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Categoría: Confesiones

Las fantasías de mi esposo

Ya nos habíamos acoplado muy bien al tipo de relaciones swingers y teníamos nuestros gustos perfectamente definidos. A mi esposo le gustaba verme cogiendo con otros hombres y a mí me encantaba probar diferentes vergas, las más grandes, las mejores…



Como es nuestra costumbre, en cualquier tipo de clima, a mi marido le gusta ir de pesca, y por supuesto que lo acompaño, para eso alquilamos botes medianos y mientras él se dedica a su deporte favorito, yo me desnudo para asolearme en las plataformas de la nave que hay para tal efecto. Mi esposo conduce la lancha hasta la mitad de la laguna madre y no nos preocupamos por si alguien se acercara, es más, me daría tiempo de ponerme de nuevo el traje de baño.



En una ocasión, mi marido propuso invitar a nuestro amigo el panameño y la fantasía de él era que yo me desnudara mientras él y el panameño pescaban; a propósito dejaría la hielera de las cervezas cerca de mí para que nuestro amigo viniera y me viera sin ropa y allí lo seduciría, aunque ya me había cogido, ese era el sueño de mi pareja; obviamente que así lo hicimos.



Era un domingo calurosísimo, un sol radiante y hermoso, eran las 10 de la mañana y ya estábamos a 36 grados. Esta vez alquilamos el bote más grande, ambos se acomodaron sobre los sillones de pesca y yo en la punta de la nave. Rápido acomodé el escenario, la carpeta en el piso y la hielera cerca, me despojé de mi ropa y me tendí bocabajo, parando mis nalgotas que se meneaban con el vaivén de la nave sobre las olas. No pasaron ni 15 minutos cuando se acercó el panameño a sacar unas cervezas, le pedí que por favor me embarrara la espalda de bronceador, y cuando se puso de rodillas a un lado de mí, observé su gran verga ya parada, se le notaba por debajo de su bermudas.



Me untó la crema en la espalda primeramente y fue bajando hasta mis caderas y muslos. Sentí sus manos calientes apretar mis nalgas y separármelas cómo se le venía en ganas. Una sensación calientísima invadió mi cuerpo, pues el masajito y el aceite me enloquecieron. Le dije que volviera más tarde para que me embarrara por enfrente, y así pasó. Pues después de 15 minutos, volvió por más cerveza.



Entonces me volteé bocarriba y clavó su mirada en mi panocha peluda y en mis tetas con pezones bien parados. Le pedí que me untara aceite y se volvió a poner de rodillas. Me masajeó primero el estómago y piernas, dejando para el último mis abultadas tetas, las cuales envolvió entre sus manos y tomando abundante crema, me las apretaba desde la base hasta los pezones pellizcándome despacito y calentándome a tope. Yo ya estaba bien inquieta y estirando mi mano le agarré la reata bien tiesa y le dije que se quitara el short; rápidamente obedeció y le dije que me la diera a mamar…



Se me subió sobre mis pechos y su vergota quedó colgando frente a mí, se la pelé con una mano para olerla, ya que me fascina el olor a verga, de allí me pasé a olerle los huevotes que desprendían aroma a guayaba; me enloqueció y me metí la cabezota de esa ñonga a mi boca, tragándomela de un solo golpe. Bastó succionar poco para que le sacara la mielecita lubricante. Él se puso en posición de hacer lagartijas, con la verga dentro de mi boca e hizo sus movimientos de pelvis, cogiéndome prácticamente por la boca…



Su garrote me llegaba hasta la garganta, pero yo con maestría la deglutía sin toser, pues con la práctica que tengo me permite aceptar la verga más allá de mis anginas. Sus huevos chocaban en mi barbilla y yo hacia intentos por metérmelos también, pero el tamañote y la falta de respiración al tener la boca llena de verga, me lo impidieron.



Me la saco de la boca y se acomodó entre mis piernas, mi rajita ya chorreaba caldo y acomodó la cabezona en la entrada y de un empujón me la comí toda, hasta que los huevos chocaron esta vez con mi culo; me arrancó un pujido que no pude evitar, pues su gran verga la sentí como si me hubiera llegado hasta el estómago. Me bombeó unos minutos y tuve mi primer orgasmo, sacó su leño de mi cuevita embarrada aún de mis blancuzcos jugos que contrastaban en su prieta macana.



