La primera vez que mi jefe me lo pidió le dije que no y él lo entendió, incluso se disculpó.
Confieso, aunque no esté bien decirlo, que yo mandé demasiadas señales que podrían haberle llevado a precipitarse. Me acerqué demasiado, le dí un beso en la boca e incluso, dada su pasividad, le propiné un azote en las nalgas cuando se inclinó para recoger un lápiz.
Pero bueno, hablando se entiende la gente y mi negativa detuvo el proceso.
Esto no quiere decir que yo no quisiera enrollarme con mi jefe y tener un encuentro sexual. No, no era eso. Era simplemente que en ese momento no me apetecía.
La segunda vez que surgió el tema la cosa cambió. Primero, mi jefe estaba en una situación algo tensa después de que un cliente amenazase con rescindir el contrato. Segundo, yo había contribuido con mis errores a esa situación.
Le contemplé. Estaba serio, preocupado, vulnerable. Y a pesar de ello, le encontré atractivo.
Intervine y me ofrecí a ayudarle a olvidar.
"¿Y cómo vas a hacer eso?" me dijo.
No respondí con palabras, respondí de otra manera.
Respondí quitándome la ropa.
Primero me desabroché la camisa. Luego me bajé los pantalones.
Me quité los zapatos y las medias y finalmente el sujetador y las braguitas.
Mi jefe me contempló inmóvil, sorprendido con el cuerpo desnudo que tenía enfrente.
Sus ojos miraron, durante varios segundos, mis pechos coronados por pezones erectos que apuntaban hacia arriba.
Luego, como quien saborea su helado favorito, esos mismos ojos llenos de deseo, bajaron posándose en mi peludo sexo. Contempló todo el conjunto mientras tragaba saliva y se relamía los labios.
Sonreí y con un movimiento lento y sensual le di la espalda ofreciéndole la oportunidad de deleitarse con mi trasero.
Luego me acerqué a dónde estaba y, acariciándole la oreja con mi lengua, le susurré.
- Me enseñas el pajarito.
Sin esperar respuesta me arrodillé frente a él y le toqué el por entonces ya abultado paquete.
- Levántate – ordené.
Y me obedeció.
Alcanzando el cinturón de sus pantalones comencé a desabrocharlo. Luego el botón.
Levanté la mirada para mirarle a los ojos.
Volví a bajar la mirada y terminé de desnudarle bajando los pantalones y calzoncillos de un tirón.
Su pene, erecto, se desviaba ligeramente hacia la izquierda.
Me puse en pie. Él apoyó las manos en mis nalgas y las estrujó con suavidad.
- Tu culo es muy suave. Y tú eres muy traviesa. Debería darte unos azotes - confesó.
Encendida por el comentario me puse de nuevo en cuclillas, abrí la boca y sacando la lengua comencé a lamer todo lo que nacía en su entrepierna haciéndole gemir.
Luego se la chupé hasta que se puso bien dura.
- ¿Quieres hacerme el amor? - pregunté de manera casual, casi inocente.
Esta vez tampoco mediaron palabras entre nosotros, simplemente me guió, como quien guía los pasos de su pareja de baile, hizo que me levantase y apoyase mis manos contra la pared.
Un instante después lo noté dentro de mí.
Su miembro entraba y salía en mi vagina creando una sensación maravillosa.
El clímax llego pronto y el semen cayó, desordenadamente, sobre mis glúteos.
Me ofreció una servilleta de papel.
Me limpié.
Luego me entregó la ropa.
Me vestí, le di las gracias y abandoné el despacho.