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Categoría: Confesiones

Laura. Enfermera fantasiosa...

Laura estos días anda bastante atareada.

A sus 28 años le está tocando vivir una experiencia que nunca hubiese podido imaginar.

Le gusta su trabajo. Tiene vocación y es muy abierta. Así que se mueve como pez en el agua en el ambiente del hospital. Está relacionada con muchas compañeras… y compañeros. Incluso sus superiores no suelen escatimar en halagos hacia su modo de implicarse en las decisiones que, ahora mismo, hay que tomar de un modo mucho más diligente de lo habitual.

Las horas no cuentan ahora mismo, y las jornadas laborales parecen no tener fin.

En la planta han habilitado una pequeña sala para tomarse breves descansos y saborear lentamente algún café que les ayude a mantenerse despiertos y atentos.

Afortunadamente, ha entrado junto con todos los profesionales que se mueven en la planta, en un programa de analíticas del Covid-19, por lo que todos saben a ciencia cierta que están sanos.

El doctor que encabeza el equipo esta tarde, es ya un viejo conocido de ella. Se trata del doctor Martínez. Un hombre que pasa de los 60, pero que está bien conservado y es muy serio y comedido, dirigiendo al equipo con un alto grado de profesionalidad.

Laura está sola ahora mismo en la sala. Sentada en una silla, algo recostada, y con una taza de café humeante entre sus manos, que se acerca a sus labios y de la que va degustando su contenido a pequeños sorbos. El negro elixir, al bajar por su garganta le aporta calor y le levanta el ánimo. Lleva casi 10 horas sin parar, con tan solo un bocadillo de sustento.

Sonríe. Recuerda con nostalgia a su pareja, con la que hace ya ni sabe cuánto que no mantiene apenas contacto, debido a la situación.

Sin saber por qué, siente un hormigueo en su interior. Para calmarlo, acerca una de sus manos a su entrepierna, y se caricia por encima de todo lo que lleva puesto.

Se recuesta un poco más en la silla, y abre sus piernas, para que el contacto sea más intenso, aún a pesar de la incomodidad de la situación y del vestuario.

Cierra los ojos, y de su boca sale un leve suspiro que llena la pequeña estancia.

Cuando los vuelve a abrir… ¡¡¡ohh, dios!!! El doctor Martínez junto con otra persona están de pie delante de ella. Han entrado sin hacer apenas ruido mientras se acariciaba totalmente ajena a todo lo que sucedía a su alrededor.

Siente como se sonroja, mientras se recoloca en la silla de forma correcta.

Los dos personajes, se dirigen hacia la cafetera, después de hacer un saludo cortés.

-Buenas tardes, Laura. ¿Cansada?

Le cuesta reaccionar. Siente quemazón en sus mejillas. Pero se sobrepone.

-Bastante. Es agotador este ritmo.

-Deberías irte ya. Los del siguiente turno han venido antes y ya se están incorporando a los puestos correspondientes. Dentro del caos de la pandemia, estamos consiguiendo mantener un cierto orden.

-No, no, seguiré hasta que termine mi turno. Hay mucho trabajo para hacer y no hay suficientes manos.

-Mira. Este es un viejo amigo. Se llama Juan. Juan Estébanez. Fuimos colegas en la universidad, cuando aún había tranvías… -Sonríe melancólico, al tiempo que el tal Juan, le extiende la mano para saludarla.

Laura hace un leve movimiento de retroceso. Los protocolos son muy estrictos en ese sentido, y las manos…

-No, tranquila, precisamente ha venido a hacerse la prueba del Covid-19. Vive con su hija y sus nietos ahora, y quería estar seguro de no tener riesgo. O sea, que abusando de la confianza… -ambos sueltan una leve carcajada.

-Encantada Juan. El doctor Martínez siempre tan atento con todos -responde Laura mientras que acepta la mano tendida que tiene enfrente.

Lejos de conformarse con ello, Juan, una vez le estrecha la mano, la atrae hacia sí, y le da dos besos… sobre la mascarilla.

Vaya, seguro que es inmune, piensa Laura.

Se trata de un hombre que parece mayor que el doctor Martínez. Lleva una bata translúcida de protección sobre su traje oscuro, guantes y protectores sobre los zapatos. Y desprende un penetrante y agradable aroma a perfume que, a pesar de la mascarilla, penetra en la nariz de Laura y parece que le llegue al cerebro.

-Mira, Laura. Vamos a hacer una cosa. Juan se toma el café y se marcha. Así que te vas a ir con él y te dejará en tu casa. Descansa y mañana vienes un poco antes. Estarás más fresca y rendirás más. Y esto no es cosa de un día, así que nos conviene racionalizar nuestros esfuerzos. Gente profesional como tú, me interesa cuidarla, porque os necesito -Laura baja la mirada y se sonroja levemente.

-Pero…

-Nada de “peros”. Hay que hacer caso al jefe -esta vez habla Juan- Anda. Quítate toda esa parafernalia que llevas encima y me esperas en la taquilla del parking que voy en nada. Mucho mejor tu compañía que la de Carlos.

