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Las desventuras de Elena (5)

La pobrecita esperaba vistiendo la ropa que llevaba en el momento de su captura, un jean celeste no muy ceñido, blusa blanca de manga larga, pullover celeste, de cuello redondo, camperita corta de jean, zoquetes deportivos y zapatillas blancas, aunque por supuesto sin ropa interior.

-¿No vas a ver hoy a tu hembra? –preguntó la guardiana mientras iban en camino hacia allí.

-Hoy no. –le contestó Julia. –Quiero reservarme para la pichona.

-Te entiendo. –dijo Wanda emitiendo una risita, y agregó: -Un día de éstos me gustaría mostrarte toda la mansión. Conocés únicamente mis habitaciones y el sector de celdas, pero hay mucho más, querida.

-Sí, claro. –respondió Julia. –Me encantará conocer todo. La próxima vez que venga me ofrecés una visita guiada, jeje.

-Muy bien, ah, y te cuento que ya tengo a los ocho hombres que me pediste para entregarles a tu perra. Tres de ellos son de los más dotados del Club. Los he visto en acción y te aseguro que si yo no fuera lesbiana sus vergas me darían hambre, je.

Julia se entusiasmo: -¡Perfecto, Wanda, perfecto! Dame los teléfonos de todos ellos y los llamaré.

-Antes de irte te doy esos datos. Yo les adelanté lo imprescindible. Vos explicales todos los detalles y ponete de acuerdo en el día y la hora de la... fiestita.

-Espero que estén disponibles para esta misma semana. Ardo en deseos de ver a Elenita tragándose esas ocho vergas. –dijo Julia excitada de sólo imaginarse la situación que le haría vivir a su esclava.

Habían llegado a la celda de Agustina. Wanda hizo girar la llave en la cerradura, empujó la puerta y se hizo a un lado para dejar paso a Julia.

La esclavita, que había sido previamente instruida por la guardiana, se arrodilló con la cabeza gacha y las manos atrás. Julia se excitó al verla en actitud tan sumisa y adelantándose hacia ella le tomó la cara entre las manos.

-¡Qué bien educada estás, pichoncita! –le dijo.

-Sí, Ama Julia, me han enseñado que debo ser respetuosa... –contestó Agustina con su deliciosa vocecita y cuidándose de no mirarla a los ojos.

Entonces intervino Wanda:

-Le tiene tanto miedo al castigo que me bastaron unos pocos varillazos para que aprendiera cómo debe comportarse.

-Es encantadora. –dictaminó Julia reprimiendo sus deseos de someterla allí mismo.

-¿Te la vas a llevar en taxi?

-Claro.

-Bueno, tomá. –le dijo Wanda sacando de un bolsillo un curioso artefacto de metal plateado que semejaba una dentadura completa, sólo que lisa en sus partes superior e inferior.

-¿Qué es esto? –preguntó Julia mientras lo observaba con una expresión de asombro.

-Te voy a mostrar cómo se usa. –le dijo la guardiana, y dirigiéndose a la esclavita le ordenó que abriera la boca. Agustina obedeció inmediatamente. Wanda separó ambas partes del aparato oprimiendo dos pequeños botoncitos laterales y lo introdujo en la boca de la esclavita. Después metió en la cavidad bucal el dedo pulgar y el índice, volvió a oprimir los botoncitos y el aparato, mediante un sistema de resortes, se cerró con firmeza sobre la dentadura.

-¿Te das cuenta, Julia?... la nena está impedida de abrir la boca. El aparatito la mantiene con los dientes apretados. No puede hablar y mucho menos podría gritar. Sólo podría emitir gemidos y sonidos guturales como si fuera una muda. Precioso, ¿verdad?, y muy útil. Una mordaza perfecta. Eficiencia absoluta y además invisible. Llevátela así en el taxi, por si acaso, ¿entendés?

Julia no podía salir del asombro que la demostración le había provocado. El pequeño e ingenioso artefacto metálico era, efectivamente, un reaseguro ante cualquier tontería que la pichona pudiera cometer durante el viaje, pero significaba, además, una refinada muestra de dominación y poder sobre ella.

-Es extraordinario, Wanda... ¡extraordinario!... El Club no termina de sorprenderme. –dijo con los ojos brillantes de entusiasmo.

