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Lucha libre

~~Y ahí estaba yo, prendido a la enorme tetona de Noemí, chupándosela como un bebé. Y así me sentía. Perdido entre sus dos melones calientes. Atrapado irremisiblemente por ese pezón gordo que Noemí había puesto en mi boca. Decir que los morenos pechos de Noemí eran perfumados, no es hacerles justicia. Eran olorosos, con un olor envolvente y a la vez dulce y picante. Me sentí como un bebé acunado por su madre, lo que dado el enorme tamaño de Noemí y sus melones, y mi propia contextura bajita y delgada, no fue una sensación demasiado impropia. Después de la paliza que me había propinado Delia, necesitaba la cálida y maternal protección que me estaba brindando Miriam.
 Pero me engañaba.
 De pronto sentí la mano de Miriam por dentro de mis pantalones. Yo seguí mamando. La mano, caliente y suave, comenzó a acariciarme el culo. Era muy agradable, y poco a poco mi pija comenzó a reaccionar.
 Miralo se rió Delia, está arrobado como un bebito Te lo dejé bien a punto. ¡Y se le está empinando el miembrito. ! Yo escuchaba sus carcajadas y me sentía humillado, pero no me importaba, en realidad me gustaba.
 A los bebitos les gusta que les toquen el culo contestó dulcemente Miriam, mientras comenzaba a pasar su dedo por la raya. De arriba a bajo, una y otra vez, lentamente, acariciadoramente.
 ¡Se ve que lo que le hacés le está gustando! se rió nuevamente Delia. ¡Mirá como se le paró! Y yo estaba arrobado, prendido de esos gruesos pezones en esas inmensas tetas calientes. Y un dedo de Miriam comenzó a acariciarme la entrada del ojete, insinuando leves presiones, muy dulces. Mi orto se iba abriendo por sí solo, y el dedo iba entrando.
 Miriam acomodó mi cuerpo para que su amiga pudiera ver, con mis pantalones bajados, lo que me estaba haciendo en el culo.
 El dedo, ayudado por la humedad de mi ano, había llegado hasta el fondo de mi orto, y suavemente me lo estaba cogiendo. Sentí que par de manos me separaba las nalgas, para exponer mejor mi ojete a la penetración. Era Delia. Y sentí el raro placer de verme expuesto y humillado, mientras el dedo de Miriam iba acelerando su pistoneo. Comencé a gemir. Mi pija iba preanunciando otro derrame. Pero no todo iba a ser tan feliz.
 ¡Bueno, ya es bastante! Dijo Delia y me arrancó del regazo de Miriam y poniéndome de pié, con los pantalones bajos y el miembro enhiesto. Yo no sabía a qué atinar.
 ¡Tenés mucha razón! corroboró Miriam, !Ahora le toca luchar conmigo! y me arrastró al ring.
 ¡Tené cuidado! le gritó Delia, ¡es un experto en yudo! Y ahí estaba yo, nuevamente en el centro de aquel fatídico cuadrilátero. Sólo que ahora, la que estaba frente a mí acechándome era Miriam, con sus temibles melones.
 Bueno me dijo la enorme morenaza, sonriendo burlonamente, veamos que tan bueno es ese yudo tuyo. Girábamos en círculos, aparentemente Miriam no tenía mucho apuro por comenzar a ultimarme. Yo sabía que esto era lo único que podía seguir, que no tenía ninguna chance. Ni siquiera la de escaparme. Y me mantenía lo más lejos de ella que podía.
 Te cuento que la semana pasada vencí a un maestro de kung fu se sonreía Miriam. !Las cosas que le hicimos entre las dos. ! ¡Lo tiramos al suelo. ! continuó, Lo aplastamos con nuestros culos. le cagamos en la cara. . y lo golpeamos por todas partes. Sus enormes tetazas se balanceaban, ahora amenazadoras. Se irguió en toda su estatura, echando los hombros hacia atrás. El espectáculo que ofrecían sus tetonas era colosal, y me sobrecogí en una mezcla de miedo y deseo. Debía ser un gambito habitual que ella usaba, porque justo en ese momento se lanzó y atrapó mi cabeza con una tenaza de su brazo izquierdo. Y me arrastró, así atrapado, por todo el ring. Yo no tenía más remedio que seguirla. Me hizo dar muchas vueltas, y de mientras, yo sentía golpear su inmensa teta contra mi cara. Yo jadeaba, asustado, pero mi pija seguía a mil.
 Delia, a un costado del cuadrilátero, seguía haciendo comentarios sucios y burlones. ¡Ya lo tenés! ¡Este tipo ya está para que le hagas lo que quieras! Hacelo durar un poco, porque viene muy fácil Y era cierto, reconocí yo, no sabía que hacer para deshacer la llave de esos gruesos brazos, y enfrentarme de cualquier modo que fuera, a esa mole.
