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Categoría: Incestos

Lobo él y loba yo

En estos momentos estamos en una especie de reunión−festejo por mi 18 cumpleaños y con la excusa de un nuevo cambio de vestuario, me he venido a mi cuarto, a refugiarme un poco en mi cama…

Lo cierto es que a la edad de 10 años casi la totalidad de mi familia falleció en un accidente, incluidos mis padres y quedé a cargo del único familiar sobreviviente: mi tío, hermano de mi padre.

Por ese entonces él tendría unos 40 años, soltero y mujeriego, cambió su vida para hacerse cargo de mí. Se convirtió en padre, madre, tío y tutor legal, aunque esto último a partir de ahora dejará de serlo.

Mi vida sentimental un completo desastre, llevo mi virginidad como un estigma por no encontrar el chico que reúna todas las condiciones, es decir que sea calcado a mi tío Gabriel. Él para mi es una especie de dios, un ídolo inalcanzable y venerable, un gentleman, completamente adorable.

Oigo golpear a mi puerta y sé que es él.

—Pasa tío.

Me incorporo y tomo un vestido que había dejado ya preparado sobre mi cama. Gabriel entra muy animado.

—venga chiquilla, que están todos tus amigos esperándote.

—No te preocupes que tarde lo que tarde no se van a ir.

—Uy, me parece que estamos con una rabieta por aquí…

—Mira tío, mientras tengan bebidas para emborracharse y algunos porros, ellos estarán felices de la vida.

Me siento en la cama, él me imita.

—Oye, ya eres mayor de edad, ¿no te hace feliz pensar que ya puedes hacer muchas cosas que antes no podías?

—Es que me da igual.

—Tendrás tu coche, podrás votar, podrás viajar.

—Vaya que ilusión —con mucha ironía.

—Y dejaré de ser tu tutor para ser tan solo tu tío, eso si el más guapo y amoroso que tienes.

—Y el único también.

Era evidente que mi tío trataba de hacerme sonreír, pero yo no estaba ni para sociales con mis amigos ni para muchos festejos. Es verdad que debía hacer un esfuerzo, al menos por él.

—Tío perdóname —y me eché a sus brazos como tantas y tantas veces lo había hecho en busca de consuelo. Y él me abrazó fuertemente.

—Nada que perdonar, eres mi niña consentida y malcriada, muy malcriada y muy pero que muy caprichosa.

—Eso no es verdad tío.

—No cariño mío, pero algo tenía que decirte, venga, vámonos de fiesta tu y yo.

—¿Y todos estos?

—No has dicho que se pueden entretener solos?

—Sí, pero… tampoco estaría bien…

—Que sí, tu hazme caso que yo soy un poquito mayor que tú, solo un poquito y sé lo que te digo.

Nos ponemos de pie.

—Qué dices, ¿me cambio?

Toma mi mano, la besa, me mira y me dice:

—Estás perfecta, digna sobrina de su tío.

Olvidé decir que, puesto que él también era mi padrino, me habían bautizado con el mismo nombre, es decir, me llamo Gabriela.

Siempre conseguía deslumbrarme con algún detalle por más insignificante que fuera, dado que prácticamente él me había educado me conocía como nadie y me quería como si fuera su hija.

Nos sentamos en el restaurante, no creo que lo haya más caro y más exclusivo en toda la ciudad y el detalle en nuestra mesa, unos jazmines…

—Eres genial tío ¡gracias! Me conoces tanto. Eres igual a mi padre.

—Bueno, soy más padre que tío, ¿me concedes ese honor?

—Yo te concedo todo, si tú eres mi vida.

Muchas veces le había dicho esto, pero esta vez algo me decía que no era igual, algo estaba cambiando.

—Y tú la mía cariño. Además, me has espantando a tantas novias que cuando sea muy viejecito tendrás que venir a cuidarme.

—Yo no vendré, porque no me iré nunca.

—Ya, eso lo dices ahora, ya verás cuando…

—Cuando nada.

—¿Novio?

—No —tajante y molesta por la pregunta.

—Y tú, ¿novia?

—Pero si no me dejas, me tienes prisionero jajajaja.

Su risa me llenaba hasta el último hueco.

