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1.-
Cada familia es un mundo aparte.
Hace ya bastante tiempo, tuve una novia durante años. Me pasaba más tiempo en su casa que en la mía y me consideraban como parte de la familia.
Mi novia se llamaba María y se seguirá llamando, aunque no sepa ya nada de ella. En aquellos tiempos teníamos 22 años. Su hermana mayor se llamaba Isabel y sus dos hermanas pequeñas Elena e Inés.
Me llevaba bien con las tres hermanas. La mayor casi no estaba en casa, aunque nos veíamos más los fines de semana y de vez en cuando salíamos con su novio en plan dobles parejas. La pequeña salía casi tanto como la mayor y era la que me trataba más secamente. En cambio, la mediana, que casi no salía, me trataba estupendamente. Le gustaba la cocina y preparaba gloriosas tartas. Los padres trabajaban mucho y llegaban tarde por la noche.
Esta historia transcurre a lo largo de mucho tiempo.
2.-
Un día llegué más temprano de lo habitual y me encontré con que María no había llegado aún y que Elena estaba sola viendo la televisión sentada en el sofá. Así que me senté en el suelo a su lado mientras esperaba a mi novia.
A mí me gustaba sentarme en el suelo, apoyando la espalda en el sillón. De esa manera mi novia podía acariciarme el cuero cabelludo. Me colocaba en posición de loto, de tal manera que la espalda se mantenía recta. Además, en la casa daba el sol de tarde y el suelo era mucho más fresquito.
No recuerdo qué serie estaba viendo, pero sí que me volví, le cogí la mano a Elena y se la puse en mi cabeza. Ella había visto cómo me gustaba que me rascaran la cabeza, así que se puso a rascarme con toda confianza. Estuvimos así bastante tiempo sin que ninguno de los dos dijera nada.
Debía estar bastante distraído porque no me di cuenta de cuándo había llegado la hermana pequeña, pero de repente se encontraba en la puerta mirándonos indignada.
¿Qué estáis haciendo? – Nos recriminó. Elena se asustó y retiró la mano de mi cabeza.
Nada – Respondí extrañado. Ni por un momento había pensado que tuviéramos que escondernos para ver la televisión. Pero lo cierto es que las dos hermanas tenían la cara roja como un tomate maduro.
Me retiré a otra habitación y todo quedó en nada. Son pequeños detalles que recuerdo como indicios o es simplemente la memoria que me engaña. Esa época estuvo marcada por el embarazo y posterior aborto de Isabel. Me lo contaron para que contribuyera económicamente. Todo esto a escondidas de los padres, lo que hizo que me acercara mucho más a las hermanas.
3.-
La familia se iba siempre de vacaciones a su pueblo durante unas semanas en verano y ese año me dejaron las llaves de la casa para que regara las plantas de la madre.
Fui unos días después de su marcha. Era una extraña sensación encontrarse en una casa vacía que no es la tuya. Te sientes como un criminal aunque no lo seas, o es el espíritu del mal el que te empuja a serlo, no lo sé. La cuestión es que un segundo después de regar me encontraba registrando la casa, habitación por habitación. Fue el primero de tantos registros. Y fueron muchas las cosas que encontré.
Primero repasé las fotos de la familia. En aquellos tiempos poco tecnológicos las fotos eran un tesoro. Así que encontré fotos de mi novia que me gustaban y fui separando algunas de ellas para mi colección. Abrí un pequeño álbum de fotos que empezaba con fotos en blanco y negro y un puñado de positivos. Serían las fotos del curso de fotografía de María. Las repasé una a una y encontré un estudio de desnudos. Tres negativos de la hermana desnuda en topless en primer plano. Un positivo para ampliar, así que me lo guardé.
Cual sería mi sorpresa cuando encontré fotos de las hermanas cuando eran pequeñas. Ya sabía que a María le encantaba la fotografía, pero no que hubiera fotografiado el crecimiento de sus hermanas pequeñas. Veía una tras otra las fotos de unas ninfas y cómo les iba creciendo el pecho y el vello púbico. Algo increíble. Tanto que manché mis calzoncillos sin rozarme siquiera.
Tomé prestadas un par de las fotos para que no se notara demasiado la ausencia.
