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Las desventuras de Elena (8)

Al día siguiente Julia se encontraba en las oficinas del Sumo Regente, sentada a su escritorio ante él y bebiendo el café servido por la secretaria, que después se retiró discretamente. -Debo admitir, señor, que me tiene usted muy intrigada. –dijo el Ama tras apurar el primer sorbo.

-La comprendo, mi querida, y por eso voy a ir al grano. Entre los miembros del Club se cuenta un brillante bioquímico que ha desarrollado una droga que no vacilo en calificar de prodigiosa. Si a una persona se le dan tres dosis en días sucesivos se la convierte en algo parecido a como ha visto usted a su Elena cuando se le administra media pastilla de ese sedante, sólo que en forma permanente. Ya no hay vuelta atrás. En cambio, si las dosis son seis en otros tantos días, la persona pierde para siempre su conciencia y se transforma en algo parecido a un animal. De la condición humana conserva el habla y el andar erguida sobre sus piernas. Mantiene sus funciones motrices y sus instintos sexuales, pero es incapaz del pensamiento abstracto, ignora su identidad, su nombre, su pasado, quién es y quiénes son las personas que la rodean, de las que sólo registra el trato que le dan. Por ejemplo, Elena sólo sabría de usted y de Wanda sus nombres y que la maltratan, y les tendría miedo. Se mostraría ante ustedes como un animal apaleado ante quienes lo castigan. También conservaría la capacidad de obedecer, porque establecería una relación entre desobediencia y castigo. Su cerebro tendría el nivel del de un animal. –concluyó el anciano y quedó a la espera de la reacción de Julia, cuya expresión denotaba el asombro con que había estado escuchando la sorprendente revelación.

-¿Cómo... cómo puede ser posible semejante cosa?... –murmuró por fin como para si misma.

-Es la ciencia, Julia... la ciencia... Nuestro querido doctor es un hombre tan brillante como perverso, y uniendo ambas condiciones ha llegado a este logro notable después de una larga investigación.

Durante un momento, Julia estuvo impedido de seguir hablando, hasta que por fin dijo:

-Me tienta en verdad convertir a Elena en un animal... Sería mi último y decisivo avance sobre ella... Su destrucción total como persona.

-¿Quiere pensarlo? No es necesario que decida ahora.

-¿Ese hombre ha probado la droga en seres humanos?

-Sí, en su esclava personal que no ha entregado al Club precisamente por esa razón, para tenerla como un cobayo de laboratorio y ahora como su mascota humana. La he visto y le aseguro que responde totalmente al modelo que acabo de describirle. Es un animal asustadizo y obediente, como una bestia de circo.

Julia movía la cabeza de un lado al otro, como queriendo librarse de la conmoción emocional en la que se encontraba. Lo que acababa de escuchar sonaba increíble y sin embargo la seriedad del Sumo Regente le hacía estar segura de que se trataba de algo real.

-Déjeme pensarlo. –dijo por fin.

-Por supuesto, mi querida amiga, tómese el tiempo que necesite. Sé que no es una decisión sencilla.

Una vez en su casa lo primero que hizo fue llamar a Wanda. Necesitaba imperiosamente compartir aquello con alguien, y la guardiana era la persona indicada.

Le contó, agitada, su conversación con el Sumo Regente y al terminar le preguntó:

-¿Es verdad todo eso, Wanda?

-Por supuesto que sí, querida. No tengas ninguna duda. ¿Qué pensás hacer?

-No lo sé todavía. La cosa me tienta, pero no lo sé.

Esa noche durmió mal y en algún momento soñó con Elena en su celda. Tenía su cara pero cuerpo de perra y andaba en cuatro patas con un collar. Despertó presa de emociones violentas y encontradas, bañada en sudor y con la concha chorreando flujo.

Por la mañana, desde la biblioteca, llamó al Sumo Regente:

-Acepto. –dijo escuetamente.

-Cuánto me alegra, Julia. Hable con Wanda y ella se encargará de poner en marcha el asunto.

............

-¿Wanda?...

-Sí, querida, ¿cómo estás?

-Bien. Llamé al Sumo Regente para comunicarle mi decisión. Acepto. Me pidió que te llamara.

Hubo un breve silencio y después la carcelera dijo:

-Perfecto, Julia. Ya mismo veré a la doctora Fuentes y ella se comunicará con el creador de esta maravilla para solicitarle las dosis. ¿Te aviso para que vengas cuando empecemos a inyectarla?

Julia pensó un momento:

-No. –dijo. Quiero verla cuando todo esté terminado.

-Muy bien. Oíme, Julia, a la doctora le gusta tu hembra. ¿La autorizás si quisiera usarla?

-Si, no tengo problemas. Es más, me excitará mucho verla en sus manos. Decile que yo podría ir al Club hoy a eso de las cinco de la tarde.

-Bueno, querida, se lo digo.

-Hasta luego. -dijo Julia y cortó la comunicación.

