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LAS LOCAS DEL BARRIO

Dieciocho años, al volante de mi nuevo automóvil, me encontraba recorriendo las calles del entonces, pequeño pueblo donde vivía. Salía de visitar a mi novia, bella niña rica de buena familia, a la cual sólo le permitan visitas hasta las diez de la noche y con quien no había tenido mayor intimidad al margen de sensuales besos; pero esa es otra historia. Modestia aparte, no me podía quejar, en aquel entonces tenía todo lo que un hombre, de mi edad, pudiera soñar: Dinero en el bolsillo, y lujoso auto, gracias a padres económicamente acomodados con ganas de premiar mi reciente graduación -por excelencia- de la secundaria; juventud, fantástico porte varonil y belleza masculina, gracias también a unos apuestos padres. La verdad es que nunca faltaron las miradas insinuantes de las chicas; las llamadas telefónicas eran a raudales e incluso, más de una, me había declarado su amor, en circunstancias poco ortodoxas. Todo esto me daba pie para sentirme un joven conquistador, “rompe corazones”, altanero y engreído. Posteriormente, la vida se encargaría de “ponerme en mi lugar”, dándome duros golpes, mostrándome la realidad.
Si bien, como dije, era muy cotizado en cualquier ambiente, a ciertas horas, tenía la costumbre de pasear en mi auto por aquellos barrios de menor nivel social, dado que las muchachas de esa clase eran más fáciles de impresionar y gozaban de mayor tolerancia horaria por parte de sus padres, quienes les permitían quedarse fuera de casa, en la plática, hasta cerca de la medianoche. Era la costumbre agruparse entre vecinas en aceras aledañas a alguna de las casas de la cuadra, lo que facilitaba el paseo y la conquista.
En esa ocasión, divisé -entre uno de los grupos- un par de hermosas muchachas bordeando los quince años, las cuales en mi trayecto, habían seguido mi mirada, al igual que todas las demás. Decidí entonces dar vuelta al manzano y pasar aún más despacio. La historia se repitió, todas las chicas miraron y coquetearon. Al alejarme un poco, escuché las risas y pequeñas burlas entre ellas, incluso alcancé a escuchar un grito, sin poder identificar a la autora: “¡Adiós amor!”. Eso me incentivó y volví a dar vuelta al manzano, esta vez estacionando el coche a dos metros del grupo. Sin salir del auto, llamé con la mano a una de ellas, la más linda y desarrollada. Codazos, risas y coqueterios propios de la edad fue la reacción de las acompañantes. Ruborizada y perdiendo un poco la gracia, tal vez por el nerviosismo, preguntó a señas si era a ella a quien estaba llamado. Disipé la duda asintiendo con la cabeza y volviendo a llamarla. Finalmente, después de debatir un poco con su grupo de amigas, se acercó a la ventanilla del coche, tomada del brazo de otra muchacha que justamente era la que también me había llamado la atención por su belleza. Al tenerla a mi alcance le pregunté: -¿Cómo te llamas?. - Inés! – respondió, -¿Qué edad tienes?. –Catorce!. Sus respuestas eran lacónicas, se notaba el rubor y su nerviosismo en el quiebre de su voz. ¿Y tú? – pregunté a la amiga. – Ella tiene diecisiete, es mi hermana – respondió Inés. ¿Cuál es tu nombre? – insistí, dirigiéndome a la hermana de menor estatura y grandes ojos negros que se mantenía callada. –Se llama Paola, respondió nuevamente Inés. -¿No tienes lengua? – pregunté irónico, sin poder arrancarle ni siquiera una sonrisa. – Lo que pasa es que es muy tímida – volvió a responder la hermana menor, entrando un poco en confianza. Mirándola fijamente, en tono de conquista, le dije : Eres hermosa Inés, ¿quieres dar un paseo conmigo?. – ¡No puedo! – respondió- mi Papá no me deja, ¡ya es muy tarde!.
