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Categoría: Incestos

Las dos esposas de mi tío: Gabita y Rosita

Mi tía Gabita se fue de la ciudad, problemas con mi tío llevaron las cosas al extremo, se divorciaron, y yo me quede solo con el recuerdo de tantas noches de pasión. Y me mataba a pajas.



Luego entonces la casa de mi tío quedo sola, y con el tiempo busco otra pareja, y la verdad no se ni para qué, porque igual la dejaba largas temporadas sola. Y a mí merced.



Ella era menudita, y de estatura mediana, cabello rizado, labios gruesos y jugosos, y tenía un aire provinciano, y se vestía igual. A mí me encantaba, además de su culito muy paradito y pequeño, sus tetas normalitas, una delicia de mujer.



Nada que ver con mi tía Gabita, quien era una mujer impresionantemente frondosa y seductora, y pues con mi tío le faltaba macho, yo fui su consuelo y escape sexual, pero las cosas buenas no duran mucho.



El tiempo había pasado ya, yo había terminado mi carrera de técnico, y tenía un buen empleo, en lo sexual ya había disfrutado de muchas aventuras, y mantenía un tórrido romance con una morena hermosa llamada Queen, pero la tentación de lo prohibido me tentaba.



Y empecé mi labor de acecho sobre la nueva tía, quien era madre soltera y llevó con ella dos hijos pequeños, condición que mi tío acepto, con tal de que ella le hiciera compañía cuando se dignaba regresar a casa.



Se llamaba Rosa, y yo la visitaba con cualquier pretexto en su casa, mi tío como siempre no estaba, y tardaría meses en volver, y empezamos a hacer buena amistad, pero yo siempre apuntando sobre sus necesidades sexuales, ella esquivando un poco.



Un día me encontraba solo en casa, cuando llego ella preguntando por mis padres, a lo que yo le indique que no se encontraban y ella dijo que volvería más tarde, sin pensarlo mucho la acompañe a la puerta, y ahí un impulso sexual muy fuerte me hizo tomarla por la cintura y la atraje hacia mí, pegando sus nalguitas a mi verga, que ya estaba durísima.



Ella se sorprendió y me increpo airadamente. – ¿Qué haces, porque me abrazas? -¡suéltame por favor, no hagas locuras¡.



Pero yo la empecé a besar el cuello frenéticamente mientras le susurraba al oído, -Es que me gustas mucho tía, me vuelves loco.



Mis manos subieron como resortes hacia sus tetas, tomando una en cada mano, buscando sus pezones, y pellizcándolos suavemente, ella seguía luchando por zafarse de mi abrazo.



-¡Nos van a descubrir, suéltame! -¡espera solo un beso!, dije yo.



Y ella aflojo un poco, estaba cediendo, cosa que aproveche y metí una mano bajo su faldita corta que llevaba puesta, y pude palpar sus calzoncitos con encaje, sus piernas tersas y duras, y su puchita palpitante.



¡Plop! sonó fuerte la cachetada que me dio mi tía Rosa, quien se había zafado de mis brazos y me disparo tremendo derechazo.



-¡Le diré a tu papá!, me amenazo mientras que abría la puerta y se dirigió a la suya, moviendo su culito rítmicamente, woow, chiquita pero picosa la nueva tía. La cosa se ponía muy interesante, pero iba a ser difícil que cayera en mis redes.



Pasaron algunos días, y una tarde se me ocurrió ir visitarla y tratar de limara asperezas, y para esto fui y compre una flor, que escondí bajo mi chaqueta, y entre a su casa, nunca llamaba a la puerta había confianza, además era mi tía.



Ella estaba en la cocina, haciendo la cena pienso yo, y desde la puerta le salude, -¡Hola tía! ¿Cómo estás?, ella volteo a verme y me reprocho airadamente, -¿porque no tocas la puerta?, me asustas mucho cuando entras así sin avisar.



-Cálmate tía, mira te traigo un regalo, y saque de mi chaqueta la rosa que le había comprado, -mira te compre una rosa roja para ti, ¡para que me perdones!



