Soy Marcela, tu linda putita
La primera vez que me vestí de mujer me largué a llorar frente al espejo. No de tristeza ni decepción, al contrario, me veía tan hermosa que ya no me reconocía como varón. Había llegado a un punto crítico de mi vida, necesitaba sentir lo que más pudiera como mujer. Deseaba moverme como ellas, ponerme sus ropas, sentir en mi cuerpo un perfume de mujer y sobre todo seducir a un hombre para que me penetrara día y noche.
Esa primera vez había tomado todos los recaudos para que no hubiera ningún desperfecto en mi apariencia.
Las ropas y maquillajes estaban calculados al milímetro y ninguna parte de mi cuerpo de hombre estaba sin depilar. Compré las mejores ropas que encontré y unos zapatos de taco alto que en aquella oportunidad casi me causan un orgasmo tan sólo de verlos puestos en mis pies. No estaba mal como mujer, era bonita y delicada y con unas ganas enormes de amar a un hombre y dejarlo satisfecho como si yo fuera una puta callejera.
Luego las ganas de vestirme de mujer me invadieron de manera permanente y entonces comprendí que estaba encerrada en un cuerpo de hombre. Me daba asco a mi misma. Me miraba y pensaba que no podría aguantar el resto de mi vida si permanecía en esa clase de vida varonil.
Un día decidí que era hora de probar mis encantos femeninos y entonces salí a caminar vestida de mujer por las calles a la noche. Sentí una extrañísima sensación de miedo y placer. ¿Qué diría si me reconocían o me paraba la policía? Y por otro lado sentir que al caminar, mis tacos emitían un sonido sexy, de putita caminando por la calle en busca de clientes o de un macho que se la cojiera.
Entonces sucedió. Fue un taxista el primero que me dijo algo por la ventanilla de su automóvil, algo así como "hermosa, te mataría". Me quedé helada parada en el cordón de la vereda. Él se dio cuenta de ello y entonces dio una vuelta para poder encontrarme.
Comenzó a andar con el taxi a la par mía y fue allí donde me propuso subir junto a él.
No sabía qué hacer. Estaba asustada y excitada al mismo tiempo, pero al final decidí subir a su vehículo. Se trataba de un hombre joven, no muy atractivo, pero bastante amable. Se dio cuenta de inmediato que yo no era una mujer, pero igualmente se prestó al juego. Detuvo el taxi y comenzó a acariciarme.
Confieso que me derretí en ese mismo instante y puse mi mano sobre su pija que ya comenzaba a pararse. Me pidió que siguiera manoseándolo en esa zona y así lo hice. Sacó su verga erecta y me di cuenta de que era enorme, realmente inmensa. ¡Mi día de suerte! pensé para mis adentros. No lo dudé ni un instante y me la metí en la boca atragantándome con semejante monstruo. Mientras me la metía lo más que podía en mi boca él me acariciaba el pelo y me decía que se la chupara toda, me decía puta, yegua, trágate todo y no sé cuántas cosas más. Sentí un estallido de leche hirviendo en mi boca y un gemido del taxista que sacaba su enorme pedazo mirándome a la cara. Quería ver mi boca chorreando su semen. Me tragué todo el esperma ayudándome con los dedos y miré hacia todos lados para ver si alguien nos había visto. Pero de repente una enorme vergüenza me invadió y salí corriendo del taxi alarmada por lo que había hecho.
¡Cómo me arrepiento de semejante error! Hoy podría tener una pija enorme más a mi disposición si hubiera mantenido el contacto. De todos modos pijas enormes me sobrarían más adelante.
Al volver a mi casa lloré de nuevo de la emoción.
Ahora estaba totalmente decidida a ser Marcela. Pero no fue fácil el cambio. Claro que todos en mi familia y en mi barrio me conocían como a un mariconcito, pero aparecer vestida de mujer de un día para otro sería demasiado. No me importó. Y así fue como aparecí con mi nueva estética frente a todos.
En mi trabajo (atendía una tienda de discos) me dijeron de todo y hasta me dijeron que estaba despedida, que era mucho para ellos. Pero algo les deben haber conmovido mis lágrimas porque días más tarde me llamaron para que me incorporara de nuevo. Ya no atendería a la gente, estaría en la parte de administración medio oculta. Al menos era algo.
Con el tiempo ahorré dinero suficiente y me puse un par de tetas hermosísimas. Todos mis compañeros me felicitaron el día que me vieron con semejante busto.
También me retoqué los labios e hice desaparecer definitivamente mi vello en la cara. Cambié mi color de ojos con lentes de contactos, mis peinados fueron cada vez más sofisticados y afiné mi cintura con una operación que me costó bastante dinero y recuperación en cama. Y allí estaba yo, Marcela. Convertida en una bella travesti aceptada por mis compañeros, mi barrio y mi familia.
