~~No tenìa
ninguna necesitad de llegar tan temprano, en plena noche, a Venecia,muchas
horas antes de la cita con su madre; por eso al aeropuerto de Pisa
ella cogiò el tren hasta Florencia y después un simple
directo hacia la ciudad de la laguna. Este tren por su moderada velocidad
y las frecuentes paradas parecìa sobresaltar por la via, specialmente
en proximidad de las estaciones, lo que le procuraba a ella, junto
a los sobresaltos del cuerpo una sensaciòn quizà immaginaria
de frotamiento de los muslos entre si mismos. Su vagòn de primera
clase estaba poco ocupado y su compartimiento totalmente vacìo.
Ella habìa apagado la luz blanca y encendido la azulada; querìa
dirigir sus pensamientos a la visita de Venecia, que no habìa
jamàs visto, y al encuentro con su madre, de la cual habìa
estado separada desde la edad de diez años: quien sabe si el
tiempo y los jadeos le habìan conservado aquella belleza y
silueta que le habìan merecido el apodo de Valquiria.
Pero el monòtono balanceo del tren volvìa su mente hacia
atràs, hacia aquella fiesta veledictoria, en que ella, alemana,
habìa rehusado juntarse a los alegres grupos de estudiantes
americanos porque jamàs habìa logrado liberarse de la
sensaciòn màs o menos imaginaria de ser desagradada
a los estadounidenses: causa de eso fue sobre todo la cinematografìa
hollywoodiana que habìa representado el nazismo – y la
extenciòn a toda la Germania era muy fàcil come el
mal absoluto.. Ella preferìa la compañìa de las
alemanas del Norte, muy serias y estudiosas y de sus compañeros
también. Hasta los bàvaros demasiado propensos a la
cerveza y las bàvaras listas a acostarse a cualquiera olìan
mucho a transalpinos, a italianos.
Los italianos! Desde la edad de diez años ella viviò
con su padre en Argentina, donde el se habìa refugiado al final
de guerra en Europa por razòn de su pasado nazista; de él
habìa aprendido no tanto odio contra los italianos, mas bien
desprecio como cobardes y traidores. La opiniòn de su padre
era que ellos fueron la causa de la derrota del Tercer Reich por su
desastrosa campaña de Grecia, que, aplazando de un mes la Operation
Rotbart contra la Russia, permetiò su salvaciòn
gracias a la intervenciòn de su mejor general, el Invierno.
Verdad, muchas compatriotas suyas halababan entusiasticamente las
vacaciones a las playas de la Riviera Adriàtica, donde habìan
disfrutado junto de mucho sol de sustanciosas porciones de salsichòn
italiano, como decìa la màs atrevida de ellas.
La fiesta se habìa desarrollado en un hotel entre regocijo
espontàneo y alegrìa forzada: rico buffet, un mar de
bebidas con o sin alcohol, mucha musica tanto estruendosa como melancònica
y bailes en consecuencia. Los variados grupos cantaron canciones de
sus paises y los alemanes algunos de sus dulces Lieder. Inge ! Ingeborg
! Ella era profundamente alemana, aun su nombre era intraducible !
Cuando algunos empezaron a sufrir y a manifestar los efectos de las
demasiadas jarras de cerveza o vasos de bebida de alta graduaciòn
y a abandonarse a sus personales disinibiciones, ella preferiò
visitar el fresco parque y las salas de reuniones bien decoradas ;
sòlo los pisos habìan sido cerrados. Caminando por los
pasillos ella pasaba cerca de algunas habitaciones, cuyas puertas
estaban cerradas, y podìa oìr sin embargo voces, risas,
gémidos. Pero una puerta entreabierta ofreciò a su vista
un espectàculo que por un lado despertaba su curiosidad, por
otro le suscitaba asco. Un joven de espesa cabellera negra, extendido
a través de la cama, desde el borde soltaba colgar sus piernas
de modo que su pubis se habrìa sido quedado prominente y expuesto
si una muchacha, arrodillada cerca de la cama no lo hubiese ocultado
con su cabeza y con un montòn de rubio pelo suelto, que se
derramaba hasta las caderas de él. El tìo se dio cuenta
que una persona extraña estaba observandolos màs allà
del umbral, lo que le sugeriò el proposito de ofender su vista,
excitar sus sentidos, lanzar una llamada, recojendo todo aquel pelo
rubio sobre la cabeza de la hembra para descubrir en esa manera todo
el panorama de la acciòn sexual: las manos de la muchacha extendidas
apretaban de uno y otro lado como un estuche un poderoso miembro tan
largo que todo su prepucio se salìa de la manos de ella, la
cual con movimiento ritmico acercaba aquel instrumento a sus hùmedos
besos y alternadamente a lentos, alargados lametones desde los testìculos
hasta el cubierto glande ; màs bien que un impulso sexual un
officio ritual, como lo de las adoradoras del pene, una secta secreta,
da la que habìa oìdo susurros.