—Y si yo no fuera tu sobrina, ¿me elegirías para ser tu novia?

—¡Por supuesto que no! ¡Eres una cría! De todo se me puede acusar, pero no de asaltacunas —me guiña un ojo y me sonríe. —De qué tienes miedo, a ver, ¿de no encontrar esa personita adecuada para ti, de eso?

—No, no tengo miedo, solo te hice una pregunta, pero quería que me contestases como hombre no como tío y maduro.

—Lo de maduro, me ha dolido aquí —lleva sus manos al pecho— pero te perdono, porque bueno, hoy es tu noche.

—Nuestra noche Gabo.

No creo recordar jamás haberlo llamado así, pero ya no tenía remedio. Él me miró fijamente unos instantes y luego volvió a su compostura habitual.

—Entonces, ¿qué quieres cenar?

—Quiero beber champagne.

—El mejor, eso está hecho y que más.

—Pues lo que quieras tú, a mí me da igual, tú sabes lo que me gusta de sobra.

Gabriel toma la carta y se encarga del menú. Yo finjo entretenerme con mi móvil, pero en realidad estoy oyéndolo hablar, estoy prestando atención a su voz, como si acabara de conocerle esta noche.

—Ya mismo nos traen el mejor champagne para la reina de esta noche —me dice con una amplia y generosa sonrisa.

Dejo el móvil en el bolso y le cojo la mano y él me coge la otra.

—No va a alcanzarme esta vida para agradecerte todo lo que has hecho por mi… —Gabriel iba a abrir la boca y me adelanté— deja que te lo diga, espera… Sé que lo has hecho por el inmenso amor que me tienes, pero también sé que has cambiado tu vida entera desde hace 8 años solo por mí y si tú me faltaras yo me moriría, te lo juro.

—Peque yo… no pienso irme a ningún sitio, jamás de los jamases podría dejarte, siempre pero siempre estaré para ti cuando me necesites. Yo no quería mencionar esto, esta noche precisamente, por eso trataba de distraerte, pero los dos hemos pasado la tragedia juntos, pero al ser tu más pequeña lo has sufrido más.

—Pero tú has sufrido mucho también, yo te oía llorar por las noches y te he visto beber muchas madrugadas. Sin embargo, a la hora del desayuno ahí estabas tú, con tu sonrisa, tu consuelo, tus bromas y la bandeja con la leche y los bollos. Siempre has estado ahí, ¿cómo lo hacías? ¿cómo podías, a pesar de toda esa inmensa tristeza, darme tanto consuelo?

—Tú me dabas esa fuerza y por ti y gracias a ti, no caí en el alcoholismo… tú no sabes lo que yo te debo a ti Gabriela. Ya eres adulta y esto lo entenderás, a ti te debo mi vida, por eso moriría si te viera sufrir, aunque sé que es parte de la vida, sé que tendrás momentos duros a partir de hoy, yo sigo apostando a que todo lo malo sea lo menos posible, a que a ti te afecte ínfimamente. Verás, quisiera protegerte de todo y de todos, pero no te estaría dejando crecer y esto es lo que toca a partir de hoy, que comiences tu camino, a vivir tu propia vida. ¿Lo estás entendiendo? —me lo estaba diciendo con total seriedad, pero con un profundo amor.

—Sí, lo entiendo, aunque no me guste un pelo. —Le contesto con un poco de amargura, como si esta noche fuese una despedida de los dos.

—Esto no quiere decir que quiero que te marches de casa, ¿vale?

—Ahhhh vale —suspiré aliviada.

—Pero mira, en unos años acabarás tu carrera, serás una abogada brillante y talentosa…

—Y trabajaré contigo, ¿o no?

—Si, por supuesto, si eso es lo que quieres sí, pero te advierto que te lloverán ofertas, podrías escoger el bufete que prefieras.

—Ya está escogido y además es el mejor del mundo.

Se ríe. Nos traen el champagne y recién entonces me suelta ambas manos, para entregarme una de las copas.

—Por ti, por tu vida que es lo más preciado y valioso que tienes. ¡Feliz cumpleaños mi niña!

No puedo evitar que alguna lagrimilla ruede por mi mejilla. Cumplir mis 18 años estaba trayendo algo inexplicable aún.

