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Categoría: Maduras

Las madres 4: la mijer del bus. part 1

Yo ya me he independizado de mis padres, pero alguna vez me paso a verlos y como no tengo coche, me acerco en autobús.



Cuando lo cogí para irme a mi casa me senté en un asiento doble. En la siguiente parada, veo que sube una mujer madura, no muy alta, con un vestido muy corto y nos taconazos de vértigo. Castaña, de pelo largo y ojos azules. Cuando pasa a mi lado me aparto y ella se sienta conmigo dándome las gracias. Yo la sonrío. Como llevo gafas de sol, puedo mirarla de reojo sin que lo note. Me quedo mirando sus piernas. Son preciosas y bronceadas. Y unos pechos sexis a pesar de ser pequeños. Voy pensando en cómo abordarla.



Dejo caer entonces mi bono bus a sus pies y me agacho para recogerlo. Al levantarme le voy acariciando con un dedo la pierna. Ella se estremece pero no dice nada. Me deja seguir. Al llegar a su rodilla, apoyo mi mano entera. Y ella apoya una mano sobre la mía y entrelaza nuestros dedos. Me mira sonriendo.



Continuamos así todo el trayecto. Cuando llegó a su parada, me soltó y dio un beso en la mejilla y me susurró al oído: llámame. Yo asentí sin darme cuenta de preguntarla cómo demonios la llamaría. Me sentía muy frustrado. Había ligado con una madura y no sabía cómo contactar con ella.



Estaba sumido en mi enfado interior cuando me fijé que en asiento había un papel. Lo cogí y lo leí: Leire Pérez, decoradora;  seguido de un número de teléfono. Había también una marca de carmín del mismo tono que llevaba ella. Me sonreí. Ya sabía cómo localizarla.



Me fui a casa. Al llegar, saqué la tarjeta del bolsillo y mi móvil. Sin dudarlo, marqué su número.



-          ¿Sí?



-          Leire, soy el chico del autobús.



-          Ya pensaba que no me ibas a llamar.



-          Je je, eso nunca.



-          Hoy estoy disponible. ¿A qué hora te apetece quedar?



-          Qué directa. Dime cuando puedes.



-          Salgo a las 6. Mejor que sea en tu casa, en la mía están mis hijos y mi marido.



-          De acuerdo. Cuando salgas vente – le di mi dirección – aquí estaré.



Aproveché para darme una ducha y arreglar un poco la casa. Tras tanto fantasear, por fin me lo montaría con una madurita. Me preparé recordando los relatos escritos. Recordé lo que mi experiencia me decía sobre las mujeres, pero claro, siempre eran chicas de edades similares a la mía, nunca una mujer que podría ser mi madre.



Leire llegó a mi casa cerca de las 7. Tras saludarla con dos besos la invité a pasar y la ofrecí algo de beber. Me pidió una cerveza. La llevé hasta la cocina y se la serví. Una vez allí comenzamos a hablar de nosotros, conociéndonos un poco. Así supe que tenía 44 años, dos hijos y un marido, que le daba todo lo que ella quería. Pero que a ella le gustaban los chicos jóvenes.



También me comentó que a veces acudía a fiestas de singles, intercambio de parejas con algún amigo y a orgías. Vamos, que era una máquina sexual.



Y comenzó a hacerme preguntas sobre mi vida sexual. Yo le respondía a todo, y le confesé que nunca me había acostado con ninguna madura aunque era una fantasía que tenía desde hacía mucho tiempo. “Eso se puede resolver hoy – me dijo – me pusiste mucho cuando me tacabas la pierna”. Se acercó a mí y me besó.



Yo la devolví el beso y la abracé. Ella hizo lo mismo. Se notaba la experiencia. Fue un gran beso que hizo que se me empinara la verga. Me acerqué más a su cuerpo pegando mi verga a su vientre. Ella lo notó y dijo: “Que dura la tienes ya, no encuentro la hora de tenerla dentro”.



Con una mano empezó a sobarme el paquete. Yo, ni corto ni perezoso, deslicé mi mano por debajo de su vestido hasta alcanzar su coño por encima del tanga que llevaba. Estaba totalmente empapada.



Me desabrochó el pantalón y metió la mano por debajo de mis boxers. Tenía las manos muy suaves. Rodeó mi verga con sus dedos y empezó a meneármela suavemente. ¡Qué manos tenía! Tuve que dejar de tocarla a apoyarme con mis manos en la encimera del terrible placer que me estaba dando. Me soltó. Buscó una silla para sentarse y la arrimó dónde estaba yo. Me bajó un poco los pantalones y boxers y continuó meneándomela. Pasó del tronco a masajearme los huevos mientras comenzaba a darme lametones en la punta.



