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Categoría: Confesiones

Los preparativos de la boda

¡Ummmm! ¡Qué bien he dormido! Y qué gusto da estirarse entre sábanas nuevas! Ummmm! Hacía tanto tiempo que no dormía tan bieeeen! Un momento! Esta no es mi cama... y ésta tampoco es mi habitación! Entonces... ¡lo de anoche no ha sido un sueño! ... Y si no, ¿qué hago yo todita encuerada, como dice mi tía Lupe la mejicana?...Dios mío! Qué locura! ¿Cómo se me ha ocurrido hacer esto? Y, además, ahora que me estoy acostumbrando a la oscuridad, empiezo a ver detalles de la habitación. Allí, encima de la mesilla está la champañera con la botella que debe de estar vacía con la de copas que me sirvió. Menos mal que no me queda resaca. Se ve que era bueno... ¡cómo todo lo suyo!. ¡Qué cosas digo! Marisa estás hecha una burra además de una golfa. ¿Y dónde estará? Debe de estar a mi lado, porque me parece que oigo su respiración. Si me vuelvo despacito, no sea que se despierte, lo comprobaré. Así, un poquito más y...¡justo! ahí está él. Míralo, durmiendo como un bendito, como si nunca hubiera roto un plato.

Claro, que se tiene merecido el descanso. ¡Con lo que trajinó anoche!... ¡Ay, qué digo! La cara se me tenía que caer de vergüenza! Porque si ahora se despierta, ¿qué hago?. Dios mío, qué vergüenza! No podría soportar que me viera así. Así que me voy a levantar despacito, me visto y me largo. Porque aunque luego me vea, yo con hacerme la loca... Y si me dice algo, le contestaré... ¡Bueno, ya me inventaré alguna respuesta adecuada!. Bueno, ahora... ¡en marcha! Un poquito hacia la derecha, ahora una pierna... El caso es que se está tan bien aquí, es una habitación tan acogedora y una cama tan cómoda que da pereza levantarse. Y, además, ¿dónde voy yo ahora si aún no ha amanecido. Si salgo ahora a la calle y me viera algún conocido o, peor, conocida ¡qué digo? ¿que voy a misa de siete a la parroquia? ¡Ay, la parroquia! ¿Cómo me confieso yo de esto con Don Joaquín? Porque de esto hay que confesarse, que es un pecado muy gordo.

Bueno, por lo menos, tres pecados muy gordos. Marisa, ¿qué dices?. Eres una procaz y un putón verbenero. Parece mentira que te lo tomes a guasa. Imagínate que se enteran de esto. ¡Es verdad! Mi hijo me preguntará que dónde he pasado la noche. ¿y qué le digo? ¿Qué he estado en la novena y luego en una reunión de la parroquia para hablar de la tómbola benéfica con el resto de la junta de la cofradía? Bueno, a Pepito le puedo decir que he estado donde he querido que para eso soy mayor de edad y, al fin y al cabo, la culpa de lo que ha pasado la tiene él por querer casarse con esa mosquita muerta de novia que tiene. Pero... ¿y qué diría el resto de la junta? Sobre todo ese bicho malo de Angustias que tiene una lengua viperina y una mala lecha como nadie. Si se entera me despelleja y ya no podría levantar cabeza. Bueno, y si se entera peor para ella... ¡y para las demás!.

Que estoy segura de que jamás ha tenido su cuerpo una alegría como la mía de anoche... ¡y mucho menos tres! Porque fueron tres ¡de categoría! Uuuum! Sólo de recordarlo me entra un calor por todo el cuerpo y me noto una humedad en... mi cosita. Bueno... ¡qué coño! donde noto la humedad es ¡en mi coño! Ya está bien de palabras pijas. Al pan, pan y al vino, vino como decía mi difunto. Ay, Pepe! con lo bueno que tú eras! Eras la bondad personificada! Y trabajador como tú solo. Pero en lo demás, nada de nada. Porque en los diez años que estuvimos casados, los únicos orgasmos que tuve fueron los que yo me procuraba con mis deditos.

