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"Una mucama le da a su amante y jefe la mamada de su vida una tarde en la biblioteca "
La pobre sirvienta estaba indefensa, su amo Robert se encontraba recostado en su butaca favorita, ya está listo para la sesión de sexo de hoy, su pene estaba comenzando ya a ponerse erguido con solamente el pensamiento de su joven criada. Bella y sus carnosos labios pintados de rojo.
Como era su rutina, simplemente la llamo con su dedo, y Bella más que satisfecha consigo misma camino directamente a su amante,
La respiración de Robert se aceleró, ella le desabrochó los pantalones y deslizó su mano dentro, y para entonces él ya estaba listo, erguido, grueso y palpitaba de necesidad.
–Oh, Robert –susurró Bella en señal de aprobación, al tiempo que agarraba su miembro suave y rígido y lo acariciaba de arriba abajo una y otra vez.
Él gimió y abrió los muslos, con hambre de algo más. Ella se lo concedió, lo liberó totalmente de los pantalones y lo acarició, al principio con suavidad y luego con más firmeza. Robert curvó las manos sobre los brazos de la butaca y se aferró a ellos hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
Podía sentir la mirada de ella posada sobre su rostro, como si estudiase su reacción a la más mínima caricia... sabiendo los requisitos exactos del placer como una verdadera profesional. Con la punta de la lengua recorrió la curva de su oreja, haciendo que se volviera loco.
Él giró la cabeza, buscó sus labios y la besó con una temblorosa codicia mientras ella no paraba de acariciarlo. De pronto Bella interrumpió sus caricias. Dejó de besarlo y él abrió los ojos, confuso y ardoroso. La miró con una consternación llena de asombro bajo el pelo revuelto. No podía dejarlo así bajo ningún concepto. Él le había pagada, ere su dueño, su amo, su amante.
Sin embargo, comprobó con alivio que ella no se iba, solo estaba moviéndose para colocarse frente a él. Él la miró fijamente, necesitado, sorprendido y ansioso, consciente de que aquello era lo que había soñado. Bella le sostuvo la mirada, con su hermoso ros- tro seductor y sereno, y sus ojos azules como una orquídea oscura brillantes de deseo.
Apoyando las manos en los anchos muslos de Robert, se arrodilló entre sus piernas. Él se mantuvo a la espera con la respiración entrecortada, extasiado, nunca había estado tan excitado en su vida. Como una hermosa devota pagana, Bella deslizó las manos por el amplio pecho de Robert besándolo a medida que avanzaba. Removió con los dedos el rizado vello de su pecho y le rozó los pezones con la lengua mientras, más abajo, ahuecaba la mano y acariciaba su pene rígido.
Robert no podía creer su suerte. Una vez más iba a ver los hermosos labios rojos de su amante sobre su verga, iba a sentir su lengua lamer y chupar, como si necesitara de su leche para sobrevivir, lo deseaba a él.
Cuando ella descendió con sus besos hacia el vientre, lo invadió la conocida oleada de éxtasis. Bella trazó un círculo de forma suave y provocativa alrededor de su ombligo, y luego separó los labios mojados y recibió con lentitud e indecisión la cima de su imponente erección en su boca húmeda. Él apoyó la cabeza en el respaldo de la butaca con un gemido de deleite y tocó su cabello sedoso. Ella lo chupó amorosamente, lo lamio con todo su ser, lo llevo hasta lo profundo de su garganta y de regreso a la superficie, frotándolo vigorosamente en todo momento con sus manos cálidas y firmes, y acariciándolo con dulzura por todas partes.
Soltando un profundo gemido, Robert deslizó las manos por el pelo de Bella, inclinó la cabeza hacia delante y la miró, mientras le rozaba la mejilla con los nudillos lleno de un tierno y turbulento deseo.
Bella miró hacia arriba con una maliciosa sonrisa de mujer mundana, el ideal de los sueños de todo escolar, deslizando la punta de la lengua por su miembro. Su mirada sensual y cómplice se cruzó con la de Robert, y a continuación agachó de nuevo la cabeza, y dio vueltas y vueltas con la lengua alrededor de su glande, extraordinariamente sensible.
Tras varios minutos de lamer, chupar y succionar, frotarlo dentro de su boca, excitándose ella misma en cada momento, dentro de un absoluto éxtasis, cuando Robert ya no pudo más, sus piernas se tensaron y exploto dentro de la boca de su amada, la vio tragar su leche como un elixir.
Se limpió los labios hinchados, ya no tenía ni una pisca de labial rojo y podía saborear, dentro de su boca el sabor salado de su amante, como siempre se dio la vuelta y salió de la habitación, como si nada hubiera pasado dejando a Robert solo, aun con los pantalones en las pantorrillas y el pene medio erguido, respirando con dificultad por el éxtasis.
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