LAS MOCHILERAS
Larissa, mi mejor amiga y yo emprendimos el viaje de nuestras vidas. Siempre nos gustó la vida al aire libre, siempre fuimos mochileras de alma. También desde chicas una y otra siempre quisimos conocer Europa y con lo caro que estaba todo, esta era la única forma de hacerlo. Recorrimos una buena parte de Europa en nuestro viaje. Planéabamos que durara dos meses y si bien en cierta forma habíamos perdido la noción del tiempo sabíamos que iba más de un mes seguro. Que bien la habíamos pasado hasta ahora. No sabemos bien cómo, ni cuando perdimos nuestros equipajes y con ellos nuestra ropa. Estábamos en alguna parte de Europa. No sé bien si en Francia, o si en Suiza, pero lo cierto era que andábamos en algun pequeñito, bellísimo y escondido pueblito en la zona de los Alpes. Sin equipaje, sin documentos, sin dinero, sólo con lo que traíamos puesto y llevábamos encima decidimos que lo mejor era empezar a caminar. Hacia algún lado llegaríamos.
Y hacia algún lado llegamos. Caminamos largas horas bajo un sol muy fuerte. A eso de las 12 del mediodía divisamos en el horizonte. Allá bien lejano, un puntito, que sin duda por su forma y color, debía ser una casa. Empezamos a caminar con más prisa, animadas por el descubrimiento hacia ese punto. Hacia esa casa, hacia esa esperanza. El punto estaba más lejos de lo que parecía. Después de cómo media hora de que nosotras camináramos y el punto se fuera agrandando llegamos a una linda, pero sencilla y humilde casa.
Tímidamente, nos acercamos a la puerta y nos dimos cuenta de que no había timbre. Entonces mi amiga Larissa golpeó en la puerta y dijo: -“Hola” con su hermosa y muy femenina voz.
Del otro lado nada.
Larissa volvió a decir esta vez un poco más fuerte y menos femenina: -“Hola”.
Nada nuevamente. Ningún ruido, ninguna respuesta. Tal vez la casa estuviera deshabitada.
En el tercer intento yo me sumé al de mi amiga y las dos gritamos con toda la fuerza de nuestras voces: “Hola!”.
Y esta vez si se escuchó algún ruido del otro lado. Pero no pasó nada. Pasó un instante y se escuchó otro ruido. Y finalmente se escuchó el ruido de alguien que se aproximaba a la puerta. Por fin esta se abrió. Un señor mayor nos saludó muy cordialmente: -“Hola señoritas. ¿Díganme, en que puedo ayudarles o cuál es el motivo de que hayan interrumpido mi descanso?”.
Le explicamos toda la historia y que necesitabamos ayuda. Que no teníamos ropa, documentos, idea de adónde estábamos, en fin nada.
Él hombre muy amablemente nos dijo que no había ningún problema, que su casa era humilde pero grande y había lugar para que nos quedáramos. Además nos dijo que por esa zona la comida nunca escaseaba y él podía alimentarnos también. Ahora en cuánto a documentación nos dijo que el no entendía nada de esas cosas. Que él era un hombre simple de montaña. Y por último nos explicó que él detestaba la ciudad que había decidido hace ya muchos muchos años venirse a vivir a la montaña y aislarse lo más posible del mundo exterior. Que no tenía teléfono, radio, ni ningún medio de comunicación con la ciudad y que la única forma de volver a la ciudad era esperar el Jeep del ejército que pasaba según el viejo cada 6 meses.
También necesitábamos ropa. Ya que la que teníamos puesta en ese momento estaba muy sucia y transpiradita. Le preguntamos si nos podía facilitar algo de ropa y nos respondió:
Señor Mayor: -“No, ropa no les puedo prestar. Ropa de mujer no tengo y encima soy muy pobre. Tengo incluso poca ropa para mí. Pero afuera de la casa hay un lavadero por si quieren lavar sus ropajes”.