Que tú, una vez por semana y siempre que no hubiera impedimentos tales como que el niño estaba malito, que yo estaba con la regla o que tu madre se había quedado a pasar el fin de semana con nosotros y podía oírnos. ¡Si estaba más sorda que una tapia!. Y, ¡encima!, como los del conejo que, por lo que dicen, deben de ser muy rápidos. Se ve que tú pensabas que lo bueno si breve, dos veces bueno. Esa chorrada de frase servirá si se cumplen las dos condiciones: la bondad y la brevedad; pero en tu caso, Pepe, sólo había brevedad. ¡Lo siento!.

Muchas veces te lo había querido decir; pero pensaba que te molestaría, que te podrías sentir frustrado y, además, a mi me daba mucha vergüenza hablar de eso. Como me había educado en las monjas... Aunque bien mirado, allí fue donde aprendí a hacer lo único que hasta entonces me ha dado placer. Fue la calentorra de Loli la que una tarde, cuando yo tenía doce años, me enseñó a hacerme pajitas. Habíamos ido juntas al servicio y allí me preguntó si ya me habían salido pelitos "allí". Y como yo no sabía a qué pelitos se refería se bajó las bragas y me enseñó su cosa que estaba tapizada por una buena pelambrera negra. Luego me pidió que yo me quitara las bragas y se lo enseñara también. A mi me daba mucha vergüenza; pero al final accedí; pero yo tenía muy pocos y como encima soy toda rubia no se notaba; pero ella dijo que yo tenía un coño muy bonito y yo noté un cosquilleo que salía de allí y me recorrió todo el cuerpo.

A continuación dijo que estaba muy caliente y que necesitaba hacerse una paja. Y allí mismo, delante de mi empezó a pasarse el dedo por la rajita y la otra mano la metió dentro de su blusa acariciándose las tetitas. Al poco, abrió totalmente las piernas y empezó a suspirar. Yo estaba completamente azorada y el corazón me brincaba viendo aquel espectáculo. Luego paró un poco con sus caricias y me preguntó si yo no me hacía también una. Yo le contesté que no sabía, que nunca me había hecho aquello. Loli se sonrió y me dijo tontita, es muy fácil, siéntate a mi lado, yo te enseño. Me senté a su lado en el banco y ella me subió la falda hasta la cintura dejando al aire todas mis piernas y todo lo demás, luego me dijo pásate el dedo de abajo a arriba, despacito hasta que encuentres en la parte superior un botoncito más duro. Ahí es donde tienes que acariciarte con la punta del dedo, sobre todo con movimientos circulares. Yo empecé a hacer lo que ella me dijo; pero no encontraba el dichoso botoncito.

Loli había vuelto otra vez a su tarea, tenía las piernas abiertas y estiradas, la otra mano había vuelto al interior de la blusa que estaba ya toda desabrochada y sus tetitas que parecían dos limoncitos estaban también al aire. Cuando vio que lo mío no prosperaba se interrumpió y me dijo mira que eres pánfila, ¿te lo tendré que hacer yo todo?. Entonces se acercó más a mí, me pasó el brazo izquierdo por el hombro para atraerme hacia ella y la mano derecha se posó entre mis piernas y el dedo índice fue subiendo lentamente por mi rajita. Yo me estremecía, notaba un calor por todo el cuerpo... Ese movimiento lo repitió varias veces y en una de ellas se apoyó en un punto determinado y yo noté como un latigazo que me recorrió todo el cuerpo. Volvió a pasar otra vez el dedo por toda la raja, volvió a apoyarse en el famoso botoncito. Mientras yo me había ido relajando, mi cabeza estaba apoyada en el hombro de Loli. Mientras Loli me susurraba ¿qué? ¿notas gustito? Ahí es donde te tienes que acariciar y así. Y Lola seguía acariciándome con movimientos circulares y yo me abría cada vez más.

