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Lo que pasará es que te citaré en el hotel de siempre, la tarde caerá lentamente, cual cortina de humo sobre la conciencia y la razón, un espectáculo encantador: la entrada a la locura. Llegarás con una gabardina larga, debajo sólo tus bragas, tus medias y tus zapatillas. Estaré en un asiento de piel reclinable, fumando Marlboro y tomándome una caguama. La habitación ya estaría inundada de música. El dueño del hotel ya me conoce, le doy una buena cantidad para que me deje hacer lo que quiera. Cerrarías la puerta detrás de ti. Te sentarías en la orilla de la cama.
—No creo que debamos hacer esto más
—No creo que debimos empezar nunca. Pero aquí estamos.
—¿No te remuerde la conciencia?
—La conciencia es una palabra compleja, lo que sé es que no muerde.
—¿No te sientes mal?
—Yo siempre me siento bien haciendo esto, ¿y tú?
—También. Pero no es lo rico que se siente, es lo culpable que te sientes después.
—Tu obligación, según ciertos pensadores, es ser feliz. ¿Te haría feliz dejarlo? De ser así, adelante.
—Bien sabes que no. Estoy acostumbrada a ti, pero tampoco quiero fallarle a él.
—Te entiendo, es un buen hombre. Pero te explico, nosotros estamos obedeciendo a las leyes de la naturaleza. Lo antinatural es la represión. Si de verdad te ama, te debe impulsar a saciar todos tus apetitos. Sin embargo, debemos mentir porque no muchas personas están acostumbradas a aceptar las cosas tal cual son. Tú eres una puta, y yo soy un hombre que disfruta de las putas.
—¿Puta? ¿Acaso te cobro?
—No te ofendas, aunque gratis tampoco me sales. Pero cuando yo digo puta me refiero a una mujer guerrera, capaz de aceptar su propia satisfacción, a una mujer lúcida y libre que toma las riendas de su vida y de sus goces. Además, nuestros encuentros curan tus neurosis.
—Ahora aparte de demonio, me saliste doctor, no me hagas reír.
—Es algo muy básico, tú quieres cumplir tus fantasías, mientras no las cumplas estarás neurótica y de mal humor. Yo ayudo a esa parte, he seguido el rol y protocolo desde el principio. A mí me encantas tú, me encantas como mujer libertaria y loca, me gustas tus sueños y anhelos. Me gusta escucharte y me gusta hacerte gemir también. No considero que esté haciendo algo malo, aunque entiendo que no muchas personas están listas para este tipo de libertad.
—La libertad de obedecer.
—La libertad de confiar tu placer al intelecto, fuerza, creatividad y pasión de otra persona, la entrega sin restricciones. Cuando haces el amor con tu pareja, te preocupas por lo que sentirá y pensará de ti; conmigo no hay esa preocupación porque no me amas ni te amo. Hay cariño, claro, pero solamente se basa en el placer que nos hacemos sentir.
—Sé que eres muy inteligente y que con tu retórica puedes convencer a quien sea. Pero tampoco soy pendeja, hay un Dios, una religión, una moral, una sociedad, que nos dan leyes para que las respetemos y podamos vivir en paz.
—Te puedo decir que muchas de esas nociones no son más que sistemas de control que nos imponen, porque a la sociedad le conviene que seamos seres neuróticos y alienados. La tristeza nos hace consumistas para tratar de llenar nuestros huecos existenciales con productos, políticas y religiones caducas que nada importan para los libertinos libres. Sin embargo, tampoco te estoy diciendo que abandones esas nociones, simplemente que las olvides cuando estés dentro de esta habitación, conmigo. Esto es una válvula de escape que yo necesito y creo que tú también.
—Esto no provoca paz, provoca violencia.
—La paz que nos venden es violencia disfrazada, todos los que no entran en esos sistemas de control, son enemigos públicos. Si no estás con ellos, estás contra ellos. La única paz que existe es la paz interna, además…
—Detente, no quiero alegar más. Por alguna extraña razón siempre logras calentarme.
