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Todo lo que narro aquí, sucedió en la realidad y marcó mi vida.
Desde los que comencé a sentir cierto gusto por las mujeres, jamás se me pasó por la mente lo que más tarde pasaría. Aquello me dejó marcado, como con tinta indeleble, y transformó mi vida.
Jairo, mi primo, que tenía un año menos que yo, había llegado a pasar vacaciones junto con su hermano menor. Para mí y mis hermanos fue muy lindo conocer nuestros primos de quienes habíamos escuchado hablar pero no habíamos tenido la oportunidad de conocer. A los pocos días de estar en nuestra casa, donde se hospedaron, ya teníamos una relación de mucha confianza y realizábamos los juegos normales de muchachos de nuestra edad.
Pero un día, estando en un parque del barrio donde vivíamos, luego de jugar un partido de fútbol y estando tirados en la grama, llegó, en una conversación, el tema que siempre aparece: el sexo. Hablamos de las experiencias con chicas, de la masturbación, de las revistas pornográficas y mi hermano mayor propuso que cuando llegáramos a la casa nos metiéramos en una de las habitaciones e hiciéramos una competencia para ver quién se venía primero después de masturbarnos. Yo dije que no, no me gustó la idea... todavía tenía cierto pudor y me parecía que hacer eso, con mis primos, de visita, era como un acto ofensivo. Algo nos distrajo y la conversación concluyó sin que decidiéramos algo al respecto. Al rato nos fuimos de regreso a casa.
Yo me dediqué a ver televisión y de pronto sin darme cuenta me quedé solo en la habitación que en casa teníamos destinada para descansar y ver nuestros programas de t.v.. Siendo ya las cinco de la tarde me dispuse a buscar a mis primos y a mi hermano. Cuando me aproximé a la habitación de mi hermano me di cuenta que la puerta estaba cerrada. Entonces toqué a la puerta y escuché una voz, la de mi hermano preguntando quién era. Le respondí que era yo. A los dos minutos vi que él entreabrió la puerta y como mirando de manera vigilante dijo: entra, entra rápido. Le dije: pero qué pasa por qué tienes esa actitud. Cuando tenía medio cuerpo dentro de la habitación me jaló del brazo y cerró la puerta rápidamente. Entonces vi el espectáculo más divino que hasta ese momento hubiese podido presenciar. Estaba mi primo masturbándose y tenía una verga súper hermosa: de un color trigueño, como de unos 17 cm. Con una cabezota impresionantemente provocativa. Y todas esas sensaciones las sentí al sólo mirarlo, allí, sobre la cama de mi hermano boca arriba y ver que a pesar de haber entrado a la habitación no había dejado de masturbarse.
De pronto, se detuvo y me dijo primín, acércate; y yo, todavía confundido, sorprendido y sin poder asimilar lo que estaba sucediendo acudí como un manso corderito a su lado; me dijo siéntate a mi lado. Muy tiernamente tomó mi mano y la posó sobre su verga y me dijo: mastúrbame. Lo dudé un instante, pero al reaccionar me vi con ese monumento a la virilidad entre mis manos y lo acariciaba con toda la ternura que me inspiraba. En ese instante estaba excitadísimo y a la par que lo masturbaba él me miraba y dejaba escapar gemidos entrecortados de placer. Fue entonces cuando repentinamente, me tomó por el cuello y condujo mi cabeza hacia su verga. Me dije, para mis adentros, ¡ay! Mi primo desea que se la mame. Me sentí impresionado, nunca había pensado que ello me fuera a suceder. Pero de nuevo, mi voluntad no pudo resistirse a la invitación de saborear aquél platillo exquisito y delicioso: porque eso fue lo que sentí y experimenté cuando mis labios fueron succionando, primero despacio, y después de manera frenética, la verga más divina del mundo: la de mi primo Jairo.
Yo subía y bajaba por aquella hermosura, de la cabeza hasta la base y tocaba su bello púbico con mis labios y después le lamía el glande de forma circular hasta provocar el éxtasis de mi primo, quien gemía y me decía que nunca había sentido algo como lo que mi boca húmeda y enloquecida le prodigaba. Él gemía y con su voz varonil que me estremecía diciendo que siguiera: no te detengas, no te detengas... hazme venir...lo mamas muy rico.
Fue cuando sentí ese chorro abundante y caliente, en mi boca y ese sabor exquisito que bajaba por mi garganta; estaba atragantado pero no me separaba de su verga, hasta que le había exprimido la última gota de leche de macho, que emanaba de la fuente masculina de su ser. Algunas gotas resbalaban por la comisura de mis labios y él se apresuró a recogerlas con la cabezota divina de su verga y me las metió tiernamente en la boca. Fue único y divino.
Allí comenzó lo que sería el amor más grande de mi vida, el sentimiento que aún hoy permanece incólume y que me hace sentir y pensar en mi Jairo, en mi primo: mi hombre, mi macho, mi amante, mi vida, mi cielo, mi consentido, mi anhelo y mi deseo hecho hombre. Fue en aquella oportunidad que él con su virilidad me marcó y me hizo pertenecerle. Y hoy me declaro suyo en cuerpo y en alma.
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