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Luisa, la amiga de mi madre (2)

Pasaron unos días y Paco fue incapaz de coincidir a solas con Luisa. Siempre estaba para arriba y para abajo, buscando trabajo, haciendo entrevistas, hablando con su abogado para su inminente divorcio… Si estában Marisa, ella y Paco, se mostraba muy abierta y sonriente con el chico, pero en cuanto su madre los dejaba, ella, tenía una excusa para desaparecer.



Por eso le sorprendió, que un domingo se ofreciera a ayudar a Paco a hacer la comida mientras su madre veía la tele en el salón.



Paco llevaba un delantal para no mancharse y estaba centrado en que no se pegara el arroz. De pronto, una mano se colocó entre sus pantalones y el delantal a la altura de su entrepierna y una voz le susurró al oído:



- Siento haber estado tan distante, cariño, pero comprenderás que es difícil para mí después de más de veinte años de casada. Pero he superado esa barrera. Quiero probar tu polla.



Se giró alarmado.



- Bueno, esta noche si quieres…



- No, la quiero ahora – ella fue agachándose poco a poco hasta ponerse de rodillas. La polla de Paco ya estaba a cien.



En el cristal de la puerta se veía el reflejo de su madre levemente. Por el cambio de luz entre la cocina y el salón, seguramente, aunque mirara, ella no vería el reflejo.



Luisa metió su cabeza bajo el delantal y tiró un poco hacia abajo de los pantalones.



Sin ver la actividad, pudo sentir su lengua en su glande. Paco se apoyó en la encimera y la dejó hacer.



Veía el movimiento hacia delante y hacia atrás en el delantal. Sus ojos estaban entre ese movimiento y la puerta, procurando controlar a su madre.



La mamada era lenta y su lengua jugaba con la polla del chaval.



Sentía como, de vez en cuando, la sacaba, escupía y lo masturbaba. Después volvía a la carga.



Quería ver lo que pasaba ahí abajo, así que se quitó el delantal y la vió.



Esa madura resplandeciente con la boca llena de su polla. Se la veía concentrada. Una auténtica maestra en el arte de la felación. Su cabeza giraba levemente a un lado y a otro.



Paco observaba a la madura que le comía la polla y, de vez en cuando, a su madre, sentada en el sofá del salón, a través del reflejo de la puerta.



Apoyó la mano en su cabeza y acompañó su movimiento acariciando su cabello. Bajó y la agarró de la nuca. Ella apoyó sus manos en el joven culo atrayéndolo hacia sí. Sus labios se veían abultados y un chorrillo de saliva le caía por la comisura.



Paco bajó su mano y desabrochó un par de los botones de su camisa, hasta donde llegaba.



Sin dejar de chupársela, ella terminó de desabrochar los botones dejando a la vista sus enormes pechos tapados por el sujetador. Los acarició y sintió por todo su cuerpo que ya le quedaba poco para acabar.



Con la camisa abierta y, a pesar del sujetador, se podía ver el movimiento de sus pechos. Agarró de la nuca y la hizo aumentar el ritmo. Ella comprendió.



Cuando sintió en su garganta el primero chorro, la metió hasta el fondo y se mantuvo así.



Paco reprimía sus gemidos ante tal placer.



Ella se esforzaba por tragarlo todo, pero era incapaz y, por donde antes corrió saliva, ahora corría esperma.



Se levantó sonriente y se limpió la cara con una servilleta.



- ¿No huele a quemado? – oyeron desde el salón.



- ¡Mierda! – Paco se giró y dio vueltas al arroz, aunque fuera ya poco comestible.



Esa noche, la cena fue un constante intercambio de miradas entre Luisa y Paco, deseando que llegara el momento de irse a la cama para probarse mutuamente.



Ambos cenaron rápido y Luisa se ofreció a fregar. Paco disimuló ante su madre quedándose con ella viendo la tele mientras Luisa fregaba. Cuando Luisa acabó, Paco comentó el sueño que tenía a modo de indirecta para que dejaran libre el salón.



Su dormitorio (ahora de Luisa) pegaba con el de su madre, así que quedaron en que se verían en el salón para no hacer ruido.



Cuando las dos mujeres se fueron, Paco se desnudó y comenzó a tocarse, a la espera de que llegara Luisa. A los veinte minutos, más o menos, apareció esta. Llevaba un camisón cortito.



