Elina, de 19 y hermosa está enamorada de su hermano Hernán, de 20, cuerpo atlético y deportista. Estos hermanos no tienen prejuicios ni barreras impuestas.

Una mañana estaban solos en casa y comenzaron el cachondeo que terminó en una fabulosa maratón sexual. Elina mamaba y mamaba ese pene tan deseado. Hernán recorría el fraterno cuerpo con sus labios y su lengua y metía sin piedad su verga en los orificios de Elina, si perdonar ninguno.

Llevaban casi dos horas de sexo duro cuando aparece repentinamente su madre, 38 añitos muy bien conservados. La mini falda de la madre, bien ajustada, indicaba sus deseos casi nunca aplacados.

El trío familiar no tardó en formarse, hijo, hija y madre, sis distinción se daban desmesurado placer. Hernán se turnaba para penetrar a sus mujeres por delante, por detrás, por sus hambrientas bocas.

Pero padre volvió más temprano de su trabajo y encontró esa escena de incesto familiar. Asombrado, pero no lento, se desnudó y se sumó a esa depravada acción. Su mujer y sus hijos encantados por su reacción lo rodearon con propuestas cada una más degenerada que la otra. El garrote del padre se agrandó al máximo y tremolaba de deseo y calentura. Su hija, con su sedienta boca engulló esa verga hasta traspasar su garganta, aguantando las arcadas como una profesional. Su madre, enloquecida con la pija de su hijo no prestaba atención a la otra pareja.

Así llegó la noche en una cama revuelta, caliente y llena de fluidos corporales. Agotados durmieron todos entremezclados y al amnecer se encontraron en una increíble confusión de cuerpos, flujos y semen.

Desde entonces, las fiesteas internas de esa maravillosa familia se repetían con frecuencia. Como corolario, madre e hija tuvieron hermosos bebés en poco tiempo.