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~Somos una pareja de amigos apasionados por el sexo y la literatura. Una reciente revelación en nuestras vidas nos ha convencido de la necesidad de confesarnos nuestras experiencias, morbos y fantasías. Ambos hemos coincidido en que la mejor manera de hacerlo es compartiéndolas en forma de relatos.
Hoy Él es el protagonista.
-Mi padre se folla a tu madre.
-¿Qué? –Me sorprendió más el hecho de que me estuviera hablando que sus palabras.
-Que mi padre se está follando a tu madre. En plan serio. ¿Lo pillas?
Estaba vestida con unos pantalones ajustadísimos y un top desigual que dejaba a la vista unos de sus hombros. Estaba claro que no llevaba sujetador, tal vez reivindicando que no lo necesitaba. Era uno de sus looks más moderados.
-Eh… vale. –Acerté a decir.
-Pues eso, que lo sepas. –Y se alejó ofreciendo a la vista el extraordinario movimiento de su pequeño culo.
Lorena estaba buena, pero no era ni de lejos la más atractiva del instituto. Su fama se fundamentaba más en su actitud que en su físico. Había historias legendarias sobre sus andanzas con hombres mayores que nadie sabía si eran reales o no, pero que habían causado un impacto profundo en los chavales de cursos inferiores. Sabíamos que era una chica fácil con quien ella elegía facilitarle las cosas. Con los demás, mocosos como yo, la cosa se—
Un momento. ¿Qué a mi madre se la folla quién?
Si aquello era una separación, hasta entonces nadie me había informado. Mis padres simplemente me dijeron que querían “explorar un tipo de relación menos convencional”, lo que traduje como un deseo mutuo de follarse a otras personas sin tener que dar explicaciones. El trato entre ellos era cordial, pero hacía tiempo que parecían más un par de viejos amigos que una pareja.
Me sorprendió en cambio el ritmo de los acontecimientos. No pasó mucho tiempo desde que nos mudamos a nuestro nuevo hogar cuando mi madre empezó a hablarme de Miguel. A pesar de que el chivatazo de Lorena me había preparado para aquello, todo pasó muy rápido. Un día me lo presentó, comenzó a llevarle a casa, pasó a anunciar que se quedaba a pasar las noches y antes de que fuera capaz de abrir la boca ya estaba viviendo con nosotros.
-¿Y qué tal con mi padre? –Me preguntó Lorena durante un recreo. Aquel día llevaba unos vaqueros de cintura tan baja que de ella escapaban los tirantes de su tanga.
-No es mal tío. No me hace mucho caso y casi que mejor. Al menos no intenta ocupar el sitio de mi padre.
-Será contigo, porque con tu madre es otro cantar. ¿Les has visto?
Se comportaban como novios de instituto. Eran una caricia, un besuqueo y un magreo constantes. No se podían quitar las manos de encima.
-Y por las noches es peor. –Los ojos de Lorena se abrieron de par en par, como los de una gata curiosa.
Los sonidos que provenían cada madrugada desde su habitación eran dignos de película porno sin importarles que aquel jadeo tan próximo llegara inevitablemente a mis oídos. Había momentos en los que su ritmo era tan frenético que podía escuchar el choque de sus cuerpos desnudos acompañando los sonoros gemidos de mi madre.
-Vaya bien que se lo pasan, ¿no? –Dijo ella con evidente aprobación. –Tu madre hace bien, no como la mía que es un rollo.
Aquel comentario me hizo pensar que probablemente muchas de las habladurías sobre Lorena eran ciertas. La forma en la que me miraba, estudiando con descaro mi anatomía y calibrando mis reacciones evidenciaba su gran experiencia con el sexo opuesto. La compañía de multitud de tíos durante los recreos lo corroboraba. Se congregaban alrededor de su diminuta figura ignorando al resto de chicas, como si ejerciera sobre ellos un magnetismo único. En ocasiones pude ver cómo, juguetona, se perdía con alguno de ellos en los baños del instituto.
