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Después de acostarme con dos maduritas, casadas y madres, pensé que podría acomodarme ya a chicas cercanas mi edad. Pero me equivocaba.
Yo era malo con los idiomas, por lo que iba a clases de inglés. La madre de una amiga mía accedió a darme clases. Lo cierto es que tanto la madre como la hija estaban tremendas y, porque no confesarlo, ya me gustaría a mí acostarme con alguna de las dos. Veía con más opción a la hija, a la que ya había robado algún beso que otro.
Después de las clases, siempre me invitaba a un café o un refresco, y yo siempre aceptaba. Así estaba media hora más con ella y hablábamos de nuestras cosas. Así me enteré, por ejemplo, de que su marido trabajaba fuera y que solo le veía los fines de semana. Poco a poco conseguí su confianza y me contaba cosas más íntimas como que él nunca cumplía en la cama, de que a veces oía a su hija con algún chico en la habitación y se moría de envidia.
Yo la confesé algunas cositas, sin desaprovechar la ocasión para meterme con su marido por no saberlo que tiene en casa. Ella se puso roja como un tomate. Entonces dejé la taza de café y cogí mis cosas para irme. Al despedirme en la puerta hizo algo que no había hecho nunca. Me dio un beso en la mejilla.
A partir de ahí las cosas empezaron a ser distintas entre nosotros. Había besos, abrazos, nada fuera de común entre dos amigos.
Lo cierto es que algún día lo besos pasaban de la mejilla los labios o al cuello. Del abrazo a meter mano… Y un día pasó. Nuestro juego fue más allá. Yo la estaba haciendo cosquillas en el sofá y nos caímos al suelo, yo encima de ella. Nos quedaos mirando un rato y l besé en los labios. No me rechazó, sino que abrió la boca y me devolvió el beso. Tras eso, nos separamos y yo me fui musitando escusas.
Decidí no ir más a su clase, no sabía lo que ella pensaba. Recibí un mensaje suyo a los cinco minutos de que hubiera empezado nuestra clase: “¿Dónde estás? La clase empezó hace 5 minutos”. La contesté: “No sabía si querías seguir con las clases. En 10 minutos estoy en tu casa”
Cogí la mochila y la bici y marché hasta su casa. Ese día hacía calor y ella llevaba puesta una falda un poco corta a como la sola llevar y una camiseta con mucho escote. Estaba para comérsela en el pasillo mismo. Pero tenía que comportarme. Las saludé con dos besos y entré para el salón. Me senté en el sofá en el que siempre me sentaba. Ella se sentó en el sofá de al lado. Saqué los libros y comenzamos la clase como si nada hubiera pasado. Yo la piraba de vez en cuando de reojo. Una de las veces, vi que tenía las piernas un poco abiertas y se la veía la ropa interior. Se dio cuenta de lo que estaba mirando y se levantó rápidamente. Salió del salón y volvió al poco con dos refrescos. Los puso en la mesa, y al hacerlo apretó sus pechos contra mi brazo y así pude notar que no llevaba sujetador. Noté como se me empezaba a levantar. La cosa fue a más cuando en unas de las miradas que le echaba, que volvía tener las piernas abiertas. Mi sorpresa fue grande cuando vi que esta vez no tenía nada debajo. Cuando fue a por los refrescos se quitó las bragas. Volví la cabeza a los libros mientras mi erección crecía. Por el rabillo del ojo pude ver como ella abría más las piernas, dejando ver su rosado y depilado coño. Ya no pude evitar mirar.
Dejé el boli y me quedé mirándola. A ella parecía gustarle. Acercó una mano a la boca y se chupó dos dedos para después llevárselos a su coño y empezar a masajear su clítoris. Yo me desabroché el pantalón y me saqué la verga en plena erección. Me levanté y me coloqué frente a ella, que se incorporó sin dejar de masturbarse y empezó a darme lametones en el glande mientras con la otra mano me acariciaba los huevos. Siguió lamiéndome toda mi verga y los huevos y finalmente se la metió de golpe en la boca.
