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1
Camila está en la cocina picando cebolla mientras la olla llena de agua se calienta sobre el fuego de la hornalla. Los ojos le lagrimean, y se seca con el brazo. El sonido repetitivo del filo del cuchillo chocando con la madera evita que escuche la escalera de madera crujir, mientras Germán baja por ella.
Él nota que está absorta en su labor, y se le acerca sigiloso, por detrás, dando pasos imperceptibles hasta llegar a ella. La abraza, rodeando su cintura.
— ¡Ay! — Grita Camila, soltando el cuchillo por el sobresalto del susto. Siente la mano, que se desliza hacia su nalga, y percibe el olor a cigarrillo, y el aroma del perfume que ya conoce. — ¡Boludo, me asustaste! — le grita enojada.
Pero el otro hace de cuenta que no la escucha, y sigue acariciándole el culo con las yemas de los dedos, mientras que con la otra mano le sigue rodeando la cintura, manteniéndola pegada a él, haciéndole sentir cómo su sexo comienza a endurecerse.
— Soltame que estoy cocinando. — le dice, y acto seguido se separa de él con un movimiento brusco. — porqué no te vas a hacer el mimoso con la puta de la panadera. — le grita enojada.
— Que tontita sos. — le dice Germán. Se le acerca y la abraza de nuevo. — Ya te dije que no tengo nada con esa mina, no sé de dónde sacaste esa idea. — para dar mayor credibilidad a sus palabras, le da un beso apasionado en la boca.
Ella siente el éxtasis apoderarse de su cuerpo. Se aferra a él mientras saborea la lengua con un leve sabor a tabaco. Le frota la espalda como si tuviera diez manos, y siente en su ingle la presión del falo cada vez más erecto. Él le acaricia el culo con ambas manos, con tal intensidad, que pareciera que es la última vez que disfrutaría de esas curvas perfectas. Pero justo cuando mete mano por debajo de la pollera, Camila nuevamente se aparta de él.
— ¡No, basta! — le dice, con la respiración un tanto acelerada. La olla con agua comienza a largar vapor. — Está mal esto. Ya te dije que tengo miedo de que Marcos nos descubra, ya debe estar viniendo del trabajo.
— No te preocupes. Falta media hora para que llegue. Mi hermanito es un reloj, llega siempre a la misma hora, y si viniera temprano, te mandaría un mensaje avisándote. Sabés lo predecible que es Marquitos. — sus labios dibujan una perversa sonrisa que Camila odia y ama a la vez. Gemán se acerca por tercera vez. Camila retrocede y queda arrinconada entre él y la mesada. — Me encanta como te queda esta pollerita. — dice, mientras desliza la cara externa de la mano sobre el muslo.
— Es una pollera común. — dice ella, casi ronroneando, al sentir el tacto de la mano, que muy despacito se va perdiendo debajo de la tela con estampado de flores azules. — estoy llena de olor a cebolla, y tengo que terminar de cocinar. — Argumenta inútilmente, antes de que él le de otro beso furioso. Los labios chocan con violencia, y parecen querer comerse mutuamente mientras saborean la lengua del otro. Él la tumba en el piso, le quita la bombacha, se baja los pantalones, y la penetra sobre la fría cerámica, con el televisor encendido, y la olla hirviendo, tan calientes como ellos, como únicos testigos.
El olor a sexo se alza en la cocina, y se mezcla con el de la cebolla y los morrones que están sobre la mesada. Germán la posee con una violencia insólita, aumentando la potencia de las embestidas cada vez que la penetra. Camila grita, y sus nalgas se frotan sobre las baldosas grises, y su cuerpo se arrastra, resbaladizo, por ella, cada vez que tiene adentro el prodigioso sexo de su cuñado. Ambos se arrastran por el piso, en una sucesión de contorsiones eróticas, extasiados por la inefable atracción mutua y por el delicioso sabor de la traición. Germán percibe el inminente orgasmo, saca el miembro de adentro de Camila, y se masturba encima de ella. Su cara se desfigura cuando sus músculos se tensan, y el pene, inyectado de sangre, ya no puede contener la explosión, eyectando el semen sobre los bellos púbicos de Camila.
