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Hola, lo que podréis leer a continuación es el tercer relato de una serie que he decidido escribir como recuerdo de las experiencias vividas a lo largo de los años de actividad sexual plena y que son absolutamente verídicos, sin maquillaje y sin adornos para decir que nadie era súper nada ni increíblemente nada, ya me entendéis, sexo diferente, pero al fin y al cabo sexo entre personas normales. Por cierto, quería pedir disculpas por las pequeñas erratas de mi texto anterior y las que pudieran aparecer en este, pero escribir sobre estas cosas acelera la mente y mi torpeza gramática
***************
Ya hacía algún tiempo que conocía a Yol, nuestra relación había empezado de un modo casual. Siendo ella mi peluquera lo normal es que la conversación se limitará al tiempo y a las absurdas revistas del corazón, pero no, no fue así, como dos polos que se atraen nuestra sexualidad inquieta fue abriéndose paso en nuestras conversaciones como un tren de mercancías imposible de parar.
Las relaciones de pareja complicadas y nuestra pícara mente rápidamente nos hizo descubrir nuestras las cartas. El teléfono de vez en cuando ardía con tórridas conversaciones acompañadas de fotos que iban desde lo erótico a lo obscenamente explícito. No tardó en darse el primer encuentro real entre nuestros cuerpos, pero no es ese el momento que quiero contaros, o quizás sí, pero en una próxima ocasión.
Yol es una peluquera preciosa, con una piel suave y morena, su mechón de color atrevido en el pelo le da un punto travieso que después refleja en sus manos. Los pechos de buen tamaño se coronan con unos preciosos y traviesos pezones que se endurecen al contacto. Sus caderas anuncian un culo y unas piernas dignas de ver sobre todo cuando te permite observarla a cuatro, expuesta y lista para ser follada.
Además de su arte con las tijeras y su cuerpo Yol tuvo a bien aprender a dar masajes terapéuticos, cosa que no tardó en explotar su jefe ante su sugerencia. Cuando me lo comento en una de mis visitas a la peluquería mi sonrisa debió dejarle claro quién iba a ser uno de sus clientes fijos.
La primera cita no tardó, invocada en nombre de unos falsos dolores de espalda que necesitaban su atención. Todo hubiera sido sencillo si los mensajes al móvil el día anterior no hubieran encendido por momentos la relajante sesión.
“Tengo ganas de que llegue mañana” le dije.
“¿Y eso?”, siempre sentía el azote de esa indiferencia y frialdad con la jugaba descarada.
“Quiero sentir tus manos” insistí.
“¿Por qué te duele mucho, mucho la espalda?”, seguía en sus manos y le gustaba.
“Ya sabes porqué…”, sonaba a suplica.
“Dímelo”, Yol siempre fue así. Jugaba sin parecer importarle, indescifrable, dejándote con la sensación incomoda de no saber si ella también lo deseaba o no.
“Sabes que quiero ser tuyo” … no podía evitarlo, estaba en celo, un celo por ella que como ninguna conocía mis perversiones más oscuras.
“Tráete cositas”. fue uno de los últimos textos que pude leer.
Tras 24 horas de ansiosa espera llegue a mi cita en la peluquería. Un saludo sobrio, lógico para el lugar de trabajo dio paso a sus palabras, “ven acompáñame”, la seguí hasta una pequeña salita adaptada para las depilaciones, apenas una mesa de masajes y un armario eran todo lo necesario.
Observaba su aptitud profesional, su bata de trabajo y ya deseaba sentirla. Tras poner una música relajante y encender las velas aromáticas dispersas por la sala me acerco una toalla,
“Deja la ropa ahí, usa esta toalla y te tumbas en la camilla boca abajo”, una sonrisa pícara la animó a continuar, “normalmente deberías dejarte los calzoncillos, pero tú… tú quítatelos”, la vi salir por la puerta después de apagar la luz y dejarme con el tenue ambiente de las velas.
Obedeciendo sus órdenes me tumbe boca abajado desnudo envuelto en la pequeña toalla esperando con ansia su regreso. “¿Estas cómodo?”, ufff… sí, pero también inquieto y deseoso, aunque esto último no se lo dije. Yol aceito sus manos antes de ponerlas sobre mí y comenzó un agradable masaje por mi espalda primero desde un lado de la camilla y después situándose en la cabecera.
Sus manos me recorrían pretendiendo una relajación que mi mente en ese momento no podía aceptar, deseaba otra cosa, la deseaba a ella. Dubitativo estiré un poco los brazos, mis manos no tardaron en lograr su objetivo, de pie como estaba frente a mí no era difícil alcanzar sus piernas. El contacto la sorprendió interrumpiendo momentáneamente el masaje, sin decir nada yo escuche un sí. Sus medias rozaban mis yemas y las caricias rodeaban sus muslos. Cada una de mis manos subía y bajaba, perdiéndose ligeramente bajo su corta bata, alcanzando el comienzo de sus nalgas. Notaba erizarse su piel, me indicaba que no era indiferente, la situación le gustaba, el morbo envolvía el ambiente. A escasos metros de su jefe, en un local lleno de mujeres parloteando ella estaba siendo acariciada con la sola separación de una puerta.