De la punta bajaba por todo la envergadura hasta la base y luego procedía a lamerme los huevos. La experiencia es la experiencia y ahí se notaba. Nadie me había hecho tal mamada. Tras jugas un rato con la lengua empezó a comérmela despacio, mirándome sin parar a los ojos. Poco a poco vi como se la metía entera en la boca y luego la sacaba. Continuó así un rato, hasta que aumentó el ritmo. Yo estaba a punto de correrme, esa carita de niña buena me ponía mucho. Ella supo lo que iba a venir y se sacó mi verga de la boca. Siguió con la mano muy lentamente sonriéndome.



Se levantó de la silla y se quitó el tanga. Se tumbó encima de la mesa y abrió las piernas. Yo me fui a sentar en la silla para hacerle un cunnilingus lo mejor que sabía. “No – me dijo – no puedo esperar más. Hazme tuya”



Me puse de pie delante de ella. Cogí sus piernas y las puse sobre mis hombros. Arrimé me verga a su húmedo coño y le comencé a penetrar. De su boca se escapó un gemido. Debido al calentó y la humedad, me entró hasta el fondo sin encontrar resistencia. Y al estar en esa postura, mi verga llegaba hasta el fondo. Empecé despacio pero ella me pedía más así que subí el ritmo. En la cocina solo se oían sus gemidos y el chocar de mis huevos con su culo.



Ahora sí a punto de correrme quise sacarla para correrme fuera, pero ella bajó las piernas cerrándolas alrededor de mi cintura y atrayéndome a ella para que no me separara. Así que continué. Me corrí a la vez que ella llenándola de mi leche. La saqué y ella se incorporó en la mesa. Nos besamos de nuevo. Ella se levantó y se fue al baño a asearse un poco. Yo me vestí y la esperé en la cocina.



Ella volvió y se despidió de mí. La acompañé a la puerta y antes de que abriera la puerta la arrinconé contra ella y la volví  a besar. Esta vez no me detuve solo en su boca, sino que la besé el cuello y la mordí las orejas. Comenzó a suspirar. Continué besándola. Bajaba por su cuerpo hasta caer de rodillas. La separé las piernas y comencé a pasar mi lengua por su clítoris, volviéndola a excitar. Enseguida volvió a estar húmeda y cachonda, cosa que demostró apretando mi cabeza contra ella. Sé que está a punto de correrse y paro, igual que hizo ella. Me incorporo. Ella me mira con cara enojada. “¿Por qué paraste?” me pregunta. Yo no contesto.



Simplemente saco mi verga, que vuelve a estar empinada, la cojo de una pierna y se la levanto, sujetándola en esta postura contra la puerta. Con movimientos de cadera intentaba metérsela, hasta que por fin acerté y se la metí de un golpe hasta el fondo. Me la follé salvajemente en esta postura hasta que se corrió.



Noté que estaba cansada, tal vez por el trabajo, por la postura, porque llevaba tiempo sin sexo o por todo. No pregunté.



Se resbaló por la puerta hasta el suelo. Sudaba mucho. La ofrecí una ducha y aceptó. La cogí en brazos y la llevé al baño. Una vez allí la desnudé y la metí en la bañera con el agua templadita. Mientras el agua cae sobre ella y observo como se ducha, cojo mi verga y empezó a masturbarme. Es preciosa, tiene 44 años pero se conserva fenomenal, parece una chiquilla de 20. Ella sabe que la miro y agita su culo para mí. Yo o puedo más. Me acerco a la bañera y con un par de sacudidas me corro en su culo. Se da la vuelta, sonríe y se agacha para comérmela y dejármela limpia. Lo hace tan bien que en breves me corrí otra vez, en su boca. Apartó mi polla y dejó que se le fuera resbalando todo por su cuerpo.



Salí del baño y esperé a que ella acabara en el salón. Apareció radiante por la puerta, me dio un beso y con un “Ya nos veremos” se despidió de mí.



Tras un rato de ver la tele y recordar los sucesos acecidos fui a la cocina a picar algo. Al entrar observo que hay algo en el suelo, es su tanga. Lo recojo sonriendo, parece ser que nos vamos a tener que ver otra vez…


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
  • Media: 10
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