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MARIA AMA A MARIA

Maria y yo fuimos amigas desde pequeñas, juntas fuimos al colegio primario y después la secundaria. Íbamos juntas a todos lados, conocíamos los secretos más íntimos de cada una, pero siempre pensé que esa sombra en sus ojos era algo que nunca me había contado y con el correr de los años comprobé que mi intuición no me había fallado
Una noche luego de cenar nos fuimos a dormir, pero a diferencia de su casa en la capital, dormíamos en cuartos separados. Me quedé leyendo un ratito y antes de apagar la luz escuché que me llamaba, salté de la cama y entré en su cuarto para ver que necesitaba.
Mirándome fijamente a los ojos me pregunto: ¿La verdad, nunca tuviste la fantasía de hacer el amor conmigo?
Ya estaba, de ahí a hacer realidad mi sueño de compartir un momento de placer con ella había solo un paso, pero debía darlo correctamente, de lo contrario podía arruinarlo todo. -Si, la verdad es que sí pero digamos que la curiosidad más grande era saber como podía ser estar sola con vos, que sé yo, esto es nuevo para mí. Siempre fuiste mi mejor amiga, mi hermana y de ahí a imaginarnos juntas en una misma cama, gozando las dos sexualmente, es muy fuerte. Mientras hablaba ella se acercaba a mí, me tomaba las manos y me las colocaba delicadamente en sus pechos mientras que las suyas me acariciaban por encima de mi camisa de dormir. -Es hora de que hagamos realidad todas las cosas que fantaseamos- me decía suavemente sin dejar de acariciarme. Mis manos se cerraron sobre sus pechos y nunca pensé que fuera tan duro, tan tibio ni que sus manos sobre mí fueran tan expertas, recorriéndome palmo a palmo desde los hombros hasta mis pechos, encerrándolos en sus manos, pellizcando mis pezones uno a uno, rasguñándolos hasta que sentía que hervían de calentura. -Esto es delicioso ¿cómo perdimos tanto tiempo?- me decía con ese tono de voz que ya había escuchado cuando gemía masturbándose -Cómo me calientan tus pechos, Maria. ¡Quiero comértelos! -Cómelos, quiero que me los muerdas- Así lo hice, mordiscos pequeñitos fueron cubriendo sus pechos mientras que sus manos apretaban mi cabeza contra ella, provocando que mi boca se enterrara en ellos. Mientras nuestras bocas se encargaban de comer la carne tierna de nuestros pechos, nuestras vaginas se habían acercado la una a la otra, estaban pegadas, restregándose, haciéndonos hervir de calentura. Las dos permanecíamos arrodilladas en la cama, sin dejar de acariciarnos, recorriéndonos ávidas cada parte de los cuerpos, aumentando el calor que de ellos emanaba. De a poco nos quitamos la poca ropa de dormir que teníamos y quedó el camino libre para que nuestros dedos siguieran recorriéndonos palmo a palmo. Las manos de Maria, más expertas que las mías, bajaban por mi vientre como alas de mariposa para poder posarse en el nacimiento de mi vulva, abarcándola con una mano, encerrándola en ella, apretándola entre sus dedos con una delicadeza y a la vez con una firmeza impresionante. Las mías bajaban por su espalda, llegaban a sus nalgas y la acercaban a mí con fuerza, para poder sentir como sus pechos se aplastaban contra los míos y nuestros pezones súper erectos se unían en un beso simbólico. -Déjame sentir tu calor, déjame meterte un dedito.- me decía con voz sensual mientras sus dedos ya estaba hurgando entre los labios de mi concha. Un dedo de Maria logró encontrar el camino, se abrió paso entre los labios y llegó hasta ese agujero que su padre, hacía una semana, había atravesado con tanta maestría. Metió su dedo a fondo y después de mojarlo copiosamente, lo llevó a su boca, lo cual a mí me puso como loca. -¡Cómo me gusta tu flujo, querida amiga! ¡Es más sabroso que el mío! ¿Quieres probar ambos? Dicho esto, con su dedo empapado de mi flujo y de su saliva, se lo metió en su propia concha, lo mojó bien, lo sacó y me lo dio a probar. -¡Es delicioso! ¡Me encantan los dos! Quiero comerte entera- le dije completamente excitada. -¡Soy toda tuya, amiga! y se acostó dejando sus piernas abiertas frente a mi cara.- Me acomodé, acostándome sobre mi estómago y dejé mi cara frente a ese panorama súper excitante que era la concha empapada de Maria, rebosante de flujo, cubierta solamente por una fina pelusa que me encandilaba solamente al mirarla. -Ábreme bien y disfrútala- decía ella entre suspiros. Mis dedos abrieron con sumo cuidado los labios mayores, dejando al descubierto un camino rosado, brillante de tantos líquidos que emanaba mi amiga, un camino carnoso coronado en el centro por un clítoris que parecía invitarme al mordisco. Recorrí todo ese paisaje con mi dedo índice, lo humedecí completamente, metí solamente la yema de mi dedo dentro del agujero de Maria y pude notar un temblor de placer en su vientre cuando ingresé levemente en la puertita de su cueva. Saqué mi dedo y lo metí en mi boca, saboreando sus jugos y viendo como ella se retorcía pidiéndome más. -¡No dejes de acariciarme, no dejes de tocarme!- me suplicaba entre gemidos. No podía ni quería dejarla así que acerqué mi boca para que esta vez mi lengua la probara directamente. Dejé que mi lengua la lamiera de abajo hacia arriba, de derecha a izquierda, metiéndole un dedo en su culo, a la vez que me encargaba de su clítoris, de rozarlo solamente con la punta de la lengua y abandonarlo completamente erecto y excitado, fuera de su pequeño capullo. -¡Muérdeme el clítoris! ¡Muérdemelo! ¡Chúpame completa! ¡Hazme gozar!- Esos eran los reclamos desesperados de Maria, que se movía de lado a lado de la cama, que no dejaba de elevar sus piernas al aire, de acomodarlas en mi cintura, de dejarme el camino lo más abierto posible para que yo lo recorriera sin problemas. -¡Me encanta tu sabor, Maria! ¡Me enloquece tu olor a hembra! ¡Eres tan dulce! -¡Dame más, dame más lengua, más lengua!
