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Me llamo Luis, tengo 63 años, soy fontanero pero estoy jubilado. Nada de curro. Mi vicio: los culos de las señoras. Me encantan. Ahora tengo uno a tiro, una casada de 44 años. Se llama Maribel, su marido es un ejecutivo de Telefónica, él se marcha temprano y regresa a última hora de la tarde. Ella es una tía bien, gimnasio, peluquería, spa. Vive en un chaletazo en Pozuelo. Alguna chapucilla he hecho en su casa. Todos los días me siento en un banco en un parque por el que trota Maribel a las 10:30 de la mañana. Lleva unos leggins ajustados a su culazo que me ponen a mil. Con su hijo veinteañero coincido en un pub por la noche, él con su tropa y yo con mis viejos colegas. Maribel casi ni me saluda cuando se cruza conmigo, como si le diera asco. Estoy gordito, vale, llevo unos pantalones desgastados por el uso, y la miro como si fuera a comérmela. Lo nota. A veces la espío y hace un año aproximadamente descubrí uno de sus secretos. Todos los miércoles, cuando libra el servicio, se colaba por la verja de su casa un jovencito, un pipiolo. Me extrañó. Le saqué unas fotos y se la enseñé a Miguelito, el hijo de Maribel: “¿Ese? El novio de mi hermana. ¿Cómo tiene usted esa foto, don Luis?”. “Cosas mías, chaval”. Un miércoles me metí en el chalet de Maribel y lo vi todo: se folla, o se follaba porque el chico ya no va por allí, al novio de su hija. Les hice fotos y hasta varios vídeos dale que te pego. Uno es magnífico. Maribel le comía la polla al chico en la chaise longue en el jardín, al lado de la piscina. ¡Qué putón, mi vida! He dejado pasar un tiempo pero ha llegado mi hora.
Ayer, cuando trotaba cerca del banco desde el que la miro a diario, me he parado a charlar con ella. Primero me contemplaba desde su atalaya de tía bien como si yo fuera un pigmeo sucio y desarrapado.
—Me gustaría hablar contigo, Maribel –le he dicho.
—¿Qué quiere, don Luis?
—Puedes tutearme, Maribel, guapa, si nos conocemos hace mucho.
—No le entiendo.
—Es que te veo con esos leggins apretaditos marcándote el culo y el chumino y me pones a mil.
—Se ha vuelto usted loco.
—Sí, sí, loco por follarte.
—Si no me deja en paz se lo voy a decir a mi marido.
—Y yo le podría contar otras cosas.
—No sé qué va a contar usted.
—Mira, guapa, quiero que estés preparada mañana en la chaise longue de tu jardín. Allí estaré a las diez y media y te voy a comer ese culo de putita como no lo ha hecho nunca ni el niñato aquel ni tu marido.
—¿De qué hablas?
Saque un sobrecito que llevaba y le enseñé unas fotos. Aparecía ella follando como una loca con el novio de su hija.
—Tengo muchas más y varios vídeos. A tu marido le gustarán mucho.
—Te pagaré lo que quieras por ellas.
Saqué un paquetito y se lo di. Había un tanguita negro, una faldita blanca muy corta y una blusita entallada.
—Quiero que estés mañana en la chaise longue preparadita con esta ropa tan bonita que te he traído.
—Es usted un depravado y un guarro.
—Mañana lo vas a saber bien, putita. Quiero que la puerta de la verja esté abierta a las 10:30.
—No lo haré.
Me levante del banco, me arrimé a ella, le puse la polla contra su muslo y dio un respingo.
—Eres un cerdo.
—A las diez y media.
Me marché andando tranquilamente. Era la primera parte de mi plan. También quería darle una lección al hijo de Maribel. Esa noche me lo encontré en el pub. Estaba hablando con sus amigos de sus ligues.
—A mi me gustan maduritas, son más calientes –les dije.
—Si tú no estás para muchos trotes, lo mismo ni se te levanta –se burló Miguel de mí.
—Precisamente mañana me voy a follar a una casada de la zona.
—Ja, ja, ja, no me hagas reír.
Esa noche cuando Miguel se iba en su moto hacia casa, le dije que si me llevaba, yo vivo de camino, en la zona de los pobres. Cuando me iba, le hice una propuesta.