Nos indicó el camino y fuimos hacia el lavadero. Obviamente no había lavarropas. Estaba bastante desprovisto. Tenía un poco de jabón, alguna esponjita y un poco de detergente. El viejo nos dejó y se fue. Nos miramos con Lari y no sabíamos bien que hacer. Era evidente que para lavar la única ropa que teníamos, deberíamos desnudarnos. Allí, en una casa desconocida. El viejo era muy gentil. Pero en definitiva no sabíamos quien era. Nos quedámos un largo rato. Allí paradas y pensando en silencio. Sin hacer, ni decir nada. Hasta que tomamos coraje. Larissa fue y cerró la puerta. Y yo empecé a desnudarme. Ella me siguió. Me saqué rápidamente la ropa ya que no era mucha la que traía puesta. Sólo una remerita ajustada, y unos mini-shorts. Me quedé en ropita interior. Sexy, diminuta y roja. Larissa hizo lo mismo que yo. Se sacó prendas similares y quedó en ropa interior blanca. También sexy y minúscula. Que lindo cuerpo tenía mi amiga. Era envidiable. Era un cuerpo escultural.
Cuando las dos terminamos de lavar nuestra ropa la pusimos a un costado a secarse. Pero faltaba algo. Larissa me dijo: -“July, no vamos a andar 6 meses con ropa interior sucia”.
“Y no” le respondí yo.
“¿Que hacemos entonces?” preguntó dubitativamente ella.
Yo me saqué la tanguita y el corpiño y me puse a lavarlos. Ella me siguió e hizo lo mismo.
Ahí estábamos, Larissa y yo. Desnudas en el lavadero de un desconocido, esperando que la poca ropa que habíamos podido recuperar se salvara. Estábamos en algún lugar de los alpes suizos y no sabíamos muy bien dónde, ni a cuantos kilometros se hallaba la ciudad más cercana. Tampoco había teléfono, ni internet en el lugar, de hecho el teléfono más cercano se encontraba a 100 kilómetros de distancia.
El viejo no estaba en el lavadero, pero cada tanto se pegaba una pasada por la puerta y nos miraba de reojo. Que iba a hacer. Éramos rubias, hermosas y estábamos completamente desnudas, sólo consérvabamos puestas nuestras zapatillas. La ropa tardó bastante en secarse. Con lo cuál el viejo se pudo hacer varias pasadas. Para mirarnos. Nosotras nos dimos cuenta. Pero nos hicimos las que no nos dábamos cuenta. Cuando la ropa se secó nos vestimos y volvimos a la sala principal de la casa. El viejo nos preparó algo de comer y almorzamos, aunque un poco tarde, los tres juntos.
El viejo nos atendió desde el principio muy bien en todo momento. Era un viejito muy amable, muy cortés y en ningún momento nos faltó el respeto. Lógicamente que aislado de la sociedad por largo tiempo cada tanto se le escapaba una mirada en el escote o el culo de alguna de nosotras, pero la mirada no le hace mal a nadie. Y era un precio bastante módico para todas las atenciones y cuidados que estábamos recibiendo.
Así fueron pasando uno a uno los días, hasta que un buen día, el viejo nos dice:
Viejito: -“Bueno chicas el Jeep del ejército que anda por la zona pasa cada 6 meses. En este momento faltan más o menos 3 meses para que pase. Creo que dado todo lo que yo he hecho por ustedes, por todo lo que les estoy dando y les daré hasta que venga, ustedes tendrían que hacer algo por mí”.
Ahí nos cayó la ficha a mi amiga y a mí. Era raro que ese viejo fuera tan tan amable con dos chicas tan lindas y no pidiera nada a cambio.
Viejo: -“No me malinterpreten, no les estoy pidiendo sexo. Solo me gustaría que aprovechando que es época de calor, anden por la casa y sus alrededores, total por aquí no pasa nadie, en bombacha y corpiño siempre, a menos que yo les diga o las autorice a cambiarse de ropa.”.
Con Larissa nos ruborizamos un poco al principio y el viejo se dio cuenta. Fue un instante algo tenso mientras pensábamos que contestarle. Pero con Larissa éramos dos chicas audaces y a las que nos encantaba vivir experiencias. Con lo cuál yo tomé la palabra y dije: -“No hay problema. Andaremos en bombachita y corpiño por la casa y sus alrededores”.