-¿Tarde?, ¡son las diez y treinta!. Dudó un poco, fueron a hablar con su grupo. Noté cierta discusión con su hermana, pero, finalmente retornó, esta vez sola, subiéndose al coche. – Está bien –sentenció – pero, ¡sólo una vuelta!. Arranqué de inmediato alcanzando a escuchar, al paso, la recomendación de su hermana “muda” hacía instantes: - ¡No te tardes!.
Unas cuadras más allá, estacioné el coche en una calle oscura. La miré fijamente haciéndola sentir incómoda. -¡Qué bella eres! – le dije mientras sostenía su barbilla con mi mano. -¡Nunca había visto tanta belleza junta! – continué – ¡si no te beso esta noche, jamás podré dormir!. Acto seguido, acerqué mis labios a los suyos, probando su reacción. La besé y me correspondió. Metí mi lengua, sin encontrar la suya. ¿Estaba nerviosa o era inmensamente inocente e ingenua?. Recorrí con mi mano izquierda su brazo, posando mi pulgar en uno de sus pechos y reaccionó moviendo el cuerpo, tratando de evitar el contacto, entonces continué el recorrido bajando mi mano hacia su cintura y luego hasta sus desnudas piernas. No hizo ningún reparo, así que las acaricié tratando de introducir mi mano dentro de su pequeña falda para acariciar la parte superior de sus muslos. Me detuvo. Sin dejar de besarla, insistí y me permitió subir a la altura del inicio de sus nalgas, lugar donde cogió mi mano y no me dejó avanzar. Comencé entonces a besar su cuello; con la mano derecha desabotoné, disimuladamente el primer botón de su blusa y continué con mis besos hasta el centro de los pechos, llegando a lamer el inicio de estos. Me separó. Podía notar su excitación pero también su miedo. –Mira cómo me tienes! – le dije, mientras señalaba mi erección fácilmente divisible en aquellos ajustados pantalones de moda. Ella miró de reojo y desvió inmediatamente la mirada llenándosele de colores su rostro. La atraje y volví a besarle los labios. Agarré su mano y posé su palma en mi pene, por encima del pantalón. Reaccionó tratando de retirarla, pero no la dejé. Seguía besándola e introduciendo mi lengua por toda su boca, ella forcejeaba tratando de no tener contacto con aquel bulto cuya humedad había traspasado la tela del pantalón. Al fin dejó de forcejear y mantuvo su mano inerte. Con mi mano derecha hacía que ella recorriera, con la suya, el largo y ancho de mi miembro, mientras con la otra mano acariciaba sus pechos por encima de su blusa, sin ya, mayor resistencia. Acariciaba sus muslos sin animarme a llegar al rincón soñado, por miedo a su reacción, pues ella continuaba tensa .Así estuvimos un rato, hasta que se percató del tiempo transcurrido. –Por favor, ¡llévame rápido a casa!, si mi padre se da cuenta de mi ausencia, me mata y también a mi hermana por haberme solapado. Obedecí, había avanzado mucho en poco más de una hora. Se tranquilizó al ver que su grupo de amigas aún estaba en la calle y me pidió que la dejara en la esquina. – La pasé muy bien esta noche - me dijo- ¿te veré mañana?- preguntó. –No me conformo con tan poco tiempo, ¿podemos encontrarnos más temprano? – consulté. -¿Cómo a las ocho? – insinuó. ¡Hecho!-confirmé. –Te espero aquí en la esquina, para que mi padre no se entere- me pidió. Asentí encantado.