Ella, todavía sedienta, sabiendo que en cualquier momento llegaría su marido, pero a pesar de todo, obnubilada por la excitación, se masturba, frotándose el clítoris frenéticamente, ante la mirada posesiva de Germán, que ya se está subiendo el pantalón. Camila reprime un grito, y se retuerce en el piso mientras su sexo larga abundante fluido, y queda unos minutos temblorosa, transpirada, con la pollera levantada, y el sexo palpitante.
2
Marcos llegó a los cinco minutos, encontrando la olla hirviendo, con el agua empezando a secarse, mientras la tapa amenazaba con salir volando.
Camila aparecía con la misma pollera azul, un tanto arrugada, cosa que no le preocupaba porque sabía que Marcos era poco observador.
— Hola mi amor. — lo saluda. No se acerca a abrazarlo. No tuvo tiempo de bañarse, sólo atinó a cambiarse de bombacha, y temía que su marido perciba el olor a sexo, y sobre todo, el aroma de su hermano.
Sin embargo, él sí se acercó, y la abrazó.
— ¿Qué pasa? — le preguntó. — Estás rara.
Camila se estremeció por dentro, pero enseguida entendió que lo único que había notado Marcos, era su turbación, así que sacó su mejor sonrisa y le dijo que no pasaba nada, que estaba mal del estómago y tuvo que ir urgente al baño. Con eso mató dos pájaros de un tiro, porque así explicaba también la olla que encontró con la tapa bailando por la potencia del vapor.
A la hora de la cena, Germán bajó a acompañarlos. Camila se sentía incómoda con sus dos hombres a sólo unos centímetros de distancia. Maldijo el día en que aceptó la propuesta de Marcos, de permitir que su hermano viva unos meses con ellos, hasta que consiga un lugar para alquilar. Sin embargo, ambos hombres no parecían afectados en lo más mínimo. Marcos estaba atrapado en su ignorancia. Su falta de interés por casi todo lo que lo rodeaba, y lo poco detallista que era, lo encerraban en una burbuja que lo protegía de la realidad. Sería incapaz de imaginar que su hermano se coge a su esposa en su propia casa. Germán, por su parte, no solo no se ve perturbado por la situación, sino que disfruta retorcidamente de la inocencia de su hermano, y no pierde oportunidad de refregarle sutilmente la infidelidad, aunque sabe que sólo Camila entendería sus ironías.
— ¿Epa, esa remera no es mía Germán? — Le preguntó Marcos, mientras cortaba un pedazo de bife de chorizo.
— Jaja, sí, perdoná, pero parece que no puedo dejar de agarrar sin permiso las cosas que son tuyas. — le dijo, mirando cómplice a Camila. — igual a cuando éramos chicos.
Marcos, sólo río, sin darle mucha importancia, y sin sospechar que no era la remera lo único que le había arrebatado.
Después de comer, finalmente la pareja quedó sola. Vieron una película y se fueron a la cama.
— ¿Estás mejor de la panza? — le preguntó Marcos, acariciándole el pelo.
Por un momento Camila no entendió, pero cuando recordó su mentira, le contestó:
— Si, mucho mejor.
— Entonces me vas a poder hacer mimos. — le dijo su esposo.