Wanda sonrió y se encaminó rápidamente al consultorio. Llamó a la puerta y ya ante la doctora le dijo con tono excitado:

-Escúcheme, tiene que llamar al laboratorio para que le traigan esas dosis. Tenemos a la primera candidata.

La médica apartó los papeles que estaba leyendo y preguntó:

-¿Quién es?

-Elena, la esclava del Ama Julia.

-Ah, qué bien. Ya mismo llamo. –dijo yendo hacia el teléfono.

-Doctora.

-Sí...

-Hablé con el Ama Julia por usted.

-¿Y qué te dijo?

-Puede usarla, pero quiere estar presente, no por desconfianza hacia usted sino porque ver cómo la usa la excitará mucho. Me dijo que puede venir hoy a las cinco de la tarde.

-Qué bien, Wanda. Te agradezco la gestión. Tráiganmela entonces esta tarde a esa hora, con su Ama. No tengo ningún inconveniente. –dijo la médica, y sonrió mientras comenzaba a marcar el número del laboratorio.

-Cómo no, doctora, esta tarde a eso de las cinco la tendrá aquí.

-Bañada y con enema.

-Así la tendrá. –le contestó Wanda y salíó del consultorio para dirigirse hacia la cocina general, donde dos de las bestias preparaban el desayuno para las esclavas.

-Vamos, vamos, animales, ¿les falta mucho?

Una de ellas negó con la cabeza y Wanda le pegó con la palma de la mano en la nuca.

-¿Qué? ¿no sabés hablar, grandísima estúpida?

-Perdón, señorita, no... ya estamos terminando...

Contestó la sierva, morena de unos cuarenta años y con algunos restos de una antigua belleza.

Poco después Wanda trasladaba las dos primeras bandejas. Quería dejar a Elena para el final, a fin de poder divertirse un poco con ella. El comienzo inminente de ese tratamiento que iba a animalizarla la excitaba mucho y pensaba someterla a cierto jueguito antes de llevársela a la doctora.

Poco después estaba ante ella. Depositó en el suelo la bandeja con el desayuno y le dijo:

-Tragátelo todo y en un rato paso a buscarte.

Una vez a solas Elena dio cuenta de su desayuno y se tendió en el camastro a la espera de la guardiana.

Cuando Wanda regresó le ordenó que tomara la bandeja.

-Vamos para la cocina. –le dijo.

Allí estaban las bestias lavando la vajilla usada por las esclavas y Elena les entregó la bandeja.

La guardiana abrió una alacena y extrajo una bolsa de alimento para perros.

Seguime en cuatro patas. –le ordenó y Elena fue tras ella camino del parque.

Atravesaron toda la verde extensión hasta el fondo y llegaron hasta el sitio de los perros, un cobertizo con techo de madera y piso de tierra, con dos rectángulos de heno que era donde dormían los canes. Ambos aparecieron trotando y viendo a Elena en cuatro patas la rodearon olfateándola mientras Wanda depositaba sendas raciones de alimento en dos recipientes de plástico que oficiaban de comederos.

Elena, sin incorporarse, temblaba de miedo tratando de hurtar su cuerpo a los perros que seguían olisqueándola entre las piernas, hundiéndole allí sus hocicos afilados. Por momentos se gruñían entre ellos mostrándose los dientes, como si estuvieran disputándose una hembra canina.

Wanda observaba la escena excitada, gozando con la actitud de los perros y el miedo de Elena, que se reflejaba claramente en su rostro.

-¿Qué pasa, puta? ¿te asustan tus galanes?, jejeje...

La esclava sentía su cuerpo cubierto de sudor y era presa de un temblor incontrolable. Temía lo peor, pero finalmente los perros se apartaron de ella y se pusieron a comer.

Wanda lanzó una carcajada:

-¡Jajajajajajajajajajajaja! Te asustaste, ¿eh, putona?... ¡pensaste que te iban a clavar!... ¡jajajajajajajajaja!...

Elena respiraba agitadamente mientras miraba a los perros con los ojos muy abiertos y el corazón le latía con una violencia inusitada.

Wanda la tomó del pelo y así la llevó hasta el exterior del cobertizo para después hacer que la siguiera de regreso a la casa, siempre en cuatro patas.

Una vez en la celda le advirtió que volvería enseguida y que la esperara en cuatro patas.

Cuando regresó traía con ella un dildo de considerables dimensiones, que exhibió ante el rostro de Elena.

-Miralo, perra... miralo bien porque así de grande como es te lo voy a enterrar en el culo.

La esclava permaneció en silencio, sabiendo que no le convenía irritar a Wanda con protestas que de todas maneras resultarían inútiles.

-Me excita verte así, en cuatro patas, Elena... en la posición de un animal... –y al decirlo pensó en ese tratamiento que prácticamente iba a despojarla de su condición de persona.