La vi alejarse , admirando su esbelta figura, su trasero perfecto, su lacio, sedoso y negro pelo y esa figura de guitarra. Sus rígidas y largas piernas concluían en unos pequeños y deliciosos pies con uñas pintadas de color blanco que contrastaban con su tez morena. Volteó un par de veces antes de desaparecer, despidiéndose con la mano. Me masturbé esa noche, pensando en ella. Se me hizo una eternidad el día. Inventé una excusa para no visitar a mi novia esa noche y estuve esperando en la esquina, a la hora fijada. Se atrasó quince minutos. Subió al coche pidiendo disculpas. – Pedí a mis amigas que se reunieran en la acera de otra casa previendo que mi padre salga y no me encuentre, me demoré rogando a mi hermana para que me ayude- se justificó. Estaba vestida muy elegante, como para ir a una fiesta. Vestido brilloso, tacos altos, aros, collar, cartera, una pequeña bolsa y se encontraba muy bien maquillada, en contraste de la sencillez de la noche anterior. Estaba realmente bella. -¿Cómo dormiste? – pregunté. –Soñé contigo y “no me lavé la mano”! – confesó ruborizada, mientras olía aquella que había estado en contacto con la humedad de mi miembro. Aquella confesión y el gesto me puso eufórico, haciendo que tome decisiones inmediatas. -Te voy a llevar a un lugar donde podremos estar tranquilos, sin sobresaltos y podremos hacer las cosas que de verdad deseemos- le dije, esperando respuesta. –Está bien, vamos donde tu quieras- respondió. Me dirigí directamente a un Motel. En el trayecto le pregunté qué llevaba en la bolsa. – Ropa para cambiarme – respondió- si llego así vestida, mi padre se dará cuenta de que salí, todo esto es ropa prestada de mis amigas. –Estas bella, pero no era necesario todo eso, me gustas al natural – comenté. – ¡Deseaba estar linda para ti!- respondió. Entramos al Motel, ella titubeó un poco al ver la cama, pero la tranquilicé diciendo: -No te preocupes, solo haremos lo que tu quieras!. Puse música, serví unas copas y la saqué a bailar. Comencé a besarla mientras acariciaba sus preciosas nalgas, estrechando su cuerpo con el mío. Al principio la sentí incómoda, rígida, pero, luego se fue relajando, en la medida que el alcohol hacía su efecto y yo no avanzaba más de la cuenta. Así la mantuve durante un tiempo, bailando y bebiendo; cuando noté que respondía a mis besos moviendo su lengua y entrelazando la mía, supe que era el momento. Subí la parte posterior de la falda a la altura de su cintura e introduce mis manos por debajo del calzón, acariciando sus glúteos a flor de piel. Ella me abrazó un poco más. Bajé sus calzones hasta las rodillas, levanté la parte frontal del vestido y estreché su desnuda vulva a mi duro miembro aún debajo de mi pantalón. Bailamos un poco más de esa manera, mientras acariciaba sus senos por encima del vestido . Bajé la cremallera de mi pantalón y dejé libre mi pene el cual introduje en su entrepierna. Ella suspiró profundo y comenzó a temblar al sentir el contacto directo de nuestros órganos. Comencé a tocar su vagina y sentí sus enrulados vellos. Estaba totalmente húmeda. Le saqué el vestido y me deshice rápidamente de pantalón y camisa. Ella se sentó en la punta de la cama con la cabeza gacha. Me acerqué despacio, por atrás, despojándole el corpiño. No puso reparos. Dos lágrimas corrían por sus mejillas. -¿Qué ocurre, no te gusta?- pregunté . –Nunca he hecho esto...