A mí no me iba tan bien. Tenía la sensación de que mi experiencia con Muriel me había concedido el don de conquistar a cualquier chica. Para mi desilusión la gran mayoría de intentos terminaron en rotundos fracasos. ¿Cómo era posible que una hembra divina como Muriel se hubiera esforzado por seducirme y niñatas sin experiencia me rechazaran? Empecé a comprender que en toda aquella historia yo había sido un simple capricho de una hembra madura y que mi mérito era nulo. Ahora tocaba trabajármelo y tomar mis numerosos fracasos como valiosas lecciones. Pero mientras tanto mi único método para obtener algo de placer sexual eran las pajas.
Admito que como al resto de machos del instituto y probablemente un número nada despreciable de féminas, Lorena me servía como fuente de inspiración. Era una pequeña criatura en la que la genética había concentrado toda la belleza del tamaño estándar. Tenía unos grandes ojos verdes, una larga melena rojiza, unos labios carnosos y una pecosa naricilla. A pesar de su estatura, su cuerpo estaba perfectamente proporcionado, con unos diminutos pechos y unas piernas contorneadas. Tenía un piercing en la nariz, otro en el ombligo y, al hablar, se descubría otro en su lengua. ¿Cómo resistirse a una imagen así rondado mi cabeza cuando además a media noche llegaban a mis oídos todo tipo de jadeos, gemidos y gritos de placer?
No negaré que todo aquel ardor era en momentos contagioso y que para mi vergüenza en muchos momentos mi polla adquiría una dureza singular. Rememoraba aquella noche en la que Muriel me cabalgó bajo la tormenta lamentando que nunca se hubiera repetido. Añoraba aquel placer pero tras varias noches consecutivas sin dormir de un tirón mi cuerpo se resintió, la cabeza no estaba del todo en su sitio y el sexo pasó a ser algo secundario. Caí rendido.
Me desperté porque el sol me dio en los ojos. Caminé confuso por la casa vacía y al comprobar que estaba solo, no me preocupé en añadir más ropa a mi slip. Mientras desayunaba intenté desentrañar si los ruidos de la noche anterior habían sido o no reales, cuestionándome a continuación si formaban parte del habitual polvazo que durante no menos de una hora echaba Miguel a mi madre, o si bien habían sido causados por otro asunto. Para mi sorpresa la puerta se abrió y más que disipar mis dudas, añadió unas cuantas más a la lista.
Allí estaban mi madre, Miguel y Lorena. Mi madre me observó avergonzada, Miguel decepcionado y Lorena, con aquella mirada que derretía glaciares, estudiaba descarada lo que mi indumentaria revelaba de mi anatomía. No en vano, estaba prácticamente desnudo ante mi recién estrenada familia.
-Bueno, pues… -dijo mi madre para romper el hielo.- No sé si os conocéis.
-Sí, del insti. –Dijo Lorena.
Y para sorpresa de todos caminó con determinación hacia mí, apoyó sus manitas en mis abdominales, se puso de puntillas para alcanzar mis labios y me plantó un brevísimo beso.
-Hola hermanito. –Dijo ella en un tono que contribuyó al aumento del Calentamiento Global.
Miguel intervino cogiéndola por el brazo y arrastrándola a una habitación que teníamos vacía. Su exagerada reacción no terminó ahí, ya que pronto surgieron todo tipo de improperios, amenazas y gritos entre ambos bandos. Tanto era el jaleo que lo que decían resultaba ininteligible. Al intervenir mi madre el tono no se moderó, sino que aumentó por momentos. Agradecí volver a estar solo en medio del comedor porque mi polla andaba revolucionada tras aquel leve pero efectivo contacto con Lorena. Y sobre todo, porque así puede percatarme del volumen de su equipaje intuyendo que aquello no era ni mucho menos una visita puntual.
Al rato salieron los tres con el enfado aún presente en sus rostros. Miguel introdujo el equipaje de su hija en mi habitación y mi madre se ocupó de explicarme que compartiríamos estancia mientras arreglaban para ella la que estaba vacía. “Solo unos días”, dijo. Debo admitir que no esperaba nada de Lorena a pesar de su fulgurante presentación, pero no discutí aquella decisión. Tener a una chica así a un metro de mi cama era toda una tentación aunque analicé, con más calma, que Lorena seguramente fuera una versión diminuta de su padre y que tras instalarse no me haría demasiado caso. Acerté por completo, porque desde que me dijo que dormiría en un colchón en el suelo y que yo podía conservar la cama, no volvió a cruzar palabra conmigo hasta la comida. Decidí romper el hielo.