Fui al baño a limpiarme y me encontré con la cesta de la ropa sucia. Así que me senté en el wáter mientras registraba la ropa. No hay nada como el olor de la ropa interior de una mujer. Con cinco mujeres en la casa intenté separar la ropa interior de cada una de ellas. La de María la conocía, pero las demás era más complicada. Una era muy sencilla, más de niña y mucho más grande, así que debía ser de Elena. Por otro lado, había piezas muy sofisticadas que no sabía de cuál sería.
Olisqueé y probé cada una de las piezas con tranquilidad mientras volvía a masturbarme.
Cuando volví a la habitación recomencé mi tarea de revisión. Lo siguiente que encontré fue el diario de María. Estaba cerrado, pero también encontré guardada la llave en otro cajón, así que me fui directamente al baño a leerlo. Contaba muy pocas cosas. La pérdida de su virginidad y otras 5 experiencias sexuales que había tenido. Ninguna de ellas había sido conmigo. A medida que iba leyendo me masturbé de nuevo con dolor (con dos dolores), no podía evitar que me excitara la historia aunque fuera de mi propia novia. El problema vino con las fechas. Por las fechas que asignaba a los encuentros me estaba engañando en mis propias narices.
Fue entonces cuando decidí que había sido suficiente, y que las reglas tendrían que cambiar.
No por todo esto dejé de repasar el resto de la casa. El repaso me dejó mucha más información. Descubrí que la ropa interior más sexy era de Inés, la más pequeña. Y lo mejor de todo, el diario de Elena (éste lamentablemente lo tuve que forzar un poco, pero es que estaba de mal humor). Lo bueno es que en él decía que se excitaba cuando le daba las clases y que procuraba tocarme y que iba al baño y se masturbaba. Cada frase que leía me dolía porque no podía tocarme ya más del escozor que llevaba encima. En cualquier caso, era un comienzo.
La familia volvió de vacaciones y todo continuó normal hasta el comienzo de las clases.
Había dado clases durante más de un año a las dos hermanas (sin contabilizar las clases a mi propia novia). Y lo único que había recibido a cambio era el regalo de un libro. Así que un día mientras merendábamos le dije a Elena que tendría que darme alguna clase a cambio. Ya sabía lo que me iba a decir, porque ella iba a clase de salsa después de la universidad, y yo no era capaz de aprenderme ni un par de pasos de ningún baile.
Podría contarte la clase de salsa después de las clases – me propuso. Y lo acepté encantado.
4.-
Ese fin de semana se presentó movido. Como los padres de María se iban el fin de semana al pueblo con las hermanas pequeñas, volvimos a tratar el tema fundamental de quién se quedaba con la casa. Esa semana Isabel también quería la casa para traer a su novio, Juan Carlos, mucho mayor que ella que me caía simpático, y decidimos cocinar en casa y cenar juntos. No es que a mí se me diera bien la cocina, vamos, que soy un inútil simpático, prefiero la buena comida a cocinar, por lo que mi tarea principal consistió en traer bebida para la fiesta, para que no faltara el alcohol.
La cena fue bastante animada, para comer nada del otro mundo, una tortilla de patatas con cebolla y cosas así.
Cuando terminó la comida, Juan empezó con sus juegos. Le gustaba mucho salir y beber hasta caerse muerto. Los juegos eran bastante tontos, he dicho que me caía simpático no que fuera inteligente, empezamos con cartas, pero no un strip póker como dios manda, sino un tute bebedor, que era a lo que jugaba mi abuela… tanta era la diversión de los jóvenes. Se colocaban líneas en un vaso y cada 5 puntos era una línea, de tal manera que a medida que ibas jugando te tocaba beber. Claro está que a medida que se bebía la velada parecía más y más entretenida.
Finalmente llegó un momento en el que puse el freno y decidí retirarme del juego. Hay que saber el límite de bebida que uno aguanta. Así que nos separamos y cada pareja se fue a una habitación. Ellos siguieron riéndose y bebiendo mientras nosotros intentábamos ver una película en el salón. Antes de que terminara la película, María estaba literalmente roncando, así que la llevé a la cama. No era la noche que yo habría soñado para un viernes.
Desvestí a María y la arropé en la cama intentando dormir a su lado, aunque sin mucho éxito.