—Si me quieres ver follar solo tienes que quedarte en casa mañana sin que lo sepa tu madre. Habrá un buen espectáculo en el chaise longue de la piscina.
—¿De qué hablas?
—De que mañana me voy a follar allí a tu madre.
—Tú no sabes lo que dices.
—No te lo pierdas, te gustará.
A las diez y media de la mañana me presenté en el chalet de Maribel. Iba sin afeitar, con la camisa por fuera, enseñando la panza. La puerta estaba abierta. Entré. Conocía perfectamente la casa. El jardín y la piscina están en la parte de atrás. Maribel no se encontraba en la chaise longue pero se había puesto la faldita blanca, el tanguita negro y la blusita que comprimía sus tetas.
—Desabróchate unos botones de la blusita y túmbate en la chaise longue de espaldas con el culito un poco en pompa, quiero vértelo bien.
—No…
—Haz lo que te digo.
—Esto podemos arreglarlo de otra manera.
—Quiero ese culito para mí.
Entonces le vi. Miguelito lo observaba todo desde unos setos. Le guiñé un ojo.
—Me estoy impacientando, cariño.
Maribel se desabrochó varios botones de la blusita.
—Quítate el sujetador, no nos va a servir para nada.
Sus tetas se sintieron liberadas. Eran magníficas.
—Desabróchate del todo la blusa, quiero ver esas tetazas.
—Esto no puede seguir.
Tenía una tetas grandes con unos pezones que pedían que alguien se los comiera. Sus aureolas oscuras y grandes me excitaban. Me acerqué y le acaricié las tetas, bajé la boca y le chupé los pezones. Ella se estuvo muy quieta pero su pezón se enderezó como si tuviera vida propia.
—Parece que le gusta.
—Como le va a gustar un viejo gordo y guarro como tú.
—Te va a encantar que te coma entera, Maribel. Ahora túmbate en la chaise longue de espaldas con el culito un poco en pompa. Será un espectáculo.
Lo hizo. Allí estaba la mujer del ejecutivo poderoso a mi merced. La faldita blanca le cubría a duras penas el culito. El tanga se metía en su rajita. Tenía un culo poderoso. Me acerqué y le levanté la falda. Me quedé admirando.
—Te voy a meter la lengua en el ojete…¿a qué eso no te lo hace tu maridito?
—Eres un pervertido.
Le bajé el tanga hasta la rodilla.
—Déjame, por favor.
—Verás que bien te lo pasas.
Ella estaba de espalda mirando hacia la piscina. Su culo blanco era un manjar que me atraía. Puse mi dedo corazón en su nuca. Y lo fui bajando muy lentamente por su espalda. Muy despacito. No tenía prisa. Mi dedo siguió el recorrido haciendo circulitos hasta llegar a su rabadilla. Apoyé mi palma de la mano en su rabadilla y mi dedo corazón siguió hacia abajo. Se posó en su agujerito, hice circulitos en el ano. No se lo metí dentro, seguí hacia delante, acaricié sus labios vaginales y mi dedo corazón tropezó con su clítoris. Después volví para atrás. Mi dedo tenía vida propia y deseaba entrar en su ano. Hice circulitos y le introduje el dedo en el culo. Hasta ese momento sólo la había tocado con el dedo corazón.
—Imagínate cuando te haga esto mismo con la polla, que la tengo como una piedra.
—Eres un obseso.
Puse mi lengua en su nuca y le dije al oído.
—¿Te gusta que te meta la puntita de la lengua en el ojete?
—Haz lo que quieras. Guarro.
Mi lengua hizo el recorrido con lentitud. Llegué hasta su rabadilla y segui, la di unos modisquitos y varios azotes. Mi lengua hizo circulitos en su ano, lo salibé. Le introduje la lengua, se lo rechupeteé bien. Mis dedos estaban en su chochazo, le acariciaba el clítoris. Y lo noté: estaba humeda. Escuché un gemidito.
—Te gusta ¿eh putita?
—No, no, no.
Yo me había desnudado. Tengo una buena polla y la tenía fuerte y dura, deseosa.
—Ponte de perfil, putita.
Lo hizo sin rechistar. Yo me situé detrás de ella. Agarré con mis manos sus tetas. Y entonces aproxime mi polla a su culito.
—Ay, ay, como la tienes. No me hagas daño.
—La tengo a punto para ti, guarrita.