Ella me miro con enojo y se quedó pensando un momento, luego tomo la rosa de mis manos y me dijo –gracias, está muy linda, nunca nadie me había regalado una flor, ¡pero ni creas que con eso me contentas!



-Perdóname tía, es que no resistí la tentación, eres muy atractiva y me gustas mucho.



-Calla, te van a escuchar los niños y luego le pueden contar a tu tío, yo no quiero problemas con él, mira que hizo mucho con darme casa y sustento, mejor vete y llévate tu flor, y me la devolvió. Estaba poniéndose difícil la chaparrita.



En la colonia yo era el único que tenía vehículo, y un día por la noche se ofreció, ella fue a verme a casa para que la llevara a urgencias, uno de sus hijos tenía fiebre, y bueno no podía quedar mal con la tía, por ella lo que fuera.



Fuimos al hospital y atendieron al niño, y regresamos a su casa, yo amablemente le ayudaba en todo, yo cargue al chico y lo lleve hasta su recamara, ella tras de mí, me agradecía mucho, yo le dije no agradezcas tía, sabes que por ti haría todo lo que me pidas.



Ella se acercó y me dio un beso tierno en la comisura de los labios, yo le correspondí tomándola por la cintura, y la atraje hacia mí, buscando ávidamente sus labios, ella forcejeo un poco, -¡espera nos pueden ver¡ -no le hace, dame un beso, le rogué, ella cedió un poco el forcejeo.



-¡está bien solo uno y luego te vas!



-lo prometo, me iré.



Ella se puso de puntillas para alcanzarme y yo la tome de la cintura, y sus labios se posaron en los míos, y pude sentir su fragancia de mujer, su química tan compatible con la mía, el beso duro algunos segundos, que yo aproveche para bajar mis brazos buscando sus nalguitas, y las tome una en cada mano, y la pegue a mi cuerpo, ella respondió a mis requerimientos, por fin cedía algo de terreno, pude sentir su cuerpo vibrar, la calidez de su piel suave, y las ansias de su sexo por ser taladrado.



Yo avanzaba lentamente en la conquista, y esa noche pensé que sería mi noche, ¡sorpresa!



¡Soap! sonó de nuevo la cachetada, esta vez con menos fuerza, ni me dolió, creo me estaba haciendo masoquista, hasta me gusto que me pegara.



-¡ya vete, esto no puede seguir así! te agradezco el favor pero no te cobres a lo chino, me reclamo. Y me fui. El reto era mucho, la recompensa riquísima, valía la pena.



-llévale a Rosa este paquete, dile que se lo envía su hermana, me pidió mi madre, -¡con todo gusto madre¡



Llegue a casa de mi tía Rosa y sigilosamente me dirigí a su recamara, el paquete lo había dejado en la sala, y mi intención era encontrarla en alguna posición incómoda donde pudiera verle sus calzones o algo.



Ahí estaba ella, envuelta en una toalla d espaldas a mí, recién había salido del baño, y se disponía a secarse y vestirse supongo.



Sigilosamente llegue junto a ella, y la tome por la cintura, ella dio un grito, y manoteo –¿Qué haces cabrón?, -¡otra vez me asustaste, ya me tienes harta!



Yo le besaba ansiosamente su cuello, y mis manos había hurgado bajo la toalla, y encontré lo que buscaba, su panochita, y su matita de pelos, ella intentaba zafarse como siempre, yo empeñado en cogerla.



La toalla cayó al piso, y quedo desnuda completamente y en mis brazos, con sus nalguitas pegadas a mi paquete, que para ese instante estaba a reventar, ella lo sintió entre su culito, cedió un poco, mis manos seguían en lo suyo, había encontrado la rajita y mis dedos acariciaban su clítoris, que se había puesto muy duro, lo tenía grandísimo, ella mojada ya.



-¡no, no, no, protestaba ella, no me hagas esto!, pero con poco animo de que yo parara, porque esta vez no hubo cachetada, solo besos furiosos de su parte. ¡Por fin!.