-Te vas a sorprenderte mucho más todavía, querida. –le contestó la guardiana con una sonrisa sugerente mientras volvía a meter una mano en el bolsillo.

-Tomá esto también. –dijo dándole una cajita rectangular.

Julia vio que se trataba de un medicamento.

-Un sedante poderoso. –le explicó la guardiana. –Si le das una cápsula entera te la va a dejar inerte y atontada durante seis horas. Muy útil si se te pone difícil y también para dárselo a la noche.

-Perfecto, así puedo dormir tranquila sabiendo que no va a hacer ninguna estupidez. –dijo Julia, y Wanda agregó:

-Media pastilla tiene un efecto de la misma duración, pero sólo atonta un poco y permite moverse.

-Gracias, Wanda. –dijo Julia. Guardó la cajita y la mordaza metálica en su cartera y tomando a la esclavita de un brazo salió al pasillo para dirigirse hacia la salida.

...................

Mientras tanto, Elena sollozaba tendida en el camastro de su celda, presa de una honda crisis emocional.

"¿Por qué tuvo que pasarme esto?... ¿por qué?..." –se preguntaba al tiempo que el nombre de Federico brotaba cada tanto de sus labios en forma de susurro dolorido.

"Lo tenía todo, amor, un buen trabajo y todo lo perdí por contarle mis fantasías a esa hija de puta... ¡¡¡Te odio, Julia, te odioooooooooooooooooooo!!!... Te odio por haberme hecho esto, te odio por encenderme cuando me tocás... te odio por hacerme gozar como una perra en celo con tu maldito lesbianismo... te odio... ¡¡¡te odioooooooooooooooooooooooooooo!!!... te odio con todo mi ser por habérmelo quitado todo... hija de puta... ¡¡¡hija de putaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!...

"Nunca más te voy a ver, Fede... mi amor..." –y ante esa certeza sus sollozos se convirtieron en un llanto convulsivo, desesperado. Lloró hasta que no tuvo más lágrimas y luego, quizá como una forma de autodefensa, se dio a pensar en la posibilidad de escapar de allí o que la rescataran.

"Fede habrá hecho la denuncia a la policía... deben estar buscándome..." –se dijo, y una luz de esperanza brilló en su mente. –de alguna forma voy a salir de acá y esto habrá sido solamente una pesadilla..."

Esperanza vana de la pobre Elena, pero que le sirvió para levantar un poco su ánimo y afirmarse en la decisión de resistir hasta su liberación.

Fue en ese momento que entró Wanda y el ruido de la puerta al abrirse sacó a Elena de sus cavilaciones. Se sentó en la cama y miró a la rubia con una mezcla de temor y odio.

-¿Quién te autorizó a sentarte? ¿Todavía no aprendiste que no podés ni siquiera moverte si yo no te autorizo?

Elena vaciló, pero después su flamante voluntad de rebeldía le hizo decir con expresión desafiante:

-¡¿Qué hice de malo al sentarme?!

Wanda la miró divertida y le dio una bofetada que derribó a la prisionera sobre el camastro, presa del miedo.

-¿Sabés una cosa? –le dijo la guardiana mientras la levantaba tomándola del pelo. –Me gusta que te retobes, porque así me das oportunidad de darte lo que te merecés por estúpida. Ahora vas a saber lo que es bueno. –y la sacó de la celda llevándola a los empujones por el pasillo en sentido inverso al acostumbrado. Al llegar al final abrió una puerta y Elena se encontró ante una empinada escalera cuyos peldaños de madera crujiente debió descender apremiada por la rubia. Percibió un intenso olor a humedad mientras la luz proveniente de antorchas empotradas en los muros de piedra le permitió ver que se encontraba en un sótano de forma rectangular con una puerta de metal en el fondo. El piso era de tierra apisonada y el techo se veía cruzado por gruesas vigas.

-¿Te gusta tu nuevo hogar, perra? –se burló Wanda.

Elena intentó decir algo, pero su miedo le impedía articular palabra alguna. Había creído que su celda era el peor sitio para estar y sin embargo ese lóbrego sótano resultaba aún peor.