-Pues… no os esperaba esta mañana.
-Ya, se ha notado. –Repuso Lorena con una sonrisa.
-Es que nadie me dijo que venías hoy.
-Bueno, es que no venía. Surgió.
Y así, tan misteriosa, me dejó preguntándome porqué nuestros comunes progenitores habían tenido que salir pitando en mitad de la noche a buscarla y traerla a nuestro hogar.
El día pasó a toda velocidad. Al cerrar la puerta de la habitación a nuestras espaldas me sentí terriblemente incómodo. Entre aquellas cuatro paredes, santa sanctórum de mi masturbación, tenía a una chica que comenzaba a desvestirse sin cortarse lo más mínimo. Lorena se bajó los pantalones desvelando un magnífico culito, tan bien proporcionado como el resto de su cuerpo, cubierto por un pequeño tanga morado. Cuando comenzó a quitarse su top mi caballerosidad acudió al rescate y me obligó a apartar la mirada con un ostentoso giro de cuello.
-¿Te has girado? –Preguntó ella.
-Claro.
Para mi sorpresa su reacción no fue de agradecimiento sino de hilaridad. Lorena empezó a reír a carcajadas mientras se introducía semidesnuda en su improvisada cama.
-¿Tú eres virgen, no? –Me preguntó casi con lágrimas de risa en sus ojos.
-Pues no. No. –Respondí orgulloso- ¿Y tú?
Su carcajada se hizo más sonora y duró tanto que me dormí mientras aún intentaba ahogar sus risitas.
Desperté a media noche. Jadeos, grititos y un golpeteo constante. La habitual amalgama de sonidos con que me deleitaban mi madre y Miguel. Pero había algo más, una melodía nueva oculta bajo aquel frenesí acústico. Sin apenas moverme, simplemente orientando hacia la procedencia del ruidillo unos ojos cada vez más acostumbrados a la oscuridad, divisé a la criatura que lo causaba. La mitad superior del pequeño cuerpo de Lorena había escapado del saco y se contoneaba rítmicamente. Pude intuir en las tinieblas el sudor brillante alumbrando sus pezones enhiestos y su rostro demacrado por el placer que su mano, trabajando metódicamente, le proporcionaba bajo la tela del saco. Me sorprendió comprobar que se había introducido algo en la boca. El fulgor amoratado del tejido me dejó claro que era su tanga. Mordió su ropa interior para ahogar sus gritos de placer cuando se corrió al tiempo que, en la habitación de al lado, nuestros padres llegaban al orgasmo.
Mi polla no volvió a relajarse en toda la noche y yo, con los ojos abiertos desde aquel momento, fui incapaz de conciliar el sueño. Sentí que apenas me había movido desde que Lorena, tras correrse, lanzara a un lado su tanguita y se quedara dormida. Al día siguiente era incapaz de procesar la información de forma lógica, así que cuando de repente me vi en el instituto rodeado de mis compañeros, tardé un tiempo en comprender lo que me decían.
-Espabila tío. Que te estamos preguntando que por qué has venido hoy con la Lorena.
-Ah. Ahora vive en mi casa. –Respondí monocorde como un autómata.
-¡Joder! ¿En serio? Bueno, no me extraña que después de la que ha liado su madre la haya echado de casa.
-¿Qué? –Pregunté volviendo a ser yo mismo por un momento.
-¿No te has enterado? Ayer la pillaron en un descampado con tres tíos mayores dale que te pego. Su madre llamó a la policía y todo. Se ha debido liar muy parda.
A la hora de entrar ya eran cinco tíos. Durante el recreo subieron a ocho. Al terminar las clases la cifra rondaba la quincena. A pesar de semejante rumorología de patio de colegio, ahora estaba clara la causa de todo el revuelo que había padecido mi hogar durante el día anterior. Lorena había hartado a su madre con sus aventuras sexuales y había decidido que Miguel se ocupara de ella un tiempo. Por supuesto, alcanzar aquella lógica deductiva me llevó unas cuantas horas, ya que la imagen que pasaba por mi cabeza era la de mi nueva hermanita rodeada de pollas.