Siempre era lo mismo, Marcos sólo quería que le chupe la pija, hace mucho que no le daba una buena cogida, ya que tenía problemas de eyaculación precoz. Sólo podía mantener la erección durante un tiempo aceptable cuando se masturbaba o cuando se la mamaban. Así que desde hace varios meses que las sesiones de sexo de la pareja, consistía en la misma rutina: ella agachada en cuclillas, o él sentado en la mesita de luz, o ambos recostados sobre la cama, como ahora, que marcos le indica empujando su nuca, la dirección a donde debería dirigir los labios. Camila abre la boca, resignada y acostumbrada a las sesiones bucales con que era obligada a saciar su poco viril esposo. En alguna parte de su conciencia cree que debería ser condenada a sólo realizar felaciones durante toda su vida, debido a la magnitud de su traición. Pero otras veces se enfurece con Marcos, por considerarlo culpable de los cuernos que lleva puestos casi desde el mismo día en que su hermano pisó la casa. De todas formas, ahora, como siempre, termina con la verga metida en su boca, saboreando el conocido presemen, mientras le acaricia las bolas, ásperas por el abundante vello, y él gime, y repite una y otra vez “si, mi amor, si, seguí así”. Luego se traga el semen, y se va al baño a enjuagarse la boca.
Cuando vuelve a la habitación, sabe lo que le espera: un patético intento de complacerla, y retribuirle el orgasmo que le acababa de dar. Un intento que siempre terminaba en quince o a lo sumo veinte penetraciones, que, para colmo, no eran al ritmo que ella quería, porque si Marcos no manejaba la situación, y no entraba y salía con la frecuencia que el necesitaba, no llegaba ni a los dos minutos.
Cuando vio a su pareja con la verga semifláccida comenzando a empinarse al ritmo de su autoestimulación, le dijo.
— Dejá, yo no tengo ganas.
— ¿Estás segura mi amor? — le preguntó él, acariciando torpemente sus pechos, en un estéril intento por encender una llama que hace rato se había apagado.
—En serio, mi amor, no tengo ganas. — contestó, y se tapó con el cubrecama hasta la nariz.
— Bueno mi vida, hasta mañana. — Contestó Marcos, aliviado.
3
Mientras Marcos duerme profundamente, Camila piensa en Germán. Se pregunta cómo se desharía de él. No sería fácil, porque Germán es muy temperamental, y está un poco loco. Si se enojaba, podría, en su despecho, contarle a Marcos todo lo que estaba pasando entre ellos. A pesar de tener más de treinta años, era un hombre caprichoso y posesivo, que tomaba todo lo que quería, sin medir las consecuencias. Pero eso es lo que más le gusta a Camila. No lo de caprichoso y posesivo, sino esa capacidad animal que tiene de hacer las cosas sólo por instinto. Así fue como la poseyó la primera vez, en una cuasi violación en el lavadero. Camila estaba metiendo la ropa en el lavarropas, y cuando lo encendió, se dio la vuelta y se encontró con su cuñado, quien la observaba con la mirada enloquecida. Entonces Germán se abalanzó sobre ella, como el animal que era, no la besó, ni la abrazó con ternura, como hace ahora que la relación está más consolidada, sino que la tomó de la muñeca, apretándola fuerte “ahora vas a saber lo que es coger”, le dijo, y la puso contra la pared. Camila, estupefacta, no atinaba a hacer ni decir nada. Se dejó llevar como quien se sumerge en un sueño, inconsciente, sin poder hacer nada para que los hechos cambien su rumbo. Germán se arrodilló y le dio un mordisco en la nalga, por encima de la tela del pantalón. Se lo desabrochó y lo bajó, no sin antes sacarle las zapatillas. “No, esto está mal” logró decir Camila, en un instante de lucidez. Pero su cuñado hizo oídos sordos, le arrancó la bombacha, convirtiéndola en hilachas, en un manotazo cargado de fuerza y virilidad, que a ella la excitó. Soltó un suspiro y abrió las piernas, apoyó las manos sobre la pared áspera, y se inclinó levemente, como llamándolo a que se sirviera de su culo como gustase. Él así lo hizo, y para que la traición sea aún más retorcida, la primera vez que estuvo con la esposa de su hermano, la penetró por el culo, cueva inmaculada que, salvo Marcos, nadie había profanado.
