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LOCA ACADEMIA DE POLICIA

En la televisión salió la imagen de un automóvil solitario en un descampado de montaña moviéndose arriba y abajo sobre la suspensión. No se veía a los ocupantes, pero la voz en off anunció:

-- Traquetee a su compañera con gomas el Águila. Las más finas, las más resistentes, pueden soportar hasta cinco litros de leche sin romperse. Busque, compare y si encuentra algo mejor… ¡cómprelo!

Salió un busto parlante con bigote y muy repeinado que anunció muy serio:

-- Yo las he probado y resultan mejor que al natural, con la ventaja de que no necesito envenenar a mi esposa con pastillas. Y seguidamente pasamos al estudio 4 donde la señorita Fanny Hill continuará la entrevista con el famoso psiquiatra doctor Paniagua. Conectamos.

Apareció un primer plano de la señorita Fanny Hill con una sonrisa muy blanca, muy simpática y con las tetas más puntiagudas que la cúspide de La Giralda, una camisola casi sin mangas abierta y cortita hasta el ombligo muy redondo y muy elegante y tan esparrancada de muslos que podía apreciarse que se había cambiado de tanga pero, quizá por las prisas, se la había puesto al revés con lo cual podía distinguirse que se depilaba el pubis y la góndola de forma perfecta.

Frente a ella, el psiquiatra doctor Paniagua con los ojos desorbitados, el rostro congestionado, una palangana con agua y cubitos de hielo al lado del sillón; una toallita de bidé mojada sobre la cabeza de la que salía una especie de neblina, y, asomándole por el bolsillo del pañuelo un trozo de tela negra brillante con un pintarrajo rojo muy parecido a la tanga que anteriormente había llevado la presentadora, señorita Fanny Hill.

De cuando en cuando, agachaba la cabeza y aspiraba fuertemente el aroma de su pañuelo de bolsillo poniendo los ojos en blanco. Luego volvía a mirar la entrepierna de la señorita Hill, finalmente se cambió la toallita de bidet por otra de la palangana, la escurrió y la colocó de nuevo sobre la cabeza.
La bella presentadora anunció:

-- El doctor Paniagua tiene una pequeña congestión cerebral. Le hemos propuesto posponer la entrevista, pero se ha negado en redondo.
-- Yo cumplo con mis compromisos a rajatabla, señorita Hill. Ni con una grúa me sacan de este plató antes de finalizar la entrevista.
-- Eso le honra, doctor – sonrió la bella retrepándose en el sillón con los muslos bien separados porque quizá le molestaba el rabito de la tanga entre la góndola – Así que díganos, ¿Qué es eso del cine Snuff?
-- ¡Ah, si! Claro, con lo bien que le queda ahora la…quiero decir… que está mucho más claro… y la visión es impresionante… bueno, a ver, ¿por donde iba?... ¡Ah, si!... digamos que cuando Snuff se estrenó en los cines de Nueva York, causó un enorme revuelo: activistas de los derechos humanos, feministas, y el público en general estaban asqueados por la idea del film. Pero rápidamente la gente se dio cuenta de lo burdo de los efectos especiales, que no dejaban lugar a la duda, y al alivio: la película no era más que una actuación, sumada a una excelente campaña de marketing. Tras el escándalo, la policía investigó el film, y el productor debió retractarse y agregar una leyenda: “nadie fue lastimado en la filmación de esta película”, al revés de lo que me está ocurriendo a mi porque…
-- ¿Qué le pasa, doctor? ¿Le molestan las luces? – preguntó amablemente la de la tanga al revés.
-- ¿Las luces? No, no, es que me aprietan los slips, es sólo un momento – comentó el doctor levantándose y metiendo una mano entre el cinturón y la camisa hurgando en la entrepierna. Suspiró al sentarse indicando – Ahora están bien. Sigamos, se le parece.
-- Si, doctor, cuando usted quiera.
-- Bueno, pues desde entonces muchas son las supuestas películas snuff que han ido apareciendo, si bien prácticamente todas han sido desmentidas. El secretismo y la ilegalidad que rodea este mundo hacen imposible determinar si es una realidad o una leyenda urbana.
-- Ufff, que alivio me producen sus palabras doctor. Creí que…
-- Espere, espere – cortó el entrevistado – Aún falta lo mejor. Nuestro colaborar Alberto Sañudo, experto en efectos especiales, caracterizaciones y habituado a desarrollar efectos gore y sangrientos asegura en su artículo, que amablemente nos envió, haber presenciado para su desgracia una de esas películas. El artículo como bien explica el mismo autor trata de alejarse de detalles escabrosos y desagradables pero es un interesantísimo documento para comprender lo sombrío de los ambientes donde se mueve el universo snuff, porque el pornocrimen existe como él mismo pudo comprobar.
-- ¡Oh, que horror ¡-- exclamó la de las tetas puntiagudas, juntado y separando los muslos varias veces.