Con esa idea en la cabeza la usó a fondo durante una hora, gozó de la lengua y los dedos de la esclava y tras explotar en dos violentos y prolongados orgasmos se retiró dejando a Elena echada en el camastro luego de advertirle que en dos horas volvería para llevarla ante la doctora.

..................

Era en ese preciso momento que el Sumo Regente recibía un llamado telefónico en su oficina. Al saber de quien se trataba hizo marchar a su secretaria, que estaba dejándole unos papeles comerciales para su firma, y ya a solas escuchó lo que le decía Fernanda, que con sus 18 años era la integrante más joven del Club.

-Tengo algo interesantísimo para comentarle, señor.

-Adelante, querida, contame. –la alentó el viejo echándose hacia atrás en su sillón.

-Le había dicho hace un tiempo que estaba por concretar algo muy morboso...

-Sí, efectivamente.

-Bueno, señor, se hizo.

El Sumo Regente comenzó a impacientarse:

-¿Qué cosa se hizo, Fernanda? No andes con vueltas.

-Mi tía... la hermana de mamá... Hace años que me viene asediando, yo era una niña cuando comenzó con eso. No perdía oportunidad de manosearme y yo me calentaba. Pasó el tiempo y empecé a conocer esto de la dominación y después ingresé al Club. Entonces decidí jugar con ella con la idea de entregarla, señor.

El Sumo Regente la escuchaba cada más interesado, y Fernanda prosiguió:

-Le hice un jueguito de seducción y ya la tengo completamente en mis manos.

-No me digas...

-Sí. Ayer vino a mi casa y estábamos solas, porque mis padres habían salido. Entonces decidí que era el momento de atraparla. Quiso abrazarme, pero la esquivé y le dije que si quiere tenerme va a ser bajo ciertas condiciones.

"¡Ay, mi nena, lo que vos digas"! me contestó ella.

-Seguí. –apremió el anciano consumido por la impaciencia.

-Bueno, tía Leonor –le dije. –Ponete de rodillas.

Me miró asombrada pero al fin obedeció roja de vergüenza. Era todo tan re morboso que yo estaba mojada, señor.

-¡Seguí! –volvió a exigir el Sumo Regente.

-Bueno, cuando la tuve arrodillada le dije que si quería que fuera suya me lo rogara, y lo hizo, señor. Hice que me lo rogara dos veces y ella me obedeció al borde del llanto, estaba nerviosísima, ansiosa y súper caliente, porque en un momento se tocó entre las piernas. Al final le dije que iba a ser suya, pero solamente si aceptaba que la llevara a cierto lugar. Quiso saber a qué lugar me refería pero en lugar de contarle le dije que a partir de ese momento ella tenía que hacer todo lo que yo le ordenara.

"¡Ay, sí, nena, sí! ¡todo lo que vos digas!"... me contestó.

-Muy bien, Fernanda, muy bien. Te felicito. Sos un Ama excelente pese a ser tan jovencita.

La chica sonrió halagada:

-Muchas gracias, señor... Usted me hace sentir honrada.

-Bueno, ¿y cuándo pensás llevarla al Club?

-¿Me sugiere algún día en especial?

-No, cuando quieras, pero antes avisale a Wanda.

-Sí, señor.

-¿Es casada tu tía?

-No, vive sola, es soltera, lesbiana, señor, ciento por ciento lesbiana.

-¿Y qué edad tiene?

-Cuarenta y cinco, señor, pero muy bien llevados. Es rubia, de ojos verdes, linda de cara, con muy poquitas arrugas y tiene la carne bastante firme todavía. Me di cuenta cuando la sobé un poco.

-Bueno, apurá el trámite.

-Sí, señor. La llevaré al Club mañana mismo. Que tenga buen día. –dijo Fernanda y tras cortar la comunicación marcó el número de su tía Leonor.

..................

Eran las cinco cuando Wanda llamaba a la puerta del consultorio mientras con Julia tenían sujeta por los brazos a Elena, que lucía sensualísima con su pelo mojado tras la ducha.

-Adelante. –se escuchó y Wanda abrió la puerta.

-Se la dejo, doctora. –dijo la carcelera empujando a la esclava hacia el escritorio de la médica. Ésta, sin pararse, echó una larga, lenta y ardiente mirada a la hembra desnuda, mientras sus labios se curvaban en una sonrisa satisfecha.

-Gracias, Wanda. –dijo poniéndose de pie para ir hacia Julia y saludarla con un apretón de manos en tanto Elena permanecía quieta, con la cabeza gacha y las manos atrás.

-Le agradezco que me permita usar a su hembra, querida. –dijo la doctora.

-Será un placer para mí. Me excita mucho entregarla. –fue la respuesta de Julia.

-Bueno, empecemos entonces.

Sin más preámbulos la doctora le separó los muslos y puso una mano sobre la vulva, para después introducir dos dedos que empezó a mover un poco hasta que notó la primera humedad.