 Inesperadamente, me soltó, y me mandó girando hasta el centro del ring, donde quedé vacilando, tratando de sostenerme sobre mis vacilantes piernas. Miriam erguida en toda su estatura me examinaba con una sonrisa mordaz, que se detenía en mi pija empalmada en ángulo recto con mi cuerpo. Pareció meditar durante un momento como continuar.
 De pronto pegó un salto tal que quedó con su corpachón pegado al mío, y mi nabo aprisionado entre sus gruesos muslos. Sus pechazos rodeando mi cara, sin casi dejarme respirar. ¡Ahí lo tenés! le gritó Delia, ¡Acabalo! Yo no sabía qué seguía, pero fuera lo que fuera no podría escaparme de sus brazos que apretaban con fuerza enorme mi espalda, de modo que mi rostro quedara enterrado entre las masas avasallantes de esos pechos fantásticos. Quedate acá escuché que su voz me susurraba, dominante. Justito acá. Y sentí lo que voy a hacerte. Yo permanecí sumiso, ya que otra cosa no me quedaba por hacer, con mis brazos a los costados del cuerpo, atrapados por los suyos. Y tenía mucho miedo por lo que pudiera ocurrirme, pero mi pija seguía a mil.
 Miriam comenzó a ondular su cuerpo. Sus tetas rodeaban mi rostro y aplastaban mis orejas. Y ella comenzó a moverlas lentamente a derecha e izquierda, pasando los sensuales pezones por delante de mi boca y después recomenzando el excitante barrido hacia el otro lado. Yo aprovechaba los breves momentos en que su movimiento dejaba entrar algo de aire, para respirar. Escuché que los latidos de su corazón se iban acelerando. Esta bestia va camino a un orgasmo pensé, mientras ella continuaba con la lenta frotación de sus tremendas tetonas contra mi cara.
 Y sus muslos entraron en una serie de contracciones en torno a mi pija. Esos apretones eran tan efectivos como un ordeñe. Y yo no podía hacer nada al respecto. Sentía subir desde las profundidades los olores que manaban de su concha excitada, trastornándome aún más. Los latidos de su corazón golpeaban en mis tímpanos con un ritmo que se imponía a todo lo demás. Yo me dejaba hacer.
 ¡Acabalo ahora! escuché a lo lejos la voz excitada de Delia. Y como si obedeciera su indicación, Miriam comenzó a saltar, manteniendo mi enardecido miembro entre sus muslos, y mi cara entre sus enormes pechos. Mi cuerpo, leve en relación al suyo, lo seguía irremisiblemente en los largos saltitos que sus talones imprimían a su cuerpazo. Pero cada salto producía unos pequeños desajustes entre nuestros cuerpos, que se traducían en enardecedoras fricciones, arriba y abajo. Los latidos de su corazón eran cada vez más fuertes. Hasta que llegó a su cúspide, y en medio de un apretón colosal de mi cuerpo contra el suyo, comenzó un larguísimo orgasmo. En respuesta, mi choto rígido entre sus muslotes, la siguió, largando una cascada de generosos chorros que, como después pude comprobar, excedieron el marco de las cuerdas.
 Mi orgasmo fue larguísimo, pero ya había terminado, mientras el de ella continuaba interminablemente, y los latidos en mis orejas eran de una intensidad que no sé como describir. Yo me sentía como un muñeco desarticulado ondeando al vaivén de sus convulsiones. Finalmente me soltó y caí a la lona, totalmente desmadejado. Miriam me veía desde sus alturas, al parecer satisfecha del trabajo realizado. Y creí que todo había terminado, cuando advertí el brillo del deseo en sus ojos irónicos. Quiero jugar un poquito más con vos. y abriendo las piernas fue acercando su entrepierna a mi cara. Cuando ví su peluda concha cubriendo todo el cuadro con su grandiosidad, yo no podía creer lo que estaba por ocurrirme.
 Ocupó todo mi rostro con su concha abierta, y mientras yo podía escuchar las risas de Delia, comenzó a refregármela lentamente. ¡Estás sonado, Albertito. ! escuché la divertida voz de Delia, !Miriam es muy calentona, y no te va a dejar libre así nomás. ! ¡A los últimos tipos que agarró tuvieron que llevárselos en camilla. ! Miriam, concentrada en su asunto, continuaba con las rotaciones de su franca vagina contra mis facciones, cada vez más empapadas por sus jugos. ¡Meteme la lengüita, o voy a tener que enojarme! Y yo saqué la lengua y le lamí las profundidades de esa imperiosa vagina. Su clítoris se frotaba contra mi nariz y mi boca. ¡Chupame, nenito, chupámelo bien. ! y aplastando mi cara con su concha, me enterró el clítoris en la boca. Y se lo empecé a chupar con deleite. Cuando cogía mi boca con su clítoris, su pelvis avanzaba y retrocedía rítmicamente. En los retrocesos yo aprovechaba para tomar un poco de aire, pero ya venía otro rápido avance, de modo que no era mucho el aire que podía conseguir. Y Miriam no parecía en absoluto preocupada al respecto. Escuchaba sus jadeos y sentía sus poderosos embates contra mi rostro. Su clítoris se sentía cada vez más grande y duro. Y ella continuaba con sus cada vez más frenéticos pistoneos en mi boca. Hasta que en medio de alaridos se corrió nuevamente, con una enorme emisión de jugos que me hizo parecer que me estuviera meando.