Wanda abrió la puerta, que tenía un pequeño ventanuco enrejado, y tomándola de un brazo la metió en lo que era un cubículo de dos metros cuadrados, con el piso y las paredes de cemento y una lamparita encendida colgando del techo, del mismo material. El único objeto era un inodoro sin tapa, en un rincón.

-Tu suite, perra. Aquí vas a estar alojada hasta que tu Ama termine de arreglar lo que está preparando para vos. –le dijo la rubia con una sonrisa cruel. –Y hablando de preparar, andá preparándote para recibir leche hasta por las orejas. -Hasta pronto, querida... –dijo haciendo una burlona reverencia, y salió cerrando la puerta con llave. Mientras se dirigía hacia la escalera escuchó el grito desesperado de Elena y sonrió. Se sentía excitada y pensó con cuál de las esclavas le gustaría saciarse. Eligió a Marcela, la mamita.

....................

A todo esto Julia viajaba en el taxi hacia su casa, con Agustina sentada a su lado. La chica tenía la cabeza inclinada hacia delante y, por orden del Ama, las manos cruzadas sobre los muslos.

Julia comenzó a hablarle al oído:

-Sos muy linda, ¿lo sabías? Y a mí me enloquecen las chicas lindas... Sobre todo en este caso, cuando sé que puedo hacerte lo que se me antoje... Pobrecita de vos, tenías una vida normal y mirate ahora, esclavizada en El Club, sometida a los deseos de un viejo asqueroso, convertida en carne de placer para quien quiera usarte...

Mientras hablaba iba deslizando su lengua por la oreja de la pichona, cuya angustia crecía y le iba llenando los ojos de lágrimas. Los sollozos la agitaban y Julia, al advertirlo, le hizo girar la cabeza hacia ella y la miró a los ojos:

-¿Sabés una cosa, perrita? Verte llorar me excita todavía más.

Agustina cerró los ojos y sus lágrimas comenzaron a rodarle por las mejillas. Julia había descubierto que la crueldad obraba en ella como un poderoso afrodisíaco, y siguió empleándola con su indefensa víctima:

-Voy a hacerte algunas preguntas, y vas a contestarme moviendo la cabeza por sí o por no, ¿entendiste? –dijo mientras el taxi seguía su recorrido con un chofer atento al tránsito y desentendido de sus pasajeras. Agustina movió la cabeza de arriba abajo, sin abrir los ojos.

-¿Vivís sola?

La pichona movió la cabeza hacia los costados.

-¿Con tus papis?

La respuesta fue afirmativa e hizo sonreír a Julia.

-Ay... me imagino lo desesperados que deben estar ante la desaparición de su hijita... –dijo fingiendo condolerse. Agustina dejó caer su cabeza y se vio sacudida por nuevos sollozos.

Julia, muy excitada, la tomó del pelo para enderezarle la cabeza y prosiguió con el interrogatorio luego de advertirle al oído:

-La cabeza derechita, mi amor, o cuando lleguemos lo primero que voy a hacer es calentarte el culo con un cinto... ¿Fui clara?

Agustina abrió los ojos hasta el límite y asintió con una expresión de intenso miedo.

-Así me gusta... y ahora decime, ¿sos hija única?

La chica volvió a indicar que sí.

-Bueno, amorcito, ahora ya no tenés papis sino un Amo y pertenecés al Club...

La chica rompió entonces en desgarradores gemidos ahogados por la mordaza metálica.

-¿Algun problema? – preguntó el chofer mirando a las pasajeras por el espejo retrovisor:

-Grave, no. –contestó Julia acarciando a la esclavita en la cabeza con fingida piedad. –Pero mi sobrina se siente un poco mal del hígado, así que si puede apurarse se lo agradecería...

-Cómo no, señora... –dijo el taxista y pisó el acelerador. Poco después llegaban a destino y mientras subían por el ascendor hasta el octavo piso Julia empezó a meterle mano a su presa. Le acarició las tetas por encima del pullover y le dio un beso en la boca que la pichona correspondió lo mejor que pudo.

-Así me gusta, amorcito... bien mansita tenés que ser con mami Julia... –le dijo. Agustina asintió con la cabeza y el Ama abrió las puertas del ascensor sintiéndose ansiosa de disfrutar de ese bocadito que el destino había puesto en sus manos. Ya dentro del departamento le quitó a la esclavita la mordaza metálica y la chica quedó durante un momento aspirando con fuerza por la boca.

