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~~Había una vez en un mar muy muy lejano, una familia de piratas que vivían en su barco con la bandera negra y la calavera blanca. Ellos creían que eran felices con la vida que llevaban, aunque la relación que tenían era muy superficial.
Un buen día, un barco de vikingos pasó por el mar lejano de los piratas, y al ser visto por el vigía del barco pirata, éste gritó:
~~ “Un barco de vikingos a estribor, ¡vamos a abordarles!”.
Los piratas se pusieron cada uno en su puesto de batalla, todos con el sable en los dientes, la pata de palo brillante y lijada, y el pañuelo en la cabeza bien ajustado, para que pareciese que los ojos los tenían de piratas enfadados.
Cuando los vikingos vieron el panorama, enseguida se escondieron bajo la cubierta del barco, y viraron a babor para no toparse con los piratas, los cuales no les iban a dar la bienvenida precisamente. Los piratas se quitaron los atuendos de abordar barcos, y volvieron a su rutina diaria.
Cuando andaban por el barco y se tropezaban unos con otros, no se pedían perdón, y tampoco se deseaban los buenos días por las mañanas, ni se saludaban en ningún momento. La comunicación entre ellos era muy simple, y sólo esperaban poder abordar algún barco despistado.
Estaban ensimismados en sus quehaceres de pirata, cuando una barca muy pequeña con un señor y un perro se acercaban al gran barco pirata. El vigía dio su gritos de guerra:
– “¡Al abordaje!”.
Y todos los piratas tomaron sus puestos de batalla de nuevo. El señor iba de pie en la barca, con su perro en brazos, y dijo:
– “Buenas noches señores piratas, ¿podrían ustedes ayudarnos?. Llevamos a la deriva desde hace dos noches y estamos cansados y hambrientos”.
El pirata jefe le contestó con muy mal humor:
– “¡Vete a otro barco!, aquí no te vamos a ayudar porque somos malos, ¡ja, ja, ja!”
Y todos los piratas rieon al unísono.
El señor insistió de nuevo, ya que realmente estaban muy cansados y tenían que descansar un poco para seguir por su camino.
Esta vez no contestó el pirata jefe, sino su hija pirata, y dijo:
– “Podréis pasar esta noche en el barco, mañana bien temprano marcharéis”.
El señor y su perro subieron al barco muy agradecidos, y no podía parar de dar las gracias a cada uno de los piratas, y abrazarles en señal de agradecimiento, a lo que los piratas se miraban extrañados, y se limpiaban después de recibir el abrazo del señor.
Durante la cena que les ofrecieron, el señor comenzó a hablar de su trabajo y de porqué se habían perdido en mitad del mar, mientras el perro escuchaba atentamente, y los piratas se empezaban a quedar dormidos, pero cuando el señor dijo:
– “Lo que más me gusta de mi trabajo es ver la cara de satisfacción de la gente cuando les digo que son importantes y que sin su labor en este mundo, el mundo no serían tan bonito”
Todos los piratas abrieron mucho los ojos, y empezaron a escuchar con más atención.
Cuando el señor terminó de cenar, y se iba a dormir, los piratas le pidieron que hablara un rato más, nunca nadie antes les había dicho las cosas tan claramente, y ahora que las estaban escuchando y asimilando, algo en sus conciencias se removía, y se empezaba a trasnformar hacia el lado más insospechado para un pirata.
Al día siguiente, ningún pirata quería que el señor amable y su buen perro se fueran. Desde la noche anterior, los piratas que tantas cosas habían aprendido de aquella inesperada visita, empezaron a saludarse por las mañanas, a disculparse si tropezaban, y a mantener los buenos modales en la mesa.
El señor finalmente tuvo que marcharse, y cuando ya estaba en su barca despidiéndose con la mano, gritó:
– “Me alegro que os haya gustado mi trabajo, con vosotros ha sido muy satisfactorio y agradecido”
A lo que los piratas no pudieron contestar nada, simplemente sonrieron y pensaron que la bondad es lo mejor que se puede transmitir a todo el mundo.
El señor se llamaba Bondadoso, y su perro se llamaba Gracias. Bondadoso era el director general de la empresa Amabilidad, y se sintió feliz de poder hacer el bien a todo aquel que estuviera en el buen camino.
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