Eran las cuatro de la madrugada cuando escuché unas arcadas en el baño grande. Me levanté despacio para ver qué era lo que sucedía y me encontré con Isabel de hinojos sobre el wáter, metiéndose los dedos dentro de la boca para provocarse el vómito, aunque sin conseguirlo.
- Estás bien - pregunté. Con la cabeza como la tenía solo me podía permitir obviedades.
Ella me miró con los ojos vidriosos y no respondió. Fue entonces cuando me di cuenta que llevaba solo un top traslucido y que, aquellos pezones de las fotos en blanco y negro con los que me masturbaba, ganaban con el color.
Empecé a sentir una gran presión en mi bañador, pero me agaché rápidamente a su lado y volví a preguntarle si necesitaba ayuda.
Ella asintió levemente. Así que le cogí las manos y se las sequé con las mías, mientras intentaba tranquilizarla. Abre la boca y déjame a mí. Tenía experiencia en vomitonas desde hacía muchos años… por mis compañeros, no te vayas a creer. Nunca he sabido si mi colegio era una excepción o todos eran unos nihilistas borrachos en aquellos tiempos. En fin, que me desvío.
Le metí dos dedos en la boca hasta que le provoqué una buena arcada. Entonces guie su cabeza hacia el retrete mientras veía salir el alcohol que había comprado. El ciclo de la vida, pensé.
Estuvo un buen rato asomada al retrete hasta que, limpiándose un hilillo de baba, se volvió hacia mí y susurró un gracias.
Hasta ese momento había seguido con la mano en su nuca, acariciándola mientras vomitaba. Cuando se giró me miró a los ojos y sollozó, así que la abracé, tomando su cabeza en mi hombro mientras salmodiaba un ya pasó ya pasó…
Durante un rato la acuné mientras los restos del vómito alcoholizado me resbalaban por el pecho.
Finalmente llegó el silencio. Temblaba en mis brazos. La separé de mi agarrándola por los hombros y nos miramos a los ojos. Ella se humedeció con la lengua los labios manchados y se colocó en pose francesa, lo que siempre habíamos comentado en las películas que nos hacía tanta gracia. Se acercó a mis labios, me dio un pico y sonrió. Su sabor era dulce y amargo, más dulce que amargo. Claro que en aquellos momentos no estaba para dejar pasar la oportunidad de esa manera, así que me acerqué violentamente y nos besamos como deben besarse un hombre y una mujer. Ella ni siquiera se sorprendió y respondió a los labios con labios y a la lengua con lengua.
La coloqué encima de mi mientras exploraba su cuerpo con ansiedad. No se oía nada más en la casa, más que aquellos ruidos de sexo, por un momento pensé que nos descubrirían y se armaría una gorda, pero por algún motivo razoné que no, que era imposible, que cada uno de ellos pensaría que era la otra pareja la que hacía los ruidos y que no nos molestarían. Tuve uno de esos pensamientos, sin duda arriesgados, pero que por algún motivo me tranquilizó.
Sentía el sabor de su bilis y de mi ron dentro de mi mientras pugnaba con su ropa. Cuando la empujé contra mi supe que no escaparía. Noté la humedad repentina de sus bragas y la presión de sus pezones y me reí.
Ella se paró y me miró inquisitivamente
- Sabes tan bien - le dije - eres maravillosa. Y empecé a besarle el cuello.
Ella se rio. No hay nada tan hermoso como una mujer que se ríe, enseña los dientes y le brillan los ojos. Le quito la blusa y es aún más hermosa. Acaricio sus pechos con suavidad, como si quisiera cartografiarlos en mi cerebro, con las yemas de los dedos mientras su piel se eriza.
Le muerdo el cuello y las orejas con saña, quiero dejar unas buenas marcas y que intente justificarlas mañana.
Ya me imagino la conversación:
- ¿Y esas marcas del cuello? - le preguntará su novio.
- Tú sabrás, que te pusiste verraco en medio de la noche.
Y él dirá - pues no recuerdo nada.
Y yo la ayudaré diciendo - pero si hasta me despertasteis…- y aún más, diciendo con cara de pena - y a mi nada de nada.
- Pobrecito - dirá María mientras …
Pero eso será mañana, la noche continúa.