—No aleguemos más. Quítate la gabardina.
Tú te quitarás la gabardina y yo contemplaré tus hermosos pechos. Los pezones pequeños y aerodinámicos, rosáceos y tiernos. Te ordenaré que abras tus piernas y veré tus muslos, deliciosos y carnosos, dulces y límpidos. Ordenaré que acaricies tus senos, grandes y perfectos, los tomarás con tus manos y harás masajes pequeños, hipnóticos, con ligeros pero poderosos agarres a tus pezones erectos. No mentías cuando decías que estabas caliente, tus pezones estarán durísimos y excitado, pequeñas ambrosías para cualquier pupila despierta como la mía.
—¿Así te gusta?
—Me encantan tus pechos.
—Mira cómo los aprieto para ti, están ansiosos de tu lengua.
—Agítalos más, golpéalos un poco.
Lo harás, golpearás tus pechos. Después te ordenaré que me enseñes tu culo, un poco más pequeño y compacto, tus nalgas apenas marcadas, suaves y endemoniadas. Por encima de tus bragas observaré la delicadeza de los trazos, la arquitectura de tu precioso culo. Coqueta y altiva bajarás un poquito tus bragas de encaje negro, para dejarme ver parte de la rayita, ese ecuador que divide un mundo de otro. Te ordenaré que así te recuestes, boca abajo, poniendo una almohada debajo de tu pubis y friccionándolo hasta que te mojes completamente. Lo harás. Después te ordenaré que te sientes en la orilla de la cama de nuevo y comiences a masturbarte. Lo harás, mostrándome, obscena y divina, tus dedos recorriendo tu vulva, apretando tu clítoris, dentro de tu vagina, tus dedos rápidos y certeros, moviéndose elípticamente. Me mostrarás tus dedos mojados y tu boca a medio abrir, esa boca que reconozco como símbolo de orgasmos interminables, tus ojos cerrados, tus gemidos, reconoceré tu excitación y te ordenaré que te acuestes para que tu orgasmo sea más potente, arquearás tu espalda, gemirás más fuerte, por encima de la música y tendrás un orgasmo placentero.
Te ordenaré que te hinques a la orilla de la cama y que pongas tu cara sobre el edredón. Poniendo tus manos también sobre la cobija, ya sabes lo que viene, me comentas que no te golpeé muy fuerte porque tu pareja comienza a sospechar. Me acercaría a ti con un lubricante con olores cítricos, me pongo un poco en las manos y comienzo a masajear tu culo, tomaría tus nalgas con mis enormes manos y comenzaría darte un masaje, poniendo especial atención en tu ano, en las terminaciones nerviosas. Después azotaría tus nalgas unas diez o quince veces, hasta notarlas rojas y endurecidas, a cada golpe responderías con un pequeño grito. Después te ordenaría que te pusieras boca arriba en la cama con las piernas abiertas y metería mi lengua en tu coño, movería mi lengua de arriba abajo y en suaves círculos hasta provocar de nuevo tus gemidos, saboreando tu clítoris y besando con mis labios tus labios vaginales, que sientas mi pasión y mi fuerza. Sujetaría tus piernas para moverme mejor y mover mi lengua cual serpiente venenosa, agitando tus puntos de placer, los que sé que te gustan, hasta que te corras en mi boca. Después, sin dejarte descansar, metería mis dedos en tu coño, me pondría al lado de tu cuerpo para masturbarte mientras aprieto tu cuello, sentirías mis largos y gruesos dedos alrededor de tu cuello, apretando fuerte, cada vez más fuerte, mientras también aumenta el ritmo de la masturbación. Me pedirías que me detenga, pero no lo haría, al contrarío metería dos dedos y luego tres, cada vez más rápido movería mis dedos para provocar tus orgasmos, tus ganas, tu dolor también. Me gustaría verte a los ojos mientras estás en ese trance de dolor y placer, contemplar tus labios temblando.