Ya vencidas las barreras me desvestí apresuradamente, y quede en pelotas también, con la verga bien tiesa, ella la miro y abrió los ojos, vaya, vaya conque si es verdad, que la tienes buena, me habían contado eso pero no lo quería creer.



-¿Quién te conto?, pregunte, ella rio pícaramente. –¿quién crees? –no sé, y ella me la tomo como midiéndola con sus dedos, luego aclararíamos eso.



Ahí estábamos los dos desnudos mi tía y yo, ella tan menudita, tan frágil, su cuerpo tan fino, y tan delicioso, mis manos no cesaban de buscar, ella también encontró lo que le gustaba, mi verga tiesa y chorreante de líquidos seminales, mis huevos llenos de leche caliente esperando el momento de explotar.



Ella se mojaba muy rico, derramando sobre mis dedos su jugos vaginales, y entrelazados fuimos a la cama, los juegos del sexo había comenzado.



Ella se resistía por momentos, intentando abandonar el acto, ¡mejor no, decía, y se resistía!, yo tenía que hacer algo para derribar de una vez por todas sus barreras. ¡Tengo que poseerla, tengo que metérsela!



-luchábamos los dos en la cama, ella con las piernas cerradas y yo intentando abrirlas, hasta que por fin en una de esas me puse en medio, mi verga pelada estaba lista para perforar, y sin tientos se la metí toda, ella gimió con un suspiro profundo, ya la tenía adentro toda, ahora a moverse, que la yegua es bronca.



-ella respiraba entrecortadamente muy de prisa, creo que se había calentado de mas, y ahora apretaba rítmicamente mi verga con los músculos de su vagina, sus piernas abiertas de par en par, bellas y turgentes se enlazaron a mi cintura, y sus uña se clavaron en mi espalda, mientras susurraba ardientemente en mis oídos –¡cógeme¡, -¡cógeme mucho¡, tanto tiempo sin nada, necesito más, dame más, dámela toda cabrón¡



La pasión se había desatado, su exigencia de verga era mucha, la abstinencia la había convertido en una olla de presión, y yo la destape. Mi tía Rosa ensartada en mi cipote gemía y se retorcía de placer.



Y así fundidos en uno solo, nuestros cuerpos se daban generosamente, mi verga entraba y salía duramente, su puchita se abría y se cerraba cuando se la sacaba, ella la pedía a gritos –¡no me la saques por favor! yo la torturaba con eso. Era mía ya.



Ella se corría intensamente dando pequeños gritos de placer, dientes y uñas me torturaban, mordiendo y arañando mi piel, era una gata en celo.



No sé cuántas veces se corrió ella, lo que si se es que mi espalda quedó hecha trizas, sin ninguna compasión se había prendido de mí, presa de los espasmos que sus sonoros orgasmos producían. Mi cuello y mis labios también habían sufrido el embate de una fiera en celo, pero seguíamos cogiendo.



Mi verga exploto en su puchita de manera estrepitosa, saliendo chorros y chorros de leche caliente, la excitación había sido mucha, cuando se la saque escurrió abundantemente manchando su sabanas, ella sonrió. Y cogimos otra vez, y por fin vino la calma.



-te saliste con la tuya sobrinito, asintió mi tía.



-estuviste deliciosa tía, eres una belleza y muy caliente.



-volveremos a vernos, pregunte yo, ansiosamente, y ella volvió a sonreír con ironía. Y me dijo; -no lo sé, tal vez. Y fueron muchas.



-quien lo hubiera pensado que después de tanta cachetada, acabarías por cogerme, pero estuvo rico, la tienes muy gruesa y dura, me gusta.



-vístete y vete que alguien puede venir.



-una última preguntita, ¿quién te hablo de mí?



-tu tía Gabita, ella me recomendó que si me sentí muy sola, te buscara a ti, y me conto lo que habían hecho a detalle, cosa que le agradezco mucho, la verdad sí.



La tía Gabita, tan seductora y tan ardiente, la tía Rosa tan dulce y tan cachonda, las dos esposas de mi tío, y las dos fueron mías.


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 10
  • Votos: 2
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2024
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