor era lo más maravilloso del mundo ¡Qué equivocada estaba! Mi vida hubiera seguido así anodina y normal si no hubiese cambiado de trabajo. Después de diez años trabajando en una tienda y estudiando por las tardes por fin podía dedicarme a lo que realmente me gustaba, eso si empezando por abajo. Yo era secretaria de dirección pero accedí a entrar como auxiliar administrativa en una importante multinacional dedicada a las exportaciones. Era una oportunidad única ya que encontrar trabajo hace un par de años era algo difícil. Además una vez dentro siempre podía optar a alguna promoción.
Cuando llegué a aquella oficina no pensé que mi vida iba a cambiar de una forma tan radical. Llevaba una semana trabajando cuando el director me llamó a su despacho. No pude evitar ponerme nerviosa, no era habitual que una auxiliar administrativa fuera citada en dirección.
El despacho estaba en penumbra. Alberto, el director, estaba con Juan, jefe de recursos humanos, visualizando unas diapositivas. Con un gesto me hizo pasar y sentarme frente a su mesa. Paró el proyector y ambos se dedicaron en silencio a recorrer mi cuerpo con su mirada. A mis treinta y un años me habían ocurrido muchas cosas pero esta situación me sobrepasaba. Las manos me empezaron a sudar y una sensación de frío iba apoderándose de mi cuerpo haciendo que mis pezones erizados se marcaran bajo la ligera tela de la blusa.
Los ojos de Juan se posaron descaradamente sobre esa zona haciendo que me enrojeciera. Era un tipo desagradable que ya en mi primera entrevista de trabajo me había dado la impresión de que le importaban más mis piernas que cualquier cosa que pudiera poner en el currículo. Su aspecto descuidado hacía que mi repugnancia hacía él aumentara. Debía tener unos cincuenta años, era de baja estatura, aspecto fondón, cara hinchada, bolsas bajo los ojos y sus dientes estaban amarillos por la nicotina lo que hacía que al desviar la mirada encontraras un bigote espeso de color indefinido que enmarcaba unos labios finos de aspecto cruel. En estos momentos se dibujaba una sonrisa libidinosa en su cara y me asuste aún más. Quería salir cuanto antes de aquel despacho.
Alberto se levantó y se sentó en el borde de su mesa frente a mí. Nos separaban tan solo unos centímetros. Agaché la mirada para evitar sonrojarme aún más. Era un hombre muy atractivo. De unos cuarenta años, alto, delgado pero fuerte, sus ojos eran muy claros e inquisitivos.
-María, es hora de que conozcas otras tareas que forman parte de tu puesto. Escúchame atentamente y si crees que no estas preparada para desempeñarlas sintiéndolo mucho tendrás que renunciar a tu empleo.
Estaba perpleja, nadie me había dicho nada de tareas extra y por otra parte no podía darme el lujo de perder el empleo. Tenía atrasado el pago de la hipoteca y mi piso corría el peligro de ser embargado. Contaba con el sueldo de este mes para saldar la deuda.
-A partir de ahora estarás bajo las ordenes directas de Juan y mías. Deberás estar siempre localizable tanto aquí, en la oficina, como en tu casa. No podrás discutir las órdenes que recibas y a la menor señal de titubeo serás despedida. Tu vestuario será siempre similar: faltas cortas con medias, nunca pantys. Blusas abotonadas por delante y zapato de tacón alto. No podrás usar ropa interior a no ser que se te ordene expresamente. ¿A quedado claro?
Estaba paralizada, no me atrevía a levantar la cabeza. Era increíble lo que me estaban pidiendo y sin embargo no tenía otra opción. Derrotada, apenas si atiné a asentir con la cabeza.
-Muy bien María veo que has tomado la decisión correcta. Desabróchate la blusa, así muy bien. Quiero que te quites las braguitas y me las des, pero déjate la falda puesta.
