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MADRASTRA VIOLADA

A los trece años quedé huérfano de madre, y mi padre volvió a casarse nada menos que con la criada, una muchacha de veintitantos años, guapa pero de muy mal carácter, muy resentida por lo mal que le había tratado la vida y que al poco tiempo se hizo dueña de la situación, dominó a mi padre y me empezó a hacerme la vida imposible.

Mi desgracia comenzó cuando una tarde me descubrió masturbándome en el cuarto de baño precisamente con sus braguitas, que yo había cogido de la cesta de la ropa sucia y que, tras olerlas y lamerle los juguitos vaginales depositados en la entrepierna, me disponía a pajearme encima de ellas. Yo había olvidado echar el pestillo y ella abrió de golpe la puerta del wc en el justo momento en que me corría sobre su pantaleta. La que se armó fue indecible. Mi padre me propinó una soberana paliza, dejándole el cuerpo lleno de rasguños y moratones, mientras mi madrastra me llamaba de todo lo peor: degenerado, pajillero, vicioso ., sin olvidar mencionar a mi pobre madre muerta, que fue lo que más me dolió.
- Sales a la puta de tu madre, que tenía sequito a tu padre de tanto follar.

El caso es que a partir de entonces me obligaba a dormir con la puerta de mi dormitorio abierta, así como la del cuarto de baño cuando me duchaba o hacía mis necesidades, para comprobar que no me pajeaba.
- En esta casa no se hacen cochinadas, desgraciado - me repetía una y otra vez, con la complicidad de mi padre, que estaba dominado por ella y no se atrevía a contradecirla.
Así que yo me buscaba la vida fuera de casa para desfogarme de mis calenturas adolescentes, y cualquier lugar era bueno para meneármela: en el colegio, en el bus . y hasta en la calle(me metía las manos en el bolsillo y me iba pajeando mientras caminaba).

Más de una vez había manifestado mi madrastra su intención de no tener hijos, a pesar de que mi padre los deseaba. Ella decía que los embarazos le perjudicarían su esbelta figura y que con un "pajero" en casa era suficiente. La vedad es que ella gastaba la mitad del sueldo de mi padre en gimnasio, masajes y potingues. La antigua criada quería parecer toda una señora y deslumbrar a nuestras amistades.

Mientras curaba mis hematomas de la gran paliza que me diera mi padre por la famosa gayola, yo iba pensando mi venganza hacia aquella perra intrusa. La idea me surgió una tarde cuando reparé que en el edificio de enfrente a mi casa había un grupo de operarios que, en vez de trabajar, se pasaban un buen rato observando a mi madrastra tras la ventana. Eran unos albañiles y pintores inmigrantes, rumanos y marroquíes. Se recreaban contemplando a la linda mujer mientras se cambiaba en su cuarto, con las cortinas descorridas, sin que ella se diese cuenta. Yo observaba como se calentaban y el paquete de sus pollas abultaba bajo los monos de trabajo.¡Con qué ganas le echarían un buen polvo!

Así que fui a por ellos: dos rumanos y un árabe. Los esperé a la salida de la obra y les ofrecí todos mis ahorros, a cambio de que hiciesen gozar como a una perra a mi madrastra. Inventé una historia increíble: que era ninfómana, que mi padre no podía complacerla porque era impotente y que ella estaba deseando una experiencia inolvidable. Los jóvenes se frotaron las manos, en sus ojos brillaba la lujuria y ultimamos los preparativos.

Aquella tarde mi madrastra estaba sola en casa. Llamaron a la puerta y al abrir se encontró con aquellos tres fornidos muchachos. La empujaron hacia adentro, cerraron la puerta, le taparon la boca y a empujones la llevaron al dormitorio matrimonial. Al poco llegué yo, que me escondí tras la puerta semiabierta, por cuya rendija podía ver todo. No tardaron en tumbarla sobre la cama y desnudarla por completo. Ella se resistía como podía y trataba de gritar. Cesó de gemir cuando el moro le metió su cipote gordo y venoso en la boca hasta las mismas amígdalas. Ella tuvo arcadas pero al poco la polla árabe ya estaba en todo su esplendor y entraba y salía facilmente en medio de un río de saliva.
Los otros dos hombres se repartían el coño y las tetas. Un rumano había metido su cabeza en la entrepierna de la mujer y le lamía con delectación la concha hasta sentir los jugos de la mujer. El otro le magreaba los pechos hasta ponérselos al rojo vivo y de vez en cuando le succionaba los pezones, negros y erectos de la excitación.

