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El lunes por la noche Julia devolvió a Agustina al Club, después de gozarla sexualmente hasta el hartazgo y haberla usado como sirvienta durante esos días en que la tuvo cautiva en su casa.
Una vez que la esclavita estuvo nuevamente en su celda Julia quiso ver a Elena y la guardiana la guió entonces al subsuelo. Mientras iban en camino el Ama preguntó:
-¿Cómo se está portando?
-Está bastante aplacada. Un par de veces tuve que cachetearla un poco, pero nada más.
Cuando bajaba la escalera precedida por la rubia, Julia dijo:
-Mmmhhh, ¡qué lugar tan lóbrego!
-Mete miedo, ¿eh?
-Ya lo creo, no quisiera estar encerrada aquí ni diez minutos.
-Si pensás usarla la llevamos arriba y le hago tomar un baño.
-No. Estuve cogiéndome a la nena hasta última momento y por ahora me siento saciada.
-Como quieras.
Cuando entraron en la celda Elena estaba echada en el piso de costado, tenía las piernas dobladas contra el pecho y las rodeaba con sus brazos. Afuera el tiempo estaba agradablemente templado, pero en ese agujero el clima era bastante fresco y Julia vio que temblaba un poco.
-Hola, Elenita. -dijo inclinándose hacia ella.
La prisionera levantó un poco la cabeza y le dirigió una mirada entre asustada y rencorosa, pero se mantuvo en silencio.
-¿No vas a saludar a tu Ama? –intervino Wanda.
Elena supo que sería castigada si no lo hacía y dijo de mala gana:
-Hola, Ju... Ama Julia...
-Muy bien, putona, veo que estás aprendiendo lo que te conviene. –dijo la guardiana mientras Julia sonreía satisfecha.
-Parate. –le ordenó a su esclava.
Elena obedeció. Se sentía muy vulnerable, totalmente indefensa ante esas dos mujeres que le habían demostrado más de una vez poseer una crueldad extrema. Agachó la cabeza, juntó las piernas y trató de cubrirse con la precaria ayuda de sus manos mientras Julia comenzaba a girar lentamente alrededor de ella y Wanda la envolvía en una mirada caliente.
-¡Las manos en la cabeza! –le ordenó la guardiana.
Al cabo de unos segundos de recorrerla visualmente, Julia dijo dirigiéndose a la carcelera:
-Es una hermosa escultura de carne, ¿no te parece?
-Sí. –coincidió Wanda. –Es una de las hembras más apetecibles que he visto en mi vida.
Julia puso el dedo índice bajo la barbilla de su esclava, le enderezó la cabeza y preguntó:
-¿Cómo te sentís en este agujero, Elena?
-Mal. –contestó la prisionera con un dejo de contenido rencor en la voz.
-Entiendo, no es precisamente un hotel cinco estrellas, pero algo habrás hecho para que la señorita Wanda te trajera aquí... ¿qué fue lo que hiciste?
-Me porté mal. –dijo Elena advirtiendo inmediatamente lo ridículo de su respuesta, como si fuera la de una alumna contestando un interrogatorio de la directora de la escuela. Tenía miedo y rabia a la vez.
-Ay, ay, ay, Elenita. –siguió Julia, que ahora sujetaba la barbilla de la esclava con los cinco dedos de su mano derecha. -¿Es que no aprendiste todavía cómo te conviene comportarte?
Elena cerró los ojos y se mantuvo en silencio.
Julia apretó los dedos.
-¡Te hice una pregunta! -insistió.
Elena seguía vacilando entre la furia y el miedo a ser castigada, hasta que finalmente dijo:
-No crean que van a tenerme mucho tiempo más acá. La policía debe estar buscándome y pronto me van a rescatar y vos, ésta y todos los demás van a ir presos.
Hubo un silencio durante el cual Julia y Wanda se miraron con expresión primero asombrada y luego divertida, hasta que la carcelera dijo:
-Oíme bien, imbécil. No hay ni habrá ninguna policía buscándote. ¿Sabés dónde acabó la denuncia de tu maridito?... ¡En el tacho de residuos!
-¡No! –gritó Elena desprendiéndose de la mano de Julia. Miró a ambas mujeres con expresión angustiada y volvió a gritar:
-¡No, no, no, nooooooo! ¡No es verdad! ¡noooooooo!
Sin pensarlo corrió hacia la puerta, cruzó el sótano corriendo y llorando y cuando estaba por subir la escalera fue alcanzada por Wanda, que con varias bofetadas terminó con lo que amenazaba ser una crisis nerviosa de la esclava.