La alemana acceptò el desafìo y permaneciò en
su lugar mirando fijamente la acciòn excitante, por lo que
apretaba sus labios vueltos a abrirse para una respiraciòn
jadeante, cerraba sus manos tentadas por la llamada de su intimidad,
padecìa el trastorno de su entrañas que derramaban fluidos
genitales en las bragas y los muslos. Un duro esfuerzo de voluntad
le permitiò de pararse en su lugar, inmovil, como si fuese
indiferente a lo que se ofrecìa a su vista. Un imperioso ademàn
del macho hizo que la hembra descubriese el glande lustroso y flamante,
un grueso fruto rojo, que la adoradora tragò con mucha avidez,
pero con mucha contrariedad del hombre, que habrìa preferido
extremecer la rival con irresistibles lamidas y chupadas del glande,
por lo que pagò con un golpe de una de sus piernas la esclava,
que tumbò hacia atràs. Pues el volviò su miembro
masturbandolo hacia la intrusa para insultarla con chorros multiples
y largos; pero a la puerta no habìa ya màs nadie.
Alejandose de allì pareciò a la alemana oìr dos
vulgares palabras seguramente dirigidas a ella
buttana(*=puta) y cunnu (*=coño); claro que aquel tìo
era italiano y para colmo siciliano. Ella sintiò la exaltaciòn
de la victoria sobre aquel bruto una màquina para follar ,
lo que engendrò el efecto de aplacar su tensiòn genital.
Pero ahora en el tren la nocturna soledad y la media luz azulada insinuaban
ambiguos sentidos y revolvìan su mente con insostenibile evidencia
a la escena que sin monstrar trastorno habìa fijamente mirado
durante la fiesta y sobre todo le procuraba aùn en el mismo
tempo atracciòn y miedo aquel recorrido intenso, alargado,
lento de una lengua femenina sobre la entera longitud dorsal de un
pene que parecìa interminabile. En aquella situaciòn
el sentido del desafìo le habia proveido la energìa
necessaria para no ceder en el combate , pero ahora no sabìa
màs donde colocar sus manos, que adondequiera contactasen su
cuerpo lo hacìan sobresaltar. Arreglandose la ligera blusa
rechazaba la llamada de sus pezones endurecidos, estirando la falda
demasiado corta luchaba contra la tentaciòn de subir sus manos
bajo la falda hasta su regazo. Segùn una habitual costumbre
suya entonces entrelazò sus manos inquietas detràs de
su cabeza inmovilizandolas contra el cabezal, una postura que los
respectuosos compañeros suyos juzgaban muy agraciada sin añadir
que era aun algo excitante por que en esa manera su pecho se asomaba
mayormente y mayormente se descubrian sus largas bonitas nòrdicas
piernas cruzadas.
El combate interior entre la necesidad de un alivio sexual y el rachazo
de su complimiento se volvia por si mismo excitante de manera que
se dio cuenta que sus bragas estaban de nuevo humedecidas. Eso no,
no podìa en ninguna manera sufrirlo: necesitaba mutarlas. Adonde?
En la latrina claro que no, un lugar de indecencia y de hediondez
donde las sacudidas del tren marchando te traquetean sin piedad; pues
allì mismo en el compartimiento vacìo y semioscuro,
donde nadie seguramente ingresarìa, por la noche, el tren marchando,
ni siquiera el revisor.
. Sacò de prisa desde su maletìn el primer par de bragas
que su mano cogiò, un delicado tanga de seda violàcea.