 Cuando se quitó de mí, quedé yaciendo sin fuerzas ni voluntad, como una hoja luego de una tormenta.
 Entonces, mientras Miriam se iba a recuperar a un rincón, Delia se acercó, con aire sarcástico. Apuesto a que creiste de Miriam te estaba meando. Cuando se echa esos polvazos en mi cara, siempre me lo parece. ¡Pero ahora vas a saber lo que es una verdadera meada de vencedora! ¡Parate que vamos a luchar de nuevo, y te voy a mear en la boca! Y de un sacudón, tirando de mis manos, me puso en pié. Yo apenas podía sostenerme, tanto por las palizas que había recibido, como por la violenta conmoción emocional que me habían propinado, pero trate de ponerme, fútilmente en guardia. La pantomima no duró mucho. Con un diestro movimiento me puso de rodillas, y me apretó la cabeza contra la boca de su concha, que estaba boca con boca conmigo. Una vez que hubo asegurado la presa, se dispuso a humillarme con su meada. ¡Ahí va, corazoncito, chupame todo el pis! y un caliente chorro me inundó la boca y desbordó por la nariz. Te voy a dar tu tiempo para tragártelo todo dijo, interrumpiendo el chorro. Si querés utilizar tu yudo, intentalo mientras con sus manos apretaba mi cabeza contra su pubis adelantado obscenamente. Y luego otro chorro, hasta el fondo de la garganta. El vapor de su pis caliente salía por mis fosas nasales llenándome los ojos de lágrimas. Interrumpió el chorro, y examinándome la cara me dijo Esa cara necesita una lavada y acto seguido me echó una buena meada, recorriendo mi rostro con el chorro y salpicando todo mi cuello y pecho. Todavía tengo mucho más, Albertito y tirándome de espaldas en el suelo comenzó a recorrer todo mi cuerpo con su chorro de pis. Al llegar a mi miembro me lo meó con tan fuerte chorro que me lo hizo parar completamente. No te desesperes dijo, tengo pis como para inundarte por fuera y por dentro . Y abriéndome las nalgas me encastró la concha en el ojete, y comenzó a llenármelo de pis. Podía sentir su chorro, inundando mis entrañas. La situación era tan inusitada que inesperadamente, al menos para mí, me corrí como un bebé. Siempre se corren cuando les hago esto me comentó Delia. Yo creo que todos los hombres, en el fondo, son sumisos y agregó y si no lo son, yo los convierto .
 Ahí te lo dejé a punto le gritó a su amiga. ¡Vení a cagarlo! Y se quedó esperando unos momentos. Está tardando demasiado , comentó voy a tener que cagarte yo misma No te molesta, ¿verdad? Yo comencé un inútil gesticular de rehusamiento, pero no me dio tiempo. Sentando su enorme culazo sobre mi cara, encajó con maestría su ojete contra mi boca. Abrí bien la boca, Albertito y comenzó a depositarme un grueso sorete que me llenó la boca. Lo cortó. Ahora masticalo bien y trágatelo, que después hay más. Yo obedecía, ya que no había mucho más que pudiera hacer, si quería volver a respirar. Mastiqué cuidadosamente la masa que llenaba mi boca, y me la engullí en tres tragadas. No fue tan desagradable como había supuesto. Hasta quería más. Pero en eso llegó Miriam. ¡Pero no me esperaste! protestó ¡Y yo tengo un sorete de novela en el culo! No hay problema dijo Delia, metele ese sorete en el ojete, mientras yo le sigo cagando en la boca . La idea e gustó a la morenaza. Levantando mis piernas, sentó su ojete contra el mío, y después de unos instantes, sentí la penetración de un enorme sorete dentro mío. Entretanto, Delia había reanudado la descarga de su grueso sorete en mi boca.
 Se divirtieron bastante conmigo, a su complejo antojo. Mi humillación había cedido paso a una actitud de entrega, cuyo inmenso placer jamás habría supuesto. Ser cogido por dos gruesos soretes, uno en la boca y otro en el culo, era una suerte de doble penetración que nunca hubiera imaginado. El placer fue tanto que, durante esa doble penetración me corrí de nuevo.
 Cuando salí a la calle me sentía extrañamente pervertido y feliz, con un sorete en la panza, y otro en el culo.
 Desde luego que volvería a verlas y a luchar con ellas.

Datos del Relato
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