—Gracias tío. Yo brindo por perder mi virginidad lo antes posible.

Mi tío se atraganta y comienza a toser. Me divierte esto.

—Yo pensaba… no sabía que tú todavía… vaya por dios, que tos más tonta hija —y se bebe un sorbo de champagne.

—Mis novios han sido unos completos pelmazos, mis ex novios, ninguno te ha llegado a la suela de los zapatos.

—Desde luego… pero no, a ver cómo te lo explico. Yo sé que como figura paterna soy tu referente masculino y es inevitable que compares cada hombre conmigo, pero…

—Cada hombre? Si tan solo han sido niñatos, ni medios hombres, aburridos, previsibles… unos muermos. He tenido que comprarme un dildo con eso te digo todo.

—que tu… —su rostro se transfigura y no encuentro la palabra justa para describirlo.

—porque tú sabes lo que es un dildo ¿no?

—Claro que lo sé… —un poquillo nervioso— ¿tenías que sacar estos temas aquí?

—No sé qué tiene de extraño es de lo más normal, ¿con quien quieres que lo hable? ¿con mis amigas que saben tanto o menos que yo? Pues nada, lo hablo contigo. Un consolador, ¿te gusta más así? Bueno tampoco es que me lo meta porque supongo que me hubiera desvirgado yo sola… aunque tampoco sé si eso es posible. Jugueteo con él, me ayuda digamos a suplir la carencia de pene de alguna manera… algo así. —Horror, esa es la palabra para describir la cara de mi tío. Temo que le pueda dar un acv aquí mismo. Voy a coger su mano y él la retira.

—Me parece que no estoy preparado para tener esta conversación contigo ahora mismo, si hasta ayer estabas jugando con muñecas…

—Y ahora con muñecos que se llaman “dildo”, es un cambio, solo eso, tampoco dramatices.

Y lejos de mejorar la situación, la estaba empeorando, al menos me daba esa sensación al ver el cambio brusco en el comportamiento de Gabriel.

—Y el próximo tema que quieras consultarme cual será? El sado, la dominación, dime, porque a estas alturas me puedo esperar cualquier cosa.

—Pues no, listo, eso ni siquiera me interesa, mi “dildito” y yo no queremos esas cosas asquerosas, puaj —le estoy dejando que suspire aliviado y ahora atacaré otra vez— pero el amor filial no es un tema que me desagrade, por ejemplo.

—A mira que bien —evidentemente molesto e incómodo— padres con hijos, hermanos entre sí…

—Tíos y sobrinos.

—Si claro toda la familia “unita”.

—Como nosotros dos.

—Ya, pero todo eso que me cuentas son generalmente fantasías de una mente enferma o enfermos mentales que llevan a cabo esas prácticas y NO, NO ME GUSTA ESO PARA TI —al darse cuenta que había alzado la voz y algunas miradas comenzaban a posarse en nosotros, se acomoda en su silla y bebe de su copa como queriéndose relajarse.

—Ni que fuera a violarte oye —le digo con total naturalidad. Estoy encontrando esta nueva faceta de intimidarle muy motivadora.

—Te estás quedando conmigo, es eso ¿no? Y cómo todo esto a tus ex muermos no se los puedes decir, me coges a mí. —me contestó, muy molesto. Creo que nunca le había visto así. —te desconozco, al menos esta noche, no te pareces a mi Gabi.

—Hay que dramático “retro” tío —Aunque a decir verdad yo también estoy en las mismas, ni me reconozco a mí misma y por momentos a él tampoco.

—Llámame “victoriano” también si quieres. Mira, la virginidad está sobrevalorada, como se suele decir ahora. No esperes el príncipe azul, verde o gris porque no existen, cuando tengas ganas, vas y lo haces. Lo único que te pido es que uses protección y no tengas un embarazo no deseado, solo estas dos cosas ten en cuenta.

—Quitando eso, puedo follar con cualquiera entonces ¿no? —Y el camarero ahí de pie oyendo mi grandiosa frase.

No sé si reírme o irme, irme por ahí, caminando despacito, para que nadie más me vea y me oiga… Pero niña, a lo hecho, pecho. Después de todo, solo tengo frente a mí el plato de comida con el que pienso jugar los próximos minutos, más allá mi tío con su mirada inquisidora y el camarero, que calculo estaría matándose de risa para sus adentros, y ya no estaba.