- respondió. –No te preocupes, no es nada del otro mundo, todos lo hacemos y siempre hay una primera vez; lo importante es saber seleccionar quien será el primero – respondí con la seguridad de que yo era el elegido por ella. Besé sus desnudos y durísimos pechos, y recorrí su cuerpo con mi lengua hasta el ombligo. Ella se acostó. Recién allí pude contemplar su singular belleza al desnudo. Aparté con suavidad sus labios vaginales y saboreé su clítoris. Se asustó y quiso retirarme. Insistí delicadamente y me dejó hacer. Al poco tiempo ella gemía contorsionando el cuerpo, agarrando mi cabeza para que no me retirara. Obvio que a esa edad yo no era un experto en sexo oral, pero, no tenía importancia, supuse por lógica que para ella era una sensación completamente nueva. Introduje a la vez, primero un dedo y luego dos en su vagina, sin profundizar, sólo para flexibilizar su estrechez. Al parecer tuvo un orgasmo, pues dejó de gemir y se quedó quieta. Yo seguí excitándola, metiendo mi lengua por todos los pliegues de su vagina. Cuando sentí que nuevamente estaba a punto, la agarré de las manos obligándola a sentarse en la cama. Bajé mis calzoncillos y mostrándole mi miembro la induje a que me lo tocara. Lo cogió con las dos manos y, a iniciativa mía, comenzó a masturbarme tímidamente. Se lo acerqué a la boca. Ella movió la cabeza desviando el objetivo y continuó masturbándome con la mejilla. Al parecer no se le habría ocurrido nunca meterse un pene en la boca. Le agarré la cara y puse la punta del miembro en su boca, humedeciéndole - con mis fluidos - los labios que mantenía apretados. –Abre la boca- susurré. Obedeció permitiéndome introducir parte del glande. Poco a poco fui haciendo movimientos hasta lograr penetrar la mitad. En mi entusiasmo traté de introducir mi verga entera, situación que le produjo arcadas, por lo que desistí. Esta experiencia había dejado en punto cero su excitación, por lo que arremetí nuevamente volviendo a chupar su vagina. Cuando escuché nuevamente sus gemidos y observaba que abría las piernas de par en par para facilitar la tarea de mi lengua, decidí actuar de una vez por todas. Cogí sus tobillos y coloqué mi pene en su clítoris masturbándola con la suavidad del glande. En el punto en que consideré era el crucial, le susurré al oído: -¡Esto dolerá un poco!. Seguidamente introduje mi miembro casi hasta la mitad, sintiendo la resistencia del himen. Seguí ejecutando y poco a poco, con suavidad, como si fuese un experto, fui introduciendo el resto. ¡En cada empellón un poco más!. Al fin, todo estaba adentro y ella no había sentido dolor o por lo menos estaba tan excitada que confundió las sensaciones. Una vez todo adentro, aguanté poco, pues, sentir su estrechez, sus palpitaciones y la caliente temperatura de su interior, me hizo acabar grandiosamente dentro de su vagina, justo en el momento que ella también, casualmente, acababa, lo cual me hizo ganar puntos, pues, terminado el acto, me comió a besos. Estaba entusiasmadísima. – Nunca había sentido tanto placer – me decía, -¡Qué hermoso!, Qué bello, no me dolió como me dijeron mis amigas!. Sin embargo, todo cambió cuando descubrió las sábanas manchadas con sangre. Se asustó, corrió al baño a mirarse. Me tomó bastante tiempo tranquilizarla. Luego, entre copas y caricias lo hicimos unas tres veces más, y en cada orgasmo ella parecía más entusiasmada.
Al dejarla en su casa, descubrimos que, con tanta fogosidad, se nos había pasado la hora, pero, a ella no parecía importarle. Estaba radiante, feliz!. La dejé en la esquina consabida, vestía su ropa sencilla y ahora, en la bolsa, la de fiesta. Quedamos de vernos al día siguiente. Esta vez a las diez; inventé una excusa., La verdad era que yo debía visitar a mi novia.