Cuando creía que ya no podía más y que iba a explotar, Lola dejó de acariciarme, quitó su dedo y me dijo: Ahora que ya sabes sigue tú, que las pajas se las hace cada una las suyas. Lola volvió a lo suyo y yo empecé con la mía. Poco a poco el placer iba aumentando hasta que de golpe, sentí como un mazazo, vi estrellas de infinitos colores y de mi boca salió un grito. Lola que había acabado un poco antes y que me estaba observando me dijo procura controlarte porque sino se enterará todo el mundo y, ahora, ya sabes; pero no abuses porque dicen que con más de tres diarias te puedes quedar ciega; pero debe ser mentira porque yo a veces me hago seis o siete y mira que ojos más hermosos tengo. Ya ves, Pepe, estas cosas te las podría haber contado y tú me podrías haber contado tus primeras experiencias, como también nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestras fantasías y nuestra vida podría haber tenido algún otro aliciente; pero ya ves, ¡después del burro muerto...!

Bueno, y entonces ¿por qué te cuento todo esto?. Creo que porque si desde el otro mundo me ves y lees mis pensamientos me comprenderás. O tal vez sea para justificarme conmigo misma. Porque durante estos quince años de viudedad he sido la mujer más casta del mundo, que ni con el pensamiento te he faltado. Y no será por que no he tenido ocasiones, que más de uno de tus amigos con la excusa de consolarme me ha tirado los tejos queriéndome llevar al huerto ¡o a la cama!. Pero yo sólo me he preocupado de nuestro hijo; pero ahora cuando se case y se vaya a vivir con la mosquita muerta ¿que hago yo?... porque no es por justificarme pero la culpa de lo que ha pasado la tiene el casorio y la mosquita muerta. Que si ella no hubiera tenido esa jaqueca tan tremenda que decía que le iba a estallar la cabeza y que lo único que podía hacer era tomarse un nolotil y meterse en la cama y el buenazo de mi hijo, que en eso ha salido a tí, no hubiera dicho que se quedaba a cuidarla, lo de esta noche no hubiera pasado. ¡Jaqueca!. ¡Mira que si en la noche de bodas también tiene jaqueca!. Es capaz y mi pobre hijo se tendrá que contentar con ver la televisión. Claro, que seguro que ellos ya lo han hecho, que ahora los jóvenes se van enseguida a la cama y no precisamente a dormir, no como en mis tiempos.

Porque, claro, la madre de la mosquita que no podía venir a la prueba porque la habían invitado a un crucero no se qué banquero y los novios que no venían por la jaqueca, al final nos encontramos aquí en el restaurante del hotel este señor que ves aquí a mi lado, el padre de la novia de tu hijo y yo, los dos solos. Yo sin saber qué decir y el maitre que va y pregunta "¿El otro matrimonio y los novios no van a venir?. Y yo iba a explicarle la historia, pero antes de abrir la boca, va él y dice: "No, se encontraban indispuestos; pero han delegado en nosotros. Lo que nosotros decidamos estará bien". Así que el maitre creyó que nosotros estábamos casados. Nos acompañó a la mesa y, enseguida, los camareros empezaron a servirnos. Yo, la verdad, no me acuerdo muy bien lo que nos sirvieron. Pero que todo estaba muy bueno. Y él, bueno Luis, que es como se llama nuestro consuegro, la mar de amable, pendiente de mí, contándome cosas muy interesantes, con esa voz tan dulce y acariciadora. Y mi copa siempre llena a pesar de que yo no hacía más que beber. Claro, como el camarero no hacía más que llenármela de nuevo en cuanto yo medio la vaciaba.

Ahora recuerdo que de vez en cuando, el me cogía de la mano, me la acariciaba y me decía cosas muy agradables, como nunca me las habían dicho. Que si yo era muy bonita y que tenía un tipo como el de una jovencita. Que si estaba agradecido a mi hijo por casarse con su hija, porque eso le había permitido conocerme. Que yo era muy inteligente como lo demostraba con mi conversación. Que mis opiniones demostraban lo reflexiva que yo era... Yo, la verdad, no recuerdo nada de lo que yo dije. Creo que no dije nada y que yo sólo le escuchaba y pensaba que era un hombre muy atractivo, que su ex debía de ser idiota por haberse permitido el lujo de dejarlo y que tendría todas las mujeres que quisiera.