Empezó a hacerme una magnífica mamada con ansia. Se notaba que su marido no le daba resultados. Pero a pesar de estar desentrenada, era una mamadora profesional. Dejó de masturbarse para dedicar sus dos manos a mi aparato. Lo hacía tan bien y yo estaba tan cachondo que apenas tardé en correrme. Descargué mi caliente leche en su garganta y se la fue tragando sin dejarse nada. Siguió chupando hasta dejármela bien limpia. Cuando acabó, se puso de rodillas en el sofá dándome la espalda y apoyándose en el respaldo. La subí la falda por encima de la cintura y comencé a jugar mojando mi verga con sus fluidos. Ella no puedo más, me la agarró y se la empezó a meter despacio, pues a pesar de estar muy mojada hacía mucho que no tenía sexo. Una vez que llegó hasta el fondo le dejé un rato para que se acostumbrara y después comencé con el vaivén. Primero lento y después más rápido, alternando el ritmo. Ella no escondía sus gritos y me pedía más. Yo se lo daba.
Estábamos tan absortos en el sexo que no nos dimos cuenta de que su hija mayor estaba en la puerta del sofá viéndonos. Había llegado antes de clases y no la oímos entrar. Con un chillido se alejó metiéndose en la habitación.
Paramos y nos separamos. Ella se bajó la falda y se fue tras su hija. Yo me quedé sentado en el sofá, con los pantalones por los tobillos. A los 10minutos volvieron. La madre me guiñó un ojo. No sé qué pasó en la habitación, pero la hija se puso de rodillas delante de mí y empezó a hacerme una mamada. El contacto de su lengua me hizo ponerme a mil y volvió mi erección. No sé qué había pasado dentro de la habitación, pero lo que tenía claro es que iba a tirarme a las dos, madre e hija.
Mientras la hija me hacía una mamada, la madre se sentó en el sofá a mi lado y yo comencé a masturbarla. Primero la acariciaba el clítoris. Posteriormente, la introduje un dedo. A ella le pareció insuficiente y me pidió más. Así que yo le metí otro, y cuando se acostumbró a los dos, le metí otro. Tenía ya la mano empapada y mis dedos entraban y salían con facilidad. Ella se convulsionó y acabó en un callado orgasmo, llegando a empaparme hasta la muñeca. Retiré la mano. Levanté a su hija del suelo, casi me había hecho correrme. Al igual que su madre, era una mamadora profesional. La desnudé y la senté encima de mí.
Estaba seca y no podía penetrarla. Su madre se pudo de rodillas delante de mí y a la vez que yo empezaba a masturbar a su hija, ella la daba lametones en el agujero de atrás. Tras dilatárselo un poco, le introdujo un dedo. Empezó a gemir y a mojarse mucho, omento que aproveché para clavarle mi verga, que se introdujo con facilidad topándose con el himen, el cual rompí con un poco de esfuerzo. Aunque la dolió un poco, me pidió que siguiera, que el placer ya superaba el dolor.
Yo ya la había metido hasta el fondo y ella empezó a cabalgarme, su madre ahora me lamía los huevos al tiempo que seguía masturbando el culito de su hija, preparándolo para una posible excursión.
Al poco de cabalgar, su hija se corrió con un gran gemido. Yo estaba satisfecho, había hecho disfrutar a una madre y a su hija, y ellas me había hecho disfrutar a mí.
Pero la cosa no acabó ahí. Ambas se pusieron de rodillas, dándome la espalda, en el sofá.
“Bob – me dijo la madre – para terminar, nos gustarías que nos estrenaras por detrás”
Yo no me lo podía creer. Madre e hija me estaban pidiendo que las diera por culo. Pero vi que la hija no estaba muy dispuesta, así que decidí dejarlo para otro día. La hija me lo agradeció con un gesto en la cara. Pero la madre no quería acabar ahí.
Se sentó en el sofá e hizo que su hija hiciera lo mismo. Ambas me agarraron la verga y empezaron a mamármela. Primero una, luego la otra. Se alternaban y a veces las dos pasaban sus lenguas por toda su longitud, parar entretenerse en la punta, juntando sus lenguas.
Me corrí sobre las cara de las dos, manchándolas enteras. La hija se la volvió a meter en la boca para limpiármela. Cuando acabó, me la guardé, me despedí de las dos y me fui. Al llegar abajo me di cuenta de que me dejé los libros arriba. Subí. La puerta estaba abierta. Me dirijí al salón y vi que allí estaban las dos, en posición de 69 comiéndose una a la otra el coño. No las interrumpí y me largué. Ya recuperaría mis libros.
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