-Muy bien, perra en celo... ¡Muy bien! –dijo y retiró los dedos que Elena tuvo que limpiar con su boca.

-Acostate de espaldas en la camilla. –le ordenó.

Elena lo hizo de inmediato, trascendida por el aspecto imponente y el aire de autoridad de la doctora.

Al tenderse en la camilla vio en el techo un riel de metal con dos poleas en sus extremos y cadenas enrolladas en ellas, con grilletes de metal plateado.

Cuando tuvo a Elena acostada, la médica fue hasta una manivela fijada a un círculo metálico empotrado en la pared de la izquierda, y mientras se regodeaba con la apetecible desnudez de la esclava la hizo girar haciendo que los grilletes descendieran. Los ciñó en los tobillos de su víctima sellándolos con dos pequeños candaditos y después, ante una orden de la doctora, la esclava tuvo que deslizarse hasta que sus portentosas nalgas quedaron en el borde de la camilla. La médica volvió a hacer girar la manivela en sentido contrario hasta que tuvo a Elena con las piernas bien abiertas y estiradas hacia arriba y sus nalgas en el aire, unos veinte centímetros por sobre la camilla. Por último, le fijó las manos a sendos grilletes de metal adosados a los laterales de la camilla.

-Bueno, ya la tenemos lista. –le dijo sonriendo a Julia, que lo observaba todo con creciente y excitado interés.

La mujer puso ambas manos en el culo de la esclava y dijo con voz algo enronquecida por el deseo:

-Voy a comerte toda, cariño...

Luego apoyó la punta de su dedo índice en el orificio anal y comenzó a introducirlo lentamente hasta hacerlo desaparecer mientras Elena movía sus anchas caderas hacia uno y otro costado, turbada por esa mezcla de incomodidad y dolor que sentía al principio cada vez que era penetrada por el culo.

Después de un momento, la doctora le metió también el dedo índice y los corcovos y gemidos de la esclava se acentuaron. Cuando su violadora le palpó la concha con su otra mano comprobó que estaba mojadísima, y lanzó una carcajada hiriente:

-¡Jajajajajajajajajajajajaja!... Te gusta, ¿eh, zorra calentona?... Sí, ya lo creo que te gusta... –y sin más comenzó a estimularle el clítoris con extrema habilidad. Elena sentía que su cuerpo mandaba sobre su voluntad y se abandonó al placer, incapaz de resistirlo. Finalmente explotó en un orgasmo intenso que la dejó jadeando.

La médica se colocó al costado de la camilla, viendo como Elena tenía las mejillas arreboladas y respiraba agitadamente.

Entonces se inclinó hacia sus pechos y empezó a sorber y lamer los pezones, que de inmediato sintió duros y erectos entre sus labios, pero no era darle placer a su víctima lo que buscaba. Optó por el pezón derecho y lo mordió con fuerza, arrancándole a Elena un grito de dolor. Gozó de esa expresión de padecimiento y enseguida se fue enderezando sin soltar el maltratado pezón. El grito de la esclava se hizo aullido mientras buscando atemperar el intenso dolor su cuerpo se arqueó hacia arriba con el pezón atrapado entre los dientes de la doctora.

-Éste es el precio del placer que te di, puta... –le dijo su agresora después de liberarla del suplicio. Elena volvió a caer en la camilla, gimiendo y con la cara bañada por las lágrimas.

-Posición perfecta, ¿verdad? –dijo la médica dirigiéndose a Julia.

-Sí. -coincidió el Ama. –Teniéndola así puede una usarla completa.

-Exactamente, querida, y es ese hermoso culo que tiene lo que voy a usarle ahora. –dijo la médica y se encaminó a un pequeño armario del que extrajo una pera de goma, para la aplicación de enemas. Luego, de una pequeña heladera, tomó dos envases de yogurt, los abrió y vertió el contenido en el interior de la pera para después rebajar un tanto la densidad de los lácteos con un poco de agua. Julia miraba muy intrigada:

-Supongo que le pondrá una enema, pero, ¿por qué de yogurt? ¿tiene algún efecto especial?

-Ya lo verá. Es muy interesante lo que provoca. –dijo la doctora e introdujo la cánula de la pera en el orificio anal de Elena. Lentamente el yogurt fue invadiendo el culo de la esclava y poco después de haberse vaciado la pera Elena comenzó a retorcerse entre gemidos de dolor.

Julia miró a la doctora:

-Su perra está empezando a sentir el efecto del yogurt, mi querida... Agudos y muy dolorosos retortijones que no desaparecerán hasta que le permitamos evacuar...

Julia sonrió sádicamente complacida y dijo:

-Tendrá que rogarnos, doctora, y aun así lo pensaremos, ¿verdad?... Es muy divertido verla así, retorciéndose de dolor...

Elena gemía y suplicaba, cubierta de sudor mientras sentía como si una garra estuviera estrujándola por dentro.