Cuando llegamos a los postres, el maitre se acercó y, después de concretar cuál iba a ser el menú de la boda, nos dijo que podíamos pasar a la discoteca para que la viéramos, pues la noche de la boda la íbamos a utilizar. Entramos; pero yo no veía casi nada. Estaba completamente a oscuras y la música era muy romántica, unas cuantas parejas estaban bailando en el centro muy juntas. A mí me dio un no sé qué cuando él me cogió de la mano para que no tropezara y me llevó a una mesa que estaba vacía. Enseguida vino un camarero y él pidió un combinado a pesar de que yo dije que ya no podía beber más. Estábamos sentados en un sofá, muy juntos los dos. Nuestras piernas estaban completamente juntas y Luis se había inclinado sobre mi para decirme al oído que estaba muy contento de que emparentáramos. Yo no sabía qué hacer. Me encontraba muy a gusto; pero tenía mucho calor. Notaba su aliento cálido y yo estaba poniéndome muy caliente. El colmo fue cuando me cogió de la mano y me dijo: Ven, vamos a bailar. Yo intenté excusarme diciendo que no sabía , que hacía mucho tiempo que no había bailado... Pero Luis no me hizo caso y me condujo a la pista. Allí me abrazó por la cintura y me atrajo hacia él. Yo me dejé llevar y al poco tiempo nuestros cuerpos estaban completamente pegados. Yo notaba un bulto que me rozaba mi muslo cuando su pierna se introducía entre las mías. Aquí yo debería haber dicho que basta, que me tenía que ir; pero estaba tan a gusto, me sentía después de muchos años mujer, y me dejé de complejos y de prejuicios y yo misma busqué la posición para que aquel bulto, que estaba cada vez más grande, se colocara entre mis piernas.

Luis también empezó a perder la cabeza, la mano que me abrazaba bajó hasta posarse en mi culo. Allí vagó por las dos nalgas y un dedo se hincaba en la raja. Yo estaba casi inconsciente entre lo que había bebido y el calentón del baile. Así que apoyé mi cabeza en su hombro y él aprovechó para besarme y mordisquearme en la oreja.

Después de dos o tres piezas salimos de la discoteca y yo me sentí un poco defraudada, me hubiera gustado seguir con aquel jueguecito que casi me había llevado al orgasmo. Me acompañó hasta el vestíbulo y me dejó junto a un sofá y me dijo que le esperara que iba a concretar un detalle con el maitre. Yo pensaba que la fiesta se había acabado y que me iba a acompañar hasta un taxi y que no nos volveríamos a ver hasta el día de la boda. La verdad, es que yo estaba cada vez más defraudada. Cuando regresó me dijo: "El maitre me ha dicho que podemos ver la suite que ocuparán los novios la noche de su boda. ¿Quieres que subamos a verla?". Yo no contesté; pero cogí la mano que me tendía y, así, cogidos nos dirigimos al ascensor.

Llegamos ante la puerta de una habitación, Luis introdujo una tarjeta y la puerta se abrió silenciosamente. La cerró al mismo tiempo que encendía las luces y me quedé deslumbrada: ¡Qué habitación! ¡Qué lujo! Era enorme, con un sofá, muebles brillantes, una gran lámpara de cristal que relucía. Encima de una mesita una champanera con su correspondiente botella en hielo.

―¿Te gusta?

―Ya lo creo, pero… ¡no hay cama!

―Claro. Esto es una suite. La cama está en aquella otra dependencia y al otro lado estará el cuarto de baño.

Me dirigí hacia la puerta que debía de ser el cuarto de baño, la abrí y apareció ante mis ojos un lujoso servicio, de mármol, con un gran espejo y una enorme bañera.