Al día siguiente aguardando en aquella esquina, quien apareció no fue Inés sino Paola, su hermana mayor. – ¿Qué sucedió?- pregunté. – Mi papá descubrió que Inés no estaba con nosotros, me inventé una mentira, pero, no se la tragó e igual la castigó!; está en casa, no puede salir!. -¿Y a ti, ¿no te castigó?- cuestioné. –No por que le dije que yo nada sabía; me salvé por poco!. -¿Estas con tus amigas, afuera?. – Sí – me dijo- sólo vine a avisarte de que Inés no vendrá. - ¿No quieres dar una vuelta? – consulté, por si acaso surtía, admirando la belleza mayor de una misma familia. Ella miró para todos lados, titubeó, pero, subió al auto. – ¡Sólo una vuelta! – sentenció, igual que la hermana. Hice lo mismo que con Inés, estacioné en un lugar oscuro. Esta vez me sorprendió, no era “muda” para nada y de tímida no tenía un pelo. -¿Porqué llegaron tan tarde?, ¿Dónde fueron?, ¿Qué le hiciste? – interrogó acuciosa y al parecer enojada. –Tranquila - le dije – fuimos a dar unas vueltas y no hicimos nada de malo, sólo que, se nos fue la hora. –¡Mira – inquirió – yo no soy la tonta de Inés, no pretendas hacerme pasar por idiota!. -¿Estás enojada por que salí con tu hermana y no contigo? – pregunté osado. –¡No seas estúpido!, ¿quién te crees que eres, Adonis? – ironizó furibunda. –Calma, no lo tomes así, simplemente invité a tu hermana a dar unas vueltas por que pensé que tu eras muy tímida, aunque la verdad es que ¡tu me gustas más! – retruqué siguiendo por la misma línea. –Ella quedó callada, mirando para otro lado y refunfuñando. Agarré su cabello, también negro y sedoso como el de su hermana, aunque un poco más corto. -¡Qué lindo pelo tienes! – dije, tratando de apaciguar los ánimos y cambiar el tema. Para sorpresa mía, dio vuelta la cara, me miró furiosa con esos enormes ojos negros y se me abalanzó besando mis labios con ira, llegando a hacerme daño, separándose de inmediato. –Calma! -insistí, mientras limpiaba el hilo de sangre que escurría de mis labios – parece que en verdad estas molesta!. Ella no respondió. Seguía en la misma pose anterior. Mirando para otro lado, bufando sin parar. Tomé su barbilla y traté de hacer que me mirara. Encontré resistencia. Me acerqué lentamente, le di un beso en la comisura de sus labios y deslicé mi lengua por el bordillo de los mismos. Eso la hizo reaccionar y nuevamente volteó la cara y me besó, esta vez sin tanta furia. Su lengua se entrelazaba con la mía. ¡Ella ya tenía experiencia!. Acaricié directamente sus piernas alcanzando su entrepierna por debajo de su falda. Ella desabotonaba mi camisa. Su calzón estaba mojado por lo que rápidamente deslicé mis dedos dentro de éste, introduciéndolos en su vagina. Ella comenzó a acariciarme el torso desnudo y a mordisquearme las tetillas. Sin más ni más, se lanzó a acariciar mi pene por encima del pantalón, mientras yo desabrochaba mi cinturón y abría la cremallera para dejarlo en libertad. Una vez estuvo fuera, ella inició una feroz mamada. Yo, liberaba sus senos para acariciárselos a la vez de subirle la falda para acariciarle también las nalgas e introducir mis dedos en su vagina. Después de unos momentos, se incorporó, se quitó los interiores, se abalanzó hacia mí, reclinó el asiento donde me encontraba y me cabalgó. Sus senos rozaban mi pecho. Mi pene se deslizaba fácilmente dentro de su vagina y ella gemía y gritaba sin parar.-Así!, así!, hasta el fondo!!. Tenía temor que algún transeúnte nos escuchara, aunque a ella no parecía importarle. En el momento culminante, contorsionó su cuerpo hacia atrás llegando a tocar el claxon en repetidas ocasiones con su espalda. Me abrazó unos minutos, exhausta. Yo aún no había terminado por lo que continué en movimiento sin obtener reciprocidad. Se retiró de encima mío sentándose en el asiento del pasajero, tuve temor que me dejara en ese estado. Cogió mi miembro y comenzó a masturbarme, luego posó su boca en el grande y succionó con fuerza. ¡Qué sensación deliciosa!. Bajaba y subía la cabeza sin quitarse el miembro de la boca. Luego de un tiempo, hizo una maniobra que yo nunca había experimentado: Cogió con su mano el tronco del pene, arremangando al máximo los cueros del prepucio, a tal grado que estiró todo el largo del frenillo; introdujo el miembro a su boca lo más que pudo, hasta casi engullirlo por completo, llegando hasta donde se encontraba su mano. Operación que repitió, lentamente, varias veces. Hacía topar el glande con el área corrugada de su paladar, lo que me causaba una excitación fantástica. Eyaculé dentro de su boca. Dejó escurrir el semen encima de mi miembro, sin dejar de mover lentamente su cabeza, aprisionándolo con sus labios. Gran parte del líquido inundó su mano, traspasando hasta mis vellos pubianos. Tragó el resto que tenia en la boca y volvió a succionar muy fuerte mientras exprimía mi miembro con su mano derecha, dejando completamente limpio el glande.