Le aparto las bragas y mi pene se cuela dentro sin esfuerzo, parecen encajar como si hubiéramos follado toda la vida. No me extraña que se quedara embarazada, debería usar siempre condón pero no lo usa, y yo tampoco. Me encanta sentirme dentro de ella.
Le vuelvo a tomar la cabeza para que nos miremos. Estoy dentro de ti - digo. Lo sé - me dice ella - te estaba esperando.
Así que empiezo a moverme. El baño no me ayuda precisamente y algún cardenal me saldrá. Los cardenales se curan.
Ella es una diosa y arquea su espalda, sujetándose con los brazos en los azulejos... Estoy tan cachondo que no duro más que un minuto empujando y ya la estoy manchando. Pero da igual. La saco con cuidado y me acerco a su entrepierna. Chupo todo lo que sale, flujos que me suben a la cabeza y me vuelven loco. No sé si suyos o míos. Me da igual. Lo dejo todo seco y rebaño una y otra vez.
Ella tiene los ojos en blanco y se mueve automáticamente.
Cuando termina de salir fluidos me acerco a su ano y meto la punta de la lengua. Está salado. Creo que la segunda cena ha sido más satisfactoria que la primera.
Ella abre los ojos y me mira sorprendida. Al final va a aprender algo hoy la hermanita mayor. Así que me meto de lleno en su culo y abro la lengua mientras le subo las piernas con los brazos. Salgo, entro y abro, hasta que las babas me llegan a la nariz.
Entonces me incorporo, le agarro de los pies y me los acerco a la cara Me encantan sus pies. Los huelo y le chupo el pulgar. Ella gime. Le pongo el pene sobre su ano sin que se percate y continuo con los pies. Los chupo una y otra vez, me los meto enteros en la boca hasta que casi me dan arcadas, y mientras chupo, empujo y empujo, de manera constante, haciéndome hueco en su ano.
Me cuesta. No debe haber tenido muchas experiencias así. Pero es inevitable, avanzo dentro de ella. No parece molestarle o ni siquiera se ha dado cuenta. A veces pasa. El placer lo confunde todo.
Le propino un buen mordisco en el pie, agarrándole bien el tobillo para no recibir una patada involuntaria, y empujo hasta el final.
Ella gruñe por un momento y sonríe. Estás dentro de mí - dice. - Más dentro que nadie - le respondo. Me quedo quieto mientras vuelvo a recorrer su piel con mis manos. Me coloco y le agarro las tetas. Las uso para apoyarme y empiezo a moverme. Cómo puede gustarme un polvo tan asqueroso, pero me gusta.
Hay un placer especial en la resistencia inicial del ano y en la sorpresa cuando descubres que luego es muy fácil. También me ha sorprendido siempre la resistencia de las mujeres a practicarlo y el placer que les proporciona cuando lo hacen. Será un problema cultural supongo.
Sigo moviéndome cada vez más rápido hasta que, de repente, le vuelven las arcadas y tenemos que detenernos para que vomite de nuevo. La escena es pantagruélica, manchados de vómito, semen y heces. Nos miramos y nos entra la risa tonta, pero el deseo ha terminado.
Nos duchamos por separado y no volvimos a hablar del tema. Me quedé con sus bragas de recuerdo. Debo ser fetichista o algo peor.
5.-
No se cómo llegué a pensar que las hermanas de María eran mis hermanas. Como si la atracción procediera de lo tabú. En cualquier caso, hubo un momento en aquella época en la que me determiné a follarme a las cuatro. La vida es mucho más interesante cuando la mente dispone de un objetivo.
Mi primera acción fue un acto mágico. Preparé un batido de frutas para toda la familia, hielos, un plátano, fresas, frutas del bosque y un gran lefazo. Bien picado en una de esas máquinas de cocina.
Les gustó a todas. Una vez establecido el acto mágico. Teniendo sus nombres verdaderos y habiendo probado tu esencia sólo era cuestión de tiempo que cayeran.