―Es de hidromasaje. ¿Quieres probarlo?

―Calla. ¿Cómo quieres?

―Ven. Vamos a ver el dormitorio

Allí había una cama unos tres metros de ancha. Yo me quedé en la puerta y, entonces, él se me acercó por detrás y me abrazó. Su cuerpo se quedó pegado al mío y yo noté cómo su bulto se ajustaba entre mis nalgas. Otra vez, de golpe, se me volvió a encender todo el cuerpo. Sin darme cuenta, eché hacia atrás mi culo buscando un mayor contacto. Él empezó a refregarse y a moverse hacia delante y hacia atrás. Yo correspondía a sus movimientos. Entonces puso las manos en mis tetas y empezó a acariciármelas.

Perdona Pepe que te cuente estas cosas con tanto detalle; pero necesito, si es que puedes oír mis pensamientos, que me comprendas. Yo no quería; pero… llevaba tanto tiempo, él es tan atractivo y … ¡la carne es débil!

Sigo. Al mismo tiempo me susurró al oído: "El maitre me ha dicho que si nos apetece, nos podemos quedar a pasar la noche y…"

Inmediatamente me separé de él e indignada le respondí: "¿Quién te has creído que soy? Vámonos que ya es muy tarde"

―Bueno. No te enfades. Yo le he dicho sin mala intención y el maitre lo ha sugerido por si queríamos dar el visto bueno también a la habitación.

―Ya la hemos visto y me parece bien. No necesito probar nada más.

Como verás, Pepe, yo aún tenía la cabeza lo suficientemente clara como para resistirme a las tentaciones.

―Mira, Marisa. Perdóname si te he podido ofender. No quisiera que por un malentendido se estropeara esta noche tan maravillosa.

―¿De verdad que te ha parecido maravillosa?

―Claro que sí. Mira, es una lástima que desperdiciemos el champán que han dejado y aún no es muy tarde. Nos bebemos una copita de desagravio y nos vamos.

―Bien; pero una sola.

Me cogió otra vez de la mano y me condujo hacia el sofá.

―Siéntate y sirvo las copas.

Allí, de pie junto a mí, cogió la botella y hábilmente la descorchó con un alegre sonido. Yo contemplaba su figura y me decía que indiscutiblemente era una persona muy atractiva en todos los sentidos. Sirvió las dos copas y se sentó a mi lado, muy cerca.

―¡Brindemos!

―¿Por qué?

―Pues por nosotros. Y por nuestros hijos que han permitido que nos conozcamos.

Chocamos nuestras copas y bebimos. Enseguida las burbujas subieron hacia mi cabeza y me sentí muy feliz. Cerré los ojos y apoyé mi cabeza en el respaldo del sofá. Así, me atreví a preguntarle:

―¿De veras que estás contento por haberme conocido?. ¿Por qué?

―Porque me pareces una persona encantadora, muy agradable y… ¡muy deseable!

Estas últimas palabras hicieron que abriera los ojos y me encontré con los suyos muy cerca, mirándome como si quisiera leer dentro de mi. Entonces se acercó un poco más. Yo adiviné lo que iba a pasar y no hice nada por evitarlo. Al contrario lo recibí con los labios entreabiertos. Los suyos se apoyaron suavemente y su lengua se introdujo en mi boca en busca de la mía que salió rápidamente a su encuentro. Al principio fue suave, como tanteándonos; pero al poco se convirtió en un beso furioso, apasionado. Me abrazó por la cintura, yo le cogí del cuello y nos fundimos en un abrazo que nos dejó sin respiración. Al poco nos separamos pero nos quedamos abrazados, mirándonos a los ojos. Yo bajé los míos, aún avergonzada, sin reconocerme. Le dije:

―¿Nos vamos ya?

―Enseguida. Nos tomamos otra copa. La última.