-Manjar de Dioses!- dijo incorporándose en busca de algo con que limpiarse. Le alcancé toallas higiénicas que siempre conservo en el porta guante del coche; nos aseamos y partí a devolverla. –Eres una experta -comenté en el trayecto. –Sí, me encanta el sexo- dijo ufana. –¿De dónde tienes tanta experiencia? –pregunté curioso. –He poseído algunos chicos del barrio y ellos me han enseñado varios trucos – respondió. -¿Inés tiene tu experiencia? – cuestioné a sabiendas de la respuesta. –No! – respondió nuevamente furiosa – ¿acaso no lo sabes?, no trates de pasarte de listo conmigo!. Me hice el desentendido y no insistí. Al dejarla en la esquina lazó una amenaza: -Si cuentas esto a alguien, viviré para hacerte la vida imposible, mi hermana está enamorada de ti, yo me encargaré de que te olvide..., no vales la pena!!.
Imaginé que su amenaza era producto de celos o envidia hacia su hermana, quien era más bonita, aunque ella no se quedaba, para nada, atrás. No pensé nada extraño, sólo en volver a poseer a Inés.
Dejé transcurrir unos días y volví a pasar por la cuadra encontrando al grupo en la misma calle. No había podido entrar en contacto con Inés dado que no tenía teléfono. Di vuelta y me estacioné en la consabida esquina. Minutos después se presentó Inés acompañada de su hermana. Al ver a esta última, sentí escalofrío. –Hola mi amor – dijo Inés besando mis labios levemente –te extrañé!. Fui directo al grano: -¿Podemos dar una vuelta?- pregunté. Ella miró a Paola, como pidiendo permiso. Esta se mantenía seria sin siquiera haber saludado. Asintió con la cabeza y finalmente subieron las dos. ¡Oh Dios, ahora que hago!-pensé. La hermana arruinó mis planes. Como mi coche era deportivo, las dos se sentaron en el único asiento del pasajero: Inés al lado mío y Paola al lado de la compuerta. Arranqué desilusionado:-¿Dónde quieren ir? –pregunté con desgano mientras Inés me acariciaba el brazo y yo rozaba, disimuladamente, su pierna con la mano que agarraba la palanca de cambios. –Sigue derecho! – ordenó Paola, seria como una momia. Obedecí. Seguidamente, ésta dio otras instrucciones, encaminándome hacia una autopista hasta llegar a un Motel, en donde ordenó que nos detuviéramos. ¿Qué se propone? – pensé desconfiado - ¿Cuál es el juego?.
-¿Porqué nos has traído hasta aquí?- preguntó Inés - ¿Qué hay en este lugar?. Con la cara muy agria, bajándose del vehículo, Paola respondió: - Ya lo verás, bájate!