Por otro lado había estado meditando sobre cómo vengarme de mi novia y lo primero que hice fue regalarle, el primer fin de semana que nos quedamos, sólo unos bombones borrachos a los que había metido (sin mucha sofisticación, la verdad) somníferos machacados. Cuando se durmió, empecé la sesión fotográfica. Primero vestida. Luego fui quitándole las prendas una a una y tomando fotos de la secuencia hasta que quedó completamente desnuda. Tendría que ser fotógrafo del National Geographic. Le hice fotos desde el pelo incipiente del sobaco hasta de cada uno de sus labios. Luego le hice fotos con figuras de pitufos que tenía su hermana pequeña. Papá pitufo dentro de su vagina. Seguí con fotos acompañadas de mi miembro erecto en todas las posturas que se me ocurrieron. Y acabé masturbándome sobre su cara y todo su cuerpo. Seguí como pude, con cada uno de los dedos, dedo meñique en la boca, dedo meñique en el culo, dedo meñique en el chocho. Siguiendo distintos órdenes pero con todos los dedos. Seguí con los dedos de los pies. Luego la sodomicé. Llené mi cámara digital hasta la última miga de memoria. Trescientas fotos le hice y luego me acosté desnudo a su lado cansado tras un trabajo bien hecho.
6.-
En la habitación de las pequeñas daba clase a ambas. Tenían dos mesas de estudio, una frente a otra, y muchos días mientras explicaba a una, la otra estudiaba espalda contra espalda. Como no había mucho espacio en las mesas, me ofrecían la posibilidad de un gran número de contactos, en cuanto escribía algo con el antebrazo rozaba el suyo o el comienzo del pecho. Igualmente abría lo más posible las piernas para que chocaran las rodillas mientras empujaba los pies hacia atrás, de tal manera que pudiera chocar también con la otra hermana a la vez. Sentía un intenso placer cuando conseguía ambos contactos y cada una de ellas mantenía el suyo.
Pronto me di cuenta que Elena siempre me recibía con manga corta, con pantaloncitos y descalza, de tal manera que los contactos fueran con su piel. En su casa los zapatos se dejaban en la entrada para no manchar el suelo.
Así que cada día me volvía más atrevido. Explicaba los problemas de matemáticas más alejados de mí, para poder extender mi brazo todo lo posible, y no apartaba el brazo cuando terminaba.
Primero le daba clases de matemáticas a Elena y luego de Inglés a Inés. Inés no parecía hacerme mucho caso, así que me concentraba en Elena, y cuando me tocaba cambiar de mesa, estiraba los pies al máximo para tocar a Elena. Ella debía estirarlos bastante también porque llegábamos a tocarnos. Le agarraba el tobillo entre mis pies y daba clase durante una hora. Ella no se movía y se mantenía en la mesa como si tuviera otros deberes. Ni siquiera se levantaba al baño.
Poco a poco me convertí en un maestro de explicar cualquier temática empalmado.
Por entonces, aproveché un viernes por la tarde que sabía que mi novia tenía un compromiso (no quise ni preguntar qué tipo de compromiso), y me presenté ese mismo día con un par de entradas de cine ya compradas (la película era la más terrorífica que había encontrado en la cartelera), lamentando no haberme acordado que ella iba a salir. Esto me dio pie para invitar a las hermanas pequeñas al cine. Inés iba a salir con sus amigas como hacía siempre, pero Elena estaba libre y no tardó en aceptar mi proposición.
Ese fue el primer día que estuvimos realmente solos.
Ella estaba muy nerviosa y se mantuvo alejada de mi todo el camino mientras charlábamos intrascendentemente sobre las películas que le gustaban. En cuanto llegamos al cine me senté de tal manera que apoyaba mi rodilla directamente sobre su pierna. También me coloqué lo más cerca de ella posible. Y en cuanto se apagaron las luces empujé mi brazo hasta tocar el suyo.
No tardó la película en salpicar sustos y sangre, hasta que en un momento dado Elena se agarró a mi brazo y escondió su cabeza en mi hombro. Aproveché la situación para decirle que no valía dejar de mirar y le cogí las manos con la mía, de tal manera que cruzaba el brazo apoyándolo sobre sus pechos. Ella volvió a mirar a la pantalla acariciándome la mano mientras sentía cómo su corazón se volvía loco.
Ahora aprovechaba cada susto para moverme y apretarme contra ella. La mano izquierda entre tanto la acerqué también para sujetarle el brazo, aunque la fui moviendo para tocarle cada vez más ostensiblemente el pecho izquierdo. Así que la tenía agarrada por todas partes y la magreé durante las dos horas de la película, tanto que al día siguiente tenía agujetas por mantener esa extraña posición.