Elena temblaba y seguía llorando cuando entre Wanda y Julia la arrastraron a la celda arrojándola al piso como un trasto, para después cerrar la puerta con llave y retirarse dejando a la pobre sumida en una profunda angustia.
-¿Es cierto lo que le dijiste? –preguntó Julia en camino a las habitaciones de la carcelera.
-Por supuesto.
-Sí, ahora recuerdo que cuando estuve con el Sumo Regente me dijo que estamos protegidos.
-Claro que sí, querida, y muy bien. Te lo aseguro. Con todo el ganado que traemos pasa lo mismo. Denuncian la desaparición de la desgraciada y esa denuncia termina hecha trizas en un tacho de residuos.
Julia suspiró ya completamente tranquila y poco después, mientras ambas bebían una taza de café, Wanda dijo:
-Bueno, hablemos de lo del miércoles. Ya me llamaron varios de los Amos. Están muy ansiosos por probar esa carne.
-Carne de exportación. –dijo Julia sonriendo, y preguntó:
-¿Hasta cuándo creés que conviene tenerla en ese agujero?
-Pienso subirla el martes a última hora. Le daré media pastilla para que duerma bien y otra media después del almuerzo, para que descanse y llegue a la noche en condiciones de soportar el baile que tendrá, jejeje... Previamente le pongo una enema, le hago tomar un buen baño y la dejo lista para la fiestita.
Julia, que parecía estar pensando en algo, dijo de pronto:
-Wanda, me habías hablado de hacerme conocer el resto de la mansión. Estoy ansiosa por eso, ¿podría ser ahora?
-Mmhh, no, querida, no es el horario indicado para cierto sector. Si te parece, el miércoles te venís a eso de las seis de la tarde y te prometo una buena y muy completa recorrida durante la cual vas a ver cosas asombrosas.
-¿Cierto sector?, ahora me dejás más intrigada todavía.
-Cuanto más intrigada estés, más vas a gozar de la visita. –dijo la carcelera con una sonrisa prometedora.
-Ay, ay, ay... y bueno, no tendré más remedio que esperar. Sí, el miércoles me vengo a eso de las seis con toda la curiosidad del mundo.
Más tarde, ya en su casa, Julia se dio a imaginar, sin éxito, a que se habría referido Wanda con eso de "cosas asombrosas", y al no poder descifrar ese misterio prefirió pensar en la violación múltiple que Elena sufriría el miércoles a manos de ocho hombres, Amos impiadosos que sin duda la harían víctima de sus más bajos instintos.
"Cuánta leche vas a tragar, Elenita" –se dijo excitada. "Ocho vergas van a perforarte una y otra vez hasta dejarte exhausta, inundada de semen..."
.................
Eran exactamente las seis de la tarde del miércoles cuando Julia llegaba a la mansión y era recibida por Wanda.
Atravesaban el camino de lajas hacia la puerta de entrada cuando la carcelera le dijo:
-Tu hembra descansa placidamente. Esta tarde la usé antes de darle la media pastilla y te cuento que los Amos no han dejado de llamarme. Están como perros en celo, jeje.
Julia no pensaba en otra cosa que en conocer todo el lugar y dijo presa de la impaciencia:
-¿Estamos en horario para ese cierto sector, como lo llamaste?
-Sí, querida, por eso te hice venir a esta hora, pero yo soy la guía. –dijo sonriendo. –Primero te voy a mostrar otras áreas de la mansión. –y la llevó a la gran sala donde Elena fuera usada por aquellos cuatro Amos después de su captura.
Julia dijo, admirada:
-¡Ay, Wanda, qué hermoso lugar! –y sus ojos comenzaron a recorrer lentamente la sala, deteniéndose sucesivamente en la cruz de San Andrés, el cepo, el banco alto, la columna de mármol con sus grilletes metálicos.
-Como te darás cuenta, son elementos que usamos cuando alguna se pone difícil mientras es usada y yo tengo que ocuparme de doblegarla. Por supuesto que lo hice con tu Elena esa primera vez.
-Te juro que me excito de sólo imaginarla acá esta noche, a disposición de esos ocho Amos.
-Supongo que vas a presenciar la sesión.
-¡Por supuesto!... No me perdería ese espectáculo por nada del mundo.
-Perfecto. Sigamos recorriendo. –dijo Wanda y tomándola del brazo la condujo al parque que había en el fondo, un amplio espacio verde con árboles, arbustos, canteros con flores y varios senderos de lajas que sugerían un recorrido.