********************

A Ponciano Vargas se le cayó la fiambrera que llevaba bajo el brazo al ver avanzar a aquel desnudo y empalmado gigante por el pasillo con cara amenazadora. Supo que nada podría contra aquella montaña de músculos, pero preguntó cerrando los puños:
--¿Quién es usted?
-- Soy el violador oficial de la Ciudad.
-- ¿El violador oficial?
-- ¿Estás sordo? Eso he dicho.
-- ¿Y que hace en mi casa?
-- Violar a tu mujer y a tu cuñada. Es mi obligación. Pero a ellas les gusta.
-- ¡Maldito bastardo! – exclamó Ponciano sacando del bolsillo una navaja automática – Te voy a sacar la tripas, cabrón.

Se lanzó sobre el gigante navaja en ristre; la mano del gigante lo sujetó por la muñeca apretando hasta que la navaja cayó al suelo clavándose en la madera, el otro puño de Ponciano intentó golpear el rostro de Leo sin conseguirlo. Le siguió una bofetada del gigante que lo envió reculando hasta la puerta de entrada donde cayó sin sentido sangrando por la boca. Arrastrándolo por el cuello de la chaqueta llegó hasta la cocina donde las dos mujeres desnudas preparaban la cena y lo dejó caer al suelo.

--¿Lo has matado? – preguntó la mujer mirando al hombre caído.
-- No, sólo está sin sentido.
-- ¿Por qué le has pegado a mi cuñado? – preguntó Feli.
-- Porque intentó matarme con una navaja. Anda, ve al pasillo y tráemela.
La muchacha salió de la cocina. La hermana preguntó:
--¿Qué vas a hacer con él?
-- No sé por qué sangra, la bofetada no fue tan fuerte, creo.
-- Es que tenía un flemón que le molestaba hace días.
-- Eso será, ¿Qué quieres que haga con él?
-- Eso es cosa tuya, pero puedes tener por seguro que te denunciará a la policía y te encerrarán entre rejas que es lo que te mereces.
-- De eso nada. Tengo el carné de violador oficial en regla.

La cuñada entró en la cocina con la navaja en la mano y al entregársela al gigante preguntó:
-- ¿Aún no se despierta?
-- Échale un vaso de agua en la cara, no le di tan fuerte, creo que se hace el dormido y eso no me gusta. Tiene que ducharse y desnudarse para cenar. ¿Qué estáis haciendo para comer?
-- Fríjoles negros y guacamole Victoria – respondió la madre.
-- Los fríjoles para vosotros, yo prefiero el guacamole.

Ponciano se despertó al rociarle su cuñada la cara con agua. Se levantó dirigiendo al gigante una mirada atravesada no exenta de temor. Se tocó los labios manchándose los dedos de sangre y se acarició la mejilla. La hinchazón del flemón había desaparecido y miró a su cuñada que comentó:
-- Ves, Ponciano, Leo te ha ahorrado el dentista.
-- ¿Cómo sabes que se llama Leo? – inquirió el hombre frunciendo el ceño.
-- Porque nos lo dijo la primera vez que nos violó.
-- Así que ha venido más veces. ¿Carla, por qué no me has dicho nada?