La penetró con movimientos expertos, aumentando levemente la potencia de las embestidas mientras su sexo se enterraba en el culo de su cuñada. El fuerte ruido que hacía el lavarropas viejo les impediría escuchar claramente en caso de que Marcos entrara a la casa, pero ninguno de los dos pensaba en ello. Ambos estaban ebrios por tanta lujuria, tanto morbo, y tanta traición. Germán, al igual que le pasaba desde chico, disfrutaba perversamente al poseer lo que le pertenecía a su hermano, mientras que Camila, descubría una sensación que jamás imaginó conocer: se trataba de la excitación del sexo, magnificada infinitamente por desafiar sus propios límites éticos. Ella fue la primera en acabar, y aunque su sexo no había sido tocado, de él manó una notable cantidad de fluido. Luego, sintió el cuerpo convulsionado de Germán, que la aplastaba contra la pared, con la fuerza que le daban los músculos contraídos, por la próxima eyaculación. Finalmente coronaron su primera traición con un estallido de semen que fue a parar a las entrañas de Camila.
Cuando termina de rememorar aquella situación, se siente igual que siempre: puta, baja, sucia, sin ningún valor. Pero también siente la excitación en su entrepierna. Lleva su mano hacia abajo, y esta se hace paso por debajo del elástico de la bombacha, pasando por sus vellos púbicos, hasta llegar a su sexo húmedo. ¿Cómo se había atrevido Germán a iniciar esa relación? Se lo había preguntado muchas veces. Al principio se decía que la había poseído en el lavadero simplemente porque estaba loco, pero más adelante tuvo que reconocerse a sí misma, que incluso antes de que él empezara a vivir con ellos, había cierta conexión entre ambos. Larga un gemido incontrolable, y se asegura de que Marcos sigue durmiendo sin dejar de masturbarse. “Es cierto”, piensa, “siempre me miraba con esos ojos penetrantes, y yo, sin darme cuenta, le retribuía con una mirada igual de lujuriosa. Nos cogimos en nuestra imaginación muchas veces, por eso la primera vez que lo hicimos en la realidad, apenas necesitamos emitir palabra”. Sus rodillas se flexionan por inercia, debido a que su excitación va aumentando. Saca la mano con la que se está tocando, la lame, saboreando sus propios fluidos, y la mete de nuevo adentro de la bombacha, para ahora concentrarse con masajes más frenéticos en el clítoris. Entonces escucha el ruido tembloroso del celular vibrando sobre la mesita de luz. Yergue su cuerpo y ve en la pantalla iluminada, que se trata de un mensaje de WhatsApp. No le cabe duda de quién se lo mandó, sólo existía una persona que le enviaría un mensaje a la una de la madrugada. Duda de si leerlo o no. Pero se dice que tarde o temprano lo terminaría haciendo, así que era mejor leerlo para terminar con la incertidumbre, y dormir lo antes posible.
“Me encantó lo de hoy” decía el mensaje de Germán. Ella piensa en él. Imagina que debe estar en el primer piso de la casa, semidesnudo (sabe que sólo duerme con un bóxer), tan caliente como ella, masturbándose igual que ella, deseándola igual que ella a él.
“A mi también, pero lo que no me gustó fue el chiste estúpido que dijiste en la mesa” le contesta, recordando lo que Germán le había dicho a Marcos cuando este le recriminó, bromeando, que estaba usando su remera. Una oleada de indignación se le sube a la cabeza.
“¿Así que sólo soy una cosa más de tu hermano, que usas como si fuera tuyo?” Le escribe en otro mensaje.
“jajajaaja no seas tontita, sólo lo dije, porque sé que disfrutás del morbo, igual que yo” le contesta Germán.
La indignación se convirtió, súbitamente, en ira.