Luego te acariciaría, sin decir palabras, sólo con las manos, detenerme en cada contorno de tu cara a tus pies. Mover mis manos por todo tu cuerpo, cerraría los ojos para reconocerte igual que un ciego reconoce a un ser amado. Pasaría las yemas de los dedos, apenas etéreos, reconociendo tu cara, tus orejas, tu mentón, tu cuello, tus hombros, tus brazos, tus manos, tus pechos, tu vientre, tu ombligo, tu monte de venus, tu sexo, tus piernas, tus muslos, tus rodillas, tus pantorrillas, tus pies, y de regreso. Mis dedos olerían a ti, tu cabello olería delicioso, a recién bañado, eso y el olor de tu perfume y tu perfume corporal me enloquecerían. Acariciaría cada parte de tu cuerpo, con la misma delicadeza que se acaricia una obra de arte. Luego me pondría a la orilla de la cama y te ordenaría que te montaras en mi pene erecto. Así lo harías y me cabalgarías durante mucho tiempo, te sujetaría de las nalgas mientras muerdo tus pechos y tu boca, te diría al oído lo mucho que me gustas, lo que me encanta tu sabor y tu olor, el que caigas libre y soberana sobre mi pene, dueña del ritmo y el confort. Te diría que nunca he conocido a nadie como tú, que eres mi musa y mi inspiración, la dueña de mis masturbaciones y la diosa de mis fantasías, sujetaría tus piernas para atraerte, que sientas la rigidez y dureza de mi deseo por ti, hasta que por fin me corra dentro de ti sin avisarte, simplemente deslizándome cual pluma en el viento, una apología de la dulzura y la pasión, un goce infinito tu cuerpo y tu alma. Te besaría otra vez la boca, te diría que tus besos son lo mejor del mundo, que nadie me besa como tú.
Luego te voltearía, besaría de tu nuca a tus nalgas con cuidado y delicadeza, cada contorno, cada línea. Besando sin cesar, mis labios por tu espalda escribirían un poema y luego subiría un poco más para embriagarme con el aroma encantador de tu cabello, besaría tu espalda una y otra vez, poniendo especial atención en tu espalda baja, en tus nalgas también, entre tus nalgas besos negros y mi lengua traviesa que no descansa cuando se trata de tu cuerpo. Ya una vez decidido y erecto de nuevo, metería mi pene en tu culo delicioso y apretadito, en suaves vaivenes, pondría una almohada bajo tu coño para que me queden tus nalgas más paraditas. Te penetraría primero despacito y gradualmente iría aumentando la velocidad hasta terminar en un acto enloquecido, sentirías mi sexo haciéndose grueso y potente dentro de ti, abriendo canales nuevos de placer, delirios deliciosos llenos de licor y tabaco. Se escucharía una orquesta deliciosa, por encima de la música, de mi pene contra tus nalgas, en una agitación total, en un ritual epiléptico y fuera de sí. Azotaría tus nalgas de nuevo, mientras tanto, hasta dejarlas rojas y suaves, mientras tanto las embestidas de toro furioso no pararían, pero atraería tus pechos para sobarlos, masajearlos y apretar los pezones, pasaría mis dedos por tu coño masturbándote un poco mientras sientes, tal vez, dos fuerzas entrando dentro de ti, con potencia animal y embravecida. Finalmente haría lo que tanto nos gusta, pasaría mi cinturón por tu cuello y te atraería hacia mí para en un efecto doppler quedar envueltos en la más deliciosa traición. Eyacularía, de nuevo, dentro de ti. Dejaría mi semen resbalando de tu culito.
—¿Eso es todo?
—No tengo más.
—Mastúrbame otro poquito
—Te masturbo, pero acá, frente al balcón.
—Llévame
Te conduciría, completamente desnuda, excepto por los tacones, al balcón del hotel. Ya sería de noche, la oscuridad caería sobre las ventanas de los edificios. Te haría sujetarte del balcón mientras detrás de ti estaría masturbándote con mi mano derecha hasta que te vengas.
—¿Ves el hotel de enfrente, el balcón, ese hombre que bebe y fuma?
—Sí
—Ese es tu hombre.
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