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He hecho algo tonto. Y no me refiero a mi vida sexual (que también, la verdad), sino a mi pequeña carrera como escritora erótica: resumido, me he permitido publicar cosas que duran más de 15 minutos. Estuve leyendo hace poco sobre la vida sexual del navegante en la web, y el punto es que mucha gente viene buscando sólo un momento rico; no entiendo cómo hay gente que publica exitosas antologías aquí y allá, pero yo, Yuri Laverova, consideraré seriamente convertir mi vida, mis fantasías, y sus híbridos, en mil cristales. Un cristal por historia, una historia por publicación; ven a mí, úsame para tocarte, y vete. Como si me prostituyera, pero no con mi cuerpo, sino con mi alma. Pero… no es prostitución si es gratis, ¿no? ¿Entonces qué es lo que hago aquí?
¿Cuántos de los hombres que han estado conmigo recuerdan mi nombre? Es decir, ¿el nombre que les di cuando nos conocimos? A muchos de ellos ni siquiera les hablé directamente; solo bailé, reí, chupé, me dejé, cooperé, cobré. Bajo la ducha me acaricié como algunos de ellos lo hacían, como lo hacía mi madre cuando yo era niña (no hablo de incesto, sino de maternidad). ¿Qué tendría ella en mente cuando me criaba? ¿Qué pensaba que sería yo?
Cuando le doy vueltas y vueltas a eso, a veces sola, a veces con uno o más hombres penetrándome y acariciándome sin que yo sepa siquiera cómo se llaman, los clásicos pensamientos de “soy una decepción” pasan por mi mente… pero no son los únicos. Hay otros; y todos se resumen en: es la vida que elegí. Ahora mismo estoy inactiva, así que queda el dilema filosófico de si soy o no una prostituta aquí, sentada en mi cama escribiendo en el portátil mientras el dildo que encendí y puse dentro de mí nubla mis pensamientos lo suficiente como para hacerme creer que alguien querrá leer un relato meditabundo para masturbarse. Pero un soldado es un soldado en la guerra, en el batallón, y en casa: mi madre crió a una puta. Mi padre también; siempre estuvo con ella y aún lo está. Una zorra que reúne en sí tanto a la chica “más fácil que la tabla del uno”, hasta la trabajadora nocturna.
Podría odiarme. Ellos podrían odiarme. Pero cada quien no sólo hace lo que quiere con su vida, sino también lo que puede. Y yo (no, corazones, no pienso “culpar” al gobierno o algo así), encontré en ese oficio una forma de sublimarme. De satisfacer mi naturaleza. A la gente a la que lo que más le gusta es descubrir le van bien las ciencias básicas. A la gente a la que le gusta hacer daño y sentirse astuta, le van bien las artes marciales. A la que le gusta fingir, el teatro. A la que le gusta pintar, el arte. A mí me gusta el sexo…
Pero a todas nos gusta el sexo. ¿Todas las mujeres deberíamos ser prostitutas? No. A mí me gusta el sexo casual. La emoción de estar haciéndolo con un desconocido. El riesgo de unirme a las estadísticas médicas de ETS. El placer masoquista de sentir que la sociedad me ve y trata casi como lo más bajo de la sociedad, insultos como pedestales, mientras quienes en lugar de darles placer los hacen sufrir y los roban siguen en el poder, elegidos y reelegidos por ellos. El placer masoquista de un ángel caído que llora a los humanos mientras lo torturan por tener las alas negras. Me gusta sentirme libre de emociones comprometedoras, excepto con amistades; no me gustan los lazos: quizás los rechazo, quizás les temo. Y he descubierto eso poco a poco en una historia a medio contar bajo frases y frases de maquillaje literario: en 2017, antes de los juegos con mi novio, yo era una chica como cualquier otra, apenas un poco más caliente de lo normal.
Pero no he caído. Tampoco es que yo sea una revolución. No. Yo soy solo alguien que decidió seguir su naturaleza. Si lo tuyo, nena que me lees, es follar, tal vez te baste con ser liberal; si lo tuyo, nena que me lees, es poner un libro al lado del otro, no tienes por qué ser liberal, simplemente hazte bibliotecaria. El problema del mundo quizás es que no sabe si reconocer o no el papel de las damas de la noche… ¿cómo podría? en nosotras muere la economía: las personas trabajan para asegurar supervivencia y posibilidades sexuales, y nosotras, sinvergüenzas, reducimos la ecuación al absurdo tirando por dinero: teniendo la desfachatez de reducir la larga historia de la humanidad, con sus Césares, Napoleones, Marías, Shidhartas y Pizarros, en un simple A->B. No creo que haya un modelo social que sobreviva a base de prostitutas; no soy tan vanidosa como para creer que ser prostituta es algo bueno; pero tampoco es algo malo. Ser carpintero no es bueno ni malo tampoco. Pero cada gremio carga con sus propios demonios, y no recuerdo la última vez que alguien insultó a otro diciéndole “Hijo de abogado” para sugerirle que ni él ni sus padres tienen valor porque la moralidad de su crianza es de alguna manera cuestionable en cuanto a confiabilidad.