Y allí iba mi lengua, como si de un pene erecto se tratara fue directo a su agujero, se acomodó en el borde y comenzó a entrar y salir en forma descontrolada, siguiendo los movimientos de cadera de mi amiga, que no cesaba de suspirar, de retorcerse sus pezones, de pedir cada caricia que la transportara, de demostrar su calentura y exacerbar la mía. -Cójeme con tu lengua, seguí así, más, más, más-- gritaba sin poder controlarse. La cantidad de flujo que estaba produciendo me embriagaba, su olor me excitaba cada vez más y la sensación de sus líquidos cremosos en mi lengua me quitaban el aliento, pero los lamía con gusto, los esparcía por mis labios y no quería dejar de compartirlos con ella así que en medio de ese descontrol de gozo, abandoné su entrepierna para deslizarme hacia su boca y besarla, dejando que mi lengua llevara hasta ella su propia excitación, esparciéndolos por sus labios, batallando con su lengua, que pugnaba por entrar en mi boca con el mismo deseo que salía la mía en su búsqueda. Con ese mismo flujo lamí sus pezones y los noté hirviendo, duros como rocas y emanando un hilillo de líquido cristalino y agridulce. Bajé nuevamente por su vientre y cuando llegué otra vez a su entrepierna le levanté las caderas dejándola en un ángulo de 45 grados, expuesto su culito frente a mi boca. -Ahora Cójeme el culito con esa lengua, preciosa.- me decía con voz ronca. -Me encanta este agujerito.- y era verdad, era sabroso, pequeño, prieto, palpitaba y se tiñó de brillo con el flujo que arrastraba mi lengua desde su concha. Hice el trabajo de apertura con mi lengua para después ponerle un dedo dentro, notando con placer como sus músculos se contraían y lo encerraban en ese lugar caluroso y tierno. -Me encanta tu dedo, mételo y sácalo despacio. ! Fuerte- Mi dedo entró y salió de allí tantas veces como ella me lo pidió, hasta que un pequeño río de flujo bajo de la concha de Maria mientras que un gemido prolongado salió simultáneamente de su garganta. -Ay, ¡que divino!- Supe que había logrado su primer orgasmo y que ahora ella se dedicaría a mí, sin prisa, pero sin pausa. Me tendió de espaldas en la cama, se levantó un segundo para ir hasta su mesa de luz y regresó, para colocarse sobre mí cuan larga era. -Es el momento de que pasemos a ser solamente una, amiga.- Tras este comentario me besó en plena boca, su lengua buscó la mía con desesperación, besó mis labios con fruición y deslizó su lengua por mis mejillas, mordisqueó mis lóbulos, metió su lengua dura y caliente dentro de mis orejas lo cual aceleró mi pulso terriblemente y comenzó a susurrarme cosas al oído. -Quiero que actúes como una buena putita joven, que me dejes hacer cosas que nadie te va a hacer jamás- -Si, hazme lo que sea.- -Sentís mi conchita calientita apretando la tuya- susurraba en mis oídos -Te voy a enseñar como gozan las putitas chiquitas... ¿Quieres?- -Si, quiero.-. Su lengua bajaba por mi cuerpo dejando estelas de saliva húmeda y espesa. Empapó mis pezones con ella, envolvió cada uno con sus labios y los succionó una y mil veces, los estrujó con sus dedos, juntó mis pechos en el medio de mi tórax y su lengua vago de un pezón a otro frenéticamente, lamiéndolos, excitándolos. -Te gusta, amiguita- -Me estoy muriendo- ¿Como me gusta? ¡Estoy tan caliente! Bajó con su boca por mi estómago chupando cada centímetro de piel, tratando de refrescarla con su saliva y llegó a mi entrepierna. Besó delicadamente mis muslos, los lamió hasta llegar a mis tobillos, chupó cada uno de los dedos de mis pies sensualmente y sus ojos me miraban desde aquella lejanía, tratando de captar cada gesto, cada movimiento de mi cuerpo, atenta a cada deseo, a cada reacción mía frente a sus acciones. Después de chupar cada uno de mis dedos, hizo el camino inverso con su boca a lo largo de mis piernas y llego a mi entrepierna; Con sus manos separó delicadamente mis muslos y comenzó a acariciar mi vulva con la palma de su mano abierta, palpando la temperatura que allí había. -muy, muy caliente, ¿verdad? Me deseas mucho, cierto?