Larissa me miró como queriendo asesinarme con la mirada o como inquiriéndome acerca de que estaba diciendo o si me había vuelto loca. Pero no dijo nada.
En ese momento no nos desnudamos. Yo me fui a la pieza que el viejo había dispuesto para nosotras y al rato ya volví a la casa en tanguita y sostén. Larissa todavía vestida, se desnudó allí mismo, en el medio del comedor. Lo cuál calentó mucho al viejo. Y dejó la ropa arriba de una silla.
Desde ese momento andábamos todos los días semi-desnuditas por la casa. El viejo nos miraba. Algunas veces con indiferencia. Otras con lascividad y lujuria. Pero nunca nos tocó. Ni intentó rozarnos, ni nada. Aunque de a poquito la cosa iba cobrando ritmo. De a poquito todo se iba acelerando. Un día me hizo un comentario acerca de que le gustaban los elásticos de mi bombacha. De que le parecían sexys. Yo instintivamente tomé uno de ellos. Y lo estiré. Eso lo excitó. Otro de los días le hizo un comentario a Larissa acerca de sus lindos pechos. Felicitándola. A mí hizo lo mismo con mi culo. Y así día a día, el ambiente se iba tornando más caliente y sexual aunque no nos había tocado un pelo.
Una noche de esas nos puso música, lenta y sexual y nos pidió que nos tocáramos un poquito entre nosotras. Lo hicimos. Nos besamos, nos acariciamos, podríamos decir que apasionadamente. Nos tocamos los culos y los senos. Y un poquito nos gustó. Yo debo confesar que no conocía mi pequeño costado bisexual que todas tenemos.
Al tiempo el viejo no quiso solo mirar y nos pidió si nos podía tocar, sin penetración. Dijimos que sí. Le gustaba mucho tocarnos las tetas. Faltaban algo así como 2 meses hasta que pasara el próximo Jeep del ejército, el único camino para nuestra vuelta a la civilización. Mientras tanto debíamos ser amables con este viejito. Y después de todo no estábamos haciendo nada tan malo o inmoral. Sólo nos dejábamos tocar un poco los culos y las tetas. Era mucho menos lo que hacíamos nosotras por él, que lo que hacía él por nosotras. En un principio era como un momento, el viejo venía nos avisaba y nos tocaba, pero lo hacía una vez, casi como alguien que está comprando fruta en el supermercado y está revisando lo que compra. Pero luego de un par de días, el viejo se auto-concedió una “licencia para tocar” y cada vez que le pasábamos cerca y estábamos al alcance de sus manos nos tocaba por lo menos el culo. Aparte el hecho de que anduviéramos en la casa, cuanto menos en bikini, tornaba el hecho en algo casi inevitable. En un acto reflejo por parte de él podríamos decir.
Todo siguió avanzando.
Al tiempo el viejo quiso sexo oral. Le dijimos que lo haría solo una de nosotras y solo una vez. Sorteamos y le toco a mi amiga. Se fueron a la habitación y ella cumplió su parte del trato. Luego me contaría que mientras se lo hizo, pensaba en otra cosa. Pero que muchas veces se lo había hecho a chicos u hombres que no le gustaban de verdad o no se lo merecían por no tratarla como a ella le gustaba. Fue simplemente una p.. más. Las cosas podríamos decir que iban subiendo de tono y cada uno puede sacar su propia opinión y juicios de valor, pero mientras tanto el viejo nos seguía dando alojamiento y comida.
Al tiempo el viejo quiso sexo vaginal y anal y nos opusimos rotundamente. Le dijimos que no y pareció entender.
Sin embargo, al día siguiente cuando nos levantamos, yo y mi amiga, nos llevamos una ingrata sorpresa: estábamos completamente desnudas y atadas. Teníamos puestos cada una un collar negro. Ese collar tenía un chip conectado a un control remoto que el viejo tenía como una especie de reloj en su muñeca. Si nos pedía algo y decíamos que no, el apretaba un botón y el collar lanzaba una descarga eléctrica tan molesta que al próximo intento seguramente diríamos que sí. Nos dio fustazos en el culo por habernos negado el día anterior. También nos dio fustazos en las tetas y en la vagina.