Me he acostado con muchos hombres. Y he disfrutado a la mayoría. No sólo creo poder presumir que soy una “buena puta”, porque hago mi trabajo por gusto y no por obligación, sino que además, oh, mis adorados lectores, creo poder presumir de haber sido contratada por muy pocos cerdos irrespetuosos. A ellos, a esos hombres (y a veces mujeres) que nos llaman y tratan como lo que somos, personas con sentimientos trabajando para dar un placer temporal, como quien te vende un helado, que nos respetan como se debe respetar a cualquier “obrero”, mandando y pagando bien, gracias: sin ustedes nuestra vida sería un infierno, porque los modelos económicos nos tratan como si fuéramos criminales, y los políticos que dicen defendernos muy a menudo sólo nos quieren como peones o núcleo de sus estrategias megalomaníacas.
Me gusta tener sexo con la cabeza. Tratar bien a los posibles clientes que se me acercan. Rechazar con justicia a quienes no me agradan o no me traen buenos recuerdos. Pisotear y humillar a quienes tratan de humillarme a mí. Pero a la larga, lo que más me gusta, es poder entregarme sin compromiso ni temor a alguien que no es una persona, sino un fragmento de la sociedad: no es Marcos, Lucas ni Juan, es un desconocido más, que, pudiendo haber sido un mal tipo, eligió ser bueno.
Es raro cuando algunos de ellos reconocen que me tratan mejor que a su esposa. Tal vez no debieron casarse, o eligieron a la persona equivocada. Suelen “enamorarse” o pretender que soy mejor que ella. Pero eso es tonto: el vendedor que te da el helado con una sonrisa tambien está trabajando: es su trabajo tratarte bien, es mi trabajo tratarte bien; no te amo, no porque no seas bueno, sino porque no somos personas, sólo un trabajador y un jefe que se llevan bien, y no hay nada de malo en ser sólo eso. Si tú quieres que yo sea ella, entonces quieres que ella sea yo, y has cometido el error (errar es humano, no te preocupes), de confundir el cariño y la obediencia.
Soy de las que creen que sólo en relaciones espontáneas, sin dinero, sin miedo, sin obligación, se puede encontrar el amor. Una forma de amor un poco más duradera que amor griego que te hace elegirme a mí y no a la chica que está parada a dos metros vestida aún más provocadora, que el amor biológico, que asegura entre dos y cinco años de compromiso emocional, y que el amor trascendental que algunos sienten por dioses, naturaleza, o lo que les apasiona. Yo hablo de un amor duradero, más allá del nombre de la relación según la ley y la moral. Algo parecido a la paz. A la resolución después de un buen orgasmo. Creo que sólo en la espontaneidad se puede ser tan libre como podria permitírselo un ser humano de bien.
Y esa espontaneidad no es un gremio. No es ser puta ni monja. Es sólo amarse a sí mismo. Creo que mis padres sospechan tanto que es mejor que supongan que ya saben lo que hago; pero los conozco lo suficiente como para saber que aunque les moleste, me apoyan, no para que siga sino para que no caiga en desgracia, porque me ven como una persona que puede elegir su camino porque nadie más la conoce mejor que ella.
Sé que esto es un sitio de sexo. Y me apena un poco imaginar tu pene arrugadito tras leer algo que esperabas que se tornara dinámicamente candente en algún momento. Pero, así como he hecho locuras con mi cuerpo, a veces quiero hacer alguna con mi corazón. Y he decidido cometer la locura de publicar una carta de agradecimiento a quienes nunca me han abandonado, y una carta de amor a todos los clientes que me han tratado como lo que soy: una chica con sentimientos con un trabajo algo sucio, pero más digno de lo que parece. Te amo… en ese sentido: como a la paz que sigue a un orgasmo tras una buena follada, o a la tranquilidad de haber tomado una decisión que estoy felizmente dispuesta a sacar adelante a pesar de su precio. Y a ti, que simplemente lees, gracias por escucharme.
Y bueno, si llegaste hasta aquí, te cuento, sólo por diversión, que desde la última pijamada he estado tan cachonda y “necesitada”, que a pesar de la ropa casual que uso a diario, cada vez me tomo más “libertades” con mi ropa interior, hasta el punto de que a veces no la uso a menos que esté en mis días, o me pongo conjunticos sexys y accesorios. Ayer, sin mentir, estuve todo el día con un huevo vibrador (no el mismo, porque la batería no dura, alternándolos para cargar), y al final del día, cuando me masturbé en el baño, por su puesto sin sacármelo, lo hice sólo fijando un consolador a la baldoza de la pared, poniéndome en cuatro, y metiéndomelo por detrás, empujando hacia atrás con ahínco, jalando y volviendo a empujármelo con fuerza, una y otra vez y cada vez más rápido, hasta que, oh, por Dios, me corrí por primera vez sólo con eso; y estaba tan embriagada de placer, que incuso babeé y saqué la lengua como una perra sin importarme cómo me viera. No pude evitar reírme de gusto al caer en cuenta de que además de eso, incluso me había pelado las rodillas de lo duro que me azoté.
Así que ese es el propósito sexual para esta temporada: aprender a causar y dominar el orgasmo anal. Si cierto amiguito mío puede, ¿por qué yo no? Sé que es difícil y estadísticamente poco probable, pero algo hay que hacer para entretenerse. Y ustedes, ¿qué hacen durante el aislamiento? ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!
Que estén bien, corazoncitos.
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