Al salir de clase tenía demasiadas cosas en la cabeza. Era siempre el último en enterarme de lo que pasaba en mi casa. Añoraba tanto el sexo con Muriel que mi polla parecía haberse rebelado y rechazaba el placer que buscaba a base de pajas. Había dormido poco porque mi madre no dejaba de gemir mientras el tío con el que remplazaba a mi padre se la follaba, como cada noche, salvajemente. Aparte la tía más cachonda de mi instituto dormía ahora en mi habitación y resultaba que toda su fama de pervertida estaba bien merecida. Y para terminar todo el mundo susurraba a mi paso como si estuviera marcado por la letra escarlata. Todo estalló cuando encontré a Lorena.
Estaba rodeada por unos chicos de un curso superior con los que nunca la había visto. La habían arrinconado en la pared y la manoseaban ante las protestas de ella. A pesar del nervio con el que revolvía su pequeño cuerpo, estaba a su merced.
-No finjas que no quieres, si ya sabemos todos que eres una zorrita. –Dijo el más robusto de ellos.
-No, si yo sí que quiero. –Repuso Lorena.- Lo que pasa es que no quiero contigo, puto gilipollas.
Al ver que la tensión aumentaba (y sin pensar demasiado en las consecuencias) me acerqué al grupo. Cuando se percataron de mi presencia me dirigí a ellos con una cortesía propia del más noble de los caballeros.
-Por favor, ¿seríais tan amables de dejarla en paz? Nos tenemos que ir ya.
Aquel chaval debió malinterpretar mis buenas maneras y tomarlas por una evidente debilidad, así que cuando avanzó hacia mí haciendo ostentación de su agresividad no tuve más remedio que plantarle una hostia. Fue un golpe afortunado que de haber fallado me habría costado una buena paliza. Por suerte el impacto fue inesperado para mi contrincante y este cayó directo a la lona.
Las consecuencias para Lorena y para mí fueron peores que un momento de humillación y un dolor constante en el mentón durante unos días. Los profesores acudieron en masa, fuimos llevados ante el director y este comunicó a nuestros padres nuestra inmediata expulsión durante toda una semana. Si Lorena no gozaba de un expediente disciplinario impecable, ahora era también yo el acusado de rebelde. La bronca que nos cayó en casa fue antológica y el castigo ejemplar. No saldríamos en toda esa semana ni para tomar el aire y el resto del año estaríamos condenados a hacerlo únicamente para acudir a clase.
Los días siguientes fueron de caras largas. Hasta los sonidos que nos llegaban de la habitación de nuestros padres cesaron y fueron sustituidos por reyertas verbales. Yo me sentía culpable por mi conducta, pero Lorena estaba peor. Se sentía incomprendida.
-No soy una guarra. –Me dijo una noche, metida ya en su saco. Parecía muy vulnerable.
-Ya lo sé.
-Me gusta pasármelo bien. ¿Qué pasa, a los demás no? Si fuera un tío me hubieran hecho un monumento.
-Ya te digo. –Reflexioné y decidí aprovechar aquel momento de confianza.- Entonces… ¿es verdad lo que cuentan?
-Claro que no. Solo eran dos tíos, no tres. Y ni siquiera me estaban follando. Solo les estaba comiendo la polla.
Mi erección se envalentonaba con aquellas declaraciones y pretendía alcanzar dimensiones récord por su cuenta. Nos reímos a carcajadas hasta que una severa voz adulta no muy lejana hizo que bajáramos el volumen de nuestras risas.
-Pues sí, me mola follar. Así de claro. Es más hermanito, si no follo me vuelvo como loca. Me entra un nervio…
Ante aquella confesión me puse tan cachondo que mi cerebro entró en modo piloto automático.
-Eso nos pasa a todos.
-Pues claro. Vosotros bien que os matáis a pajas. Si no folláis es porque no podéis. Yo si puedo follarme un tío que me gusta pues me lo follo y punto.
-Pues sí, pues sí… Aquí folla todo el que puede. -De nuevo la cantidad de sangre desviada a mi empalmada alteraba el brillo de mi discurso.