Durante un buen tiempo mi madrastra se resistió a la violación, pero el habilidoso rumano que se encargaba de su chocho debió excitar sobremanera su clítoris que la mujer empezó a arquear el cuerpo para sentir más intensamente la ágil lengua y con sus propias manos tomó la poronga del moro por los huevos, apretándoselos primero y luego lamiéndoselos con avidez para alternar con aquel glande gordo y sin pellejo, propio de los musulmanes. ¡La muy zorra ya estaba entregada a aquel placer orgiástico!
No tardó el rumano en meterle su verga en la almeja bien lubricada. La mujer sintió todo aquel miembro descomunal dentro de su útero, sus labios vaginales se hincharon y ella con la mano libre se tocaba el clítoris para sentir más placer. Al cabo de un rato sel hombre se corrió dentro de ella, en medio de grandes espasmos y ella tuvo su primer orgasmo al sentir aquel raudad de leche caliente en sus entrañas. Salía la lefada a borbotones de su concha, cuando el marroquí sacó su polla de la boca de la mujer y se la metió con facilidad pese a su tamaño dentro de aquel coño húmedo y resbaladizo; el plof-flof de los jugos íntimos resonaban con fuerza. El otro rumano se sentó sobre el vientre de mi madrastra y le metió su pene en la boca hasta los mismísimos cojones. La mujer jadeaba entrecortadamente y yo desde mi escondite sólo podía escucharle un más-más-más desesperado. Estaba en pleno clímax la zorra cuando el otro rumano pidió paso y obligó al marroquí a cederle la chucha recaliente y enrojecida por las anteriores penetraciones. No tardó éste en correrse dentro mientras ella le atenazaba el culo con las piernas para sentir más intensamente el embiste.

Bien es conocido de todos la pasión y obsesión que tienen los árabes por el orto. El marroquí, tras un nuevo orgasmo de mi madrastra, la obligó a ponerse a cuatro patas. Ella se imaginó lo que se avecinaba y opuso una resistencia inicial, pero el moro le abofeteó con fuerza y la obligó a ponerse de espaldas. Los otros dos hombres se pusieron con sus pollas ante su cara al tiempo que la sujetaban por los brazos. El marroquí ensalivó su verga y dirigió su gordo y cincuncidado al ano. Sin contemplaciones, impulsó con fuerza y le metió toda la poronga dentro. La mujer gritaba como una poseída entre el dolor y el placer. El moro empezó a bombear rítmicamente al tiempo que la masturbaba con la otra mano. El placer que sentía la muy puta era indescriptible, se corrió varias veces al tiempo que mamaba las pollas de los dos rumanos al tiempo, que volvían a estar erectas. Al cabo de un rato, los tres hombres se vaciaron en los respectivos orificios. Ella sorbió hasta la última gota de semen de los rumanos y al retirar su pollón el árabe, raudales de lefada salieron a borbotones del orto ultrajado.

Terminada la violación, los hombres se recompusieron como pudieron y abandonaron rápidamente la casa. Mi madrastra aún estaba echada sobre la cama, sudorosa y agotada, en medio de fluidos seminales y propios, cuando entré yo en el cuarto. La muy puta no tenía fuerzas para hablar ni para incorporarse. Sólo supo decirme con voz entrecortada:
- Esto es muy largo de contar. Te suplico que no digas nada a tu padre, y yo te prometo que mi actitud hacia ti va a cambiar radicalmente, hijito.

Aquella noche dormí con la puerta de mi habitación cerrada, me pajeé las veces que quise rememorando el episodio vivido en la tarde y me corrí intencionadamente sobre las sábanas para que al día siguiente mi madrastra tuviese que larvarlas todas pringadas de abundante leche. Pero lo más curioso fue escuchar a la muy puta decirle a mi padre aquella misma noche:
- Querido, creo que va siendo hora de encargar un bebé.
El temor a quedarse embarazada después de la orgía hizo que tomase aquella determinación y engañar así a mi padre. Dentro de un mes dará a luz un bebito, y yo estoy ansioso de ver a quién se parece: si tiene los ojos de papá o el pelo rubio de los rumanos o la negritud del moro. ¡Mientras tanto, yo vivo como Dios!
Datos del Relato
  • Autor: arthur
  • Código: 20816
  • Fecha: 07-03-2009
  • Categoría: No Consentido
  • Media: 6.11
  • Votos: 62
  • Envios: 1
  • Lecturas: 28882
  • Valoración:
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Comentarios


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4 comentarios. Página 1 de 1
invitado
invitado-invitado 07-02-2014 22:01:21

magnifico relato heee me calento mucho

luis
invitado-luis 14-11-2013 00:40:14

paste la fot de tu madrastra

lobo_caliente
lobo_caliente 07-08-2013 01:03:44

bun relato heee, muy bueno

rafa
invitado-rafa 26-06-2009 00:00:00

... es uno de los mejores relatos que lei, hasta me hice la paja CONTINUA!

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