—Te pido por favor que no hablemos más estos temas aquí en público, tenemos mucho tiempo en casa para hacerlo.

—Lo capto, si, está bien. ¿Comemos ya? —Ni yo misma me conocía este desparpajo.

—Me ha dicho Alfonso que hace tiempo que no vas a verle —Se mete un bocado y me mira.

—Ahora te pido yo por favor que los temas dentales los dejemos para casa, estamos comiendo, no me parece —Por dentro me estaba partiendo el culo, pero serían los nervios seguramente.

—Muy bien, cuando tienes razón, tienes razón, aunque Alfonso es mi mejor amigo no se te olvide, como un hermano para mí.

—Y también es mi dentista, tampoco se te olvide. —Quiero retruco ¿o es un partido de ping pong?

—Te veo bien en tu nuevo roll de investigadora científica —y con sus ojos señala mi plato, en el que se encontraba mi comida ligeramente destripada, convertida en pequeños montoncillos a los que trataba de redondear.

—Ah pues no, te equivocas, decoradora.

Y con todos vosotros: La Noche de las Ironías.

—Te enseñé a no jugar con la comida, creo recordar —Y venga, otro bocado se mete con total naturalidad.

—No quieres que jue…

—Ah no, no, no, ¿que dijimos? Ojito con lo que vas a decir —me mira como midiéndome, no la altura claro.

Coloco mis manos debajo de la mesa, me apoyo en el respaldo de la silla y poso mis ojos en él.

—Sí, mejor nos vamos. Debo reconocer que no sirvo ya para amenizar el cumpleaños de una jovencita. Lo siento cariño, no ha sido mi intención. Quería que esta, tu noche, fuera única, luego te iba a llevar a un recital… tonterías de viejo nostálgico y retro.

—Bueno, “vintage” casi suena mejor —Y con esto logré arrancarle una sonrisa y me animo y sigo— Esta vez voy a corregirte yo, no te llames a ti mismo viejo al menos en mi presencia. Estás más bueno que el pan y el helado de chocolate con almendras, que digo bueno, estás para comerte tío, ¿qué más quieres? Tampoco te deprimas porque una niñata malcriada y caprichosa hoy no tiene ganas de marcha. En esta vida todo no se puede. —Y yo sentando cátedra a un hombre que me sacaba 30 años.

—Sí que apuntas maneras ya, casi me has convencido.

Llega un natural silencio porque el camarero había regresado quizás por más “chicha” pero sobre todo a cobrar la cena. Volvemos a quedarnos solos, me inclino un poco hacia adelante y le digo a Gabriel:

—Déjale mucha propina, así me recordará con más cariño, porque simpatía ya me ha cogido.

Se ríe y yo también. Al menos le debía eso, después de haberle amargado esa noche tan espectacular que tenía planificada para mí.

Finalmente nos marchamos y todo transcurrió con una monótona normalidad. Ya en casa acabé en mi cuarto mirando una serie nueva que echaban sobre la Reina Victoria a la edad de 18 años y su Primer Ministro. Vaya, pensé, esto me interesa. Y en la madrugada estaba Gabriel en mis sueños, pero de una manera que no logro recordar, lo que sí sé es que acabé despertándome sudorosa moviéndome y corriéndome de gusto.

Esto pasaba de castaño oscuro, ya ni el dildo necesitaba, me corría espontáneamente, si las hormonas, si la edad, pero hay que lidiar con todo eso.

Cuando supe que Alfonso vendría por la tarde me inventé una salida. El amigo de mi tío es bien majete, pero yo estaba en otra sintonía y no quería “comportarme” quería desaparecer. Pero, ¿y si regresaba sin ser vista y podía volver a encerrarme en mi cuarto? Eso hice, bueno no exactamente, al intentar pasar sigilosamente por el despacho de mi tío, se despertó mi curiosidad por la conversación que estaban manteniendo Alfonso y él y me quedé en las sombras, oyéndolos.

—Alfonso tú tienes hijos, así que me comprenderás, no sabes con las cosas con las que me ha salido esta chiquilla anoche.