Su Ama se le acercó sonriendo:

-Ay, Elenita, si supieras cuánto gozo cada vez que te veo sufrir...

-Por favor... ay... ayayay... por favor, Jul... ¡Ama Julia!... por favor...

-Pero, Elena, ¿cuándo vas a aprender que aquí no se hacen favores?...

-Se lo... se lo suplico, Ama... déjeme ir al... ¡aaaayyyyyyyy!... al baño...

-¿La dejamos, doctora? ¿a usted qué le parece?

-Veámosla sufrir un poco más...

-Sí, estoy de acuerdo... al fin de cuentas es hermoso el espectáculo que nos ofrece gimiendo y retorciéndose de dolor...

Así estuvieron ambas unos minutos, disfrutando intensamente del martirio de la esclava, hasta que Julia, después de haberla obligado a rogarle tres veces, indicó a la doctora que la liberara de los grilletes.

Elena seguía gritando y quejándose cuando la médica la llevó en cuatro patas al baño, seguida por Julia.

Entre ambas la colocaron en el inodoro y fue sólo después de una ruidosa y prolongada evacuación que la pobre comenzó a sentirse aliviada del suplicio que había padecido. Cuando el dolor desapareció, se inclinó hacia delante jadeando con los codos en las rodillas y la cara entre las manos.

-Un castigo exquisito, doctora. Gracias por tan hermosos momentos. –dijo Julia.

-Ay, por favor, no tiene nada que agradecerme. Para mí siempre es un placer hacerle estas cosas a una hembra. Y ahora, si me permite, tengo ganas de orinar.

-¿Me llevo a Elena?

-No, querida, de ninguna manera. Voy a usarla como inodoro.

-¡Genial! ¡Genial, doctora! ¡Genial! –exclamó el Ama y la médica entonces se dirigió a la esclava con tono imperativo:

-Quitame el guardapolvo, la pollera y la bombacha. ¡Vamos!

La esclava obedeció rápidamente ante el temor de ser castigada y cuando la doctora estuvo desnuda de la cintura para abajo debió sentarse en el piso y apoyar la nuca en el bordo del inodoro. La médica se paró ante ella con las piernas a ambos lados del cuerpo de la esclava y le ordenó que abriera la boca. Elena supo lo que iba a hacerle, pero obedeció sumisamente, cerrando los ojos cuando el chorro de orina le acertó en la boca. Tragó con esfuerzo, entre arcadas y la tentación de mover la cabeza, hasta que la médica le dijo:

-Muy bien, inodoro humano, ahora limpiame con la lengua, y se abrió los labios vaginales.

Elena sintió que aquello terminaba definitivamente con los escasos restos de dignidad que aún le quedaban, pero acercó su cara a la concha de la doctora y se aplicó a la tarea ordenada, sintiendo, con asco, el intenso olor a orina que de ella se desprendía y ese gusto fuerte y ácido que seguía percibiendo en su boca.

Por fin la doctora se dio por satisfecha y la apartó.

-Bueno, ya está... –dijo y se volvió sonriendo hacia Julia, que estaba maravillada.

-Bueno, mi querida, he terminado, así que después de que su perra me vista puede llevársela.

-Ya oíste, Elena, volvé a ponerla la ropa a la doctora. –ordenó el Ama y cuando la médica estuvo nuevamente vestida llevaron a la esclava al consultorio, donde debió permanecer en cuatro patas mientras ambas mujeres se despedían.

-Otra vez muchas gracias por estos momentos de placer exquisito que me ha regalado. –dijo Julia.

-Mañana tendré la droga. Entiendo que usted ha dado su consentimiento para que le apliquemos el tratamiento completo a su perra, ¿verdad?

-Efectivamente. Eso llevará seis días, ¿cierto?

-Así es.

-Bueno, no volveré por aquí hasta entonces. Quiero verla sólo cuando esté lista.

-Quedará usted admirada, Julia. Se lo aseguro.

Elena escuchaba angustiada. Ignoraba a qué tratamiento se referían, pero sí sabía que de esa gente no podía esperar sino perversidades.

Poco después, apenas de regreso en su celda, Julia la echó sobre el camastro y la sometió, dando así rienda suelta a toda la calentura que había ido acumulando en el consultorio.

...............

Al día siguiente, a las 6 de la tarde, Fernanda estacionaba su automóvil frente al edificio donde vivía su tía Leonor. Era una hembrita cuya belleza explicaba sobradamente el fuerte deseo que la mujer sentía por ella. Tenía el pelo rubio con rizos naturales que le caían sobre los hombros, tetas más bien pequeñas pero deliciosas en su redondez y firmeza, cintura fina, caderas rotundas y unas piernas de ensueño.

Oprimió el portero eléctrico del 8º A y cuando la mujer respondió dijo:

-Bajá, te estoy esperando. –y volvió a su auto. Ex profeso, se había puesto ropa muy provocativa: una camiseta ajustada blanca sin nada debajo y una brevísima minifalda de jean azul que, sentada, descubría totalmente sus hermosos muslos.