-Desnudate. –le ordenó Julia y Agustina lo hizo sin vacilar.

-Ahora tengo que hacer algunos llamados. Mientras tanto andá a la cocina y ocupate de lavar la vajilla que veas en la pileta. En el bajomesada está el detergente y una esponja... ¡Vamos, putita, vamos!

-Sí, Ama Julia, lo que usted diga... –contestó la pichona enjugándose las lagrimas con una mano y tratando de controlar la angustia que sentía, para no exponerse a un castigo.

Julia se sentó en el sillón junto al teléfono, extrajo de su cartera el papel con los datos de esos Amos que le había dado Wanda y comenzó a llamarlos.

-¿Señor Rodolfo?

-¿Quién habla? –preguntó una voz gruesa.

-Julia dijo la contraseña y agregó:

-Soy Julia, el Ama Julia.

-Es un placer, Julia, dígame.

-Quiero hacerle una propuesta, mi estimado señor.

-Adelante.

-Se trata de mi esclava, Elena es su nombre.

-Conozco por un miembro del Club la existencia de su esclava, que según me han dicho es un excelente ejemplar.

-Lo es, se lo aseguro, y lo que quiero es ofrecérsela a usted y a otros siete Amos en una sesión grupal.

-Cuente conmigo, Ama Julia, ¿para cuándo sería esa sesión?

-¿El miércoles a las diez de la noche le parece bien?

-Por mí no hay inconvenientes.

Así quedaron y Julia siguió con los llamados, entusiasmada por ese éxito inicial.

......................

Elena, que había gritado vanamente hasta quedar exhausta, estaba tendida sobre el piso de cemento de su nueva celda, reconsiderando la dura situación mientras Wanda recibía un llamado de Julia.

-Ya hablé con todos esos señores, querida. Quedamos para el miércoles a las diez de la noche, así que teneme preparada a Elenita.

-No te preocupes, Julia. Tratamiento completo, enema y baño. Te cuento que cuando te retiraste con Agustina la fui a ver y se me indisciplinó, así que la llevé a la celda de castigo en el subsuelo, donde la voy a dejar hasta que tenga que prepararla para lo que le espera el miércoles.

-Contame un poco. –pidió Julia. –¿Qué es esa celda de castigo?

-Un agujero sin otra cosa que un inodoro. Espero que unos días ahí le sirvan para amansarse y si no es así voy a tener el placer de usar otros métodos.

-Manejala como mejor te parezca, Wanda. Sos una experta en eso. Lo que sí te pido es que no me la dejes impresentable para el miércoles.

-No te preocupes, querida, además de los azotes tengo otros métodos que no dejan huellas. ¿Y cómo van las cosas con la chiquita?

-La tengo lavando vajilla en la cocina. –contestó Julia. –Cuando termine me la voy a coger.

-Que te aproveche, Julia. –dijo Wanda, y se despidieron en el momento en que Agustina aparecía en la puerta del living.

-Ya terminé, Ama Julia. –murmuró de pie, con la cabeza gacha, las piernas juntas y las manos atrás.

-El Ama le llamó chasqueando los dedos y la esclavita se acercó lentamente a ella.

-Arrodillate, putita... –le ordenó mientras se subía la falta.

Cuando tuvo a Agustina hincada ante ella le dijo:

-Bajame la bombacha.

La pichona obedeció haciendo resbalar la prenda por las piernas de Julia hasta los tobillos. El Ama movió uno y otro pie y la bombacha quedó en el piso, separó las rodillas, se echó hacia atrás en el sillón y dijo:

-Quiero tu lengua haciéndome gozar, pichona...

Agustina vaciló entre el asco y el miedo, y terminó inclinándose lentamente, con los ojos cerrados, hacia esa concha rasurada que la reclamaba mostrando en sus labios externos el brillo del flujo que había comenzado a mojarla.

-Abrime los labios y meté tu lengua, perrita... –exigió Julia.

El miedo al castigo comandaba las acciones de Agustina, que con dedos temblorosos obedeció la orden y empezó a mover su lengua torpemente.

-¡En el clítoris, estúpida! –le gritó Julia crispada. -¡En el clítoris quiero tu lengua!