Empezò la operaciòn. Sin embargo tenìa aùn
miedo que alguién ingresara, pero también un subcosciente
deseo que alguién apareciera a mirar su rubio sérico
seto que ocultaba su intimidad trastornada. Ahora en la tentativa
de buscar un sitio adonde echar sus bragas de ambiguo olor –bueno
o malo?—se le ocurriò pensar una extravagante fantasìa
– Y ya acusan las prusianas que les falta la imaginaciòn
. Bajò la ventanilla y echò aquel ligero velo afuera
hacia los campos, donde quizà un campesino lo habrìa
encontrado, palpado, olfateado y usado como estuche de su polla para
una menuda masturbaciòn. Màquinas espermàticas!
repidiò. Pero màs divertido y aun excitante imaginanar
que por el remolino del tren marchando aquel aromàtico mensaje
a través de otra ventanilla abierta tumbase sobre la cara de
un joven adormecido que despertandose sorprendido y excitado se morirìa
de ganas de conocer la remitente de aquel presente. O bien sobre la
cara de una linda donzella : esa habrìa sentido una molesta
repugnancia o una deliciosa llamada?. Tal vez Inge habìa preguntado
con si misma si en su subcosciente se ocultaba una inclinaciòn
sàfica y, en su presente trastorno, revolvìa a preguntarselo.
A pesar de que esta posibilidad no la preocupaba de ninguna manera
– al fin y al cabo mejor una suave rubiecita que un bruno selvaje .
Habia tal vez acogido en su cama su compañera de habitaciòn,
una linda avispada danesilla para escuchar el cuento de sus hazañas.
Aunque con la respectable prusiana ella bajase tono y linguaje de
sus relatos, una noche no se detuvo declarar : » Tù eres
en mis entendederas un misterio sexual. Pero tarde o temprano no podràs
evitar de estallar. En aquel momento mejor serìa tener al lado
un guapìsimo y bien forndo tìo, si no al menos un buen
consolador; en caso desperado se puede pedir ayuda a los tres dedos
medianos juntos de la mano derecha . No serà el màximo,
pero tu te sentiràs aliviada y satisfecha . La chica
no era tan atrevida como querìa aparecer, pero en eso momento
necesitaba su cuerpo para abrazarla, su cara para besarla, sus manos
para ser acariciada y algo màs. Cuando la mente es penetrada
hasta las màs profundas circonvoluciones cerebrales y el cuerpo
hasta las màs lejanas células por los tentàculos
de la sexualidad sòlo una tormenta puede purificar el aire.Ella
mirò sus tres dedos medianos de la mano derecha , juntos
Mas de inproviso y de golpe el trastorno interior se bloqueò
un minudo seguendo antes del momento de no regresso cuando a la parada
del tren la puerta del compartimiento fue rapidamente abierta y un
hombre robusto en la obscuridad ingresò, echò su maletìn
sobre la rejilla y, sin darse cuenta de una presencia ajena, se extendiò
boca arriba sobre toda la longitud del otro assento y se adormeciò
de inmediato. La sorpresa fue rapidamente asimilada y volviò
la mente de la hembra a otros sentidos. Encima del vientre del hombre,
que una respiraciòn pesada alzaba y bajaba alternativamente
surgìa – realidad o imaginaciòn – un grueso
bulto. Màs que la vagina ahora la boca se volvìa voraz.
Acercarse, abrir la cremallera, sacar todo aquel montòn en
el mismo tiempo amenazador y llamativo, tratarlo como las adoradoras
Su vagina ya goteaba y el escaso tanga estaba todo empapado. Maldida
su tonterìa de tener asco y desprecio de lo que en eso momento
habrìa resuelto todo el trastorno: justamente las españolas
lo llaman consolador.
El hombre la miraba. Se habìa levantado y se acercaba a ella,
mas antes que èl era su polla turgida y hinchada, perfecta
en su preciosa hechura, que avanzaba: se enfrontaron despladada determinaciòn
y artes marciales; la ligera vestitura fue rasgada y la inevitabile
penetraciòn mezclò flùidos negros y rubios no
compatibles.
El tren se habìa parado a la estaciòn de Mestre, que
es la antesala de Venecia. El ferroviario, casi obedeciendo a un despertador
interior, se levantò, tomò su maletìn desde la
rejilla, abriò la puerta. Sòlo en aquel momento se di
cuenta de la presencia de una compañera de viaje. Mirò
a ella de los pies a la cabeza y exclamò sin aprieto: Qué
coño imperial ! y se alejò por el pasillo.
La severa alemanna en lo profondo sufriò aquella indiferencia
y aquel saludo, que entendiò no ser un saludo.
Otro pene dueño , exclamò. Maquina de esperma!
Después mirando a si misma se dio cruenta de que jugos suyos
habìan fluido hasta los tobillos secandose. No ostante todo,
ahora se encontraba tranquilla y serena, casi satisfecha.
En un cuarto de hora llegarìa a Venecia.