Leonor salió enseguida del edificio y la jovencita la vio avanzar hacia el vehículo luciendo un ajustado vestido negro y una cartera de mano. Una vez ubicada en el asiento del acompañante dejó escapar un suspiro y quiso besar a su sobrina, pero esta la rechazó:

-Portate bien, tía. Me vas a tener cuando lleguemos.

-Ay, Fer, ¿cuándo lleguemos dónde? No he parado de pensar en eso. ¿Adónde vamos?

-Ya lo vas a saber. –contestó la chica y puso en marcha el auto mientras Leonor no dejaba de mirarle los muslos con ojos hambrientos.

-Sos hermosa, Fernanda... ¡Tan hermosa!... –le dijo retorciéndose las manos que pugnaban por esa acariciar esa carne.

-Te tengo caliente hace años, ¿cierto, tía?

-Sí, Fer, sí... ¡loca de deseo me tenés!

-Ay, ay, ay, tía… si lo supiera mama… -dijo la chica con tono burlón.

La mujer pareció alarmarse:

-No le habrás comentado nada, ¿verdad?

-Claro que no... tengo otros planes.

Leonor frunció el ceño:

-¿Qué planes? ¿te referís a nosotras dos?

-Exactamente.

-¿Y qué planes son ésos?

-Ay, tía, qué impaciente sos. Ya te dije que dentro de un rato, cuando lleguemos, lo vas saber todo. –contestó disfrutando intensamente de ese juego del gato y el ratón en el que estaba enredando a la mujer.

Media hora después llegaban a la mansión y Fernanda accionaba desde al auto el control remoto que abría el portón, mientras su tía miraba algo inquieta el gran muro que ocultaba el interior.

Cuando el portón estuvo abierto la chica hizo avanzar el auto hasta detenerse ante la casa.

-Bajá, tía.

-¿Dónde estamos? –preguntó la mujer ahora ganada por un oscuro temor.

-Bajá o te llevo de vuelta a tu casa y te olvidás de mí.

Por un segundo Leonor se sintió tentada de optar por esa alternativa, pero el deseo por su sobrina se impuso:

-No, esta bien, ya bajo. -dijo y descendió del vehículo.

Fernanda hizo lo propio, la tomó de un brazo y la condujo hacia la puerta de la mansión. Tocó el timbre y poco después apareció Wanda:

-Buenas tardes, Fernanda. –saludó mientras miraba a Leonor de arriba abajo.

-Hola, Wanda, ¿está lista la suite?

-Todo a tu disposición. –dijo la guardiana y se apartó para dar paso a las recién llegadas.

Fernanda aferró con más fuerza el brazo de su tía y la condujo escaleras arriba.

-¿Qué lugar es éste, Fernanda? ¿un hotel? ¿dónde estamos?

La jovencita se limitó a sonreir en silencio y una vez en la suite dijo:

-Bueno, tía, ahora sí soy toda tuya... Es eso lo que querés desde hace años, ¿no?... ¿Sabés? me acuerdo muy bien de aquella vez cuando estábamos solas en la cocina de casa y vos, de pronto, te me pegaste por detrás y me metiste mano en el culo... Yo tenía 13 años y me quedé dura, sin entender nada... Me corriste un poco el pelo y empezaste a besarme en el cuello... Yo sentía tu aliento contra mi piel, estaba asustada, desorientada, pero también caliente, aunque el miedo me ganó y me escapé corriendo de la cocina. Bueno, más tarde supe de qué se trataba: lesbianismo. Mi tía Leonor es lesbiana y está caliente con su sobrinita. No sé qué tuviste que ver, pero yo también me hice lesbiana y tuve aventuras con algunas compañeras del secundario. Después de probar esas mieles no quise saber nada con chicos.

Leonor se había sentado en el borde de la cama y escuchaba a su sobrina como en trance. Fernanda empezó a desnudarse. Primero se quitó la falda haciéndola resbalar lentamente por sus piernas para exhibir una minúscula tanga negra que ya comenzaba a mojarse con los primeros flujos de su concha. Después se despojó de la camiseta y Leonor lanzó un suspiro al ver esas tetitas perfectas en su redondez y firmeza, con pezones rosados que la chica estimuló con sus dedos hasta sentir cómo se iban endureciendo. Miraba a su tía con expresión lujuriosa, pasándose la lengua por los labios y así, sin dejar de mirarla, rodeó el lecho y se tendió en el lado contrario al que estaba la mujer.

-¿No vas a desnudarte, tía?... –dijo mientras se acariciaba los pechos. La mujer estaba ahora de pie, con la boca abierta, jadeando de excitación con una mano entre sus piernas.