Cuando se encendieron las luces nos separamos. La llevé hasta la esquina de su casa e hizo un ademán de besarme, pero se lo pensó mejor y se fue corriendo.
Al día siguiente nos vimos por la tarde, e incluso insistió en empezar con la primera clase de bailes de salón. Aunque todo fue teórico, estaba Inés delante y comentó la necesidad de poner música y que su hermana se fuera a otra habitación a estudiar. También me dijo que tenía que llevar algo más cómodo para bailar, que con los vaqueros era muy difícil.
Al segundo día de la clase de baile ya fui preparado, con un bañador para poder moverme con mayor libertad.
Ella estaba espectacular, se había soltado el pelo y le brillaban los ojos. Se había preparado un poco más las clases y empezó a enseñarme pasos, todo poniendo música, por lo que Inés tuvo que irse a estudiar fuera.
Además insistió en que aprendiera directamente los pasos con pareja, que era más fácil. Así que se me apretaba mientras me iba contando cada uno de los pasos
En serio que me concentraba en aprender los pasos para no hacer el ridículo, pero aun así, el roce continuado se fue haciendo notar, hasta que fue imposible ocultar que del bañador salía un bulto antinatural. Ella lo miraba y apretaba su cuerpo aún más. Me estaba masturbando con su cuerpo.
Aun así, insistía – venga, con más ganas, no te concentres solo en los pasos y mirame - adelante, y cosas así.
La música paró pero ella ya no volvió a ponerla. Seguimos frotándonos, siguiendo los pasos de no sé qué baile.
Cada vez más rápido y presionando como si la vida me fuera en ello. Hasta que inevitablemente empecé a mojar el bañador
Ella me coloco la mano sobre la mancha del bañador y me pregunto si me había gustado la clase. Le dije que así seguro que aprendería a bailar.
Se rio mientras me metía la mano en el bañador, mojándose el dedo índice. Lo miró, se lo llevó a la nariz olisqueándolo y lo probó.
- A mí también me gusta dar clases particulares
Los días siguientes, Inés estuvo con nosotros, por lo que la tensión fue creciendo. Un día Elena después de empezar la lección se rascó ostensiblemente la entrepierna mirándome. Cuando me fijé, tenía la cremallera bajada y le salían unos rizos oscuros a través del pantalón.
Así que empecé a escribir con la derecha mientras la izquierda se acercaba a una posición más cómoda. Chupé el índice, pero no hacía falta, debía haberlo estado maquinando durante la noche y se encontraba muy receptiva. Sin embargo, no me satisfizo demasiado. Ella suspiró, pero la posición no daba para grandes alegrías y tuvimos que dejarlo.
Llego el jueves e Inés nos dijo que tenía que salir a comprar un libro de lectura para literatura, pero que volvería en una hora porque tenía dudas que preguntarme.
Fue escuchar la puerta de la calle y Elena se levantó de un salto y se puso a horcajadas sobre mí en la silla.
- Tenemos una hora.
- Tenemos toda la vida - le respondí.
Y ella se puso a moverse como una energúmena. No tenía experiencia pero era una fuerza de la naturaleza y, verdaderamente, pesaba como tal.
Conseguí pararla un momento para besarla a conciencia, pero no tenía ningún control y volvió a moverse como si me estuviera cabalgando, machacándome mientras lo único que conseguía era sujetar sus tetas como podía. Entonces se escuchó un crack. La silla se había roto y tuvimos que parar.
La senté en el sillón tranquilizándola.
- No ha pasado nada. Siéntate un segundo. Déjame bajarte el pantalón.
- Tengo la regla - me dijo
- Da igual
Y efectivamente me daba igual. Me arrodillé sobre ella y empecé a besarla encima de la braga de manekinekos. Los gatitos me invitaban a entrar y habría sido un gesto muy feo negarse. Los besos se transformaron en mordiscos y chupaba la tela con pasión. Me habría gustado tomármelo con tranquilidad, pero no teníamos tiempo que perder. Así que le bajé las bragas y me las guardé en el bolsillo.