La mujer se giró a mirar la erección de Leo y luego miró a su marido. Por si la mirada no hubiera sido suficientemente significativa, preguntó:
-- ¿No te lo puedes imaginar?
-- Nunca hubiera creído que fueras tan zorra, Carla.
-- Sin insultar, mequetrefe, o te arreo otra ostia – comentó Leo con el ceño fruncido – Venga, a ducharte y ponte el traje de Adán para cenar.
-- ¿Qué traje de Adán? – preguntó extrañado Ponciano
-- Cuñado, pareces tonto, el que llevas debajo de la ropa, hombre.
-- Desde luego os habéis vuelto locas la dos. Esto es intolerable, hasta mi propia familia hace causa común con este…cana… este señor.
-- Cuñado, no te enfades, tu mujer intentó matarlo con un cuchillo, pero le dislocó un dedo y a poco más le rompe la mano. Si no se la rompió fue porque no quiso. ¿Verdad Carla?
-- Así es, Felisa, pero mi marido no entenderá nunca lo que hemos hecho por él.
-- A ducharte, joder – bramó el gigante -- ¿O quieres que te duche yo?

Ponciano salió de la cocina maldiciendo en voz baja, pero al pasar por el comedor vio el teléfono y decidió llamar a la Policía. Marcó el número y esperó:

-- Comisaría de Policía, ¿Dígame?
En voz baja, con la mano haciendo pantalla en el micro, respondió:
-- Oiga, soy Ponciano Vargas. Quiero denunciar que en mi casa ha entrado un violador y está violando a mi mujer y a mi hija.
-- Su dirección, por favor.
-- Calle de la Higa, 27-2º
-- ¿De la Higa? – se extrañó el policía -- ¿No será del Higo?
-- No, de la Higa, la del Higo está más abajo.
-- Muy bien, descríbame al violador, por favor.
-- Es un tipo de dos metros de altura muy fuerte, moreno, con las manos como jamones serranos.
-- ¿Se llama Leo?
-- Si, eso es, se llama Leo.
-- Espere un momento. Tengo que comprobar unos datos.

Mientras esperaba, Ponciano miraba nervioso hacia la puerta por si aparecía Leo, oyendo mientras tanto la voz de Sinatra cantando Stranger’s in the Night que el policía de la Comisaría había conectado. Cuando de nuevo comenzaba la canción se cortó de repente y la voz del policía preguntó:
-- ¿Señor Vargas?
-- Si, dígame.
-- ¿Las está violando ahora mismo?
-- No, ahora están los tres en la cocina preparando la cena.
--¿Qué tres, señor Vargas?
-- MI mujer, mi cuñada y el violador y además están desnudos.
-- ¿Los tres?
-- Si, si, los tres.
-- Espere un momento.
-- ¿Otra vez?
-- No se impaciente, señor Vargas, estoy comprobando si tiene carrete la máquina fotográfica.

++++++++++++++++++++++

No circulaban taxis, autobuses, coches particulares, motos, ni bicicletas. Los vendedores de helados, de periódicos y revistas, de perritos calientes y los limpiabotas habían abandonado sus chiringuitos. Las tiendas de comestibles, las de pret a porté, de confección en serie, tejidos, peluquerías, zapaterías, tiendas deportivas, charcuterías, y comercio en general habían cerrado sus puertas. La vida ciudadana se había paralizado completamente. Las calles estaban desiertas; no circulaban peatones ni se veían guardias urbanos poniendo multas a los autos aparcados en cuádruple fila. Sólo los bares, cafeterías y restaurantes se hallaban abarrotados de clientes mirando atentamente la televisión en el más absoluto y absorto silencio.

La expectación despertada por la entrevista de la presentadora de TV Internacional, señorita Fanny Hill con el psiquiatra doctor Paniagua, mantenía a hombres y mujeres atentos a la pantalla. En los hogares, los maridos, comiendo pipas y bebiendo cerveza, mantenían la vista fija en la pequeña pantalla, mientras las mamás vigilaban que sus hijos pequeños no salieran de sus habitaciones, renegando de tanta expectación por parte de sus esposos y criticando a la presentadora Fanny Hill por haberse depilado la góndola porque, al fin y al cabo, ellas tenían una igual y no les hacían ni puñetero caso.