Zafándose de mi pasó a los pies de la camilla, dedicando sus masajes a mis piernas, lejos de mis ávidas manos. Me iba hacer probar de mi medicina, había dado el pistoletazo de salida y Yol conoce bien a la zorra que os escribe, no pensaba cortarse. Cada caricia recorría más arriba mis muslos y sus pulgares descaradamente tomaban el interior de mis muslos hasta la base de mis nalgas. Uffff, me derretía, pero aquí el ritmo lo imponía ella y eso le encantaba, siempre tuvo ese punto dominante. Desde el primer día supo que tenía un amigo, pero también a un perrito con el que jugar al perverso juego de sentirse deseada.
Sin miramientos ni reparos se había adueñado de mi culo, la toalla no era más que un cinturón en mi cintura y la imposibilidad de emitir cualquier sonido hacía de cada caricia una pequeña tortura. Situada en el lateral de la camilla dejo caer un chorro de aceite entre mis nalgas, anticipo de un futuro, el futuro de un cuerpo abandonado al placer de su dueña. El primer dedo tomo mis entrañas, girando, entrando, saliendo y vuelta a empezar. Ahogando mis gemidos recibí el segundo, y no mucho más tarde el tercero.
Ya no había medias tintas, ninguno de los dos podía disimular y ahora estando al lado de la camilla su cuerpo era alcanzable, mi mano se deslizo ansiosa por el interior de sus muslos. Pronto sobre el tacto de sus medias podía distinguir el calor de su húmedo coño, percibí el tanga en mi búsqueda de su abertura, el recorrido de su rajita y la culminación de su clítoris. Sentía mis caricias envueltas en calor y su humedad, yo era su puta, su juguete, pero no iba a permitir que ella no fuera también lo que es.
Puede que el deseo provocara su brusquedad, pero el cuarto dedo se abrió paso de un modo para el que aún no estaba preparado. Mi quejido la detuvo, Yol sabía mis deseos por lograr un fisting pero no estaba aún listo.
“¿Te duele?”, dijo con cariño.
“Un poco”, se retiró de mi interior
“¿Qué has traído?”, le señale la bolsa y le pedí que eligiera ella. Rebusco y eligió.
“En cuatro, cariño“.
La situación era casi humorística si no fuera por las altas temperaturas que a los dos nos envolvían. Una peluquería de barrio llena de clientes y en un cuartito esta zorra ansiosa, el juguete de Yol, a cuatro en una camilla con mis codos apoyados y mi culo dilatado completamente expuesto.
La mire lubricar a mi amigo azul, era su elección un consolador de silicona de dos puntas de los que diseñados para los juegos lésbicos. Lo adoraba y ahora me iba a tomar con él. Apenas sin esfuerzo la punta se deslizo dentro de mí acompañada de un centímetro tras otro en un avance sin piedad.
Ella es así, su gesto serio, concentrada como si de un trabajo se tratase no apartaba su vista de mí. Siempre me inquieto esa seriedad casi de domina, me hacía sentir lo que era, una perra viciosa y entregada. Endureció su tratamiento, con un movimiento más fuerte y profundo. No iba a aguantar y se lo dije.
“Vuélvete y túmbate boca arriba, un segundo”, sus palabras le seguidas de un empujón enterraban casi 24 centímetros de juguete en mi interior, “ahora”, y sin dejarlo salir me ayudo a tumbarme.
Con su expresión seria roció mi pene con aceite y empezó a masturbarme, sus ojos se clavaban en los míos. Mi mano derecha volvió a perderse bajo su bata alcanzando buscando devolver el placer que me estaba ofreciendo. Yol esta vez su descaro me sorprendió al separar más las piernas. Estaba claro, íbamos a corrernos juntos, o eso desee porque tan solo unos segundos después estallaba en borbotones de leche. Limpio con delicadeza mi vientre y sus manos observando la abundante leche que había logrado con su dominio.
“Levanta las piernas”, casi había olvidado a mi invasor, despacio torturando mi hipersensibilidad del momento lo saco y pudo observar mi dilatación.
Ya podía relajarme, ahora sí, así que me dedicó los últimos momentos de mi cita a hacer el servicio de masaje que cualquier cliente obtiene.
Siempre le agradeceré aquel momento intenso que me llevo a una relajación diferente.
Gracias Yol y, por supuesto, gracias a los lectores.
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