Totalmente azorada, deslicé mis bragas por mis piernas. Estaban mojadas y mi confusión aumento ¿Cómo era posible estar excitada en una situación así? Me acerqué hasta él y se las tendí. Mis pezones endurecidos se trasparentaban a través del encaje del sujetador y un calor imparable crecía entre mis piernas.
Alberto acercó la prenda a su nariz, las olió y sonrió.
-Veo que no me equivoqué contigo.
Mi cara enrojeció aún más si cabe, estaba furiosa conmigo misma. Quería irme de allí y sin embargo mis piernas no se movían.
Paso mis bragas a Juan quien también las olió y una baba empezó a deslizarse por la comisura de sus labios que seguían sonriéndome obscenamente.
En mi distracción no me di cuenta que Alberto se había desabrochado los pantalones y aguantaba un pene enorme, totalmente endurecido que apuntaba hacía a mí.
-Arrodíllate, quiero que me la chupes.
Vacilé y Juan se acercó a mí y cogiéndome por los hombros hizo que me agachara. Alberto puso sus manos sobre mi cabeza y al momento su pene rozaba mis labios.
-Vamos María, ya sabes lo que tienes que hacer.
Entreabrí mi boca y empecé a introducir despacio aquel enorme aparato. Jamás había hecho esto antes a pesar de que mi novio me lo había pedido varias veces. Logré contener el asco que me daba y seguí metiéndome el sexo de Alberto en mi boca desencajada.
Las manos de Juan levantaron mi falda hasta la cintura y empezaron a acariciar mi culo. Suave primero, apretando los cachetes después, azotándolo un poco. Yo sentía como mi sexo se iba llenando de jugos y estos empezaban a descender por mis muslos.
-Tienes un culo muy hermoso María, me encantará tomarlo. ¿Has visto Alberto? En el fondo es una putita como las demás ¡esta completamente mojada!
Uno de sus dedos se coló entre mis labios vaginales, abriéndolos. Mi boca presionaba el pene de Alberto succionándolo cada vez mas fuerte. Me gustaba sentirlo dentro de mi boca.
-Ummmm, un sabor delicioso. ¿Qué opinas tu?- Juan volvía a meter un dedo en mi sexo y empapado se lo daba a probar a Alberto que lo chupaba ávidamente.
-Esta zorra esta deseando que la follemos. ¿Verdad que sí bonita?
Alberto cogió mi cabeza y empezó a follarme la boca rápidamente, apenas si podía tragar aquel trozo enorme de carne. Juan empezó a penetrarme con un dedo, pellizcando a la vez mis pezones. Mis caderas se movían solas presionándose contra su mano. Quería sentirlo más adentro. Sentí una lengua lamiendo mi ano y me asusté. Eso si que no lo iba a permitir. Hice un movimiento brusco para separarme de él, pero apenas si pude moverme.
-¿Qué pasa María? ¿Tan pronto empiezas a desobedecer?-Otro de los dedos se introdujo en mi vagina y la caricia en mi ano se incremento. Un orgasmo inesperado sacudió mi cuerpo. Juan aprovechó para sacar los dedos de mi vagina y penetrarme en ella de un golpe con su pene mientras Alberto me cogía del pelo y sacando su verga de mi boca la refregaba por toda mi cara, golpeándome con ella en las mejillas.
Las manos de Juan desabrocharon el sujetador y agarraron mis pechos fuertemente mientras me embestía de manera brutal. Sus testículos chocaban contra mi culo que se pegaban a ellos sin que yo pudiera intervenir.
-Vamos zorra, quiero ver como disfrutas. Muévete más, así, sí.
Mi lengua chupaba el glande de Alberto, sus testículos e intentaba atrapar aquel maravilloso pene otra vez con mis labios, pero él jugaba conmigo. La acercaba a mi boca y de repente la apartaba, golpeaba mis mejillas, rozaba mi cuello con ella y luego me dejaba chuparla otra vez y vuelta a empezar. Cada vez estaba más excitada y necesitaba tenerle en mi boca, sentir su grosor, su calor y mi boca entreabierta se movía intentando atraparla pero me tenía que conformar con lamerla cuando se ponía a mi alcance.
