Roberto jura y perjuraba de que no engañaba a su mujer, ¡jamás haría una cosa tan baja como esa!, un hombre como él no sería capaz de serle infiel a su amada esposa a quien adoraba con todas las fuerzas de su corazón...
Allí estaba de nuevo, sumergido en un mar de lágrimas pidiendo perdón, misericordia, suplincando que Elizabeth no lo abandonara, era una calumnia lo que ella le imputaba, gritaba como toro herido, encerrado, gemía como una llorona profesional...
__Eli, no me abandones, por favor, no me dejes sólo, me mataré si decides dejarme... nunca te he engañado, no podría vivir sin ti._ exclamaba el condenado hombre-
SU mujer lo miraba con una cara de espanto, no odía creer como podría un hombre ser tan testaturado, tan mentiroso, tan cobarde, tan mariquita, tan llorón, tan desgraciado, tan perro, tan hijo de puta, tan cabrón, tan ángano...
__¡Por Dios, todo es una canallada, yo te amo, sería incapaz de estar con otra mujer, nunca he estado con otra mujer, nunca, nunca... te lo juro por los huesos de mi santa madre, te lo juro por Dios, te lo juro...
__¡Cállate ya blasfemo!, ¡No jures por Dios!, sólo di la verdad, estabas con una mujer anoche, no soy pendeja... hace tiempo que me engañas...
¿Cómo no lo voy a saber si ya no sé si se te para o no?¿Desde cuando no me haces el amor?
__¡Nena, sabes que estoy enfermo, que la diabete me está matando... tomo viagra y nada de nada, estoy acabado...¡Pero si eso es lo que te preocupa no me importa si te buscas a alguien
para calmar esa sed de sexo que tienes...
Antes de que acabara de decir esas palabras sintió en plena cara una bofetada que lo lanzó sobre el piso, luego una patada en el abdomen, Elizabeth lo cogió por el pelo y lo arrastró hacia la puerta, con dificultad logró empujarlo, ya que aquella fiera se había agarrado fuertemente y no quería sortarse, sintió otro golpe pero esta vez con el puño en plena boca, una hilera de sangre corría por sus labios y el pobre infeliz colocaba su mano en su boca mientras gritaba desesperado...
__¡Maldita me has roto un diente!¡Maldita te mataré!... te lo juro por los huesos de mi madre...
El viento soplaba suavemente, el sol llegaba al cenit, las aves cantaban en la copa de los árboles, las putas hacían sus negocios en el bar de Piro, Pituso recogía las latas en la calle para poder llevar un pedazo de pan y leche a su hogar...mientras Roberto todavía trataba de detener el fluir de la sangre de sus sientes maltrechos por el golpe fulminante de Elizabeth.
Ahora ella descansaba en el balcón de su humilde casa, estaba muy deprimida, cansada de los abusos de aquel animal, de aquel maldito hombre que la maltraba, la engañaba y al cual ella había perdonado un centanar de veces... le cogía pena al verlo suplicar y pedirle perdón. Pero esta evz se iría al infierno, esta vez no iba a ceder, no lo iba a perdonar. Estaba decidida a comenzar una nueva vida.
Entró a la casa y volvió con una taza caliente de café mientras al fondo se escuchaba una canción de Felipe Rodríguez muy romántica. Picardio, el perro, se acomodó en sus pies, ella tomaba sorbo a sorbo aquél rico néctar que le daba fuerzas. Mientras tanto miraba la camisa de Roberto, tenía un diagrama de besos, se podían apreciar los labios pronunciados, parece que lo había triturado a besos, algunos habían sido muy profundos porque la tela estaba muy marcada.
__¡Perro, despues se atreve a negarlo!-murmuraba Elizabeth-
Se levantó del sillón, bajó las escaleras y allí, bajo el árbol de aguacate, sacó una cajita de fósforos marca Tres Estrellas y le pegó fuego...
Ahora desde el balcón observaba mientras la camisa se consumía y sentía que las imágenes del pasado se iban esfumando poco a poco... repsiraba profundamente mientras el cigarrillo iba quedando más pequeño cada segundo, la música iba cediendo, la brisa levantó las cenizas... el perro se levantó y fue a levantar su patita sobre el árbol dejando escapar su líquido pestilente.
Ya había pasado varias horas cuando llegó un joven a la casa de Elizabeth con un hermoso ramo de flores... Elizabeth estaba sorprendida, eran 24 rosas muy bellas... Firmó el recibo y vio alejarse al chico hacia la carretera...
Ella estaba nerviosa, no sabía qué pensar, qué hacer, imaginaba quien le había enviado aquel ramo de rosas tan precioso. Lo colocó sobre una mesita y volvió al balcón, no quizo leer la postal, lo haría más tarde. Las imágenes del perro de su marido volvieron a surgir en un remolino en su mente. Allí estaba de nuevo suplicándole perdón, pidiéndole una oportunidad.
Elizabeth respiraba, respiraba profundo, respiraba lentamente mientras se fumaba otro cigarrillo Salem...
Se levantó y volvió a la mesita. Miró el ramo de flores. Tomó una y regresó al sillón en el balcón. Pasaba su mano suavemente, la llevaba a su nariz, recordaba los días de felicidad que había pasado junto a la bestia de Roberto, pocos por cierto, apenas la luna de miel y tampoco, porque la primera noche no pudo hacer nada, él dijo que se sentía muy mal y la primera vez en esa semana que tuvo relación con él tuvo que luchar como en una guerra... Miraba la flor y quitaba sus pétalos... Recordaba los gritos de la mañana...
__"Perdóname... nunca te he engañado con otra mujer"" Dame una oportunidad"
Movía su cabeza hacia todos los lados. Esta vez estaba decidida, se levantó y tomó la tarjeta...
Elizabeth quedó turbada, sus piernas temblaban, un nudo se formó en su garganta, apenas podía abrir sus labios, sintió una presión en el pecho.
_¡Maldito exclamó!¡Eso me faltaba!
Llena de ira cogió el ramo de flores y lo lanzó al vacío... mientras leía con horror las palabras de la postal...
__"Hola Robert... gracias por la noche de noche... me hiciste vibrar de emoción, fui tuyo,
sólo tuyo... Te espero esta noche... Henry
Fin