Se dirigió al interior de la habitación, activó el acondicionador de aire y encendió la media luz. Inés y yo ingresamos temerosos. -¿Qué pasa?- volvió a preguntar Inés. Paola no respondió, encendió el equipo de música y retiró del frigobar tres cervezas personales. Aventó una a cada uno de nosotros, vació el contenido de la suya de un contado e inició un baile sensual. -¿Qué haces? –gritó Inés, rompiendo en llanto. –Voy a demostrarte quién es tu noviecito!- respondió ésta acercándose a mí, besando mis labios. Mi reacción fue de rechazo. –¡Qué!, me dijo -¿ya no te gusto como la otra noche?. Miré la cara de Inés e hice un gesto de desentendimiento. –¿Qué otra noche?- preguntó Inés, con la voz quebrada. –No le hagas caso –dije temeroso – está celosa y quiere separarnos. Una carcajada fue la respuesta de Paola. Se acercó a mí, mientras se despojaba de su blusa. No tenía corpiño, por lo que sus rígidos pechos quedaron al descubierto. Me miró de abajo para arriba: -La verdad, es que tienes buen gusto hermanita, solo que, debes aprender a diferenciar quien sirve para enamorarse y quien para cogerse! – dijo burlonamente a tiempo de arrancarme de un jalón todos los botones de mi camisa. Inés no dejaba de llorar, sentada en un sillón. Decidí no dejarme intimidar por aquella niña malcriada y me presté para su juego. ¿Qué tendría para perder?. Paola se deshizo de su falda, quedando en calzones, se acercó a mí, desabrochó mi cinturón y bajó mis pantalones junto a mis calzoncillos, hasta el suelo. Mi erección era fenomenal. Se arrodilló y engulló mi pene. Inés abría la boca azorada, pero no desprendía la mirada. Yo no me animaba a tocarla siquiera, simplemente me dejaba hacer. Paola me empujó hacia la cama y caí de espaldas en ella. Se quitó los calzones e introdujo mi pene en su vagina, cabalgándome nuevamente. En la posición que me encontraba no podía ver la reacción de Inés. Me preocupaba, pero, el saberme observado por ella haciendo el amor con su hermana me producía tal excitación que apenas podía permanecer pasivo. De pronto, como figura angelical, subió a la cama Inés, completamente desnuda. Ya no lloraba. Me besó los labios delicadamente, agarró una de mis manos y la llevó a su sexo. Estaba empapada. Introduje mis dedos y atraje su vagina hacia mi boca. Se acomodó encima de mi rostro, mientras la hermana continuaba la cabalgata. Al poco tiempo las dos gemían. Se retiró Paola, dejando el lugar para Inés quien también empezó a cabalgarme. A pesar de su lubricación, podía sentir su estrechez a diferencia de su hermana. Paola se puso en el lugar de Inés, abrió completamente sus labios vaginales y estrujaba con furia su vulva en mi boca: -Chupa cabrón, chúpala!- gritaba. Cuando ya no pude aguantar, empecé a gemir copiosamente. –No termines maldito! – dijo Paola, saliéndose de donde estaba. Hizo salir a su hermana de su posición, cogió mi pene y le ordenó :- Chúpalo!, saborearás lo mejor del mundo. Inés obedeció, colocó tímidamente su boca en el miembro mientras Paola me masturbaba con una mano y empujaba, con la otra, la cabeza de su hermana para que tragara más verga. Eyaculé dentro de la boca de Inés. Esta comenzó a dar arcadas. –Trágalo! –ordenó Paola. La hermana obedeció cerrando los ojos y haciendo un gesto de asco, retirándose a un lado. Paola engulló el miembro saboreando los restos de semen, sin dejar de masturbarme. –Ven acá! – le dijo a Inés – aún no has acabado, acuéstate en la cama. Luego se dirigió a mí: -Hazla terminar con tu boca! – ordenó. Inés se acostó y comencé a hacerle sexo oral. A esta tarea me acompañó Paola. Inés tuvo, rápidamente, un gran orgasmo. Me pareció extraño que ella no hubiera puesto reparos al sentir a su hermana en su sexo. Exhausta, Inés quedó recostada de espaldas en la cama. Paola se le abalanzó, colocó su vagina en la boca de su hermana y antes de