Julia lo abarcó todo con una mirada lenta, vio deambular entre los árboles a dos enormes perrazos de pelaje oscuro y observó el muro de cuatro metros de altura que terminaba en el fondo del parque luego de circundar todo el perímetro de la mansión.
-Viendo semejante pared estoy segura de que ninguna habrá podido escaparse aun cuando llegara hasta aquí.
-Estás en lo cierto. Jamás se nos escapó ninguna. Recuerdo que una vez, hace cuatro o cinco años, para divertirme, fingí olvidarme de cerrar con llave la puerta de una celda y me oculté al final del pasillo, observando. Un rato después vi aparecer a la infeliz, que era nuevita. Llevaba apenas unos días de cautiverio. Miraba asustada para todos lados y después salió corriendo y llegó hasta acá, conmigo siguiéndola sin hacerme notar. De pronto detuvo la carrera y se quedó inmóvil. Claro, la muy tonta había visto el muro y todas sus esperanzas de fuga se desvanecieron. Para colmo, en ese momento los perros se le fueron encima ladrándole y mostrándole los colmillos. ¡Qué miedo sintió la muy estúpida! ¡jajajajajajajajajajaja!... Dio media vuelta y volvió corriendo adentro. Apenas pasó la puerta se topó conmigo. Me miró con cara de terror y balbuceando entre lloriqueos. La arrastré a su celda y en lugar de darle una buena zurra preferí martirizarla sicológicamente haciéndole ver lo estúpida que había sido al pensar que podría escaparse. La pobre estaba quebrada. Lloraba, pedía perdón, suplicaba, todo al mismo tiempo. La situación me había excitado tanto que terminé cogiéndomela.
Julia, que había seguido con mucho interés la narración, asintió cuando Wanda la tomó de un brazo y le dijo:
-Sigamos la visita, querida. Ahora te voy a mostrar la planta alta. Allí hay varias habitaciones en suite para quienes quieran pasar una o varias noches en la mansión con sus esclavas. Por supuesto que esa comodidad está a tu disposición cuando lo desees.
-Interesante. –dijo Julia y pensó que no estaría mal aprovechar la oferta en algún momento.
Las habitaciones eran seis, alineadas a ambos lados de un pasillo al fondo del cual había un gran ventanal que daba al parque. Wanda abrió una de las puertas y se hizo a un lado para franquear la entrada a Julia. Era por cierto una habitación muy confortable, de dieciséis metros cuadrados con aire acondicionado. Estaba alfombrada en beige. Había un sommier de dos plazas, con un cobertor verde claro, una mesita de noche, a la izquierda un placard empotrado en la pared, a la derecha el baño, varios cuadros con motivos eróticos en las paredes y arriba cuatro spots direccionales adosados a un riel de metal que atravesaba el techo.
Wanda abrió una de las puertas del placard y le mostró a Julia lo que allí se guardaba: varios látigos y fustas, una mordaza de bola, una venda de seda negra para los ojos, un par de esposas, pezoneras, brazaletes y tobilleras de cuero negro.
-Para diversión de los Amos... –explicó la guardiana sonriendo.
-Mmhh... –no tengas dudas de que me gustará pasar algunas noches aquí con Elena.
-No tenés más que decírmelo, querida. –dijo Wanda. –Ahora iremos al consultorio médico.
-Ah, ¿también tienen un consultorio?
-Por supuesto, querida, no supondrás que si alguna de las esclavas necesita atención vamos a llevarla afuera, ¿verdad?
El consultorio, dotado de la más moderna tecnología, estaba ubicado cerca de las habitaciones de la guardiana. Entraron y Wanda saludó a la profesional a cargo, que se encontraba sentada a su escritorio y se levantó para ir al encuentro de ambas mujeres.
-Buenas tardes, doctora Fuentes, ella es el Ama Julia, nueva integrante del Club.
-Un gusto, Julia. –dijo la médica estrechándole la mano.
Era una mujer de alrededor de cuarenta y cinco años, rubia de pelo largo y lacio, atractiva de cara y con un cuerpo robusto de buenas formas que se advertían bajo el guardapolvo blanco.
-Igualmente, doctora. –respondió Julia y la mujer le preguntó:
-¿Es usted dueña de alguna de las esclavas?
-Sí, de Elena.
-Mmhhh, muy buen ejemplar, la felicito.
-Gracias, doctora.