Cinco años esperando ese momento, cinco largos años ardiendo de deseo por esa chica que ahora se le ofrecía. Se desnudó rápido, con movimientos que la intensa calentura volvía algo torpes, y una vez en cueros se echó como una fiera hambrienta sobre la jovencita. Le apartó las manos de las tetas y las reemplazó por la suyas mientras las bocas se fundían en un beso de fuego, con las lenguas enredándose como reptiles. Después sus labios descendieron por el cuello con besos quemantes y buscaron ávidamente las tetas. Fernanda le apretaba las caderas con sus muslos y gemía mientras ella le sorbía los pezones. En un momento la miró a la cara y vio como los ojos de su sobrina se abrían y cerraban una y otra vez y cuando estaban abiertos brillaban con una luz de perversidad. La chica jadeaba, respirando agitadamente y entonces Leonor deslizó una de sus manos hacia abajo hasta llegar a la concha, que encontró mojadísima. También ella chorreaba flujo y cuando entreabrió los labios vaginales y le metió primero un dedo y luego otro, Fernando lanzó un grito y la animó a que siguiera. Hábil amante lésbica, Leonor comenzó a mover esos dedos mientras con el pulgar estimulaba el clítoris ya durísimo. Instantes después era su lengua la que actuaba allí, haciendo que Fernanda gritara, gimiera y jadeara alternativamente, presa de la más violenta excitación.

La mujer, después de haber esperado años por ese momento, quería prolongarlo lo más posible. Jamás había sentido por otra la pasión que experimentaba por su sobrina. Le sacó los dedos de la concha y, sin dejar de lamerle el clítoris, empezó a acariciarle los muslos, estremeciéndose al contacto con esa carne tibia y firme que se elastizaba bajo la presión de sus manos. Por fin, sintió que Fernanda se estremecía y sus jadeos se hacían más fuertes. Entonces aferró con ambas manos las caderas de la jovencita, redobló sus lamidas al clítoris y, segundos después, la sentía estallar en un prolongado orgasmo. Hundió su cara contra esa conchita que la volvía loca, bebió sus jugos hasta la última gota y se tendió después de espaldas junto a su sobrina, que poco a poco iba normalizando su respiración.

-Lo hiciste muy bien, tía... –le dijo la chica luego de un rato.

-Hacémelo a mí ahora... –pidió Leonor con la concha mojadísima, encendida de deseo.

Ya saciada, Fernanda retomó su papel dominante:

-Ah, no, tía, ¿qué es eso de exigirme? –estaba vuelta de costado, con las piernas flexionadas, el codo en la almohada y sosteniendo su cabeza con la palma de la mano: -¿De verdad querés que te haga gozar?

Leonor la miró suplicante:

-Ay, sí, Fer... ¡Síiiiiiiiiiiiii!...

-Rogámelo...

-Pero, Fer...

-¡Rogámelo! –insistió la jovencita endureciendo el tono.

La mujer parecía al borde del llanto y temblaba cubierta de sudor:

-Te lo ruego, te lo suplico... ¡Por favor!...

-Muy bien, tía... ¡Muy bien!... Estás aprendiendo cómo son las cosas... –dijo la chica y la besó los labios para después ponerse a juguetear con los pezones, que retorció y estiró hasta arrancarle a la mujer gemidos que expresaban dolor y goce al mismo tiempo.

Se sentía en la cumbre del placer físico y sicológico viendo como esa hembra madura y ardiente estaba completamente en sus manos, indefensa, atrapada, sin posibilidad alguna de escapar de la trampa que le había tendido.

Embriagada de ese intenso goce fue deslizando sus labios por el cuello, los pechos, el vientre de Leonor, provocándole estremecimientos mezclados con gemidos y súplicas que formulaba con voz quebrada por la ansiedad.

Llegó a la vulva empapada y la entreabrió para encontrarse con el clítoris erecto y rojo, que atrapó entre sus labios, mordisqueándolo con alguna fuerza mientras le apoyaba la punta de un dedo en el orificio anal. Leonor se estremeció al sentir allí ese pequeño ariete:

Sí... sí, querida, sí... metémelo... ¡metémelo!... –y Fernanda se lo introdujo hasta el nudillo, de un envión, sin delicadeza alguna, y empezó a moverlo de atrás hacia delante, de adelante hacia atrás, hasta que lo retiró pero sólo para volver a penetrarla, esta vez con dos dedos que después de algún esfuerzo logró meterle en toda su longitud. Entonces dejó de lamerla y se incorporó a medias sin interrumpir la penetración anal:

-Estás gozando como una yegua, ¿eh, tía puta?...

Leonor tenía las mejillas rojas y movía la cabeza de un lado al otro, en el paroxismo del goce, y suplicó:

-No pares... no pares, no pares... estoy por... por acabar... no pares...

Pero la chica le sacó los dedos del culo, se puso de pie entre las piernas de la mujer y mirándola con expresión cruel le dijo:

-Vas a terminar vos la tarea... masturbate.

Leonor, sorprendida, la miró con los ojos muy abiertos y una mueca de angustiosa demanda:

-No me hagas sufrir así, Fernanda... por favor... –balbuceó a punto de ponerse a llorar.