Agarre mi polla con la mano y la moví desde su rabadilla hasta el clítoris. La moví y la moví restregándola contra su chochito. Sus pezones estaban enhiestos, rígidos. Miré a donde estaba su hijo. Tenía la polla en la mano y se masturbaba.
—Quiero follarte y follarte.
—Ay, ay, déjame.
Cogí su mano y la puse en mi polla.
—Mira cómo te desea.
—No, déjame.
Pero empezó a acariciarme la polla ella solita mientras seguía diciendo que no. Eso me puso más cachondo todavía..
—Qué grande la tienes.
—Y te la voy a meter enterita.
—Ay, ay, qué guarro eres.
Ella se había dado la vuelta y yo le había metido la lengua en la boca. Ella se abrazaba a mí como si estuviera desesperada. Yo tenía la polla retregándose contra su clítoris. Entonces me lo dijo.
—Ay, ay, cabrón, pervertido, cómo me estás poniendo.
—¿Quieres que te la meta?
—Ay, ay, déjame, soy una mujer casada.
Pero se pegaba a mí como una lapa.
—Ay, ay, qué pollón tienes.
Empezó a lamerme el pecho. Su boca estaba humeda, muy humeda, tanto como su chocho. Su lengua fue resbalando por mi barriga. Cuando quise darme cuenta tenía mi polla en su boca. Me mamaba el pene con desesperación. Me comió los huevos. Con sus dedos me acariciaba el ano. La dejé hacer. Fue una mamada monumental. Me metió la lengua en el ojete la muy guarra.
—¿La estás deseando?
—Sí, sí, métemela ya, por favor…
Puse la cabeza de mi glande en la puerta de su vagina. Sólo tenía metida la puntita. Mi dedo corazón estaba taladrando su culo.
—Dime que vas a ser mi putita.
—Ay, ay, follame, cabrón.
—Dime que vas a ser mi putita.
—Sí, sí, soy tu putita.
Entonces di un empujón con fuerza. Mi polla se hundió en su chocho como una taladradora. Empujé con todas mis fuerzas. Me moví sobre ella como un caballo loco. Ella daba gemidos fuertes, disfrutaba como pocas veces he visto a una mujer, estaba como enloquecida.
—Sigue, sigue, no te corras todavía –gritaba.
Pero me corrí salvajemente. Me derrumbé en el suelo y me di un baño en la espléndida piscina.
—Ahora me tienes que dar esas fotos —me pidió.
—¿Las fotos, putita? Antes me voy a follar ese culo de zorra que tiene. La hice ponerse a cuatro patas como un perrito. Todavía le resbalaba mi leche por su chumino y sus muslazos. Pero mi polla había recobrado la vida.
—No me hagas daño, por favor —gemía Maribel—. Mi marido nunca me ha tocado el culete.
—Y el noviete de tu chica.
—Menos. Ese era un pardillo.
Ella me decía estas cosas mientras mis dedos entraban y salían de su culo. Se lo dilataba poco a poco, primero un dedo, luego dos. Con la otra mano le masajeaba las tetas y le acariciaba el clítoris. Sentí otra vez su deseo. Puse mi polla en su culo.
—Ay, ay.
Metí la puntita, sólo la puntita.
—Ay, ay, que guarro eres.
Mis dos manos jugueteaban con su chocho. Empujé un poquito e introduje el glande entero.
—Ay, ay, sigue, sigue.
Le metí un poquito más. Ella gritaba. Se la metí entera. Mis dedos se movían como un pianista en su chocho.
—Ay, ay, muévete, muévete.
Ella se retorcía como una serpiente, sacaba el culo como si quisiera que le metiese más y más.
—Eres más puta de lo que creía.
Cuando acabé, su hijo se había marchado.
—Esto hay que repetirlo, putita —le dije.
—¿Repetirlo?
—Sí, sí. El miércoles estaremos aquí a las 10:30 como hoy. Prepara tu coñito y tu culo porque voy a venir con Manolito.
—¿Quién es Manolito? —me preguntó.
—Un chavalito simplón que no tiene éxito con las mujeres pero que tiene una polla descomunal, lo que te hace falta.
Pero esa es otra historia. Os la contaré si os ha gustado esta. Acepto comentarios y sugerencias y hasta escribo relatos por encargo si me gusta el tema.
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