Se sentó junto a Paco y empezaron a besarse. Las manos de Paco se movían por las caderas de la mujer y subían hasta sus pechos.



Ella se puso de rodillas en el sofá y bajó los hombros del camisón, dejando de nuevo su pechos al descubierto.



El chico besó los pechos y los pezones. Pasó su lengua por ambos mientras los estrujaba con manos. Luisa miraba hacia arriba emitiendo leves gemiditos. La cabeza de Paco casi se perdía entre sus monumentales ubres.



Ella se apartó un poco y se terminó de quitar el camisón. Se besaron de nuevo mientras las manos de Paco acariciaban esas enormes tetas.



Ella se inclinó hacia delante y agarró la polla de Paco, pasando su lengua a lo largo. Se la metió hasta el fondo de un golpe y Paco pudo escuchar los ruidos guturales en su garganta. La saco y volvió a comérsela repetidas veces. La mano de Paco, entretanto, acariciaba su culo.



Luisa subía y bajaba su boca por el tronco un par de veces y se la metía hasta el fondo.



Se levantó del sofá y recostó a Paco.



Colocó sus rodillas alrededor de su cabeza y bajó su coño hasta colocarlo frente a su cara.



Paco apenas tenía experiencia con el cunnilingus, pero se dejó guiar por su maestra.



- Pasa tu lengua por el clítoris, arriba y abajo – Paco obedeció y adivinó el placer en el temblor de los muslos de la mujer, así que continuó con ello, adentrándose de vez en cuando al interior de la vagina con su lengua.



Luisa se inclinó hacia delante y se metió su polla en la boca mientras el joven le comía el coño.



La pareja, absorta en el placer mutuo, no se percató de que una sombra desnuda los observaba desde la puerta. Ellos no podías verla, pero ella, debida a la tenua luz que entraba de la calle sí. Estaba desnuda, en el marco de la puerta y su mano se movía rápida sobre su coño.



Luisa bajó del todo el prepucio del chaval y pasó su lengua por el frenillo. Paco, instintivamente había añadido a su lengua dos dedos, recordando la imagen de la masturbación del otro día.



Luisa se giró y lo besó.



Se apoyó sobre el respaldo del sofá, de espaldas a él. A ella le encantaba esta posición. Marisa, desde el marco de la puerta, pensó que la habían visto, así que detuvo su masturbación. Luisa no se percató y, agarrando la polla del hijo de su amiga, fue ayudándole poco a poco a metérsela hasta el fondo.



El envite fue rápido desde el principio. Paco se agarró a su cintura y entraba una y otra vez. La madura gemía entre susurros. Marisa, al tener clara la confidencia de su posición, volvió a la masturbación, viendo como los grandes pechos de su amiga botaban ante las embestidas de su niño.



Las manos de Paco iban de la cadera a las tetas de Luisa y, cuando llegaban a esta, pellizcaban sus pezones, para disfrute de esta.



Pararon y Luisa hizo a Paco sentarse en el sofá. Paco quedaba de espaldas a su madre, pero, de nuevo, Luisa quedaba mirando a esta.



La mujer, se encaramó al sofá de rodillas e introdujo lentamente la polla de su joven amante en su vagina.



Ante Paco quedaba aquella madura, de pechos grandes y un poco caídos y con una tripa propia de la edad que no le restaba sensualidad.



Cuando Luisa quedó completamente ensartada, besó al joven y pasaron unos momentos sin moverse.



Paco sentía el calor húmedo en su polla. Ella le acariciaba la cara con cariño.



Lentamente, empezó un sube y baja, para disfrute del chaval, que la agarraba del culo. El chapoteo era cada vez más evidente, ante la humedad de la vagina de la mujer. Cada vez que la polla de Paco entraba se escuchaba.



Luisa tenía la boca abierta y los ojos cerrados, fruto del placer.



Desmontó a Paco y lo tumbó de lado en el sofá. Ella se acostó a su lado levantando la pierna que tenía más cercana a él y agarrando su polla para guiarla. El chico la penetró acariciando sus pechos. Subió por su cuello y metió dos dedos en su boca. Ella los chupó. La velocidad aumentó.



Paco sacó su polla apuntando a la vagina de su amante. Ella, al no sentir penetración tan cerca del éxtasis, continuó masturbándose. Los chorros de semen mojaron su mano a la par que ella se corría.



Desde el marco de la puerta, la sombra, se retorcía de placer.


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