Que risas me entraban, mientras oía a mi tío relatarle uno a uno todos los dardos que le había enviado durante la cena.

—Es la edad, tampoco le des mayor importancia Gabo —le contesta restándole toda la carga dramática que le había dado mi tío.

—Es que soy su tío coño! —exclama.

—Me lo dices a mi o a ti? —replica Alfonso.

—Soy su padre, su madre, su todo, la madre que me parió —dice lamentándose.

—Gabriel, el problema no es la niña, el problema eres tu ¿me equivoco?

Que silencio ¿y cuál sería el problema con él?

—No, no te equivocas. De verdad que hasta anoche todo iba como siempre, pero desde que la vi comportarse de esa manera… yo no sé lo que me pasa, te lo juro tío, estoy hundido.

¿Pero que le pasaría?

—Te pasa que eres un hombre macho, que te va a pasar. Mira que tampoco eres su padre ni su madre aunque hayan sido los roles que has desempeñado hasta ahora, pero no lo eres —le dice con una voz tranquilizadora.

—¡Tenemos la misma sangre Alfonso, es mi sobrina, la he criado yo, no puedo ni debo verla con otros ojos!

¡Era eso! Por eso yo también… le veo distinto.

—Mira, yo creo que lo más sensato, es que la apartes de tu lado, ahora que ha cumplido la mayoría de edad, se puede independizar y entre la Universidad y…

—No, no puedo alejarla de mi —le contesta con amargura.

—No puedes o no quieres? Poder puedes.

No, no puede ni yo tampoco, ni quiero. Comenzaba a odiar a Alfonso.

—Tú sabes bien por lo que ha pasado, que quieres que haga, ¿qué de un día para otro le diga que se marche?

—Piénsatelo, porque si esto continúa así, ya sabes cómo acabarás tú, jodido y bien jodido y la niña se hará mayor y hará su vida. —le dice Alfonso. Y agrega— Márchate tú, vete a hacer un largo viaje de negocios y luego otro, mientras tanto Gabriela tendrá espacio para comenzar a hacer sus planes y por supuesto que dejará el nido.

Te odio Alfonso, no sabes cuánto te odio. No te vayas tío por favor, no me dejes.

—Creo que tienes razón, no puedo estar ni un minuto más aquí de esta manera. Mañana mismo parto hacia cualquier sitio.

Sus últimas palabras me destrozaron. Me escabullí hacia mi cuarto y me encerré a acabar con todo lo que allí dentro se encontraba, todo lo que él me había regalado a lo largo de los años, contra el suelo, contra la pared, contra la puerta, mi diana variaba según la posición en la que me encontraba. Hijo de puta, pensaba, es un hijo de la grandísima puta, mientras no cesaba por romper todo aquello que hasta ese momento había sabido guardar como verdaderos tesoros.

No me percaté en medio de mi batalla unitaria que Gabriel ya había entrado. Es sin embargo cuando coge mis muñecas fuertemente cuando le veo.

—¡DÉJAME! —le grito tratando al mismo tiempo de despegarme de sus ataduras— ¡que me sueltes! —y como puedo acabo por soltarme, me alejo de él y con mis cabellos despeinados, completamente desalineada y sudorosa, como una fiera le grito— ¡VETE! ¡VETE DE UNA PUTA VEZ Y PARA SIEMPRE! —intenta avanzar hacia mí— ¡ni te me acerques! —le digo como advirtiéndole que mis garras saltarían sobre él si daba un paso más.

Pone sus manos cual rezo y con voz suplicante me dice:

—Solo quiero hablar contigo, quiero explicarte…

—¡Que no! ¡Que te marches! —y aunque bajo el volumen de mi voz, no por eso dejo de ser tan drástica y tajante— Te preocupaba anoche mi vida, querías defenderme de todo y de todos… pues puedo defenderme yo solita… sobre todo de ti, el que me juraba que jamás de los jamases iba a abandonarme. Mírate, que patético…

Si me abandonaba la furia estaba perdida y eso, no iba a permitirlo.

—Si me dejas que te explique cómo son las cosas, por favor —me dice mendigando.