-Tuve oportunidad de apreciarla muy bien cuando le hice los estudios de admisión.
Julia le dirigió una mirada interrogativa.
-Sí, cuando el Club incorpora a alguna le hacemos análisis completos, incluido el examen de HIV. Su esclava está en perfecto estado de salud.
-Comprendo, y me alegra esa noticia.
-Bueno, Julia, sigamos la recorrida. –dijo Wanda tomándola de un brazo.
Julia saludó a la doctora y ya en el pasillo preguntó:
-¿Queda algo más por conocer o vamos a... ese cierto sector? –preguntó Julia revelando en su voz la ansiedad que sentía por develar el misterio.
-No, ya te lo mostré todo. Sólo falta el segundo subsuelo, la frutilla del postre. –contestó la carcelera con una sonrisa sugerente.
Volvieron a la planta baja y tomando por el pasillo del sector de celdas llegaron al fondo, bajaron hasta el sótano donde estaba la celda de castigo y atravesaron una puerta que daba a una escalera de piedra. Wanda la precedió en el descenso y luego la condujo a través de un corredor al encuentro de una mujer que los esperaba envuelta en la luz titilante que proyectaban las antorchas adosadas a los muros.
-Es la capataza. –le explicó la carcelera. –Ella y dos peones de cuadra se ocupan de las bestias.
-¿Las bestias? –se asombró Julia y calculó la edad de la mujer en unos cuarenta años. Era de estatura media, más bien rolliza y de cabello rubio cortado a lo varón. Vestía un enterizo de cuero negro, de mangas largas y ceñido al cuerpo, zapatos de taco alto, muñequeras con púas de metal plateado. Empuñaba un rebenque en la mano derecha, igual a los que el domador usa en las jineteadas para dominar al potro que monta.
-Buenas tarde, señorita Wanda. –saludó la capataza.
-Buenas tardes, Vera. Ella es el Ama Julia, miembro del Club. Supongo que todo está dispuesto como lo ordené.
-Por supuesto, señorita. –dijo la mujer después de intercambiar un saludo con Julia, que se sentía agitada por emociones intensas. –Esperan en sus cuevas, listas para ser sacadas.
-Bien, vamos. –dijo Wanda, y tomó a Julia de un brazo. Con la capataza precediéndolas atravesaron un recinto en el que no había más que baldes, escobas, escobillones, trapos de piso y otros elementos de limpieza, además de una gran cantidad de canillas en las cuatro paredes.
Al salir de ese cuarto Julia se encontró en una enorme sala de techo bajo que sus ojos recorrieron rápidamente. Lo primero que advirtió fueron los diez agujeros enrejados, de bordes irregulares, que se veían uno junto al otro a derecha e izquierda, y a los dos hombres de edad mediana que se acercaron de inmediato para saludar con respetuosos movimientos de cabeza.
-Buenas tardes, señorita Wanda. –repitieron casi a coro.
Llevaban pantalones y chalecos de cuero negro sobre el pecho desnudo, y empuñaban sendos rebenques. Ambos miraron a Julia y la guardiana la presentó como nueva integrante del Club. Julia respiraba agitadamente, fascinada por ese sitio iluminado tenebrosamente por las antorchas. Allí todo era de tierra: el techo, las paredes y el piso, y no había calabozos sino sólo esos agujeros enrejados en los que sin duda estarían las bestias, como las llamaba Wanda.
-Sáquenlas. –ordenó la carcelera a los peones de cuadra. Los dos hombres dieron media vuelta y siguieron a la capataza rumbo a las cuevas, mientras Julia sentía que los latidos de su corazón se aceleraban.
Los peones comenzaron a abrir los candados, en una y otra de las filas.
-¡Afuera, bestias! –gritaba la capataza. -¡Afuera todas! ¡Vamos! ¡Vamos!
Mientras iban saliendo, Julia las miraba como hipnotizada. Las bestias eran mujeres, mujeres de distintas edades que iban desnudas y tenían las cabezas totalmente rapadas. En fila india se encaminaban hacia el fondo del recinto, llevando un recipiente de metal en las manos mientras los peones las hostigaban a rebencazos:
-¡Caminen! –gritaba la capataza. -¡Muévanse, bestias! ¡Vamos!
Julia miró a Wanda buscando respuestas.
-Son quienes hacen la limpieza. Para eso están.
-¿Y esos recipientes?