Le colgaba el cordoncillo del tampón todo húmedo. Me concentré en el clítoris separándoselo con los pulgares del descuidado bosque que le cubría. Hairy tales pensé volviendo a la faena. Elena gemía escandalosa a medida que mi lengua la empujaba contra el sillón. Ya había perdido toda iniciativa y se dejaba llevar por el placer. Antes de provocarle el orgasmo bajé hasta el ano y le metí la lengua sin contemplaciones. Me apasiona mezclar dulce y salado.
Mi boca chorreaba. Me quité la ropa en un segundo y me incorporé. Ella me estaba esperando con sus besos.
- házmelo, házmelo – repetía.
Así que me agarré el pene y se lo coloqué sobre el esfínter. Estaba tan mojada que se introdujo la punta del glande sin esfuerzo.
- No sabía que esto se pudiera hacer.
Fucking moron pensé, es imposible que no se esté dando cuenta por dónde se la he metido. Ya se enterará mañana cuando no pueda levantarse. Y con una gran sonrisa en la cara seguí presionando, le agarré las rodillas y le subí las piernas hasta la máxima penetración. Normalmente el sexo anal me gusta por la presión, pero esta vez fue realmente sencillo, y me paré. Así que me puse a jugar con su clítoris con una mano mientras me dedicaba a morderle las tetas. No se cómo entraban esas tetas en un sujetador.
Poco a poco volví a salir y a entrar con mayor rudeza bajo sus grititos. Ya no tenía ningún cuidado y la mordía con saña las tetas y la pellizcaba el clítoris mientras la empujaba contra el sillón.
Elena jadeaba ya agotada cuando eyaculé. Salían pompitas de su ano y ella sonreía.
- Joder – fue lo único que dijo.
7.-
Mientras mi vida sexual florecía en la casa, otras marchitaban. Isabel se había separado de su novio tras un gran drama y no era una buena compañía. Tengo amigos que comentan tras unas pintas de cerveza la importancia de estar al rebote en las relaciones rotas, pero no creo que sea cierto. Al menos en los primeros meses no hay ninguna posibilidad. Luego probablemente lo difícil es no ser encestado uno mismo aunque no quiera.
Por otro lado mi novia me seguía conjuntando con otros en secreto. Claro que ahora entretenía a su hermana en cuanto me dejaba. Tampoco es que me gustara más una que otra. Todo quedaba en familia.
Aquellos días me reconcomía la cabeza con Inés. Era algo totalmente absurdo pero de alguna manera mi cuerpo me pedía conseguir a las cuatro hermanas (claro que también me pedía conseguirlas juntas y eso era totalmente imposible) y no llegaba a entender por qué no había conseguido ni acercarme a Inés, cuando, por lo que me contaban las hermanas de ella, era la que atesoraba más experiencias sexuales.
Y no obtuve ningún avance hasta un día que me la encontré en la calle y me dijo que la invitara a una cerveza. Por supuesto que estaba encantado de invitarla. Después de unos minutos se puso a contarme que sabía que su hermana llevaba un diario y que lo leía habitualmente. Por eso sabía que le gustaba a su hermana y ella había estado intentando vigilarnos para proteger a su otra hermana. Pero en las últimas semanas había leído con asombro todo lo que Elena escribía en su diario y de cómo habíamos follado cuando ella no estaba. Y entonces me dijo que todo eso tenía que acabar. Que había hecho fotocopias del diario y que si no quería que se lo enseñara a María tendría que obedecerla. La verdad es que no me podía creer que la hermana pequeña me intentara hacer chantaje, pero me parecía estupendo que creyera que tenía poder sobre mí. Así que le dije que no volvería a pasar nada semejante, que no se lo contara a María y que haría todo lo que quisiera. Le dije que le compraría toda la ropa que le gustara, que, sabía, era su debilidad. Que justamente había visto hoy un conjunto precioso en una tienda y había pensado en lo bien que le quedaría a ella porque a las demás hermanas no les entraría…
En fin, no se engaña a nadie si no quiere ser engañado. De alguna manera acabamos saliendo de la cervecería y entrando en una tienda de lencería.
Se estuvo probando unos cuantos modelitos y me obligaba a comprobar cómo le quedaban. Una vez comprobaba mi mirada de lascivia elegía uno u otro. Finalmente acabó llevándose 3 conjuntos bastante caros y pagué sin rechistar. La acompañé a casa y no me dijo nada más.