La chiquita entreabrió los ojos y vio el clítoris del Ama, duro y rojo, y comenzó a lamerlo y a chuparlo provocando estremecientos de placer en Julia, que la animaba entre jadeos y gemidos.

-En el culo... –dijo el Ama. -Quiero... quiero tus dedos en mi culo... –La esclavita le metió primero un dedo y luego otro.

-Movelos... ¡¡¡Movelos!!!... ¡¡¡Metémelos bien adentro!!!...

Agustina era una máquina trabajando con su lengua y esos dedos que hacía avanzar y retroceder dentro del culo de Julia, que temblaba estremecida removiéndose en el sillón presa de la más violenta calentura.

Por fin explotó en un orgasmo interminable y soltó en la boca de la pichona una abundante cantidad de jugos mientras la mantenía aplastada contra su concha sujetándola con fuerza por la cabeza, para evitar que se echara hacia atrás.

-Tragátelo... tragate todo mi orgasmo... –exigió con voz enronquecida y Agustina lo hizo crispando su rostro en una mueca de asco. Julia entonces le apoyó un pie en la cara y la derribó de espaldas en el piso, donde la esclavita quedó inmóvil tratando de controlar su angustia. Pensaba en lo que Julia le había dicho durante el viaje, y de pronto rompió a llorar.

Julia, que reposaba antes de volver a gozar de su presa, ésta vez como activa, disfrutó un momento del hondo pesar de la chica y finalmente le dijo inclinándose hacia delante en el sillón:

-¿Qué pasa, pichona?

-Se lo suplico, Ama Julia... se lo... se lo suplico... –contestó la esclavita entre sollozos. Julia se puso de pie, se quitó la ropa y volvió a sentarse:

-¿Qué es lo que me suplicás?

-No puedo... no puedo más, señora... déjeme... deje que vuelva... que vuelva a mi casa... –y luego de pronunciar estas palabras dificultosamente a causa de los sollozos que la estremecían, se arrodilló en actitud suplicante y miró a Julia con ojos velados por las lágrimas.

Julia no respondió enseguida. Sostuvo esa mirada que hubiera conmovido a cualquier ser mínimamente compasivo, pero no a ella, y por fin dijo:

-Sos muy bonita, Agustina... ¡muy bonita!... pero muy estúpida también. ¿Cómo se te ocurre que te voy a dejar ir?

-Por favor...

-Olvidate para siempre de tu casa. Vos sos carne de tu Amo y del Club. Ahora el Club es tu casa. Metete eso en la cabeza, ¿oíste, mocosa?

Ante tamaña crueldad que había en esa respuesta el llanto de la esclavita arreció mientras la pobre caía de costado tapándose la cara con las manos.

Julia se inclinó hasta pegar su cara a la cabeza de Agustina, la aferró por las muñecas, con fuerza, y le dijo con tono amenazante:

-Dejate de escenitas o te voy a dar verdaderos motivos para llorar, ¿me oís?

Pero Agustina siguió llorando, sumida en la más profunda desesperación. Julia recordó el sedante, pensó en hacerle tomar media pastilla y así tenerla aplacada, pero desechó esa idea y eligió darle una buena zurra, para que aprendiera a temerle. Fue en busca de la mordaza metálica y al volver le ordenó abrir la boca, pero viendo que la chica seguía llorando sin obedecerle le tapó la nariz con dos dedos, le enderezó la cara y cuando su víctima abrió la boca en busca de aire le metió bruscamente el objeto y lo cerró oprimiendo ambos botoncitos.

Los ojos de Agustina se abrieron mucho, con una expresión de terror.

Julia la puso de pie agarrándola del pelo y así tomada la llevó al dormitorio y la arrojó boca abajo sobre la cama. De la boca cerrada de la esclavita surgían ahora gemidos cada vez más fuerte y roncos, como de un animal.

-Ahora sí que vas a saber lo que es bueno, putita boluda. –le dijo el Ama Julia mientras elegía entre sus cinturones el más adecuado para dar una buena paliza. Optó por uno de cuero marrón, de cuatro centímetros de ancho, que dobló en dos empuñándolo por la parte de la hebilla.