—Las cosas son… que te pires, que te pierdas, que a mí ni tú ni nadie me va a llevar al cielo para luego dejarme tirada en un charco. ¿Entiendes tú como son las cosas? —hago una pausa, esperando que los conceptos le entren en su cabezota madura y prosigo— No me enseñaste a ser cobarde y yo lo aprendí… lo aprendí tanto, que ahora que te veo a punto de huir, te repudio.

—No lo hago por mí, lo hago por ti, eres… —y al cortarse buscando que decir…

—Soy una mujer… tu sobrina, tu hija, tu ahijada, pero UNA MUJER y tú eres UN HOMBRE que no es capaz de darme la última lección, la que me falta para sentirme completa… un egoísta que tiene tanto miedo que se deja influenciar por su amigo… ese otro ya, si… ese como me ponga yo en pelotas delante suyo se tira a mi sin dudarlo siquiera un instante… pero a ti te aconseja como si fuera un cura de parroquia. ¡Par de hipócritas!

Mudo, no es capaz de articular palabra. Una estatua.

—Te has tirado a todo bicho que camina y anoche me sales que un asaltacunas no, ¡venga hombre por favor! Si yo te he visto con niñatas pijas. ¿Me querías vender una imagen y ahora otra? —le digo totalmente dispuesta a acabar con él— ¿Que te importa a ti el lazo sanguíneo que nos une? La sangre, estimado abogado es lo que nos da la vida, es nuestro alimento y tendremos que tenerla lo más contenta posible digo yo… Así es que cuando ella grita corriendo por todo nuestro cuerpo, no hay que desoírla, hay que darle gusto. —me acerco y lo enfrento, le clavo la mirada— Esa es nuestra sangre, la que nos une y la única que te tiene que preocupar y a la única que tienes que escuchar, porque en el fondo seguimos siendo primitivos si quitamos el intelecto… diría no hace tanto adquirido, comparado con los siglos en que hemos sido completamente animales.

Estoy serena, estoy defendiendo mi causa, estoy argumentando con todos los conocimientos de los cuales soy capaz, los que él me enseñó a lo largo de estos 8 años de tan hábil manera.

—Esa es tu lucha y por eso te escapas —me alejo de él y me recuesto sobre el ventanal— Los animales humanos luchamos cada día para ser más humanos y menos animales —me río irónicamente— cuando lo mejor y lo más puro, cuando nuestra verdadera esencia se encuentra justamente en el lado contrario. ¿Has visto tú alguna vez a un perrito que no quiera montarse a la perra que lo parió? Pues yo no, es más, le he visto completamente feliz. Has visto a algún animal no humano, ser envidioso, hipócrita, ventajista, asesino… bueno podría seguir porque la lista es larga, pero con esto me vale. No, no has podido ver a ninguno así porque no está en su verdadera esencia. Cuanto más humano eres más te corrompes, más te cubres de una falsa moral y más te alejas de lo que verdaderamente eres. Yo —camino hacia la puerta— creía —me detengo, lo miro— que tú eras un ser vivo —abro la puerta del todo y él sujeta una de mis manos, pega su cuerpo al mío y con su boca en mi oído me dice:

—Yo soy ese.

De un envión me tira sobre la cama, se abalanza sobre mí y me destroza la ropa, se desprende de la suya sin darme tiempo a reaccionar, de gozar viendo ese cuerpo perfecto y desnudo. Pasa sus manos por mi boca, por mis pechos, como arrastrándolas, llegando a mi vagina. Los ojos puestos en los ojos, desafiantes. Abre mis piernas y mis labios vaginales y da un lengüetazo profundo desde abajo hacia mi clítoris, reconociendo el terreno, degustándolo y mis primeros fluídos comienzan a aparecer. Me da la vuelta, quedo con mi cara hundida en la almohada y se echa sobre mi mordiendo mi cuello de una manera que no pude evitar gritar de dolor. Me había cazado. Se separa un poco para manosearme toda hasta llegar a mis nalgas, coge mis piernas y las levanta un poco, hunde su lengua dentro de mi ano. Yo pierdo el sentido cuando en un embiste mete su verga dura dentro de mi vagina de golpe, vuelvo a gritar de dolor y se queda quieto unos instantes y vuelve a retroceder y meter con tanta fuerza que yo trato de cogerme de donde puedo, hasta que le suplico:

—para ya por favor.