Debo confesar que a mi me excitaba mucho que me diera fustazos en el culo. En los otros lugares no, pero en el culo sí, me hacían sentir bien perra. A Larissa no sé si le gustaban o no, pero le hacían enrojecer la cola enseguida y era lindo mirarle el culo así.
Como castigo también nos sacó a pasear desnudas por los campos como si fuéramos sus animales. Y cuando volvimos a la casa nos pegó una terrible cogida. Nos mató a las dos, aunque era un viejo y nosotras dos jóvenes, nos dejo demolidas.
Esa noche nos hizo dormir no ya en la casa, sino en el establo. Nos ató y dormimos casi como animales sobre “camas de paja”. Al otro día nos dio agua por la mañana en dos cuencos. Uno para mí y otro para Larissa y un magro desayuno. También en cuencos. “No usen las manos para comer perras” nos dijo mientras nos pegaba más fustazos.
Nos llevó semi-desnudas a un bar en la ciudad manejando una camioneta que tenía escondida en un granero. Con lo cuál nos dimos cuenta que eso de que no había ninguna ciudad cerca y que había que esperar un supuesto Jeep del ejército que pasaba cada 6 meses era todo una farsa para retenernos un largo tiempo en su casa.
“La Cena Anual de Ex Miembros del Batallón 43”. Dónde nosotras fuimos el plato principal podríamos decir. Servimos mesas, hicimos de mosas. Bailamos casi desnudas arriba del escenario y tuvimos que hacer algún favor sexual también. Varios viejos y no tan viejos nos manoséaban al pasar, nos decían cosas sucias o nos proponían cosas aún peores.
Hubo varios shows de strip tease que tuvimos que hacer. Eso fue mientras la cena iba relativamente “bien” dentro de sus cauces normales. Luego en el centro del salón se improvisaron de la nada,dos camas, nos acostaron ahí, nos desnudaron por completo, aunque ya mucha ropa no traíamos, es decir nos quitaron las tangas y los sostenes y comenzaron a cogernos. Un gang bang, pero organizado. Los viejos iban pasando de a uno. De a uno a cada una nos iban introduciendo sus viejos y flácidos penes. Alguno que otro había tomado alguna pastillita de viagra para la ocasión y se notaba la diferencia. Vaginalmente no sentimos demasiado. Un poco lo más molesto fue el manoseo, sobre todo en las tetas y el momento de estar allí en el medio del salón casi inmovilizadas. Los viejos pasaron una vez cada uno y no repitieron el plato. Una vez que todos se sacaron las ganas, nos hicieron permancer desnudas un rato más sin darnos nuestras ropas.
Una vez que terminó completamente la fiesta el viejo nos dio nuestra ropa que había traído especialmente en la parte de atrás de la camioneta y nos dijo: -“Bueno chicas, esto ha sido todo. Les agradezco por todo lo que han hecho por mí. Les agradezco de verdad. De corazón. A 10 cuadras de aquí está la terminal de omnibus de larga distancia. Aquí les doy U$S 300,00 para que puedan tomar un omnibus hasta el aeropuerto más cercano y volver a sus casas. Vuelvan a visitarme cuando quieran. Siempre las estaré esperando”.
Y así lo hicimos. Fuimos a la terminal de micros, luego al aeropuerto y por último después de un largo viaje volvimos a nuestras casas.
Cuando contamos la historia, aunque omitimos algunos detallitos. Mi padre y mi hermano querían irlo a buscar al viejo para golpearlo o quien sabe qué, pero la verdad que con Larissa convenimos en que esas fueron las mejores vacaciones que habíamos tenido hasta el momento.
Me sorprendió encontrarme con este cuento, que, como siempre, terminás en bolas y al servicio de algún varon mayorcito. Me gustó y seguiré, como siempre, tus cuentos. Saludos Ricardo