Eran tiempos de las magnolias en flor. Abriéndose majestuosas en las alturas, allí, alcanzables para pocos, liberando el polen abundante por sus múltiples pistilos, encanto de las abejas y aves. En el comedor de la casa flotan dos de ellas, en su pote de cristal. Y van rociando, citrina, pomelo, jazmines, notas dulces y ásperas hasta invadir toda la casa. Arriba, en el dormitorio, otras flores se abren al placer. Lento, subyugante, profundo. Como sus labios suaves separándose deseosos, llenándose de mi carne, succionando con fruición. Yo sostengo su trofeo, rígido, grueso, húmedo. Lo ofrezco, lo retiro, lo aparto lejos de su rostro. Espero el ruego. Entonces vuelvo a acercarlo, para que lo atrape con impaciencia, y lo introduzca hasta lo impensado, hasta la náusea y el gemido. Por momentos le permito menos, me vuelvo egoísta, y dejo que llegue a sólo una parte, que recorra con su lengua la redondez salada, sus bordes, que intente atraerla más adentro a fuerza de succión. Más abajo, entre sus piernas, sus manos están ocupadas en otra flor que se inunda de nectar y se abre, enrojecida, a fuerza de las caricias de sus yemas. Cada vez más cerca del climax, mientras presienten lo que está por venir. Las primeras gotas, zumo cristalino y suave, lo anuncian. Ella siente la sal en la lengua y apura su esfuerzo por exprimirme. Jadea. Me retiro. Le digo que es suficiente, ella se retuerce de impaciencia. Pide por favor, detalla su pedido con claridad. La obligo a repetirlo. Entonces me acerco y el juego se retoma. Hasta que comienzo a percibir los espamos en mi cuerpo, en mi miembro. Lo comienzo a sacudir con rapidez. Siento que está brotando, la explosión es cercana. Lo anuncio. Ella gime de emoción, los dedos se mueven cada vez más rápido entre sus piernas, mueve las caderas. Su boca se vuelve una flor abierta y deseosa, jadeante. Un gemido mío y la tibieza estalla en sus labios, en su mentón tembloroso. Se esparce y corre por el rostro, viscosa y cálida.. Ella intenta recuperarlo, con su lengua, con sus dedos. No quiere perderlo. La ayudo llevando todo ese líquido hacia adentro con mis dedos, para que lo beba, se alimente de él, de su sal y su dulzura. Hasta que no queda nada. Afuera, el mundo ignora tanto derroche. Acaso las magnolias en las alturas lo pueden captar,mientras estallan de blancura, tan majestuosas e inalcanzables, para muchos.