—No querías mi ser primitivo? —Saca su verga, me da la vuelta y se coloca encima de mí— ¿No querías volverme loco… ciego de pasión, más animal que un animal mismo?

—Si.

Entonces me besa con hambre y de la misma manera enloquecida devora mis pechos y mi coño y vuelve a ensartarme mirando a su hembra dominada. El dolor no es nada comparado con el goce y entonces no puedo evitar gritar de placer. Me estaba enseñando una vez más y yo estaba aprendiendo. Lo tenía dentro y eso me volvía completamente loca hasta que mi cuerpo comenzó a temblar y entre gemidos y suspiros llegamos al orgasmo, al primero.

Se tumba a mi lado jadeando aún y yo me incorporo un poco y voy recorriendo con mis manos cada milímetro de su cuerpo. Ahora mi presa es él. Al llegar a su verga, no la toco, sigo bajando mis manos por sus entrepiernas y cuando llego a sus pies comienzo a lamerlos, primero uno, luego el otro y así lentamente voy subiendo, degustándolo. Me mira, comprendo que se está recuperando y entonces sí, con mis labios voy capturando sus huevos y jugueteo con mi lengua, los saboreo, mientras con mis dedos voy recorriendo su mástil, voy avisando, preparando el terreno. El gime muy suavemente porque el ritmo que ahora manejo yo será distinto, porque como buena gata, me gusta jugar con la presa antes de comérmela. Le doy un lamentón por toda su verga y extiendo mi cuerpo sobre el suyo.

—Ya eres mío, ¿lo sabes?

—Lo sé.

Le beso con intensidad y bajo rápidamente a por su verga y entonces sí, con ayuda de mis manos la engullo y me la saco de la boca, la muevo con mis manos hacia arriba y hacia abajo con tranquilidad, la lengüeteo y vuelvo a alejar mi boca, pero nunca la suelto, aumento el ritmo de mi fricción tan solo un poquito y vuelvo a mamársela esta vez sí por más tiempo. Oigo sus jadeos luego de unos minutos y eso me excita tanto que quiero mordérsela… es entonces cuando me como toda su leche, toda, toda, toda. Y allí me quedo con mi cabeza en su vientre, aferrada a su verga, con mi cuerpo entre sus piernas. Pasan los minutos… no sé cuántos, hasta que los signos vitales de ambos vuelven a la normalidad.

Tira de mis cabellos hasta subirme hasta él.

—eres muy putita, pero una cachorra todavía, yo te voy a enseñar.

Nuevamente me coloca boca abajo y sus manos como garras arrancando mi piel a cada paso, colocándome a cuatro patas… estoy temiendo y deseando a la vez que me rompa en mis mil pedazos. Y lo hace, mete su verga en mi ano sin miramientos y conozco un dolor terrible y grito mientras lloro con cada una de sus embestidas, pero me dejo hacer hasta que comienzo a sentir un placer desconocido y quiero más, quiero que me golpee mas fuerte cada vez, quiero sufrir y gozar como una bestia.

—Ahora eres toda una puta —me dice en un tono desconocido para mí, pero yo no puedo contestarle, aun no conozco el lenguaje de la verdadera pasión, apenas si estoy aprendiendo lo que es morir de gozo. Lo oigo gritar, repetir “Si, si, si” de manera descontrolada y al dejar caer mi cuerpo me baña con su leche y yo siento ese líquido caliente como agua bendita cayendo sobre mi espalda y mi culo.

Aun jadeante se deja caer sobre mí.

—A partir de ahora… vas a demostrarme cada día, a todas horas, todo lo que te he enseñado hoy…—respira hondamente— y todo lo que continuaré enseñándote.

Sin poder moverme con todo el peso de su cuerpo sobre mí, con su aliento en mi nuca, le contesto:

—Lo haré, pero… —Se tumba hacia mi lado, giro mi rostro hacia él, que era todo lo que mi cuerpecito podía hacer, le digo con inocente preocupación— no has usado profiláctico.

Acerca su rostro, restriega su “hocico” contra el mío y me dice:

—Antes de que llegues a parir a los lobeznos nos quedan 9 meses aún, tu tranquila, seremos una gran manada.

©LaBellu

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