comenzar a mamarme nuevamente el pene, dijo: -Así niña, como en casa! . Inés chupaba la concha de Paola, acariciaba sus nalgas e introducía sus dedos en la vagina de ésta, como si fuese una experta. ¿Qué pasa aquí?, me pregunté. Paola terminó escandalosamente: gritos y gemidos sin control ni reparos. El espectáculo y la mamada me había provocado otra erección. Inés al verme se acercó y me dio un beso mientras agarraba mi pene para masturbarme; eso provocó la ira de Paola. –Eres una puta!! – le dijo a su hermana, a tiempo de jalar sus cabellos. –¿Este es el hijo de perra que elegiste para que te desvirgara?, pues bien – sentenció- ¡que sea completo!. La obligó a acostarse de pecho y comenzó a introducir sus dedos en la concha de su hermana. Lamía la vagina y el orificio anal. Yo, sin decir nada, me masturbaba. Inés, como si estuviese acostumbrada, disfrutaba al máximo levantando su cola ofreciendo su sexo y permitiendo las caricias. – ¡Métela! – me dijo de pronto Paola. Me acerqué e introduje mi verga a su lubricada vagina. Con furia, Paola la sacó y la encaminó al orificio anal de Inés, el mismo que también estaba lubricado. –¡Métela!! -volvió a ordenar. Intenté meterla con cuidado. –¡Fuerte, hijo de puta!! – gritó Paola. Agarré las caderas de Inés y sumergí el pene entero, ante los gritos de ésta. Comencé a bombear lujuriosamente cada vez más fuerte. Paola se masturbaba descaradamente ante la escena, se pellizcaba los pezones y no dejaba de insultar a gritos: -¿Eso querías maldita puta bastarda?, ... ¿qué te enculen?, ¿querías que sea un artista, antes que Papá?, ¿por eso no querías que te desvirgue con la vela?, querías sentir una verga real, joven, ¿verdad?, ¡ahora la tienes en el culo!. ¿Te gusta desgraciada?, ¿te gusta?.
Terminé dentro del ano de Inés y me retiré asqueado por las brutales confesiones escuchadas. Lo que me había parecido, entre extraño y sensual, producto de supuestos celos entre hermanas, ahora me parecía grotesco, deprimente y peligroso. Rápidamente me puse los pantalones, lo que provocó otra escena de ira en Paola: -¿Dónde vas desgraciado?, ¡todavía no termino contigo!, ¡aún falto yo!!. –Ya es suficiente! –logré responder, molesto. Desfiguró la cara, ante mi respuesta y se puso fuera de sí. No recuerdo los improperios que me lanzó, pero tengo grabado en mi memoria el cuchillo de cosina que extrajo de su cartera y así, desnuda como estaba, me amenazaba con clavármelo, mientras Inés gritaba llorando, desesperada: No!, No!,No!!. Escapé de la habitación cerrando la puerta tras de mí, subí al coche y arranqué a alta velocidad, vistiendo sólo mis pantalones. Mi billetera se había caído, supongo que en el cuarto. Con el dinero que en ella había, tal vez pudieron pagar el Motel y su transporte de vuelta y aún quedarse con cambio.
Nuca más vi a las hermanas, ni volví a acercarme a aquel barrio.
En mi círculo de amigos, llegaron a hacerse famosas. “Las locas del barrio” las apodaban, pues tenían relaciones sexuales con cualquiera que apareciese, escándalo incluido, por cierto.
Años, muchos años después, lo último que supe de ellas, aunque no se si será cierto, es que Inés murió, victima del sida y Paola, después de haber pasado años en la cárcel por acuchillar a su padre, era una Caffisa, una Madame de una casa de citas, de tercera categoría....... Experiencia sórdida y deprimente,... lo dicho,...... la vida me dio duras lecciones...
Datos del Relato
  • Autor: Tímido
  • Código: 15244
  • Fecha: 08-07-2005
  • Categoría: Juegos
  • Media: 5.15
  • Votos: 27
  • Envios: 2
  • Lecturas: 4736
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
francisco iturri
invitado-francisco iturri 09-07-2005 00:00:00

OYE TIMIDO, ERES EL COLMO DE LA ARRECHURA. SEGURO QUE LA MITAD DE TU CUENTO ES LO QUE HAS HECHO CON TU MULHER

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