“Yo no soy morbosa como vos, y ya te dije que quiero terminar con esto, porque está mal, somos malas personas, quiero que te vayas lo antes posible y que hagas de cuenta que esto no pasó nunca. Me enferma que te burles de Marcos en su cara, ¿te crees un macho por cogerte a la mujer de tu hermano? Encima te estás cogiendo a la panadera, todo el barrio lo sabe. No quiero saber más nada de vos” le envió el mensaje mientras las lágrimas brotan de sus ojos. Se alegra de haberlo mandado, si no lo hacía de esa manera, nunca se hubiese animado a terminar con él por las buenas. Ahora sufriría mucho, pero ya se le pasaría, al fin y al cabo, no lo ama, sólo lo desea, y como había escuchado decir por ahí, el deseo no es más que el capricho disfrazado.
Apoya el celular sobre la mesita de luz, e inmediatamente lo oye vibrar de nuevo sobre la madera. Otra vez la duda la asalta. Sabe que leer el mensaje no le conviene, seguirle el juego a Germán siempre era peligroso. Era mejor no leerlo, si no lo hacía era como si nunca lo hubiese recibido. Quizá el mensaje fuera una falsa promesa de que no se acostaba con la gorda puta de la panadería, o quizá era la amenaza de que, si lo dejaba, le contaría todo a Marcos. Pero sea lo que sea lo que diga aquel mensaje, si lo lee, terminaría a merced de él nuevamente. Ya sea por miedo a que Marcos se entere, o por el estúpido orgullo de saberse la única mujer de Germán, caería a sus pies de nuevo. Lo mejor era no leerlo.
Pero también aparece de nuevo la certeza de que no podría dormir en toda la noche sin saber qué le había contestado. Mira el celular, como quien mirase una pistola cargada de balas. Sabe que es peligrosa, y también sabe que terminará por agarrarla. Así que estira la mano y lee.
“Vení a mi cuarto” dice el escueto mensaje. No es lo que había imaginado, sin embargo, era un mensaje peligroso sin dudas. Siempre habían practicado sus posturas sexuales en horarios en que sabían que Marcos no estaba. Y tal como lo había dicho Germán, su esposo era extremadamente predecible. Si llegaba o se iba de la casa en un horario diferente, se lo decía. Pero coger mientras él estaba abajo era otra cosa.
Para mayor angustia, la idea la excitó. El enojo se desvanece lentamente. Mira a Marcos, que duerme, imperturbable, ajeno a todo el infierno que se desata a su alrededor. “Él no se merece esto”, piensa Camila. “Él no se merece nada de lo que le hago. ¿Qué hice yo para ayudarlo con sus problemas sexuales?” De repente empieza a fantasear con una vida hermosa, llena de hijos, con un marido viril que la poseía todas las noches, y con un cuñado lejos, muy lejos y olvidado.
Pero eso sólo era un sueño.
Le llega otro mensaje.
“Vení en tres minutos, o te juro que voy y te saco de la pieza de mi hermano, o te cojo ahí nomás, total, él duerme como un tronco”
Camila no duda de que Germán es capaz de cumplir con su promesa. “está bien” se dice, “de todas formas iba a ir”
No le contesta el mensaje. Sale de la habitación, sigilosa y sube por la escalera. Cuando llega arriba, ve que su cuñado estaba saliendo para buscarla.
— Menos mal que no me obligaste a hacer una locura. — le dice con la sonrisa más retorcida del mundo. Escruta a Camila, quien sólo lleva una camisa que le queda enorme, y le tapa parte de los muslos, escondiendo la ropa interior.
Germán abre la puerta de su cuarto y le hace señas para que entre.
— Lo que te dije en el mensaje es cierto. — dice Camila, bajo la luz tenue de una lámpara.
Germán parece no oírla, sólo se limita a comérsela con la mirada. No podía estar más sexy, con esa camisa, que evidentemente era de su hermano.