-Ahí es donde orinan y defecan. Ahora van a volcar todo en el gran inodoro que hay en el fondo. Cuando vuelvan, cada una se va a sentar en el piso ante la entrada de su cueva para tragar su cena. Les damos bebidas energizantes y una dieta de cereales, frutas y verdudas, para mantenerlas fuertes y en buen estado de salud. Ahí vas a poder verlas bien. A la mañana temprano llenan sus baldes, toman sus elementos de limpieza y suben para hacer el trabajo por toda la mansión vigiladas por Vera y los dos peones.
-¿De dónde las sacaron? ¿quiénes son? –quiso saber Julia
-El Club las compró en reformatorios, orfanatos, cárceles. Algunas fueron esclavas del Club y cuando sus Amos se cansaron de ellas las entregaron para ser echadas aquí.
En ese momento las bestias volvían para dejar los recipientes otra vez en sus cuevas y sentarse después a la espera de su comida. Fue entonces que Wanda dijo:
-Un momento. Que esperen para comer. Hágalas parar, Vera. Quiero que el Ama Julia pueda verlas bien.
-¡Arriba, bestias!... ¡Ya comerán! ¡Ahora las quiero paradas y quietas!
Todas obedecieron de inmediato
Wanda y Julia comenzaron a recorrer la fila. Julia iba mirándolas de pies a cabeza, deteniéndose en sus caras, en esos ojos de miradas muertas y fijas en algún punto del espacio.
"Qué jovencitas son algunas. –pensó Julia. Deben ser éstas las que compraron en reformatorios y orfanatos. Dijo que a otras las consiguieron en cárceles, vaya a saber si no son asesinas o ladronas peligrosas, y ahora están así, convertidas en animales."
En algunas se veían las marcas rojizas de los rebencazos que recibían en abundancia, cuando flaqueaban en sus tareas.
-¿Tienen sexo? –quiso saber Julia.
-Con la capataza y los peones. –contestó la guardiana.
Para aquellas infelices la vida era sólo una sucesión de desdichas, rebencazos y un trabajo inhumano que las deslomaba día tras día, despojadas para siempre de la condición humana y hundidas en la bestialidad.
-Que se sienten y coman. –ordenó Wanda y luego invitó a Julia a asomarse a una de las cuevas, para que completara su conocimiento del lugar. La cueva era un agujero cavado a pico en la tierra, con una altura reducida que obligaba a la bestia a permanecer tendida o sentada, pero nunca de pie. Julia vio en el piso un jergón de paja, sobre el cual dormían, y una manta raída que les permitía protegerse del frío.
Se sentía presa de una morbosa excitación y cuando Wanda dio por concluida la visita y regresaban a la superficie iba en silencio, incapaz de expresar con palabras los sentimientos que la agitaban.
Ya en las habitaciones de la carcelera y mientras bebían café, dijo:
-Jamás hubiera podido imaginar algo así, Wanda. Lo que vi superó completamente mi imaginación. No puedo creer que exista algo como eso en plena ciudad.
-Pero existe y ahí puede terminar Elenita si alguna vez te cansás de esa carne.
-Si alguna vez me canso de ella va a ser dentro de mucho tiempo, Wanda.
¿Te quedás o volvés a la noche?
-No, me voy a casa y vuelvo para la fiestita.
Se despidieron y después de acompañar a Julia hasta el portón de entrada Wanda volvió a sus habitaciones a dormir hasta el momento en que debería preparar a Elena para su entrega a los ocho Amos que iban a usarla esa noche.
......................
Minutos antes de las diez Wanda tenía lista a Elena. Le había puesto una enema después de la cual cual la esclava debió tomar un baño completo, y ahora esperaba en su celda.
La guardiana estaba en la sala de orgías con los ocho Amos, que bebían whisky sentados a la mesa.
-Si me permiten –dijo Wanda. –Los dejo para esperar a la dueña de la esclava, que no tardará en llegar.
-Espero que no tarde y pronto tengamos aquí a esa hembra, Wanda. Todos estamos muy ansiosos. –dijo un hombre de unos cincuenta años, calvo, de estatura mediana y entrado en carnes. -¿Verdad, amigos?
Todos asintieron y Wanda, luego de dirigirles una sonrisa, abandonó el lugar.
Julia llegó enseguida y ambas se dirigieron a la celda de Elena, que por los preparativos imaginaba lo que vendría. La encontraron sentada en el borde del camastro. No se había repuesto aún de la angustia que le causó saber que la policía no la buscaba y que, por tanto, nunca saldría de allí. Ahora iba a ser sometida sexualmente otra vez por varios hombres y se había prometido no resistir. "Al menos que no me castiguen", pensó.