Una vez que logré mis formas tan espectaculares y que aún hoy tengo, comenzó una etapa de seducción fatal con cuanto hombre se me cruzaba. El resultado no pudo ser mejor. Me acosté con hombres que jamás hubiera pensado que iban a aceptarme con una verga entre mis piernas, y sin embargo allí los tenía, con mi pija en sus bocas y sus dedos metidos en mi culo, frenéticos, totalmente calientes.
Recuerdo a uno muy jovencito que me hizo recordar a aquel taxista de verga monstruosa. Se llamaba Cristian y era un amante muy potente. Me metía su enorme miembro en mi culo y yo la sentía como si me llegara hasta el estómago. Se aferraba de mis tetas y me dejaba clavada contra la cama pidiéndole por favor que me la metiera hasta el fondo. También le gustaba meterse mi pija en su boca y salivarla mientras me masturbaba.
Era fascinante. Luego de semejantes noches solíamos quedarnos abrazados durante un largo tiempo en el que me acariciaba de una forma muy varonil y delicada a la vez.
A Cristian lo perdí cuando se casó. Le rogué de mil maneras que siguiéramos aunque sea viéndonos en secreto, pero él no quiso. Sin embargo ocurrió algo inesperado y que vino del propio Cristian. Fue su amigo Ramón, un hermoso tipo, flaco, alto y de unos ojazos enromes de color verde.
Un día Ramón trajo cartas que Cristian me devolvía y que no quería destruir. Fue tal mi reacción y mi amargura que entró a mi departamento a consolarme. Yo estaba vestida solamente con una camiseta muy ajustada y que encima me quedaba corta. Me salían tetas por todos lados y el culo casi lo tenía al aire. También se veía la punta de mi pija, cosa que evidentemente no le molestaba, incluso la miraba como hipnotizado. Le dije si le molestaba que estuviera así de impresentable y si le molestaba mi condición de travesti. Me dijo que no, que al contrario, me veía como a una mujer distinta, una mujer con verga, pero solamente eso. Levanté mi remera y se la mostré completamente. Él entonces la tomó con una de sus manos y comenzó a masturbarme mientras miraba mi rostro con esos ojazos verdes que tenía.
Inmediatamente se me paró, comencé a gemir y pedirle que me la chupara. No me hacía caso, seguía masturbándome pero sin animarse a llevarla a su boca.
Yo no deseaba más que eso en ese momento. Las cartas de Cristian estaban desparramadas por el suelo y ya comenzaba a olvidarme de él.
De repente Ramón se animó y empezó a pasarle la puntita de su lengua a mi pija erecta. Yo estaba super excitada y le pedí que me metiera los dedos por el culo. Me metía y me sacaba dos dedos de una manera majestuosa. Yo no aguantaba más pero me contuve, deseaba eyacular más adelante. Entonces retiré mi miembro ardiente de su boca y me puse con el culo bien para arriba. Lo primero que hizo Ramón fue chuparlo, pasarle la lengua por todos lados lubricándolo con su saliva. Bajó sus pantalones y dejó ver su pija bien gordita. No pude decir ni una palabra cuando ya la tenía adentro de mi ano. Me la metió y me la sacó decenas de veces.
Ramón me decía cosas hermosas mientras me cojía, quizá ha sido el hombre de mi vida que más me galanteó mientras me penetraba. Yo mientras tanto gemía y le gritaba que era su puta y que me partiera con su pija gorda. Y en realidad era eso lo que quería, que me partiera, que me hiciera sentir que mi culo se dividía en dos mitades.
Mientras me atravesaba con su poderosa pija y me hacía gozar como loca, empezó a masturbarme la mía que de tanto placer estaba muy dura. Luego de unos pocos minutos no pude contenerme y le mojé su mano con varios chorros de mi leche caliente y espesa. Oh, cómo lo amé en ese momento, me di media vuelta y lo besé con pasión.
Aquella primera vez con Ramón sentí que su leche traspasaba mis intestinos y se depositaba en mi estómago. Hubiera deseado que subiera por mi garganta y brotara por los labios para volvérmela a tragar nuevamente.
De esto hace ya cinco años. Hoy estoy pasando un momento de mi vida en el que sólo busco pijas y más pijas. Cuanto más enormes mejor, que me hagan doler y que me atraganten.
Quiero acostarme y cojerme a toda la humanidad masculina. Que entiendan que soy Marcela, una travesti que hace las cosas mejor que las mujeres, que soy una puta reventada que le entrega el culo a quien se lo pida y que en la cama ruega para sentirse una fruta abierta por cualquier pija dura, grande y cálida.
Marcela
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