En aquel momento la presentadora de las puntiagudas tetas y la tanga al revés se dirigió a los de mantenimiento y, al girarse, separó aún más sus magníficos y excitantes muslos enseñando la góndola en todo su rosado esplendor mientras el pezón izquierdo asomaba indiscreto y erguido de la escotada blusa. Comentó dulcemente a los especialistas de la cadena:

-- Por favor, pónganle más cubitos de hielo en la palangana al doctor Paniagua y traigan un par de toallitas de bidé que éstas ya están secas.

Entonces habló el doctor Paniagua para comentar con voz agónica:

-- Y que traigan también una barra de hielo de medio metro envuelta en plástico.
-- ¿Por qué envuelta en plástico Doctor? -- preguntó la mojigata presentadora adelantando el busto para enseñar también el pezón derecho.
-- Para no mojarme los pantalones – respondió el sofocado psiquiatra.
-- ¿Es que se le quema algo, doctor? – sonrió amablemente la presentadora
-- Todavía no, pero habrá un incendio si no lo sofoco antes de que arda el tergal.
-- Entiendo – comentó la presentadora echando un vistazo a la entrepierna del doctor, mirando luego los papeles que tenía sobre los muslos – Bien, el caso es que nos va a hablar usted ahora de… a ver, déjeme echar un vistazo.

El doctor la miró ilusionado comentando:

-- ¿Y no pone un biombo delante de la cámara?
-- ¿Un biombo para qué?
-- Comprenda que si tengo que sacarla…
-- ¡Ah, no, no doctor no saque nada! Quería decir un vistazo a los papeles.
-- Vaya, perdone mi confusión – comentó desilusionado el psiquiatra.
-- Lo comprendo. Decía que nos iba usted a hablar del Pornocrimen ¿No es eso?
-- Si, si, en cuanto llegue la barra de hielo hablaremos del Pirnocromen, perdón, Pornocrimen. Es que se me lengua la traba porque no se puede estar en la procesión y repicando la campanas y si no viene pronto esa barra de hierro…
-- De hielo, querrá decir…
-- Eso, de hielo, porque de hierro ya la tengo.


******************

Ululaba la sirena del coche patrulla atronando las silenciosas calles de la ciudad. Chirriaban las ruedas sacando humo contra el ardiente asfalto al girar el conductor a velocidad de vértigo en ángulo de noventa grados de una calle a otra. Patinaban las ruedas traseras por el exceso de velocidad, pero la pericia del conductor lograba enderezar el auto golpeando algunos vehículos a izquierda y derecha, según en qué sentido tenía que girar. Finalmente, la sirena se detuvo con un estertor mustio al detenerse el auto policial delante del número 27 de la calle de La Higa.

Ponciano Vargas oyó la sirena y salió de puntillas del comedor procurando que no lo oyeran desde la cocina. Con el oído pegado a la puerta escuchó como el policía subía de dos en dos las escaleras y antes de que tuviera tiempo de tocar el timbre, abrió la puerta encontrándose frente a un uniformado oficial sudando a mares, abanicándose con un pay-pay de colores y una cámara fotográfica colgada del cuello.

-- ¿Es usted Ponciano Vargas? – preguntó el oficial
-- Si, yo soy, pase, pase, por favor – comentó Ponciano en voz baja

Entró el policía abanicándose. Ponciano se puso un dedo en los labios para comentar en un susurro:

-- No grite, puede oírlo el gigante.
-- ¿Las está violando ahora?
-- Creo que no. Ahora están preparando la cena.
-- ¿Pero están desnudos?
-- Eso, si. Seguro que están desnudos.
-- ¿En la cocina hay buena luz?
-- Supongo que si. Hay dos tubos fluorescentes de 40 watios.
-- ¡Vaya por Dios! – exclamó el policía pesaroso
-- ¿Qué pasa ahora? – quiso saber el señor Ponciano.
-- Que con 80 watios no tendré luz suficiente. ¿No tendrá usted un flash por casualidad?
-- No, no tengo, ¿Pero como es que ha venido sin flash?
-- Si que lo he traído, pero lo olvidé en el coche patrulla. Vaya usted mismo y pídaselo a mi compañero. Yo me quedo vigilando.
-- Pero ¿por qué no lo detiene ahora mismo?
-- No puedo detenerlo sin pruebas. El juez me pedirá evidencias de las violaciones y por lo menos tengo que enseñarle las fotografías
-- Claro, no había caído en eso. Voy a por el flash. Pero tenga cuidado que es muy peligroso.