- Bueno, y luego hay tíos tontos como tú que os podríais follar a cualquiera pero no os dais cuenta.
Ninguno de los muchos eventos que había marcado mi vida en aquellos tiempos tuvo el impacto en mi vida que aquella frase.
-¿Cómo?
-Que estás buenorro, tonto del culo. Lo que pasa es que no lo sabes y eso lo echa todo a perder.
Una nueva voz, esta vez más hastiada de nuestra charla, nos hizo callar. Lorena se durmió de inmediato pero mi cabeza no dejaba de dar vueltas ante semejante revelación. Le gustaba a las chicas. Hasta a una superpotencia sexual como Lorena le parecía atractivo. ¿Por qué entonces era incapaz de conquistarlas?
Al día siguiente, antes de marcharse a trabajar, nuestros padres nos encomendaron la dura tarea de ir acondicionando la habitación vacía para que pudiera ser usada por fin por Lorena. Pasamos todas aquellas horas trabajando poco y charlando mucho. Me apasionaba su naturalidad, cómo hablaba de temas tan tabú como el sexo sin medias tintas. Era directa y no se avergonzaba de sus deseos. Tampoco se cortaba lo más mínimo en mirarme y en hacer comentarios de mi físico.
-En serio hermanito. Si te lo curras en el gym y cambias tu forma de pensar, te pillas a la que quieras.
-¿Y qué tiene de malo mi forma de pensar?
-Pues que te crees que a nosotras nos tienen que convencer para follar porque no tenemos ganas. Que lo hacemos por daros gusto. No te jode. Pues no, hermanito. Tenemos las mismas ganas de follar que vosotros. De lo que hay que convencernos es que lo hagamos contigo.
Agradecí su consejo y tomé nota. Con el paso de las horas noté también cómo su impaciencia aumentaba. Durante la cena estaba tan nerviosa que no dejaba de moverse con su mano refugiada entre las piernas. Parecía una adicta necesitada de una buena dosis. Comprendí entonces las palabras de Lorena porque me reconocí en su necesidad. Nunca había conocido a alguien que ansiara el sexo tanto como yo y jamás habría imaginado que tratara de una chica de mi edad. ¿Eran las demás como ella?
Al entrar en nuestra habitación nos miramos sin vergüenza alguna mientras nos desvestíamos. Ella se recreó en mi torso desnudo y en mi abdomen marcado mientras yo no quitaba ojo de sus perfectas proporciones y su bello rostro. Se metió en su saco, yo en mi cama, y susurramos nuestra enésima conversación del día hasta quedarnos dormidos.
Abrí los ojos en medio de la oscuridad hasta que se habituaron a ella. El frenesí había vuelto con su habitual orquesta, esta vez a mayor volumen. Aquellos días de distanciamiento entre nuestros padres estaban provocando un reencuentro antológico entre sus cuerpos. Busqué en las tinieblas a Lorena y lo que vi me sobrecogió.
Lorena había salido completamente de su saco. La camiseta estaba recogida casi hasta el límite de sus pechos, mostrando todo el esplendor de su vientre liso. Su mano exploraba ávida el interior de su tanguita. Respiraba agitada ante el efecto de sus propias caricias.
Sus ojos apuntaban directamente a los míos. Mantuvo la mirada y yo, envalentonado por mi deseo, no la aparté.
-¿Me ves? –Susurró.
-Sí.
-¿Te gusta lo que ves?
Me mantuve en silencio, consciente de que ella ya sabía mi respuesta. Lorena cesó sus caricias, se levantó y caminó de puntillas hacia mi cama. Estaba a un palmo de mí. Temblé al captar su olor de hembra en celo. Sin mediar palabra levantó las sábanas y se metió en mi cama. Se acercó a mí, pegando su menudo cuerpo al mío. Capté su calor, su temblor y su avidez. Su rostro estaba tan cerca del mío que noté su respiración.
-Me pone cachondísima el jaleo este. –Susurró.
-Ya lo sé.
-¿Y a ti?