Al advertir lo que se le venía Agustina adoptó la posición fetal y se cubrió la cabeza con ambas manos, ganada por el más intenso miedo.

Julia alzó el brazo, midió el golpe y lo descargó sobre la cadera. La esclavita se encogió aún más y de su boca sellada por la mordaza brotó un quejido que estimuló el sadismo del Ama. Siguió castigándola en silencio, solazándose con los inútiles movimientos de la chica por evitar los cintarazos y con esos sonidos guturales, como de animal apaleado, que emitía cada vez que el cuero le quemaba la piel.

En un momento Julia sintió deseos de darle en las nalgas, detuvo el castigo y se volvió hacia el placard en busca de otros cinturones con los cuales pudiera atar a su víctima en la posición adecuada. Fue entonces que sin pensar y movida por la desesperación Agustina saltó de la cama y corrió hacia la puerta. Julia la alcanzó de dos zancadas, la agarró del pelo, la dio vuelta y le cruzó el rostro de una bofetada.

-¡¿Adónde pensabas ir, mocosa imbécil?! ¡¿De veras creíste que podés escaparte?!

Agustina tenía los ojos cerrados y movía nerviosamente la cabeza de un lado al otro.

-¡¡¡Mmmmmhhhhhh!!! ¡¡¡mmmmmmmhhhhhhhhhhhhhhhhh!!! –gemía.

Julia volvió a derribarla, esta vez sobre el piso, le apoyó un pie con fuerza en la espalda y volvió a su búsqueda en el placar, del cual extrajo dos cinturones delgados.

"Perfectos..." –dijo. Echó a Agustina sobre la cama, boca abajo, y venciendo su resistencia le ató los tobillos y luego las manos a ambos extremos.

-Ahora si te tengo... –dijo y alzando del suelo el cinturón ancho volvió a empuñarlo para reanudar el castigo.

-Te voy a dejar rojo como un tomate ese lindo culito que tenés, pichona... –y le dio un primer azote. La esclavita gimió retorciéndose de dolor y siguió así mientras el Ama continuaba descargando el temible instrumento sobre esas deliciosas nalguitas que iban enrojeciéndose cada vez más para deleite de la torturadora.

Al cabo de unos minutos Julia advirtió que algunas zonas estaban inflamadas y el rojo había adquirido allí una tonalidad blancuzca que preanunciaba heridas. La esclavita gemía ininterrumpidamente.

"Ya está bien" –se dijo el Ama agitada por el esfuerzo físico y la calentura. Arrojó el cinturón al piso, desató a su desdichada víctima, la dio vuelta y vio que tenía la cara bañada en llanto.

Le quitó la mordaza metálica pero la chica no dijo nada; sólo lloraba desconsoladamente.

Julia pensó que era el momento ideal para darle media pastilla del sedante y probar si su efecto era el que Wanda le había comentado. Salió en busca de la cajita y volvió con media pastilla y un vaso con agua. Sentó a la esclavita y le ordenó que abriera la boca. Aterrorizada, Agustina obedeció y Julia le hizo tomar el medio comprimido, para después volver a tenderla en la cama.

-Ya ves lo dura que puedo ser, putita. –le dijo mientras la chica seguía llorando entre temblores que la sacudían de pies a cabeza.

"Ya veré cómo es cogérmela medio atontada" –pensó mientras sonreía perversamente.

Media hora más tarde, después de haber almorzado en la cocina, volvió al dormitorio. La chica estaba en la misma posición en que la había dejado. Se acercó a ella y vio que tenía los ojos entreabiertos. La puso de espaldas en la cama, se sentó en el borde y comenzó a acariciarla sin que la víctima ofreciera resistencia alguna. Se dejaba hacer, con la boca abierta y la mirada perdida. La mano de Julia se deslizaba lentamente por el interior de uno de los muslos de la esclavita. "Qué piel tan maravillosamente suave tiene" –pensó el Ama sintiendo que su calentura crecía. Cuando llegó a la concha, Agustina se agitó levemente, pero no tuvo ninguna otra reacción. Julia entreabrió los labios vaginales e introdujo un dedo entre ellos, notando lo seco que estaba el nidito.

"Es lógico" –se dijo, y retiró el dedo para dirigirlo hacia el orificio anal, donde lo metió lentamente mientras Agustina volvía a la pasividad luego de una fugaz contracción de sus nalguitas acompañada por un débil gemido.