-Que te masturbes, dije. –insistió la jovencita.

Leonor, urgida por la necesidad de calmar la fiebre que la abrasaba, se llevó una mano a la concha y tardó sólo unos segundos en alcanzar ese orgasmo que todo su ser le estaba reclamando. Fernanda bajó de la cama:

-Muy bien, tía, muy bien. Me gusta que seas obediente. Voy a ducharme. Vos no te muevas de ahí. –le dijo, y tomó del suelo su ropa para después meterse en el baño.

Cuando regresó, Leonor seguía echada en la cama y al ver a su sobrina le dijo molesta mientras se incorporaba:

-No me gustó nada cómo me trataste al final. Voy a ducharme. –y se encaminó hacia el baño ignorante aún de lo que su perversa sobrina le tenía preparado.

-No te apures, tía. –dijo la jovencita deteniéndola con un gesto. –Tengo algo para contarte.

-Ahora no quiero escuchar nada. Dejame pasar. Hablamos después.

-La que va a hablar soy yo. –dijo Fernanda con tono duro y mirándola de una forma que inquietó a Leonor. Había ahora en su sobrina algo que la asustaba, sumado al hecho de encontrarse en ese lugar desconocido, y fue por ese oscuro temor que obedeció cuando la chica, indicándole un sillón de cuero rojo, le ordenó que se sentara. Entonces Fernanda comenzó a hablar:

-Bueno, tía, ahora vas a saberlo todo. Te dije que aquella vez que me tocaste y besaste en la cocina me hiciste sentir cosas, cosas muy fuertes, y cuando entendí me di cuenta de que era lesbiana. Te dije también que empecé a tener aventuras con algunas compañeras del colegio, pero lo que no te dije es que sentía que me gustaba dominarlas, imponerles mi voluntad y hasta darles alguna cachetada cuando no hacían lo que yo quería. Hasta que una vez, navegando por Internet, di con una página de sado... ¡Ay, tía, qué descubrimiento fascinante! Vi un video de dos mujeres, dos Amas, que tenían en su poder a otra y le hacían de todo... ¿Conocés algo de eso? yo empecé a saberlo esa noche y me descubrí Ama...

-Pero... –musitó Leonor sintiendo que era en ese momento cuando empezaba a conocer realmente a su sobrina, un demonio con carita angelical, cuerpo de diosa y mente perversa.

-Sí, tía, soy Ama... y vos mi esclava a partir de ahora. –dijo la chica.

-Estás loca, Fernanda. Me voy.

Su sobrina la agarró de un brazo cuando empezaba a recoger su ropa:

-Vos no te vas a ningún lado. De acá no salís más, tía. Me pertenecés y le pertenecés al Club. Te conviene ser buenita y aceptarlo.

-¡Dejame pasar! ¡¿De qué hablás?! –dijo la mujer tratando de librarse, pero Fernanda cruzó una pierna por delante de ella al tiempo que la empujaba hacia delante haciéndola caer al piso.

-¡Wanda! –gritó la chica y cuando luchaba con su tía para doblegar su resistencia la carcelera apareció sumándose a la tarea.

-¡¡¡Suéltenme!!! ¡¡¡Déjenme ir!!! ¡¡¡Están locas, suéltenme!!! –gritaba la mujer mientras era arrastrada escaleras abajo hacia el sector de celdas.

La metieron en una de ellas y la guardiana la echó de espaldas en el camastro, se le sentó sobre el pecho y después de aplacarla un poco a bofetadas le estaba poniendo el collar que la sujetaba a la pared cuando Fernanda le dijo:

-Es toda tuya, Wanda. Yo vuelvo cuando me avises que ya la domaste.

-Voy a empezar hoy mismo con un tratamiento intensivo, así que supongo que en dos o tres días te la tendré lista.

Bueno, espero tu llamado entonces. –dijo Fernanda y salió de la celda excitada por la captura y escuchando gritar a Leonor.

"Son tus primeros gritos, tía", pensó y una vez en el auto llamó desde su celular al Sumo Regente:

-Ya está, señor. La dejé en manos de Wanda.

-Muy bien, querida. Te felicito. En cualquier momento pasaré por el Club a conocerla.

-Gracias, señor. –dijo la jovencita y emprendió el regreso a su casa.

....................

Poco después de la partida de Fernanda, la droga para el tratamiento de Elena llegaba a manos de la doctora Fuentes a través de Wanda, que había recibido al empleado del laboratorio.

-¿Cuándo empezará a inyectarla? –preguntó Wanda con un dejo de ansiedad en la voz.

La médica abrió la caja, extrajo una de las seis ampollas y mientras la observaba con una sonrisa maligna contestó:

-Traémela. ¿Para qué perder tiempo, verdad?

-Ya mismo. –dijo la carcelera y fue en busca de Elena.

(continuará)

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