No esperó mi respuesta. Apartó las sábanas y destapó nuestros cuerpos. Lentamente se incorporó y se sentó al final de mis piernas, usando mis pies de improvisado apoyo para su culito. Me miró a los ojos y capté su calentura. Supe que Lorena era incapaz de pensar en aquellos momentos, que su deseo de perversión la dominaba y que lo que estaba haciendo era culminar la búsqueda de un estímulo necesario. Consciente de todo aquello la dejé hacer, sabiéndome en manos de una fuerza imparable.
-Te voy a chupar la polla, hermanito.
Estuve a punto de correrme al verla en aquella postura, frente a mí, susurrándome aquello. Por un milagro logré contenerme y ella se aprestó a cumplir su palabra. Con mi colaboración me bajó el slip y mi polla saltó golpeando su curiosa cara. Sonrió al ver su tamaño, me miró con picardía y sin ningún preámbulo la engulló hasta la mitad. Sentí de inmediato una sensación de frío en mi glande y supe que era el piercing de su lengua, trabajando en el interior de su boca para aumentar mi estimulación. No era necesario, estaba a mil. Ver cómo ella seguía masturbándose con su otra mano logró lo imposible llevando mi excitación a un nuevo nivel.
Su boca era una obra de arte aplicada a mi erección. Sus labios recorrían mi polla hasta límites cada vez mayores ya que Lorena se esforzaba en introducirla por completo en su garganta. Aquella operación provocaba un sonoro ruidillo cuando su saliva hacía que su boca colapsara, llenando de babas mi verga y chorreando hasta mis huevos. Por un instante Lorena detuvo la mamada y se concentró en sí misma. Llevaba ya un tiempo trabajando su placer y lo obtuvo por fin en una serie de convulsiones que parecieron poseer por completo su diminuta anatomía.
-Mira, prueba. –Susurró sacando su manita de su coño y llevándola a mi boca.
-Deliciosa. –Dije al catar su sabor en sus dedos.
-Tu polla sí que está deliciosa.
Lorena volvió a su labor aumentando el ritmo y la profundidad de la que era la primera mamada de mi vida. Agarré las sábanas mientras incontrolables chorros de semen manaban de mi polla inundando su boquita. Ella, aún ansiosa por culminar su trabajo, siguió chupando unos momentos. Cuando liberó por fin mi polla, ni una gota de mi leche salió de sus labios. Lorena, con el talento de una profesional, se lo había tragado todo. Me sonrió con picardía, se tumbó a mi lado y me miró mientras recuperábamos el ritmo cardiaco, el aliento y la cordura.
Desperté por una mezcla de una voz femenina lejana, el impacto de los primeros rayos de sol en mis párpados y una inesperada ola de placer. Me sobresalté al ver cómo Lorena, mordiéndose los labios, miraba divertida mi reacción al percibir aún adormilado cómo su pequeña mano pajeaba mi polla hasta crear una brutal erección. Al escuchar cómo unos sonoros pasos se acercaban a nuestra posición, ella abandonó su tarea, saltó de la cama y se metió rauda en su saco, dejándome empalmado y confuso para que mi madre abriera la puerta y me encontrara así.
La pobre mujer pareció más cortada que yo y se limitó a decir que nos levantáramos ya para seguir con nuestro trabajo cuanto antes. Lorena no pudo reprimir sus carcajadas ante mi vergüenza y supe, en aquel mismo momento, que jamás me separaría de ella. Durante el desayuno, mientras escuchábamos las instrucciones de nuestros padres, no nos quitábamos los ojos de encima, como si nos contáramos nuestro secreto con una simple mirada. Mi madre nos apremió a aprovechar el baño y me instó a entrar en la ducha. Obedecí.
Me despojé de mi ropa y por un momento me miré en el espejo. Por primera vez aprecié mi propio atractivo y me sentí muy seguro de mí mismo. Masculino, fuerte y maduro. Mi pene adquirió cierta dureza y entré así en la ducha, pensando en lo que pasaría a continuación. Estaba loco por seguir experimentando el placer de aquella noche con Lorena. Capté bajo el agua el sonido de la puerta al cerrarse y supe que nuestros padres se habían marchado por fin. Mientras yo elucubraba sobre el futuro cercano, Lorena había pasado ya a la acción dispuesta a aprovechar nuestra soledad.