Julia se inclinó sobre ella, con el dedo metido por completo, y busco con sus labios los labios entreabiertos de la esclavita, que seguía dejándose hacer. La besó hundiéndole la lengua en la boca y se excitó al contacto con la otra lengua. Sacó el dedo del culito y comenzó a trabajar con dos dedos el clítoris de su presa, que tuvo un espasmo mientras exhalaba un gemido. Poco a poco el clítoris comenzó a endurecerse un poco mientras la conchita soltaba sus primeros jugos. Julia sonrió, muy caliente, y siguió trabajando a su víctima un largo rato. Cambió los dedos por la lengua, aspirando, mientras lamía y chupaba, ese delicioso aroma marino que brotaba de la conchita mientras sentía que la suya se estaba mojando más y más.

Coger a la nena mientras la tenía medio atontada con la pastilla le estaba resultando una experiencia muy morbosa y, por tanto, apasionante. La excitaba en extremo disponer de una hembra sumida en la pasividad pero que no obstante iba respondiendo a los estímulos sexuales que ella le proporcionaba.

Sentía que su concha era ya una catarata mientras la de Agustina producía cada vez más jugos a medida que seguía trabajándole hábilmente el clítoris con los labios y la lengua. Llevó entonces una mano a su propia concha y empezó a masturbándose sin dejar de lamer y chupar el botoncito de su presa, que por fin tuvo un orgasmo mientras Julia explotaba también en el climax de la pasión, ardiendo como una brasa.

..................

Encerrada en ese agujero Elena había perdido la noción del tiempo. Estaba echada en el piso de cemento, agotada de tanto gritar, cuando escuchó el sonido de la llave girando en la cerradura y al levantar la cabeza vio entrar a Wanda con un recipiente y un vaso.

-¿Estás cómoda, Elenita? –se burló la guardiana mientras depositaba ambos objetos en el suelo. Lucía relajada después de haber violado a la esclava Marcela teniéndola medio atontada con el sedante. Había optado por mantenerla casi todo el tiempo en ese estado para no tener que aguantar sus llantos plañideros y sus ruegos de que le permitieran volver a reunirse con sus hijos.

-Tu almuerzo. –dijo y Elena vio que en el recipiente, que era uno de ésos que se usan para dar de comer a los perros, había carne trozada y papas hervidas. Bebió un sorbo del vaso y advirtió que era agua lo que había en él.

-Más tarde pasaré a recoger eso. –le dijo Wanda antes de retirarse. Elena tomó el recipiente y el vaso y se sentó con la espalda contra una de las paredes disponiéndose a saciar el hambre que sentía.

Mientras comía tomando cada trozo de carne y las papas con la mano volvió a pensar en aquello que la mantenía con fuerzas: ser rescatada.

"Tienen que estar buscándome" –se decía. "Fede debio haber hecho la denuncia y la policía debe estar buscándome. Pronto estarán aquí y todos estos pervertidos irán presos..."

..............

El Sumo Regente jugaba esa tarde de domingo con uno de sus nietos cuando la mucama lo interrumpió:

-Doctor, un llamado para usted. –y le alcanzó el teléfono inalámbrico. El hombre ocupó su sillón preferido en el living.

-Gracias, Clara, Hola...

-Doctor, ¿cómo le va?, quise llamarlo antes pero me fue imposible.

-Ah. ¿cómo está, mi estimado amigo? –dijo el Sumo Regente al reconocer la voz.

-Con mucho trabajo, doctor.

-¿Me averiguó eso?

-Afirmativo, doctor. Recibimos una denuncia por desaparición de persona sobre una tal Elena Rodríguez. La denuncia la hizo el marido, Federico Bernárdez.

-Imaginé que sería con ustedes, por la zona, y supongo el destino que habrá corrido esa denuncia. –dijo el Sumo Regente mientras acariciaba la cabeza del nieto, que había trepado a una de sus piernas.

-Supone bien, doctor. Quédese tranquilo.

El Sumo Regente sonrió satisfecho:

-Gracias, mi querido amigo. Que tenga un buen domingo. –y cortó la comunicación para seguir jugando con el pequeño.

(continuará)

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