Mi segundo orgasmo llegó al mismo tiempo que el de Juan al sentir su semen dentro de mi sin que él parara de embestirme. Mi vagina vibraba y se contraía alrededor de su miembro haciendo que la descarga de semen fuera intermitente. Gemíamos los dos fuertemente y eso hizo que Alberto no pudiera contenerse y regará mi cara con su semen espeso. Lo extendió por ella al mismo tiempo que yo lamía lo que caía por mis labios. Tenía un gusto salado pero no era desagradable y sin que me lo indicaran cogí entre mis manos el sexo ahora un poco flácido de Alberto y empecé a limpiarlo con mi lengua. Juan salió de mí y al momento tuve dos penes delante de mi cara, lamía uno y otro mientras sentía los comentarios soeces que hacían sobre mí.
-Es una puta de primera ¿Has visto como chupa?
-No pares zorra ¡que lengua tienes!
-A partir de hoy serás la puta de la empresa. Vas a estar disponible para todos los hombres de esta casa.
-¿Es lo que te gusta no? Ummmmmm, que bien lo haces.
Sus palabras en lugar de molestarme me excitaban aún más y deseaba que aquellos falos volvieran a endurecerse y me tomaran sin contemplaciones. Mi boca se llenaba y vaciaba con un uno y con otro cada vez más rápido.
Alberto me levanto y cogiéndome entre sus brazos se tumbo sobre la mesa. De modo que quede ensartada por su sexo encima de él. Sus manos apretaban mis pechos, pellizcándome los pezones.
-Vamos preciosa, muévete.
No hizo falta que lo repitiera, mi cuerpo ya se balanceaba sobre él cada vez más rápido. Sus manos sobre mis caderas acrecentaban el ritmo. Lo sentía muy dentro de mí. Juan no se quedó quieto, sus manos acariciaron mi espalda bajando hasta mi culo. Uno de sus dedos mojado por mis jugos empezó a entrar en mi ano. Este se abría y se estrechaba a su alrededor. Era la primera vez que alguien me penetraba por ahí. Me dolía un poco pero a la vez un gran placer iba sacudiéndome y subía y bajaba sobre el pene de Alberto cada vez más rápido. Otro de sus dedos entró en mí y seguidamente un tercero, el placer era intenso. El mete y saca de los dedos de Juan constante provocó mi tercer orgasmo. Tal como hizo antes aprovechó para sustituir sus dedos por su pene, sin duda sabía lo que hacía. Pensé que me desgarraría, que mi culo no podría albergar su grueso aparato pero no solo cupo entero si no que al empezar a moverse dentro de mí al mismo tiempo que Alberto empujaba para seguir teniéndome ensartada tuve una serie de orgasmos encadenados que no hacían más que enardecer a aquellos hombres que me penetraban fuertemente, apretándome los pechos, agarrando mis caderas, mordiéndome los labios. Se corrieron casi a la vez. Sentí en mis entrañas el calor de su semen inundándome por dos sitios a la vez. Caí exhausta sobre Alberto que acariciaba mi cara.
-Te has portado muy bien cariño, eres justo como esperábamos.
Juan todavía dentro de mí besaba y acariciaba mi espalda dulcemente. Me sentía bien, querida, deseada.
Cuando salí del despacho, despeinada y con la cara arrebolada sentí las miradas despectivas de mis compañeros sobre mí. Podía imaginar perfectamente lo que pensaban de mí y probablemente mi vida en aquella oficina sería un poco más difícil pero no me importo. Aquel día descubrí el sexo por primera vez, me olvide de los prejuicios y me dispuse a ser la puta de mis jefes. Un precio muy barato para el placer que sin duda iba a recibir por su parte.
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