Volvió a llenar las copas, las volvimos a chocar y bebimos. El estaba sentado a mi derecha, muy junto, y su brazo izquierdo reposaba en el respaldo del sofá.

―Tendremos que quedar otro día.

―¿Para qué?

―Para acabar de concretar cosas de la boda. Invitados, qué se yo. Seguro que aún quedan muchas cosas pendientes.

Mientras hablaba puso su mano sobre mi pierna. Yo noté fuego en el lugar donde la puso. Ese fuego subió hasta mi cara que volvió a encenderse. Pero no dije nada. La mano subía lentamente, hasta casi llegar a la ingle. Yo estaba muy mareada y volvía a cerrar los ojos y a apoyar la cabeza en el respaldo. Pero allí me encontré con su brazo. No la retiré. Él me atrajo hacia si y me apoyó en su pecho. Yo oía latir su corazón y me sentía muy feliz. Su mano seguía sobre mi muslo y ya acariciaba mi ingle y sus dedos se introducían entre las dos piernas. Yo seguía sin decir nada. Sólo que ya no oía su corazón, el mío sonaba como un tambor. De pronto, quitó la mano y yo me quedé decepcionada por un momento. Pero, enseguida, la noté en mi rodilla, por debajo de mi falda. Yo tenía las piernas muy juntas y intentó abrirlas con su mano; pero no se .lo consentí. Entonces noté sus labios sobre los míos con un beso muy suave, me mordisqueó los labios y yo los abrí instintivamente. Las lenguas volvieron a buscarse y… ¡abrí las piernas! Esa fue mi perdición, Pepe. Su mano subió por mis muslos muy lentamente y yo ya estaba tan caliente ¡tan cachonda! que deseaba que la subiera deprisa y me acariciara toda. Llegó hasta mis braguitas que debían de estar todas mojadas y me empezó a acariciar por encima de ellas. Mientras seguí besándome y cuando intentó apartar las braguitas para acariciarme sin impedimentos le dije: "Espera un momento que me vas a dejar el vestido todo arrugado. Ayúdame".

Como verás, Pepe, ya había perdido toda la vergüenza. Pero ¿qué hubiera hecho cualquiera en mi lugar. Estaba cachondísima. Llevaba mucho tiempo en ayunas y había sido una noche entera resistiéndome. Ya no podía más.

Se levantó y no pude evitar mirarle la entrepierna. Me recorrió la espalda un escalofrío al vislumbrar su bulto. Se colocó detrás de mí y lentamente bajó la cremallera. Cada pocos centímetros se detenía y me lamía la parte de la espalda que había quedado al aíre. El vestido cayó al suelo, sobre la alfombra y yo me quedé en bragas y sujetador. Se puso delante de mí y me besó mientras me abrazaba y desabrochaba el sujetador. Cuando mis tetas quedaron al aire se separó y se quedó contemplándolas. Yo estoy muy orgullosa de ellas; porque a pesar de mis años aún están tersas y firmes.

Yo me acerqué a él, le quité la chaqueta, le desabroché la camisa y pude contemplar un pecho fuerte, musculoso. Entonces, sin saber por qué, me acerqué a él y después de besarle, bajé la cabeza y le besuqueé y mordisqueé los pezones.

Pepe, pensarás que soy una guarrindonga y te preguntarás que de quién he aprendido estas cosas. Te aseguro, y tú lo tienes que saber muy bien si es que desde el otro mundo nos vigiláis, que eso lo he visto solamente en algunas de las películas que he visto en la tele y siempre me ha parecido muy erótico.

Después le desabroché el cinturón; pero me hice un lío con la cremallera y no pude abrirla. Pero Luis me cogió de la mano y me dijo: Ven, allí estaremos más cómodos. Y así nos fuimos a la habitación.

Yo iba con muchos deseos; pero también con mucho miedo. Nunca había estado en una situación como ésta. Tú lo sabes muy bien, Pepe, mi única experiencia con hombres habías sido tú.