A Laura se le hace extraño dejar el trabajo, pero piensa que ese añadido en su descanso no le vendrá nada mal. Y como sabe que su pareja no estará en casa, podrá comer algo, darse una ducha bien caliente y acostarse desnuda. Es curioso, ¿desnuda? Le ha venido ese flash a la mente.

Mientras se dirige al vestuario, piensa que, decididamente, hoy no le vendría nada mal un buen revolcón. Aunque tal vez cuando llegue su pareja ya estén en los brazos de Morfeo…

Es curioso, piensa Laura, mientras espera en el lugar indicado por Juan. Hoy he venido con transporte público, porque me suponía que estaría reventada para conducir al regreso, y mira por dónde, voy a volver con chófer particular… Y en ese preciso instante, el olor a perfume de Juan vuelve a invadir su pituitaria. Si es que… cómo estás hoy Laura… Menos mal, se detiene un BMW frente a ella, y Juan baja la ventanilla para indicarle que se suba.

Cuando se acomoda en el asiento de piel, siente un inmenso calor que invade todo su cuerpo, al tiempo que intenta bajarse en la medida de lo posible la falda que, al acomodarse, ha dejado al aire generosamente sus piernas, cubiertas por unas medias oscuras.

Le gusta vestirse siempre con cierta elegancia, no exenta de sensualidad. Es joven y le gusta sentirse observada y deseada.

Juan empieza a hablarle, casi sin parar, como si se conocieran desde hace mucho. Es un hombre educado, atento, de palabra fácil, sin ser obsesivo. Desde luego, le más que dobla la edad, pero tiene su puntito, piensa.

Y es que Laura tiene hoy las hormonas revolucionadas.

Juan terminó la carrera de la medicina y se había dedicado a la investigación. Ahora, a pesar de estar jubilado (entonces tendrá ya los 65…) acude estos días al laboratorio para aportar su experiencia en los ensayos que se están llevando a cabo en busca de una vacuna. Laura se siente cómoda, y la conversación resulta interesante y amena. Incluso median algunas anécdotas en la conversación, que ayudan a dibujar sonrisas entre ambos. Sonrisas y miradas, porque Juan no desaprovecha ninguna ocasión para mirar sus muslos, sin esconderse. Y Laura, aún a pesar de que, con la conversación y los gestos, siente como su falda estrecha sigue subiendo, no hace ningún ademán para recomponerla a su posición más decorosa.

Que mire -piensa para sus adentros. Así se recrea la vista.

Juan le explica con énfasis los avances que están teniendo lugar en los ensayos, y Laura se muestra atenta. De repente, Juan suelta una mano del volante, y, colocándola sobre el muslo izquierdo de Laura, le presiona con evidencia mientras le dice:

-¿Sabes qué? Antes de llevarte a casa, y como nos pilla de camino, vamos a pasarnos por el laboratorio y así verás en primicia lo que llevamos hecho -Lo dice todo seguido, mirándole fijamente a los ojos, al tiempo que su mano acaricia su piel, cubierta por la fina seda de la media.

Laura siente un cosquilleo en su interior, y permanece quieta, observando a ese hombre, mayor que su padre, que con una sonrisa generosa le sigue subiendo la mano por el muslo. Y le gusta… Aunque quizás deba hacer algo.

Mientras piensa en cuándo y cómo, la mano de Juan ha llegado ya al final de la media, y ahora siente el calor de sus dedos sobre su misma piel.

-Gente joven como tú, tiene el futuro en sus manos, Laura, y nosotros podemos aportar experiencia, pero sois quienes debéis liderar esta batalla.

Su voz suena cálida, envolvente, no exenta de un ligero temblor, Y otra vez ese aroma a perfume le invade toda. Claro que la cara de Juan ahora está mucho más cerca…

El semáforo que los mantenía parados se pone verde, y Laura, le hace a Juan un leve gesto con el dedo, indicándoselo a Juan.

El coche es automático, así que Juan reanuda la marcha, sin quitar la mano del muslo de Laura.

-Ya estamos llegando. Es ahí -le dice Juan señalando con el dedo de la mano que acaba de sacar de la pierna de Laura, a un edificio que tienen enfrente.

Vaya, sacó la mano. Laura duda entre si es lo que quería o no. Mientras percibe que, entre sus muslos, hay una evidencia de que su estado de excitación está subiendo de nivel.

Han entrado al parking y ya se encuentran subiendo en un ascensor. Las puertas se abren y delante de ellos aparece una sala con diferentes accesos con indicadores de las diferentes secciones que hay detrás de cada una de ellas. Se dirigen hacia el que indica “laboratorio”. No hay apenas luz…

-A esta hora, ya está cerrado, de no ser así no te habría podido traer. Es una investigación de alto grado de confidencialidad, pero Carlos me ha hablado muy bien de ti, así que quiero que veas todo. Y que compartas tu opinión con mi experiencia. Siempre se aprende. Aunque mi experiencia sea mucha en todos los sentidos…

-¿Por la edad? -le pregunta Laura girándose sobre sí misma y mirándole fijamente

-Perdón, no quería decir… -a Laura se le traba la lengua.

