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Los juegos sexuales son tantos y tan variados que contar aquí una experiencia con una amiga puede parecer pretencioso. Sin embargo, no puedo evitar hacerlo. Habíamos hablado por teléfono a mediodía y nos habíamos citado en su casa al atardecer. Yo le había prestado Sexus, una novela de Henry Miller que, según me confesó por teléfono le había inspirado media docena de masturbaciones. Muy intensas.
Mi mente entró en ebullición y se me ocurrió el juego.
-Cuando vaya a tu casa -le dije- quiero que hayas escogido la escena que más caliente te ha puesto de la novela y la tengas preparada.
Asintió.
Llegué y me esperaba con una camiseta de tirantes y nada más. Era morena, con un cuerpo firme y rotundo. Tenía unos labios carnosos que siempre se pintaba de un rojo intenso. Y era, además de culta e inteligente, una amante sensacional. Entregada, decidida, sin inhibiciones, imaginativa y multiorgásmica. El sexo entre nosotros era fantástico. Recuerdo que la primera vez que lo hicimos, para asegurarme de satisfacerla, le comí el coño con toda la paciencia y el interés del mundo y me sorprendió cómo gritaba cuando la sacudía un orgasmo. Enseguida me acostumbré a esos gritos, que tanto me excitaban.
Llegué a su casa, decía, y me esperaba con el ejemplar de Sexus con un punto de lectura en una página. Nos dimos un largo morreo y le propuse mi juego.
-Quiero que te sientes en ese sillón con una pierna sobre cada uno de los brazos del sillón y el culo en el borde del asiento. Quiero que cojas el libro y empieces a leer en voz alta esa escena que tanto te calentó mientras te como el coño. Pero has de sabr que si dejas de leer por la excitación, dejaré de comértelo.
-Cabronazo- me dijo antes de meterme la lengua en la boca.
Estaba seguro de la escena que había elegido: un amigo del narrador se ha casado con Ida, una mujer a la que éste destesta. Su marido, un buenazo inocentón, invita al narrador a dormir en su casa. Cuando al día siguiente se marcha a trabajar, le dice a su esposa: “Llévale el desayuno a la cama”.
Ida le dice: “¿Por qué no te levantas y vienes a la mesa?” El narrador responde: “No puedo… tengo una erección.” La tensión sexual entre ambos va aumentando.
Ana leía con mi lengua bien aplicada en su clítoris. La prosa de Miller, potente, directa y extremadamente sexual, provocaba en Ana los primeros jadeos, y en mí una erección desscomunal. Seguía leyendo, cada vez de forma más entrecortada, y yo ya le había metido dos dedos en el coño. Era curioso, pero a pesar de ser una mujer de 40 años con una vida sexual muy intensa, tenía un coño estrecho, deliciosamente acogedor.
-Me estoy haciendo una paja mientras lees y te como- le dije.
Siguió leyendo. Su culo se movía en el borde del sillón, y sus ingles y mi cara ya brillaban con sus flujos.
Leyó: “Yo le pedía que me preparara el baño. Fingía poner reparos, pero lo hacía igualmente. Un día, estando sentando en la bañera, enjabonándome, noté que había olvidado las toallas. Ida, la llamé, ¡tráeme unss toallas! Entró en el baño y me las entregó. (Ana empezaba a retorcerse de verdad y a jadear, sin duda porque recordaba como continuaba la escena). Llevaba bata y mediias de seda… Al inclinarse sobre la… bañera…” joder tío, cómo me lo comes, dijo Ana. Paré en seco.
-Cerdo -dijo. Y trató de seguir: “… para poner las toalla sobre la percha se le abrió la bata. Me puse de rodillas y le enterré la cabeza en el coño tan deprisa que no tuvo tiempo de rebellarse, ni de fingir rebelarse siquiera.” Dejó de leer y empezó a moverse como loca. Detuve mi lengua. Trató de tocarse pero no le dejé.
-O lees o nada- le dije con la polla en la mano.
Me la miró y trató de volver a la lectura.
-“Le quité la bata y la tiré al suelo. Le dejé las medias puestas: la hacían más lasciva. Me recosté y la coloqué encima de mí. Era sencillamente una perra en celo…” No puedo seguir, tío, no pares por Dios.
Paré y le puse delante de la cara mi verga, durísima.
-Lee- dije arrodillándome entre sus piernas.
-“Se inclinó y empezó a mordisquearme la polla. Me senté en el borde de la bañera y ella se arrodilló engulléndola.”
Volvió a parar y me miró con tal cara de vicio que esta vez no paré de comérselo mientras le metía dos dedos. Se vació en mi boca, con abundancia. Me incorporé y le metí la lengua en la boca. Gritaba todavía porque se tocaba ella. Le di la vuelta y la puse de rodillas en el sofá. Le separé lass piernas y le clavé la polla hasta loss huevos. Gritaba con la misma violencia con que movía el culo. De vez en cuando me detenía, dentro de ella. Las paredes de su coño eran terciopelo empapado. Luego seguía con las embestidas. Ver como entraba y salíia mi verga de su coño, cómo se movía y cómo tocaba mis cojones por debajo me volvió loco.
-Dame leche, dámela- gritó.
Me vine con una intensidad salvaje. Animado por sus gritos.
-Te voy a partir en dos- recuerdo que le dije.
Nos quedamos quietos, yo todavía dentro de ella. De su coño salía una mezcla de semen y de flujo que recogió con sus dedos y los puso entre nuestras bocas, jugando con las lenguas.
Cuando nos recuperamos, me hizo sentarme en el sillón, en la misma postura que había estado ella. Mientras me lamía el ano y me acariciaba la pollam me dijo:
-Ahora te toca a ti. Vas a saber lo que es sufrir.
Y empecé a leer…
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