Escuché cómo entraba en el baño y pude captar cómo se desnudaba tras el cristal traslúcido, como un sugerente aperitivo de ese cuerpo que tanto quería estudiar. Al instante Lorena abrió la puerta de la ducha y se coló dentro. Me sonrió y se apartó lo suficiente como para tener una buena perspectiva de toda mi anatomía. Habíamos pensado lo mismo, deseado lo mismo y actuado igual. Nos observamos por primera vez. Su figura me pareció diminuta, irresistible. Sus pechos pequeños eran firmes y su forma perfecta. Su pubis mostraba una pequeña mata de pelo rojizo cuidadosamente arreglada. Ella, por su parte, no quitaba ojo ya de la latente erección que iba adquiriendo mi polla.
-Cómo mola… -Dijo mientras pasaba su lengua por los labios.- Antes te he puteado bien, ¿eh?
-Es que eres algo putilla. –Me lancé a decir. Lo recibió como un halago.
-Bueno, ahora te lo compenso.
Se acercó y como la noche anterior se pegó a mí. Noté su piel contra la mía mientras el agua mojaba nuestros cuerpos. Su mano agarró mi polla y comenzó a pajearme con pericia. No era una sutil caricia, era un contundente meneo. Me miró a los ojos, se puso de puntillas y me pidió que la besara. Acerqué mis labios y nos sumimos en un brutal morreo. Una vez más sentí su piercing trabajando, esta vez contra mi lengua. Como si leyera mi mente separó su boca de la mía, aplicó su lengua de metal frío contra mi torso y fue descendiendo por mis abdominales. Al llegar a mi verga golpeó con el acero mi glande hinchado y por fin la succionó.
Su mamada logró que mi polla adquiriera dimensiones inéditas. Estaba tan cachondo de verla trabajándome así, tan complacida de mi anatomía, que necesité más. Tiré de ella para incorporarla y por un momento se sintió sorprendida. La besé, la cogí en mis brazos y como si fuera una muñeca la sujeté en el aire. Su cara estaba ahora a la altura de la mía y nos volvimos a besar. Detecté mi propio sabor en ella a la vez que en nuestras cinturas mi capullo rozaba juguetón la entrada a su coñito. Simplemente se dejó caer sobre mi erección y la penetré hasta el fondo.
Demostrando su experiencia incluso en aquella postura, Lorena inició un meneo con el que su menudo cuerpo extrajo de mí oleadas de placer. Llevaba un ritmo infernal y gemía descontrolada. Se detuvo agotada dejándome al borde del orgasmo.
-Ay sigue tú, sigue tú. –Gimió.
Obedecí de inmediato. La sujeté como pude por la cintura dejándola caer contra la pared de la ducha y empecé a mover mis caderas. Intenté ser dulce al principio pero no me pude controlar. El cuerpo de aquella chica, la más deseada del instituto y mi recién estrenada hermana, me volvió loco. La embestí una y otra vez con todas mis fuerzas logrando que el choque de nuestros cuerpos produjera el mismo sonido que escuchábamos cada noche proveniente de la habitación de nuestros padres. Como mi propia madre entonces, Lorena sucumbió a un intenso orgasmo que, como siempre, convulsionó su cuerpo al ritmo de sus chillidos.
-Ay joder, ay joder, joder… -Repetía al borde del colapso.
Reaccionó tras unos segundos y me miró con una lujuria aún incontrolada. Sacándome de su interior con un ágil movimiento, volvió a arrodillarse ante mí y esa vez no tuvo clemencia. Succionó mi capullo aplicando con habilidad su lengua en él mientras sus dos manitas masturbaban el tronco de mi polla. No pude aguantar mucho más. Cuando notó mi orgasmo sacó el glande de su boca y aumentó el ritmo de su paja. Mi lefa salió disparada contra su rostro pringándolo por completo. Chorros de semen habían cubierto su carita y manchado su pelo.
-¡Joder, vaya corrida! Cómo me has puesto.
-Bueno, por lo menos ya estamos en la ducha.
-Sí, ha estado muy rico hacerlo aquí, ¿verdad? –Dijo mientras apartaba el semen de su cara y jugueteaba con él entre sus dedos.
-Sí, habrá que repetir.
-Claro hermanito. Aquí y en muchos otros sitios.
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