Lizza era camarera de un pub de mi ciudad. No era muy guapa, pero había algo en ella que me excitaba sobremanera. Quizás su manera de andar, quizás su simpatía hacia los clientes, o su forma de ser tan natural, su forma de servir las copas, etc., eran detalles que no merecían importancia, para algunas personas, pero para mí, era todo un lujo de detalles. Me encantaban las mujeres ya desde niña, y por mi profesión de escritora y modelo publicitario, yo era atractiva y sensual. Desde niña, siempre había tenido a mujeres y hombres bebiendo de mi mano.
Pero ella era diferente. Su manera incluso de subir la escalinata a su pequeño almacén, o sus vestidos o minifaldas por las que dejaba vislumbrar todo su talle cuando subía aquellas tres escaleras y abría la trampilla, hacía sentir en mí y soñar que estábamos ahí arriba las dos haciendo el amor.
Era un par de años menor que yo, y su melena rubia acaracolada y su flequillo le tapaban a veces la cara y sus bonitos ojos como el mar.
Aquella tarde-noche no fui a cenar a casa. Al día siguiente no tenía que madrugar. Así que, bien me podía dar el placer de estar más tiempo en la calle, en este caso admirando la belleza sensual de mi pequeña Lizza.
Me senté en un taburete en la esquina del pub, esperando a que la clientela iría abandonando poco a poco el local, con mi cubata en la mano izquierda y mi cigarrillo negro en la otra. Cuando Lizza vino a retirarme el vaso, mi mano cayó encima de la suya y le dije: "ponnos otro a cada una".
Mi profesión de modelo y escritora me había adelantado mucho en el terreno del ligue, pues yo a la vez de sensual tenía un tono de voz "enamoradizo". Y desde el principio, a Lizza le encantó mi mano acariciando aquellos anillos de su mano y la apretó. Me dio un beso con lengua y me confesó que desde hacía mucho tiempo estaba enamorada de mí. Lo que a mi me dejó casi de una piedra, pero encantada de la vida.
Entablamos conversación y poco a poco estábamos la una abrazada a la otra, en el medio de la pista. Yo le dije a Lizza que aquella noche no iría a dormir a mi casa. Y subimos por aquellas escalinatas al almacén. Lizza y yo nos duchamos juntas, nos desnudamos juntas y ella se quedó profundamente dormida, yo la admiraba, la acariciaba su pelo y mi amor se despertó. Se abrazó a mí, y sentimos como la una y la otra nos correspondíamos en tiernos besos y abrazos. Ella se quitó la camiseta y pude observar aquel rostro, casi desnudo, aquel busto con el que parecía ya una diosa, al menos para mí.
La abracé, la besé, y me quité mi ropa, la miraba me miraba, y juntas hicimos el amor. Mis manos se deslizaban por su pelo, su cara, su pecho, las areolas de sus pezones, y sus caderas. Hasta perderse en su sexo. Empleé un dedo para eyacularle por detrás. Le encantaba, nunca se lo habían hecho, pero le encantaba. Con la otra mano, cogí de la esquina de la mesita de noche un consolador, que se lo apliqué por su coñito humedecido y se lo metí tan dentro, que casi se le salía por la garganta. Ella se retorcía de pasión, y me besaba y yo la besaba a ella.
Así se puso encima mío. Me dio todo su sexo dentro de mi boca, y yo chupaba aquellos jugos, tan ricos, tan acaramelados que salían de su coñito mojado.
Ella me metía la mano en el mío, en mi ano, y con su lengua recorría todo mi sexo. Hicimos un 69 como jamás hubiera podido imaginar que lo hiciera.
Desde entonces, yo ya no veo más mujer en mi vida que Lizza y Lizza es mi novia, vivimos juntas. Y mi casita ya no está fría. Pues cada noche, cada minuto, cada hora, aun no estando juntas, yo la veo incluso por la tele en los vídeos que nos grabamos y me masturbo con la dicha de mi amor.
Juego peligroso en el munmdo de hoy si no se toman las devidas precausiones. jorge