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Lo que van a leer a continuación sucedió en la vida real, solo cambiaré los nombres por motivos de sobra conocidos. Estoy casado desde hace cinco años con una mujer que tiene buenos atributos físicos. Unos pechos formidables y voluptuosos, un trasero muy envidiable y unas piernas finas y estilizadas. Nuestro matrimonio en los últimos meses había tenido problemas debido a la pasividad sexual de ella, quien se había criado en un hogar donde el placer sexual es más bien algo accesorio, nada importante. Por mi parte me considero un tipo lujurioso, ansioso de experimentar todos los niveles del placer.
Una de las cosas que más deseaba hacer era penetrar analmente a mi esposa Maria, sin embargo todos mis intentos habían sido en vano. Cierta noche luego de prepararnos para nuestra noche de placer, en medio de duchas y perfumes, me dispuse a poner todo mi esfuerzo en la meta mencionada. Llegado el momento, fui deslizando mi lengua por sus nalgas deliciosas hasta escudriñar en medio de ellas, y llegar a su delicioso anito. Lo chupaba y hacía una suerte de penetración con ella. De pronto sentí como mi esposa se contorsionaba suavemente. Lo estaba disfrutando. Ni lerdo ni perezoso, humedecí mis dedos con aceite y no sin cierta resistencia de parte de ella, le metí un dedo en su ano, que se sentía deliciosamente estrechito. Le supliqué que me dejara introducirle mi verga, en su ano. Estaba experimentando una explosiva erección. Al final la convencí, humedecí mi miembro con aceite, y lo coloqué con suavidad en su ano. Lentamente fui empujando mientras sentía sus uñas en mis piernas y brazos, sabía que le estaba doliendo, pero hacía todo esfuerzo por no lastimarla, por hacerlo lentamente. Al final introduje todo mi falo en su culo. Era delicioso sentir la carne de su ano, tibia y humedecida. Ahora ella se movía descaradamente, y me halaba hacía ella. Ella se puso de rodillas y de manos y volví a penetrarla en su ano por detrás, y luego en un movimiento sorprendente ella se sentó sobre mí, introduciendo toda mi verga en su ano, y brincando y saltando de una manera tal que deposité todo mi semen en su ano.
La otra fantasía por realizar, esperaba a la vuelta de la esquina y digo a la vuelta de la esquina, porque ahí vivían dos hermanas Ana e Isabel. Anita era una joven de 19 años, delgada, con un rostro hermoso y un cuerpo delicado y delgado pero deliciosamente sensual. Estaba propuesto a ver en la cama a Maria y a Anita, haciéndose el amor. Era inevitable que debía suceder. Empecé por estrechar los lazos de amistad entre la madre de Anita e Isabel, de nombre Carmen, quien vivía sola con sus hijas y a quien ayudaba los fines de semana en labores de reparaciones y mantenimiento de su casa. Carmen era una rubia de esas devoradoras, que se notaba capaz de disfrutar sin mayores contratiempos del sexo.
Bueno, luego de una serie de trabajos, llegué a follar con ella. Fue el día en que reparaba su baño, y me empapé todo por una fuga de agua. Ella me trajo un paño, me pidió quitarme mi camisa y luego empezó a secarme, en cuestión de minutos sus manos acariciaban mi torso y mi espalda, y luego estábamos desnudos en la ducha mientras ella de rodillas chupaba mi pene hasta extraer la última gota de semen.
Tras varias sesiones de trabajo con Carmen, y luego de ganarme su confianza a punta de penetraciones y mamadas, le dije que deseaba mucho a su hija. En un principio, el asunto nos distanció, pero luego le expliqué que era una fantasía con mi esposa. Ella me confesó que siempre había soñado con una fantasía así, es más deseaba intensamente llevarla a cabo. Le dije que lo haríamos pero que primero debía consentir en el asunto de su hija.
Luego de muchas deliberaciones, aceptó enviarla a mi casa, para ayudarle a mi esposa en asuntos domésticos pues se encontraba ella enferma. Fuimos haciendo amistad, al punto que entre Carmen y yo confabulamos que ella durmiera en mi casa y pasara días seguidos en compañía de María. Una noche, le dije a Anita que por favor acompañara en la cama a María pues ella deseaba esa noche su compañía debido a que yo saldría en una gira de trabajo, claro está todo era falso. Por los relatos de María supe que esa noche, tomaron una ducha tibia cada una y se metieron a la cama, a embadurnarse de cremas y aceites una a la otra. María y Anita dormían en batas. María le untaba a Anita su cuerpo con una crema especial para la piel, y aprovechó para acariciarle sus piernas, muslos y cuello. Lo consideré un avance importante, pero el asunto debía concluir finalmente.
Una noche María como parte de un plan debidamente premetidado llamó al baño a Anita. Anita acudió, María que estaba desnuda, le pidió una toalla. Luego le dijo a Anita, que se bañaran juntas, evidentemente Anita estaba encarrilada en la seducción. Entre pasadas de jabón y pequeños escarceos las dos entraron en calor. Yo estaba en el cuarto de estudio, listo para entrar en acción.
Un rato después ambas se fueron al dormitorio, y las escuché cuchichear. Minutos después, solo se oían murmullos. Cuando entré en la habitación media hora después, la escena estaba lista. María le chupaba el coño deliciosamente a Anita que con los ojos cerrados gemía mientras hincaba sus uñas en las cobijas. Al verme se encogió y trato de cubrirse avergonzada y asustada. Nadie dijo palabra alguna.
Rápidamente me desnudé para que Anita viera mi erección total. Me acerqué a mi esposa mientras María en un rincón de la cama solo atinaba a cubrirse. Sin perder tiempo tomé a mi esposa y le hice lo que ella le estaba haciendo a María. Mis movimientos y los gemidos de María calentaron a Anita quien de inmediato se acercó para chuparle los pezones a mi esposa. En poco rato era María y su coño el objetivo de mi lengua. Entre María y yo tomanos a Anita de todas formas en un 69, por el ano, por su coño, llené su boca de mi semen mientras ella era sometida a un orgasmo con la lengua de María.
Tiempo después la mamá de Anita, entró en nuestro círculo de placer, pero esa es otra historia.
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