-Hola, Elenita, ¿lista para comerte una cuantas vergas? –le dijo Julia a modo de saludo, con Wanda junto a ella empuñando su temible vara de bambú.
La esclava miró ese instrumento de castigo y se afirmó en su decisión de mostrarse sumisa y obediente.
"Que me cojan no es lo peor que puede pasarme aquí" –se dijo.
-Vamos, puta, que te están esperando. –intervino la carcelera. Elena se puso de pie y se dejó conducir por Wanda y Julia hacia la sala.
Los ocho hombres se adelantaron hacia la puerta entre expresiones obscenamente admirativas cuando vieron a Elena, que en una rápida mirada advirtió que sus edades oscilaban entre los cincuenta y los sesenta años.
La llamaron potra, yegua, perra, puta, entre otras "lindezas", mientras le prometían llenarla de leche y la manoseaban a gusto por todos lados.
Después de esos arrestos de excitado entusiasmo Wanda les presentó a Julia.
Uno de los Amos, después de estrecharle la mano, le dijo:
-Permítame agradecerle el obsequio de tan hermosa hembra, Ama Julia.
-Será un gusto para mí verla en manos de ustedes, mi estimado señor. –contestó ella.
El que había hablado tomó a Elena de un brazo y llevándola hacia el centro de la sala le dijo:
-Bueno, puta, ahora vas a desvestirnos. –y los ocho formaron un círculo alrededor de ella. Todos llevaban ropa liviana, remeras, bermudas, medias deportivas y zapatillas, que la esclava debió quitarles mientras ellos reían y la manoseaban.
Julia observaba la escena sentada cómodamente en un sillón, pensando que aquello representaba a la perfección esas fantasías de puta que Elena le había contado.
Cuando los Amos estuvieron desnudos Elena reparó en las vergas de tres de ellos, que aun cuando no estaban del todo erectas impresionaban por lo largas y gruesas.
Uno comenzó a efectuar movimientos masturbatorios, pero el que estaba a su lado le dijo:
-No, Ricardo, que sea la puta quien nos ponga en forma con su boca.
Todos se mostraron de acuerdo y Elena debió arrodillarse y empezar a mamar una a una todas esas pijas que pronto estuvieron bien duras y listas para entrar en acción.
Entre ellas sobresalían esas tres cuyas dimensiones asustaron a la esclava.
"¡Dios mío! No pensé que existieran realmente de semejante tamaño!" –se dijo en medio de un escalofrío.
-Bueno, señores, ya estamos listos. –dijo uno de los Amos blandiendo su verga. –Empecemos a darle que para eso está aquí esta puta.
-Calma, amigos, calma. Somos ocho contra una y habrá que organizarnos para gozarla mejor. –opinó otro de los Amos.
-De acuerdo, de acuerdo. –dijo un tercero. Tenemos ocho vergas y la perra, tres agujeros. Hay que elegir a los primeros tres de nosotros.
-Propongo algo distinto, para empezar. –se escuchó decir a otro. –Pongámonos en fila, que la perra se arrodille y nos vaya mamando a uno por uno hasta hacernos acabar.
La moción fue entusiastamente aprobada. Se formó la fila con Elena de rodillas en uno de los extremos, frente a uno de los vergudos. Abrió la boca al límite mientras el Amo la sujetaba por el pelo y no bien le había entrado el glande el hombre presionó con su mano hacia delante y la verga se hundió en la boca de la esclava hasta la garganta, provocando su sofoco y las risotadas de todos. Trató en vano de mover la cabeza hacia atrás y cuando estaba por ahogarse el Amo la soltó aunque ordenándole que empezara a mamar.
-Se está portando bien. –le dijo Julia a Wanda, que seguía la escena de pie junto al sillón.
-Sabe lo que le conviene. –contestó la guardiana.
Julia miraba todo muy excitada. Le parecía mentira estar dándose el gusto de ver a Elena usada de semejante forma por esos hombres que iban a llenarla de leche.
La esclava ya había tragado el semen del primero de los Amos y estaba ocupándose del segundo, que no tardó mucho en derramarse dentro de su boca.
-¡Vamos, puta, vamos, me toca a mí! –exigió el próximo y Elena se desplazó de rodillas hacia él, que esperaba sosteniendo su verga con la mano derecha.
