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A veces es imposible describir con toda justicia la belleza de nuestro mundo, es algo que rebasa la imaginación sin embargo aquel lugar era hermoso en grado extremo arboles enormes y flores silvestres de bellos y brillantes colores, época primaveral donde la reproducción es total en planta y animales, un lugar hermoso como un cuento de hadas.
En cambio, la época invernal era cruel en extremo con aquel sitio, se volvía inexpugnable por decir algo. Dentro de ella vivía una familia adinerada de rancio abolengo, de costumbres muy de acuerdo a su envestidura, gentes que hacían alarde de su linaje, gente cruel y autoritaria.
Elena hija predilecta de la familia compuesta por ella y su hermano Iván primogénito y el mayor sinvergüenza que pudo producir la tierra.
Sin embargo, no era el único de la familia, se rumoraba que Bárbara su madre, se había entregado a la concupiscencia de manera escandalosa antes de casarse con su padre.
Él se había enamorado de Bárbara desde que eran muy jóvenes y su amor pudo más que lo rumores de la liviandad de su mujer, mas no estaba ciego y después pudo comprobar que su mujer era una mujer lasciva e insaciable.
Este temperamento fue heredado de manera lamentable a la hermosa y gentil Elena.
Bárbara parecía aburrida, Alejandro su prometido y la postre padre de sus hijos no era el prototipo de hombre que ella deseara, sentados en la sala observándose sin que hubiera algo realmente atractivo en aquella situación, “ojalá se fuera este idiota, ni siquiera se sienta junto a mí, le falta inventiva, de espaldas como estamos sería fácil meter la mano bajo mi falda y mitigar este maldito furor que me está matando”. Bárbara abanicaba su rostro perlado de sudor, pero no era calor lo que tenía era presa de excitación la cercanía de Alejandro le ponía inquieta y a este parecía no llegarle el aroma de la hembra en celo que tenía frente a él. En cambio, Alejandro le observaba y le costaba trabajo creer las cosas que se rumoraban de su prometida. Todo aquello distaba de ser mentira lasciva entre las lascivas Bárbara en la intimidad era una autentica mesalina artera dispuesta siempre a darle gusto su hambrienta panocha.
Quizá la más sonadas de sus lubricas aventuras fue la ocurrió en su propia casa.
Un joven invidente había llegado a trabajar en el servicio de la casa recomendado por un párroco que apelo al buen corazón de los padres de Bárbara.
Quizá cueste trabajo creer esto, pero esto lo leerán desde la perspectiva de Bárbara.
Ella intentaba descansar cuando fue asaltada por su constante apetito sexual hacía calor y decidió tomar un vaso de agua, una bata transparente cubría su desnudo cuerpo mal humorada por estar convencida que pasaría la noche en ayuno, después de saciar su sed vago hasta el jardín de su casa mientras una fresca brisa acariciaba su rostro el viento jugaba con la frágil tela de su bata y la levantaba dando un espectral efecto, de pronto su rostro se ilumino sentado en una banca del jardín el joven ciego disfrutaba del aroma de las flores que el viento llevaba hasta su nariz, aspiraba el aroma deleitando uno de sus aguzados sentidos por su ceguera. Bárbara lo rodeo y se puso como a dos metros frente a él, bastaron un par de segundos para el joven distinguiera el fino aroma del perfume de la hermosa mujer.
—¿alguien anda ahí?
—me sorprendes Fausto solo te guías por el aroma, aunque para serte franca me gustaría que distinguieras otro aroma.
—¿Cómo que aroma señorita?
Bárbara sonrió malévola repitiendo en sus adentros. –el aroma de mi panocha, pero quien sabe todo puede suceder.
—ja, ja, ja, ven acompáñame te voy a mostrar algo que te va a gustar.
—¿A dónde me lleva señorita?
—ya lo sabrás.
Con toda cautela Bárbara lo llevo a su recamara, tenía tantas cosas en mente, pero le excitaba sobre manera darle a probar al invidente algo que quizás nunca probaría si ella no se lo proporcionaba.
Una vez en la privacidad de su alcoba lo sentó en una silla, su excitación era evidente ante lo que pensaba hacer. Coloco un banco frente a él cálculo su estatura y quedo satisfecha con el resultado.
—vamos a probar de nuevo tu fino olfato fausto.
Estas palabras las emitió enronquecida de excitación, acerco más el banco hasta separar las piernas de Fausto y subió en él se deshizo de la bata y la arrojo lejos de ella el rostro de Fausto estaba a escasos centímetros de su sexo.
—¿distingues el aroma querido?
Fausto aspiro queriendo descubrir lo que Bárbara pretendía.
—si distingo un aroma muy…
—¿muy qué Fausto?
—Muy especial.
—¿te agrada o desagrada?
Fausto volvió a aspirar.
—Me agrada señorita.
—Fausto ¿sabes lo que es una vagina?
—si señorita.
—¿has olido alguna?
—no señorita nunca.
—eso pensé y eso te hace más atractivo para mí, ¿sabes, una vagina esta frente a ti? Me voy acercar un poco más, estaré tan cerca de ti que sentirás hasta mi perturbación.