Cerró la puerta con suavidad y de inmediato volvió a abrirla para preguntarle en un susurro:

-- ¿Tiene la pistola cargada?
-- Espere a ver… -- sacó el revólver de la funda y con un golpe secó abrió el tambor comprobando la munición -- ¡Vaya! Están gastados. Ahora que me acuerdo los disparé en la caseta del tiro al blanco de la feria para conseguirle a mi sobrina una muñeca. Dígale a mi compañero que le dé también un tambor nuevo.
-- ¿Es que va a detenerlo a toque de tambor?
-- No, hombre, no, pídale lo que le digo que mi compañero ya sabe lo que es.
-- Pero ¿Y si sale el gigante con qué lo detendrá?
-- No se preocupe, señor Vargas, aún tengo la porra – indicó el oficial de policía enseñándosela.

No muy convencido, Ponciano cerró la puerta definitivamente y bajó las escaleras de puntillas. Las luces blancas, rojas y azules parpadeaban intermitentes sobre el soporte de la baca del coche patrulla detenido en medio de la calle, pero dentro no había nadie. Ponciano comprobó que las puertas estaban cerradas. Sin embargo pudo observar que sobre el asiento trasero estaba el flash de la máquina fotográfica. Volteó el coche varias veces mirando con las manos como anteojeras sobre las ventanillas, intentado ver el tambor. Quizá estaba dentro de portaequipajes porque, desde luego, dentro del coche no estaba. Y de pronto oyó que alguien le gritaba desde la otra acera:

--¡Eh, que busca usted ahí!

Se giró a mirar quien le gritaba y vio asomado a la puerta del bar al oficial de policía compañero del que estaba en su piso. Se acercó corriendo para explicarle la situación. El policía le entregó las llaves advirtiéndole:

-- Recoja el flash, está en el asiento trasero.
-- Si, ya lo he visto, oficial, pero ¿Y el tambor?
-- No tengo más que el mío, de modo que dígale a mi compañero que se arregle como pueda. Y tráigame las llaves de inmediato. ¿Lo ha entendido?
-- Por supuesto, señor oficial. Ahora mismo se las traigo.

Sudaba como un fogonero cuando de nuevo abrió la puerta del piso. El policía ya no estaba en el pasillo, pero oyó voces en el interior y supuso que el gigante ya había sido arrestado y sólo faltaba hacerle las fotos para que el juez lo enviara a la cárcel. Sin embargo, al entrar en la cocina la encontró vacía y se dirigió al comedor quedándose sorprendido al ver la mesa preparada para seis personas. Uno de los asientos estaba vacío. Los otros asientos estaban ocupados por cinco personas desnudas: Su mujer, su cuñada, el policía Faustino, y el gigantesco Leo que con el ceño fruncido le espetó:

-- Pero, ¿Aún no te has duchado?

Ponciano agachó la cabeza, pasó al lado del policía desnudo y dejó el flash sobre la mesa, encaminándose luego al cuarto de baño pensando que aquella ciudad no tenía solución. Hasta la misma policía se dedicaba a follar a las mujeres casadas, viudas, solteras y divorciadas y ¿De qué le había servido avisar a la policía? De nada. Ahora tenía que desnudarse de nuevo y sentarse a cenar tan desnudos como los policías, su mujer y su cuñada. Y, naturalmente, se las follarían otra vez y ellas tan contentas. Además le obligarían a hacer cola.

Sin embargo, en medio de tanta desgracia – se dijo regocijado -- por fin podré follarme a mi cuñada.
Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16693
  • Fecha: 25-05-2006
  • Categoría: Intercambios
  • Media: 4.19
  • Votos: 52
  • Envios: 1
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