Elena cerró los ojos y abrió la boca, cuyo interior sentía pegajoso por el semen que le habían echado allí. Mamó y mamó hasta recibir una nueva y abundante lechada que debió tragar, y sin que le fuera permitido ningún descanso tuvo que chupar la siguiente pija. Su mente empezaba a sumirse en las tinieblas. No experimentaba culpa alguna. La puta que había en ella gozaba mamando sin recuerdos ni reclamo alguno de su conciencia, porque estaba siendo forzada.
-Qué ganas tenía de verla así, usada como una puta, tragando leche y más leche... –dijo Julia como para si misma.
-Y la que va a tragar todavía... –completó Wanda cuando Elena había mamado ya las ocho vergas y yacía en el piso, respirando agitadamente.
Julia, excitadísima, se levantó del sillón y fue hacia ella.
-No estuvo mal, ¿cierto, puta?... Cuántas veces habrás fantaseado con algo así y ahora te lo hice realidad... Hombres y más hombres para la puta Elena... Vergas y más vergas para sus tres agujeros...
Elena la escuchaba como desde lejos, refugiada en el aturdimiento de su conciencia. Su cuerpo, sus hormonas, prevalecían en ese momento sobre su cerebro vacío de pensamientos.
Poco después, los Amos habían recuperado las fuerzas y volvían a ella con Julia nuevamente ubicada en el sillón, observándolo todo atentamente mientras Wanda se lamentaba del buen comportamiento de Elena, que le impedía darse el gusto de castigarla.
Dos de los hombres la pusieron en cuatro patas, uno de ellos se le acostó debajo y le clavó la verga en la concha mientras el otro la penetraba por el culo no sin esfuerzos, dado lo estrecho del orificio y las considerables dimensiones de esa pija que, sin embargo, no era de las más grandes que Elena debería soportar esa noche. La pobre gemía a cada embate brutal de la verga que la tenía empalada.
-¡Vamos, señores! –exclamó de pronto el empalador. -¡A la puta le queda un agujero libre! ¡¿Quién le va a dar pija por ahí?!
Se adelantó el más de reflejos más rápidos, un sesentón calvo, de carnes magras y verga enhiesta que sin miramientos metió en la boca de Elena .
-¡Eso es, Carmelo! ¡Eso es! –gritó el que seguía cogiendo a Elena por el culo. -¡Ahora sí me gusta!
Elena, con tres vergas dentro de ella, continuaba sumida en el vértigo de sus instintos, que le anulaban toda idea. Era como un animal entregado a la más desenfrenada sexualidad. Sintió los chorros de semen casi al mismo tiempo en su trasero, en su concha y en la boca, al par que los tres Amos se retiraban gruñendo y jadeando ruidosamente y ella caía al piso de costado, con la boca llena de leche y estremecida por las convulsiones de su propio orgasmo.
-Es hermosísimo y muy excitante lo que estoy viendo, Wanda... Estoy empapada... –comentó Julia llevándose una mano a la entrepierna y estirándose en el sillón.
-No seas tonta, querida, ¿para qué masturbarte si ahí tenés a tu hembra? –le dijo la carcelera de cuya concha también había empezado a manar flujo.
Julia no lo pensó dos veces. Se desnudó de la cintura para abajo, salvó rápidamente la distancia que la separaba de Elena, la tomó por el pelo con ambas manos y echándose de espaldas en el piso con las piernas abiertas le gritó:
-¡Haceme gozar, puta! –y en esa suerte de oscuridad sicológica que estaba viviendo la esclava aplastó la cara contra la concha de su Ama y empezó a lamerla provocando un alboroto entre los Amos, que estallaron en aplausos y exclamaciones. Uno de ellos se colocó a espaldas de Elena y tras arrodillarse entre sus piernas cruzó ambos brazos por debajo del vientre la esclava, le elevó las caderas y la penetró por el culo. La esclava, sobresaltada por el repentino asalto, interrumpió por un momento sus lamidas a la concha de Julia, pero fue sólo hasta que el Ama, excitadísima, le gritó:
-¡Seguí chupándome, grandísima putona, o te despellejo las nalgas a varillazos!
Elena redobló sus esfuerzos, atemorizada por la amenaza, hasta que Julia explotó en un violento y prolongado orgasmo mientras el Amo acababa abundantemente dentro del culo de la esclava.
El clima iba alcanzando cada vez un mayor voltaje erótico. Los Amos que aún no habían penetrado a Elena se lanzaron sobre ella, la pusieron en cuatro patas y la fueron usando por sus tres agujeros con violencia impiadosa, a pesar de la cual Elena tuvo varios orgasmos.