— De verdad, te digo. — le dice ella. Se corre el pelo castaño detrás de la oreja. Él se le acerca. Solo lleva el bóxer negro, tal como ella se lo había imaginado. Su torso fuerte está lleno de vello, y su pelo despeinado, le dan un aire salvaje. Su miembro prodigioso no parece caber en el bóxer, a medida que se va hinchando. — ¿No te das cuenta que somos unas basuras por hacer esto? — insiste Camila, aunque no puede evitar pasar la lengua por sus labios, mientras lo observa.
Germán la agarra de la cintura y la atrae hacía él. La hace girar en un movimiento brusco, la levanta, y la tira a la cama con violencia, quedando ella boca abajo.
Él se sube a la cama. Se acuesta encima de Camila. Siente el olor de su pelo, aspirando profundamente. Hace un recorrido olfativo a través de todo su cuerpo, percibiendo el aroma de su hermano en la camisa, la cual levanta, le arranca la bombacha, tal como lo había hecho aquella primera vez, trayéndole a Camila recuerdos incendiarios. Mete la nariz entre las nalgas, y le huele el culo, para, acto seguido darle una chupada al ano. Ahora extiende todo su cuerpo encima del de ella, ambos están a la misma temperatura. La abraza “vos sos mía” le susurra al oído. Sus manos agarran las de ella, que están extendidas en la cama, y sienten los dedos de él, cerrarse sobre ellas. Camila flexiona la pierna izquierda, quedando en una suerte de postura jeroglífica. Germán se baja el calzoncillo, y apunta su lanza al sexo de Camila. Ninguno de los dos piensa, siquiera, en que deberían usar preservativo, porque eso siempre fue parte del peligro que tanto los encendía. La verga entra en el terreno conocido, empapándose. Camila gime. “despacio por favor”, le dice, porque teme hacer ruido. Germán hace suaves movimientos pélvicos. La verga, se entierra, de a poco, más y más. Camila siente el cuerpo cálido de su cuñado encima de ella, como si fuera parte del suyo. Todas esas extremidades duras y vellosas que Germán mueve hábilmente como si las manipulara con la precisión de una máquina, le pertenecen. “¿Quién es tu macho?” le pregunta él. “vos” contesta ella, sin dudarlo. Germán acaricia todo el cuerpo de Camila, con cada milímetro del suyo. Siente las nalgas de su cuñada en su pelvis, cada vez que la penetra, siente el latido de su corazón en su propio pecho, y por momentos, no sabe cuál de las cuatro manos que están como anudadas son las suyas.
Camila se imagina a Marcos escuchar los débiles, pero inconfundibles ruidos de la cama, moverse, cada vez que Germán la penetra. Se imagina muchos escenarios diferentes: Marcos escucha el ruido, y sigue durmiendo como si nada. Marcos escucha el ruido, y se da cuenta de que Camila no está en su cama, piensa que debe estar en el baño y sigue durmiendo. Marcos se despierta, se levanta para asegurarse de que Camila esté bien, y cuando no la encuentra, una duda siniestra anida en su mente, pero decide volver a dormir. Marcos se despierta, no la encuentra, la duda siniestra aparece, sigue el ruido, y va hasta la habitación de su hermano, encontrando a ambos apareándose como animales traicioneros. Marcos vuelve a su cuarto sin decir nada, busca una soga y se cuelga. Marcos los ve, va a la cocina, busca el cuchillo más grande, y los mata. Ambos terminan sus vidas uno adentro de otro. Marcos los ve copulando, y se queda, detrás de la rendija de la cerradura, observando cómo su hermano se coge a su mujer, mientras él se masturba.
Todas aquellas fantasías turbias, la hacen acabar. Muerde la almohada para reprimir el grito. Marcos no daba señales de haberse despertado, seguramente seguiría soñando, ajeno a lo que sucedía justo encima de él. Si estuviese despierto, y si el techo fuera transparente, vería cómo su hermano descarga la eyaculación en las nalgas de la mujer que ama.
Los amantes se quedan abrazados, en silencio, escuchando la respiración del otro, hasta que los primeros rayos de sol se filtran por la persiana.
Fin.
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