La mujer me dijo que me desnudara. Después me colocó una venda sobre los ojos y me puso los grilletes de la pared en las muñecas, dejándome inmovilizado...y totalmente vulnerable.
-Ahora espera- me dijo antes de salir y cerrar la puerta.
Durante unos momentos me asaltaron los peores temores. ¿Qué hacia allí, en aquel burdel, esperando a una mujer que no conocía? ¿Y si mis amigos me habían engañado? ¿Y si la tal Madame X no existía? Estaba empezando a preocuparme de veras cuando oí abrirse la puerta y volver a cerrarse. No escuché nada más, pero percibía la presencia de alguien más en la habitación. Llegó hasta mí el olor penetrante de un perfume, tremendamente sugestivo, que no pude identificar. Mi corazón empezó a latir rápidamente.
-¿Madame X?- pregunté tímidamente.
No recibí ninguna contestación, pero unos ligeros pasos me indicaron que alguien se acercaba. Me puse tenso, esperando recibir un golpe, o una cuchillada, o....
Unas uñas acariciaron mi pecho. El vello se me erizó como si una corriente eléctrica me hubiera atravesado y solté un pequeño grito. Un dedo se situó sobre mi boca, indicándome que no hablara. El dedo empezó a recorrer mis labios, despacio. Los abrí ligeramente y se introdujo en mi boca, acariciando los dientes, la lengua... Empecé a lamerlo humedeciéndolo con mi saliva.
Ya empezaba a tranquilizarme. ¿Ella?, porque me asaltó la duda de que no fuera una mujer, sacó el dedo y lo deslizó por mi barbilla hasta llegar al cuello, donde se recreó durante unos instantes.
Mis dudas se despejaron cuando se acercó más y pude sentir el contacto de sus pechos sobre mi cuerpo. Tenía los pezones duros. Debía de ser alta, o llevar unos tacones exagerados, pues su roce lo sentía a la altura de mis pectorales.
Sus manos se entrelazaron con las mías y se apretó contra mí, para que tomara conciencia de su cuerpo. Empezó a restregarse, arriba y abajo, en círculos. Podía sentir el calor que desprendía, la turgencia de sus pechos, su tamaño...mi cuerpo reaccionó excitado.
Se quedó quieta. Sentí un ligero mordisco en el cuello, luego otro, iban acompañados de caricias con la lengua, con los labios...y fue descendiendo. Fue un recorrido completo, recreándose en cada centímetro de piel. Sus manos masajeaban mis costados, mis caderas, hasta llegar a los muslos. En ese momento se arrodilló.
Su respiración tan próxima, un aliento cálido y húmedo, me enervaba. Fueron unos segundos de tensa espera. Quería estar dentro de su boca, pero ella jugaba con mi impaciencia, con mi deseo, con mi necesidad.
-¡Hazlo ya!- le dije con tono perentorio.
El pellizco por sorpresa, en la base del pene, me produjo un intenso dolor y emití un quejido. Era el castigo que merecía. Ella tenía el control, y yo no era más que un juguete en sus manos. O lo aceptaba o tendría que enfrentarme a las consecuencias.
-Perdona- dije verdaderamente arrepentido – no lo volv.....
El final de la frase quedó suspendida en el éter. Sus labios se posaron sobre mí, y lentamente fueron avanzando, despacio, muy despacio, hasta que su boca me envolvió completamente. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, intensificado por el contraste de la calidez de su caricia.
Ella inició una rítmica danza. Adelante y atrás. Sus manos me hicieron separar las piernas y sus dedos se perdieron entre las zonas más sensibles de mi cuerpo, llegando a lugares absolutamente vírgenes. La sensación era indescriptible...
Continuará.
Alberto D. 2004