Junto a la cama me acabó de desnudar y empezó una sesión de caricias por todo el cuerpo con las manos, con los labios y con la lengua. Yo tenía los brazos dejados caer a lo largo de mi cuerpo mientras él me hacía las caricias y me llevaba a la gloria. Al cabo de unos minutos cogió una de mis manos y la llevó a su entrepierna. ¡Madre mía, qué bulto tenía! Yo no me lo podía creer, era enorme. Con ayuda de la otra mano le desabroché el pantalón que cayó blandamente al suelo y, entonces pude meter mis dos manos dentro de sus calzoncillos y cogerle aquel aparato. Necesitaba las dos manos para poderla abarcar. Se separó de mí para acabar de quitarse la ropa y, entonces, yo abrí la cama, me introduje dentro de ella y, así, tapada, me quité las bragas que aún conservaba. Él sonriendo y suavemente levantó la ropa de la cama y yo no hice ningún movimiento para impedirlo. Total, para lo que le quedaba por ver. Y yo, además, estaba totalmente impresionada al ver aquella enorme polla, aquel pollón que me apuntaba. ¿Qué soy muy mal hablada? Pepe, no hay otra manera de describir aquello. Lo menos medía veinticinco centímetros. ¿Tú crees que puedo decir que su pene… ¡Eso es para los tratados de anatomía, no para describir un polvo! Yo, la verdad, estaba un poco asustada. ¿Cómo iba a entrar dentro de mí todo aquello?

Él debió de entender mi preocupación porque me dijo. "No tengas miedo. Lo haré muy despacito. Y no te tapes que quiero ver bien ese cuerpo tan bonito que tienes".

Se acostó a mi lado y me abrazó muy tiernamente. Al poco empezó a besarme de nuevo, primero por la frente, las mejillas, los labios suavemente. Después, más apasionadamente en las orejas, el cuello, en la boca con nuestras lenguas buscándose. A los pocos minutos me puso boca arriba y continuó besándome y lamiéndome, bajando lentamente. Cuando llegó a las tetas, me acarició los pezones, primero con los dedos, luego con los labios y la lengua. Mis pezones se pusieron duros y tiesos, mi cuerpo era recorrido por latigazos eléctricos, de mi coño fluía una gran cantidad de jugos y cuando su mano lo acarició, antes de llegar a tocar mi clítoris, tuve un orgasmo tremendo. Grité, me convulsioné durante casi un minuto y luego me quedé como desmayada. De vez en cuando aún tenía sacudidas y, con los ojos cerrados, veía infinidad de luces de todos los colores.

Luis debió de preocuparse de verme en aquella situación porque me preguntó: "Marisa, ¿te encuentras bien?". Yo abrí los ojos y sonriendo le contesté: "En la gloria. Nunca había sentido nada igual. Gracias. Y me acerqué a darle un beso. A continuación pensé que tenía que devolverle el favor y empecé a acariciarle la polla, intentando hacerle una paja. Pero la verdad, Pepe, no sabía. Tú nunca me dejaste que te la hiciera. Pero Luis me dijo: "Tranquila que habrá tiempo. La noche no ha hecho más que empezar".

Yo no sabía qué quería decir. Así que me acurruqué a su lado, abrazándole y con la cabeza apoyada en su hombro. Él pasó su brazo por detrás de mí y, así, con los ojos cerrados me dispuse a disfrutar con el recuerdo de las sensaciones pasadas. Al cabo de unos minutos comenzó a besarme de nuevo, repitiendo la sesión anterior; pero al llegar al pecho no se detuvo, continuó bajando, pasando la lengua por cada centímetro de mi piel. Traspasó la cintura y siguió bajando. Yo estaba excitándome de nuevo. Mi coño volvía a humedecerse. ¡Qué bien sabe acariciar este hombre! Frotó su mejilla en mi vello, separándolo para dejar a la vista mi rajita. Entonces se agachó más y empezó a besarme el coño y a pasar su lengua por la raja. Yo estaba asombrada. ¿Qué cosas?. Al principio me pareció una guarrada pero cuando empecé a notar gusto pensé que era una delicia.