Los tres superdotados coincidieron en desdeñar la concha para penetrarla por el culo, después de aplicarle vaselina en la entrada del orificio y untar con esa pasta también sus propias vergas.
Discutieron brevemente por el primer turno y al final uno de los vergudos aludió a su antigüedad en El Club como razón válida para ser el primero, y una vez logrado el consenso hizo que pusieran a Elena de panza sobre el respaldo de un sillón.
Colocado detrás de ella miró durante un momento ese amplio y hermoso culo a su disposición, mientras sostenía su pija erecta con su mano derecha.
-Ahora sí que vas a probar lo que es bueno, puta... –dijo por fin el Amo y avanzó con su ariete hacia el objetivo. Apoyó la punta en la pequeña entrada y después de algunos intentos logró introducir la cabeza mientras otros Amos sujetaban a Elena para controlar sus corcovos.
Una vez con el glande adentro, el culeador sonrió y se lanzó a fondo en un embiste que terminó con la verga totalmente metida al par que Elena lanzaba un alarido y se retorcía entre los brazos que la inmovilizaban.
La sala se pobló de gritos entusiastas que animaban al Amo entre burlas soeces a la esclava. A cada embestida, la pobre gritaba mientras temía que sus nalgas fuesen a estallar en mil pedazos ante la presión de esa verga descomunal.
Por fin, sintió como un chorro caliente que pareció llenar todo su ser y casi sin solución de continuidad el segundo de los vergudos se lanzó al asalto, metió su pija hasta los huevos y le dio hasta acabar entre aplausos de los otros.
Elena estaba al borde del desvanecimiento cuando debió recibir al tercero de los superdotados. Éste fue mucho más refinado. Metió su pija con cuidado, lentamente, y cuando completó la penetración llevó su mano a la concha de Elena, que comenzó a mojarse cuando tres dedos hábiles comenzaron a ocuparse de su clítoris.
-Ahhh, te gusta esto, ¿eh, puta?... –le dijo el Amo inclinándose hacia delante.
Estimulada por esos dedos Elena era un animal en celo de cuya concha brotaba una catarata de flujo. Era tal su calentura y el placer que estaba sintiendo que no podía hablar, sólo emitía gemidos roncos mientras los Amos la cubrían de insultos humillantes.
Julia y Wanda se habían acercado ardiendo de calentura, con sus manos en las conchas, masturbándose sin dejar de contemplar la escena sintiendo sus mejillas al rojo vivo.
De pronto el Amo acabó lanzando un rugido de bestia y cuando retiraba su vergón del culo de Elena ésta alcanzó su orgasmo y quedó desmadejada sobre el respaldo del sillón, respirando con fuerza, sin atisbo de pensamiento alguno y percibiendo sólo el río de jugos que brotaba de su concha.
Julia y Wanda yacían sobre la alfombra, acabando una junto a la otra mientras los Amos se dejaban caer algunos en sillones y otros en el suelo, saciados todos.
Elena era apenas un cuerpo agotado, un cerebro a oscuras, una concha chorreante.
La última de esas vergas terminó desgarrándole el estrecho orificio, del cual comenzó a brotar un hilo de sangre mientras Elena perdía el sentido.
A unos metros, Wanda miraba todo mientras se masturbaba de pie, con las piernas abiertas y bañada en sudor caliente.
Julia, ya repuesta de su volcánico orgasmo, se inclinó sobre su esclava y advirtió la sangre en el nacimiento de sus muslos. Llamó a Wanda, relajada después de su masturbación, y le hizo ver el desgarro en el orificio posterior de Elena.
La guardiana dijo entonces en voz alta.
-Bien, señores, la fiesta ha terminado. Con tanta cogida le han roto el culo y el Ama Julia ha dispuesto llevarla al consultorio para ser curada.
Los Amos, que resoplaban echados en distintos sillones algunos, y otros en el piso, parecían haberse saciado y estuvieron de acuerdo en que la esclava fuera retirada.
-Que le reparen el culo y la dejen lista para otra vez. –dijo uno de ellos, y agregó dirigiéndose a Julia alzando el vaso de Whisky que estaba bebiendo –Muchas gracias por permitirnos disfrutar de tan delicioso bocado, señora.
Elena volvía en si lentamente y cuando terminó de recuperar la conciencia entre Wanda y Julia la pusieron de pie y la llevaron al consultorio, gimiendo muy dolorida y vacilante sobre sus piernas que apenas podían sostenerla.
(continuará)
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