-No, no, si es verdad, por la edad. Por lo vivido.

La coge fraternalmente por el hombro y se dirigen hacia un microscopio. Juan Abre un refrigerador y coloca una muestra de ensayo sobre el aparato.

-Mira, observa y dime qué ves -le indica a Laura.

Ésta se saca la chaqueta que deja sobre un mostrador y se acerca al microscopio. De pie, algo curvada sobre el visor, piensa por un momento en cómo va vestida. Un niki de cuello alto, la falda corta, las medias y los zapatos con tacón. Y por supuesto, el tanga blanco, que ya está mojado, y un sujetador de copa media que justo cubre sus pezones. Se siente verdaderamente excitada, pero no piensa hacer nada. De momento solo mirar esa muestra.

Bueno, mirar y… que Juan lleve la iniciativa. Igual son solo suposiciones fruto de su mente calenturienta.

Juan le habla de las características de la muestra, con lenguaje técnico. Y ella observa. Observa y siente, porque Juan está ahora totalmente pegado detrás de ella, y sus manos se acaban de posar sobre sus hombros. Su voz suena cercana, muy cercana, junto al oído. Como un susurro.

-A veces es necesario poder demostraros la experiencia en cómo debe tratarse un avance “tecnológico” para que, las personas jóvenes, podáis empezar a valorar las cualidades que todo ello aporta en una relación…

Es evidente que el temario de la conversación está tomando otros derroteros. Y físicamente, además d sentirse empapada, percibe en sus nalgas la manifiesta erección que Juan está teniendo. Erección que le permite mover sus caderas ligeramente para sentir como ese enorme miembro se roza con sus nalgas.

Parece que no hubiera otra frontera entre éstas y él que la fina tela de su falda. Pero no quiere girarse. Está viviendo con contención cada instante de esta situación. Haciendo caso a las indicaciones de quien se vanagloria de tener esa experiencia.

-Tampoco soy una niña -suelta con voz trémula mezclada con un suspiro.

-Lo sé. Y por eso quiero enseñarte todo lo que podemos compartir… aquí, en el laboratorio. Todo está bien esterilizado… -y suelta una leve risa.

Las manos le masajean los hombros, las clavículas. Se siente estremecer y gime sin poder contenerse.

-¿Sigo mirando? -dice Laura entre los primeros jadeos.

-Claro, nena, tú haz lo que te digo.

-Sí, doctor. Lo que usted me diga.

-Buena chica, muy buena. Y es que también estás muy buena -sus manos han bajado por los antebrazos y ahora sus palmas abiertas palpan ambos senos sobre la ropa, con un masaje que cada vez adquiere más presión, hasta alcanzar una cierta brusquedad.

Laura jadea ya con más énfasis. No le importa hacerlo. Se siente deseada y ella está también muy deseosa. No piensa en anda más que en vivir esta experiencia con un hombre de esa edad que la está llevando al límite. Y se deja hacer

Siente ahora como se clava la polla de Juan entre sus nalgas, presionando la tela de la falda, y suelta una mano del microscopio, para llevarla hacia atrás y buscar ese miembro viril que debe estar en su plenitud.

¡¡¡Vaya!!! Le ha sorprendido encontrarlo desnudo, fuera del pantalón. Con sus dedos rodea ese falo caliente y empieza a masajearlo, para después apretarlo contra sus nalgas.

-Niña mala, traviesa, atrevida, golosa… ¿la quieres probar?

-Lo que usted diga, doctor. Solo quiero que me alivie este calor.

Las manos de Juan, en una maniobra rápida, han bajado hasta su cintura, y se ha adentrado bajo el niki, para subir en busca de nuevo de sus pechos. Con una habilidad exquisita, los han liberado de las copas del sujetador y ahora están en posesión de esas palmas que los amasan sin ninguna barrera intermedia.

Laura siente sus pezones erectos, firmes, y ardientes. Pezones que son víctima de la presión de dos dedos de cada mano de Juan, hasta llevarla al límite entre el placer y el dolor.

-Ahhh, sí, doctor, sí, siga por favor.

Juan le suelta uno de los pechos y con la mano libre, le sube la falda hasta dejarla arrugada a modo de cinturón sobre las caderas de Laura.

-Tenía razón Carlos. Eres una niña sexualmente activa. Ya lo comentan en el hospital, y vas a tener tu premio, nena.

-Sí doctor, lo que usted diga doctor.

Laura gime y jadea, goza y se entrega, mientras siente como Juan le coloca un pie entre sus piernas y se las separa para poder introducir sus dedos entre sus muslos.

Le baja ligeramente el tanga, y se abre camino hacia su sexo, totalmente mojado y deseoso de ser tocado.

Ahí está. Ohhh, así, el dedo hurga en su coñito. Primero uno, luego dos.

-diosss, doctor, ahí, ahí es donde más calor tengo.

-¿Ahí?, mmmm mi enfermera caliente, tú necesitas una buena follada.

-Sííí, no pare, ya, haré lo que me diga, enséñeme doctor.

Continuará...
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