- -Si, mucho.- Mientras escuchaba su voz ronca pensaba que no parecíamos dos adolescentes, que parecíamos dos mujeres hechas y derechas, dos hembras en celo y concluí que eso era así por la relación que habíamos tenido ambas: El tiempo y los deseos había hecho de nosotras dos tremendas hembras, hambrientas de sexo y lujuria. -Dios mío- ¡Que hermosa eres! Que concha más preciosa.- ¿Te gusta? Cómetela toda Maria, chúpamela por horas.- Y así comenzó mi delirio, la lengua de mi amiga no cesaba de moverse, de desparramar mi flujo, de penetrarme una y mil veces, de succionar mi clítoris dejándolo duro, de darle mordisquitos pequeños para después envolverlo con sus labios o empujarlo con su dedo índice para verlo salir erecto y triunfante fuera de su capullito, dejaba arrastrar su lengua desde el agujerito de mi concha hasta el de mi culo, de la misma forma en que lo había hecho yo, mojaba cuanto pliegue de carne encontraba a su paso, me dejaba sin aliento a cada segundo. -Que lengua maravillosa. ¡Cójeme con ella! Dámela más adentro -¡Tómala entonces!- y la metí más y más, mientras sentía que me consumía un fuego atroz. -Ahora si vas a gozar, amiga- Dicho lo cual me introdujo un dedo dentro de mi concha ardiente y uno en mi culito, los dos al mismo tiempo, juntándolos por dentro, presionando las paredes internas de mi vagina y de mi culo, como queriendo atravesarlas para unir ambos dedos por dentro. Esto hizo que diera un respingo tal en la cama que quedé casi sentada, teniendo en primer plano la mano de Maria dentro de mis dos agujeros al mismo tiempo, para caer nuevamente de espaldas ante cada tironcito que ella daba con sus dedos. -Ay, mi Dios- No dejes de moverte adentro- le supliqué a media voz. Sentía que me moría de placer. -Divino, ¿verdad? Estás muy mojada. Amo este olor que despides.-. Y sus dedos salían y entraban acompasadamente en cada uno de mis agujeros y mis caderas subían y bajaban sin control, mi vientre se sacudía ante cada embestida de sus dedos. -Veamos algo más- dijo, sacándolos de allí. Acto seguido, colocó un exquisito vibrador dentro de mi concha, en potencia mínima primero y aumentándola una vez dentro de mí. Cójeme Maria, por favor- Me muero de placer. ¡No aguanto más!- Y aumentó el ritmo de sus embestidas, el vibrador entraba y salía de mí, iba de mi concha a mi culo, dejándome esa sensación de temblor interno que me estaba anticipando un orgasmo descomunal. -Déjame chuparte Maria, déjame acabar con mi lengua dentro de ti.- Y las dos nos colocamos a punto para un 69 impresionante, las dos nos cogimos con nuestras lenguas sin piedad, no hubo dedo que no nos penetrara ni gota de flujo que no chuparan nuestros labios. –Ti pija esta tan rica, mi amor- repetía ella sin aliento. -Voy a acabar Maria, no dejes de cojerme… ¡Tu lengua, dame más lengua! Así, así... Hum, así… ¡Divina! ¡Fantástica! El orgasmo sobrevino para ambas de una forma tremenda, como si nos hubiera asolado un terremoto interno, dejándonos las piernas temblorosas y las manos sudadas, los pechos hinchados y las bocas empapadas, cremosas y llenas de gusto y olor a sexo. El beso final, el beso que unió nuestros orgasmos fue maravilloso, fue el beso que nos convenció a ambas de que ese amanecer nos había encontrado unidas como algo más que buenas amigas. Sin duda que mí vida estaba cambiando vertiginosamente y esos cambios me estaban fascinando.
mateocolon
Datos del Relato
  • Autor: mateocolon
  • Código: 18948
  • Fecha: 21-08-2007
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.28
  • Votos: 199
  • Envios: 1
  • Lecturas: 3369
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