Las piernas de Bárbara temblaban al aproximarse al joven invidente trago saliva cuando observo como la punta de la nariz se ocultó en su espesa mata genital, un fuerte estremecimiento se apodero de ella al sentir como aspiró lento y profundo el aroma de su ardiente sexo, el joven invidente restregó con toda delicadeza su apéndice nasal en el húmedo y cálido canal, las piernas de Bárbara temblaban como negándose a sostenerla, al momento Fausto parecía darse cuenta de su flaqueza y la aferro por las nalgas introduciendo la nariz totalmente en su lubricada oquedad. Fausto abría a toda capacidad sus apagados ojos, dentro de la vulva su nariz nadaba en los abundantes jugos de Bárbara sus hirsutos pelos rosaban sus pómulos casi invadiendo sus ojos, sí era su primer contacto con lo más delicioso del ser femenino, era invidente pero su instinto era validado por una fuerte erección tan potente que se tornaba dolorosa instintivamente beso los gruesos labios y deseo ferviente probar aquel elixir que se había impregnado abundantemente en su nariz, extrajo su flexible musculo bucal tan tímidamente que al ser contacto con la mucosa y el clítoris Bárbara lo jalo bruscamente enterrando el rostro dentro de su vagina, Fausto sacio su deseo de probar la miel del sexo anegado de su calenturienta ama, ella batía anhelante su frondosa cadera apretujando las piernas mientras fausto deslizaba la lengua rosando su clítoris y provocándole una sensación delirante.
—¡basta no quiero correrme de esa manera!
Miro el rostro de Fausto brillante por sus abundantes emanaciones y buscando a tientas el dulce que le había sido arrebatado de la boca.
—ven mi rey ahora te voy a dar algo aún más delicioso.
Le llevo a la cama y le despojo de toda su ropa de manera por demás apresurada.
La trusa ultima prenda en caer dio muestras del enorme paquete que el joven ciego guardaba bajo ella.
Bárbara no pudo dejar expresar admiración al contemplar tan desafiante trozo.
—¡Mira nada más que delicioso ejemplar ocultabas mi cielo!
Bárbara admiraba con evidente codicia las dimensiones del coloso que pronto retozaría dentro de su persona. Un súbito deseo se apodero de ella y sin pensarlo lo tomo de la raíz y lo introdujo en su boca, sus labios rodearon la candente barra y sus mejillas se hundían al succionarlo golosamente, Fausto se quejaba casi en silencio el calor y la humedad de la boca de la hambrienta hembra lo estaban enloqueciendo y sus ojos apagados parecían salir de sus cuencas.
—amita por favor pare porque siento que se me escapa el alma.
Bárbara cesó su torturante labor convencida de que después de aquello y con mucha prudencia de su parte lograría su orgasmo antes de que el joven invidente anegara su cavidad con la lava ardiente de su semen.
—ven querido móntate encima de mí.
—¿no estaré muy pesado para usted amita?
—con lo feliz que me vas hacer seguramente ni notare el peso de tu cuerpo.
Fausto contenía su aliento y su potente erección chocaba con la panocha de Bárbara y provocaba en ella auténticas descargas de excitación, ansiosa bajo su mano derecha y atrapo el candente perno y guio directo a su hoguera.
—empuja mi amor.
Aquello más que una orden era una súplica delirante de urgencia pasional.
—no le haré daño amita me dolería hasta el alma lastimarla después de que ha sido tan generosa al dejarme tocar su panochita.
—ah me haces más daño retardando la profanación de mi persona te aseguro que mi hueco puede tragarse toda tu virilidad y más si fuera necesario.
Y era verdad Bárbara había sido cohabitada por un tío hermano de su padre que su fama era debida a la portentosa longitud y espesor de su aditamento sexual, pero esa es otra historia.
Las dimensiones del joven ciego eran casi semejantes al de su tío solo que la cabeza de la verga de Fausto era más delgada y corta. En cambio, era ligeramente más gorda.
Fausto empujo con temor, aun así, la enrojecida testa resbalo por el húmedo barreno, arrancando los primeros quejidos de Bárbara.
—no te detengas mi amor que me matas de impaciencia.
A esta nueva demanda Fausto aplico todo el rigor disponible e introdujo tres cuartas partes de su dureza en el estrecho fortín.
—Hum aah… aah… mas, más mi amor.
Todo esto fue un murmullo que inyecto irrefrenable deseo a Fausto, sepultando su coloso en los confines de su insaciable profundidad.
Ambos abrieron sus bocas ante la inenarrable y grata sensación de sus cuerpos fuertemente enlazados.
La vagina de Bárbara se llenó por completo de jugo lubricante al contacto con la barra candente que saturaba su intimidad.
Fausto se había quedado quieto el calor que le procuraba el interior de Bárbara quería conservarlo hasta las últimas consecuencias. Sin embargo, ella necesitaba el roce de su candente vara aplastando con severidad su inflamado clítoris.
Ella tomo la iniciativa y aun con el peso de Fausto encima logro mover la cadera y deslizar por su cuenta la gorda estaca en su lubricado canal.
--Hum vamos amor muévelo ya lo necesito.
Instintivamente Fausto levanto las nalgas hasta casi sacar su estoque y lo volvió a enterrar con toda su fuerza hasta estrellar su pubis contra el de ella, Bárbara percibía como aquella estaca se deslizaba abruptamente centímetro a centímetro hasta lo más profundo de ser, una y otra vez se repetían aquellas estocadas hasta que Bárbara rendía su pasión y se venía escandalosamente mientras Fausto continuaba galopando sobre su golosa panocha, el ciego la escuchaba gemir y no pudo soportar más y también soltó dentro de ella su ardiente liquido de vida tan abundante que las nalgas y el recto de Bárbara percibieron el calor de la escurriente lava.
Las sombras de la noche ocultaron cualquier vestigio de su candente encuentro, las sabanas del lecho de Bárbara mostraban varias manchas producto de varios encuentros durante su amoroso desliz.
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