A continuación me quitó la almohada de debajo de mi cabeza, me hizo que me arqueara y la puso debajo de mi culo. Así yo me quedaba totalmente abierta, enseñándole todo. Y, claro, cuando volvió a agacharse, lo entendí. Su lengua se introdujo en mi raja, subiendo y bajando hasta que se concentró en el clítoris. Noté cómo se hinchaba y, así el pudo alcanzarlo con sus labios. La lengua lo lamía en círculos, de vez en cuando me lo mordisqueaba. Y yo chillaba de gusto. Me mataba, yo quería correrme pronto porque el placer era inaguantable. Y, al final, exploté. Cogida a los barrotes de la cama, gemía, chillaba, saltaba…

Luis me abrazó y esperó a que me calmara:

―¿Qué tal?

―¿Y me lo preguntas?¿No me has visto? Aún ha sido mejor que el otro. Y además… es la primera vez que me hacen esto.

―¿Estás cansada? ¿Quieres otro?

―Es imposible. Me matarías

―Estoy seguro de que no. ¿No te apetece acariciármela con la boca?

―Es que…

―¿Te da asco? No te preocupes, todo llegará

Se levantó y regresó con dos copas de champán. Brindamos por muchas noches más como ésta, nos besamos. Nos metimos en la cama, tapados, y nos abrazamos. Al cabo de unos momentos volvió a acariciarme. Yo creía que ya no podría más; pero como es tan habilidoso enseguida volví a mojarme. Entonces me puso boca arriba, hizo que abriera las piernas, doblandolas un poco por las rodillas, se puso encima de mí y colocó su polla a la puerta de mi coñito.

― Qué vas a hacer? Es imposible que me quepa. Y además desde que enviudé no lo he vuelto a hacer con nadie. Me harás daño.

― No, cariño. Ya verás como no te hago daño y, en cambio, te daré mucho placer. Lo haré con mucho cuidado.

Empujó un poquito y penetró un par de centímetros. Esperó, mientras me besaba en la boca y en los pezones. Al cabo de unos minutos introdujo otro par de centímetros. Yo notaba cómo me iba abriendo. Notaba un poco de molestia pero cada vez me iba dando más gusto.

―Cariño, ¡te hago daño?

―Todo lo contrario. Sigue.

Y yo misma empujé hacia arriba buscando su polla y conseguí un buen trozo más.

―Métemela toda, por favor – le dije, abrazándolo con mis piernas.

Noté como entraba hasta el fondo. Se estuvo unos momentos quieto mientras yo disfrutaba de aquel trozo de carne dentro de mí. Los hombres no sabéis lo agradable que es, la sensación tan placentera. Pero el colmo del placer fue cuando empezó a moverse, primero lentamente, luego más rápido, parecía que me cabalgaba. Y yo empujaba hacia arriba. Hasta, que de golpe, noté cómo jadeaba, chillaba y un líquido caliente mojaba mis entrañas. Entonces, al mismo tiempo casi, yo exploté. Nos mantuvimos así, quietos, él dentro de mí y yo notaba como, poco a poco su polla, se iba haciendo más pequeña hasta que se salió. Nos dormimos abrazados y, así, hasta ahora. ¿Y qué hago?

Mira, Pepe, te lo he contado. Aunque si me oyes también has podido verlo. Pero a mí, el contártelo me ha servido para aclararme las cosas. Hasta hoy no había sabido lo que era un buen polvo. Y se han acabado mis prejuicios y mis miramientos. Así que, como dicen en mi pueblo, "el muerto al hoyo y el vivo, o la viva, al bollo". Así que voy a hacer lo que anoche no hice, le voy a agradecer el placer que me dio. ¿Ves?. Se la estoy chupando, como si fuera un helado. Mira cómo se va haciendo grande. Me gustaría metérmela toda en la boca; pero no me cabe. Ya se despierta y me mira sonriendo…

―¿Repetimos?

Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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