Mi esposo que miraba desde el puente de la nave detrás del timón, me hizo la seña de que le diera las nalgas para que me enculara, entonces le indiqué a mi panameño que se sentara sobre la hielera y que me embarrara un poco de bronceador entre las nalgas; y mientras me besaba la espalda y mis pompas, metía uno, dos y hasta tres dedos en mi culo. Cuando ya estuvo dilatado mi agujerito, me senté sobre su tiesa estaca y poco a poco me fue clavando en su verga. Yo me iba dejando caer solita sobre su negro tronco, y cuando tuve la cabeza dentro, me detuve un poco para apretarla con mi esfínter, pues me gusta saborear una buena reata con mi culo.



Él me metía los dedos en mi panocha dándole vueltas hacia los lados y tocando las paredes del interior de mi cuca, mientras su dedo gordo me sobaba el clítoris. Allí obtuve otro orgasmo que me permitió bañarle los dedos con mis jugos, esta vez ya salieron más diluidos que la primera vez. Y mientras me estremecía por el orgasmo, me dejé caer totalmente sobre la verga, tragándomela todita. Moví mis caderas y nalgas en círculos, triturando su verga para que me tocara todo el interior de mi recto, e involuntariamente metía mis manos por debajo de mi panocha para sobarle los huevotes a él.



En un momento dado, mi marido estaba frente a mí con su verga bien parada y dispuesto a ensartármela, yo solo me recargué en el torso de mi amante y él me agarró de las piernas y me las abrió. Mi esposo se acercó y me la hundió en la pucha; era riquísimo estar empalada por esas dos grandes macanotas. Mi marido me besaba la boca y el cuello mientras se movía muy rápidamente, pues quería echarme su esperma en el interior de mi papaya y darse cuenta de como me escurrían mientras seguía con la verga de nuestro amigo en mi culo.



Incapaz de controlarse por más tiempo, mi esposo gritó y bufó cuando me los echó adentro, yo sentí su verga hincharse dentro de mis entrañas y después desinflamarse poco a poco, me la sacó y su leche escurría hacia la hielera donde estábamos apoyados; entonces el panameño se apuró a alcanzar su eyaculación. Nos paramos sin despegarnos y me puso de perrito, abriéndome las nalgas me penetró violentísimamente; causándome un dolorcito por la tremenda zangoloteada que me daba al estarme enculando.



¡Definitivamente sabrosísimo!, una sensación de plenitud me invadía, sentía ganas de defecar o de sacar algunos gases de mi interior, pero era solo la sensación, pues la vergota que me estaba devorando no era para menos; sus pesados huevotes pegaban en mi vulva y hacían que mi clítoris se parara demasiado a cada tope. Así alcancé otro orgasmo espectacular, sentía que las piernas se me doblaban y el panameño tomándome de mis ancas, me volvía a levantar, yo como una vulgar puta, le paraba las nalgas para que me la metiera más adentro, ¡me estaba desmayando de placer!...



Sentí como si me metieran una estaca muy picuda por el culo cuando él empujo fuertísimo al tiempo que gritaba y bañaba mi recto de leche, metí mis manos por debajo de mis piernas para sobar sus bolas, que estaban duras. Mi amante fue sacando todo el semen de su interior y cuando se relajó y sacó su enorme ñonga de mi trasero, sentí como si me fueran sacando un cuchillo de lo más profundo de mis entrañas. No sé si me cagué o no, pero sentí escurrir un líquido por mis piernas, creo que eran sus mecos calientes y espesos.



Me desvanecí y me dejé caer sobre la carpeta donde me había asoleado minutos antes, ellos se alejaron de mí y volvieron a su sitio de pesca, yo me quedé tal vez dormida unos minutos y cuando desperté me aventé un clavado a la laguna y ya repuesta me subí. Me puse de nuevo mi bikini y me recosté en un sillón a beber una cerveza, admirando ese regio ejemplar de machos.



 



Nalgadelia


Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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