Dos días después me estaba esperando en el portal, me dio un papel y se fue. Era un tríptico publicitario con la información de un hotel de lujo del centro de Madrid. Una de las habitaciones estaba marcada. Era un ático con jacuzzi exterior. Había apuntado lo siguiente: Reserva. Una fecha. Rodea el jacuzzi con velas y enciéndelas. Compra el siguiente perfuma y echátelo. Esperame.
La verdad es que Inés no se andaba con chiquitas. Era una prostituta de lujo en potencia. Y lo que quería lo conseguía. Así que reservé la habitación a costa de mi tarjeta de crédito y me compré la colonia, que también era de marca. Eso sí, las velas las compré en un chino, que no había especificado nada.
Subí a la habitación, comprobé las instrucciones del jacuzzi y lo puse en marcha mientras me entretenía con las velitas. ¿Cuánto puede rebajarse un hombre por la posibilidad de un revolcón? Mucho, sin duda, pero y cuánto por la seguridad de cerrar el círculo vicioso que se ha propuesto. Y la esperé con un bañador e impregnado de la colonia.
A la hora convenido apareció Inés, comprobó la habitación, la colonia, salió al balcón, vio las velas encendidas, el agua burbujeando y sonrió por primera vez en señal de aprobación.
Yo también sonreía mientras la repasaba con la mirada.
No dijo nada más. Se bajó la cremallera de su traje, se quedó con un bikini verde que debía estrenar para la ocasión y se acomodó en un extremo del jacuzzi. Me coloqué a su lado inmediatamente. Estuvimos así un par de minutos contemplando las estrellas. Hay que decir que era una sensación especial, con el frío de la noche, el vapor ascendiendo sobre nuestras cabezas. Por otro lado mi intención era no moverme hasta que ella se decidiera, así que seguí mirando al cielo y sonriendo hasta que ella se decidió a colocarse a horcajadas sobre mí y, como una loba hambrienta tomó mi boca como si fuera suya.
Dejé que me besara hasta que perdió el aliento mientras me apretaba contra ella. Me arañó la espalda y el pecho y se sumergió sobre mi entrepierna. Empezó una mamada en toda regla durante unos segundos antes de tragar agua y darle un ataque de tos. Entonces tomé la iniciativa. Le quité el bikini mientras tosía y la mordí el pezón derecho. Gritó entre toses. Entonces la di la vuelta y mordí su cuello mientras agarraba con fuerza sus pechos. Introducía por completo sus orejas en mi boca cuando empezó a temblar como una posesa. Nunca había vivido una reacción así, como si fuera epiléptica, y me asusté. Chapoteaba sobre el agua y había perdido la mirada.
La llevé a la cama mientras se calmaba. Entonces me explicó que sus orgasmos eran epilépticos y que perdía el control de su cuerpo, y luego estaba agotadísima, pero que le gustaba igualmente.
Entonces le dije que lo iba a probar. Bajé sus bragas y empecé a masturbarla. En veinte segundos estaba saltando sobre la cama como si regalara el alma al diablo. Era realmente sensible.
Tras el segundo ataque ya casi no se movía. Pero debía continuar. Una vez colocado sobre ella la penetré y empecé a moverme con toda tranquilidad, sin ninguna prisa, pintando lazos imaginarios mientras entraba y salía. Era uno de esos días en que te sientes inspirado, y de alguna manera sabes que tu erección va a continuar durante horas y te despreocupas.
- Qué bien me follas – me dijo.
Y entonces sucedió. Empezó a temblar de nuevo pero esta vez conmigo dentro. Nunca tuve un orgasmo como aquel. Me apretaba con tal intensidad que me dejó seco. Cada vez que eyaculaba sobre ella volvía apretarse y a saltar. Por un momento temí por mi integridad y me quedé enganchado dentro de ella hasta que se fue relajando.
Fue una experiencia extraordinaria, muy cara y muy corta también. Recomiendo efusivamente a las mujeres epilépticas o como se llamen.
El círculo quedó cerrado. Seguí saliendo con María y siendo el amante de Elena durante 3 años más. Volví a probar a Isabel dos veces más en extrañas circunstancias. De Inés no tuve noticias durante una temporada aunque luego regresó con fuerzas renovadas. Pero esos son otros círculos.
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