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Las desventuras de Elena (4)

Al cabo de unos instantes Julia se sentó en la cama, agarró a Elena por los cabellos y le dijo:

-Lo hiciste muy bien, Elenita, te merecés un premio. –y la acostó de espaldas en la cama.

-Abrí las piernas que vas a ver cuánto puede hacerte gozar esta gorda fea y aburrida. –dijo mordiendo esas últimas palabras. Elena yacía con los ojos cerrados y una expresión tensa en su rostro. Julia la miró con odio y deseo al mismo tiempo. Era la hembra más hermosa y sensual que había visto en toda su vida. Las tetas, grandes y redondas, caían hacia los costados por su propio peso, y qué estrecha la cintura que por eso mismo acentuaba la amplia y armoniosa curva de las caderas. Y sobre las sábanas esas nalgas portentosas. Por un momento sintió el impulso de castigarla, de pegarle, de martirizarla en nombre de todos esos años de deseos insatisfechos, pero se contuvo. Ya habría tiempo para el castigo. Ahora su plan era muy otro y consistía en hacerla gozar a fondo y disfrutar de ese goce de la hembra cuyo contenido aunque perceptible desprecio la hiciera sufrir tanto en el pasado.

Con una sonrisa en los labios se inclinó entre los muslos de Elena y sus manos comenzaron a amasarle los pechos alternando suavidad y fuerza en dosis apropiadas que su experiencia lésbica le iba dictando. Miró a Elena y su sonrisa se amplió al comprobar que tenía la boca abierta y había empezado a respirar agitadamente, mientras exhalaba algunos gemidos. Apresó entonces ambos pezones entre sus dedos y en un santiamén los percibió duros, erectos.

Elena era un torbellino de sensaciones encontradas. "Me calienta... –se dijo- no puedo negarlo... me calienta con lo que me hace... la odio por haberme traído acá, por tenerme esclavizada, pero... pero ahora me calienta... ¡Dios mío!"

Julia actuaba despacio, regodeándose con el placer de acariciar tan hermosas y apetecibles tetas, y además, disfrutando de esas reacciones de Elena que delataban la excitación que estaba sintiendo. Llevó una mano a la concha de su víctima y comprobó lo que imaginaba: estaba mojadísima.

-Estás caliente, Elenita, jejeje...

-¡Síiiiiiiiiiiiii! –gritó la esclava sin pensar, presa de ese goce que la envolvía toda.

Julia entonces entreabrió los labios externos e introdujo dos dedos en el orificio mientras el pulgar presionaba el clítoris que rápidamente emergió de su capullo. Los dedos entraron hasta los nudillos y la yema del pulgar se aplicó a un movimiento en círculos que le arrancó a Elena un grito de placer:

-¡AAAAAHHHHH!...

Estaba por completo a merced de su cuerpo, de esas sensaciones voluptuosas en extremo que Julia le estaba provocando. Era incapaz de pensar y eso le produjo un profundo alivio que la llevó a entregarse por completo a su violadora.

Julia se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo con Elena y quitándole los dedos de la concha se acomodó hasta tener entre sus labios el clítoris de su esclava, que se arqueó como sacudida por una súbita corriente eléctrica.

-¡AAAAAAAAAHHHHHHH! –gritó y ese grito fue música en los oídos de Julia, que comenzó a chupar y lamer sabiamente el clítoris ya durísimo. Volvió a meter dos dedos hasta los nudillos en esa concha que era un río indetenible de flujo mientras seguía trabajando con su lengua y sus labios hasta que Elena prorrumpió en una sucesión de jadeos, gritos y gemidos ya con cuatro dedos adentro; dedos que semejaban una corta pero gorda pija que avanzaba y retrocedía sin cesar.

"La tengo..." –se dijo Julia pletórica de un oscuro entusiasmo. "Ya es mía..." y segundos después Elena explotaba entre jadeos y gritos en un orgasmo intenso, interminable.

Julia la miró resoplando satisfecha y se tendió de costado junto a ella en el camastro. Comenzó a acariciarle con fingida ternura el pelo, el cuello, los hombros, y le dijo:

-Bueno, Elenita, a partir de ahora ya no más corcovos... Sólo entrega absoluta, obediencia y sumisión, ¿cierto?

-Sí, Julia...

-Soy tu Ama y vos mi esclava.

-Sí...

-Sos una puta hambrienta de pijas.

Elena vaciló y contrajo su rostro en una expresión dolorida.

-Sos una puta hambrienta de pijas. –insistió Julia endureciendo el tono.

-Sí. –aceptó Elena.

-Decilo.

-Soy... soy una... una puta hambrienta de pijas. –concedió por fin.

-¡Muy bien, Elena!... ya ves que no es tan difícil decir lo que sos.

-Julia...

-Sí, querida, decime.

-¿Nunca más me van a dejar salir de acá?

-Nunca. –confirmó Julia y los ojos de Elena se llenaron de lágrimas.

La gorda se incorporó a medias en el camastro, tomó la barbilla de Elena entre sus dedos y dijo:

-¿Qué pasa, queridita? ¿por qué esa pena?

-Federico... –musitó la esclava entre sollozos. –mi vida anterior...

-Tu vida anterior es exactamente eso: tu vida anterior. Tu pasado, Elena. Tu presente y tu futuro están aquí, en esta celda, en mí, que soy tu dueña, tu Ama; en la innumerable cantidad de hombres cuyas pijas vas a tragarte de aquí en más por tus tres agujeros, en los litros de semen que vas a beber.

Elena la escuchaba estremecida. Julia había logrado ponerla en contacto con su interior más profundo. En cada una de esas lágrimas que mojaban sus mejillas estaba la vergüenza de haber descubierto a la verdadera Elena, la puta anhelante de vergas y humillaciones, la esclava que quizá siempre había sido y sólo ahora se expresaba en plenitud.

-Sí... –se escuchó decir en un susurro que provocó en Julia una sonrisa triunfal. Bajó de la cama y le ordenó a su esclava que hiciera lo mismo.

-Arrodillate ante mí, Elena. –dijo, y cuando tuvo a su presa en esa posición, con las nalgas apoyadas en los talones le ordenó:

-Cabeza gacha, las manos en la espalda y repeti conmigo.

-Sí, Julia...

-Soy Elena.

-Soy Elena...

-La esclava de la señorita Julia.

-La esclava de la señorita Julia...

La voz de Julia sonaba imperativa, mientras la de Elena era apenas un susurro.

-Debo olvidarme de mi vida anterior.

-Debo... debo olvidarme de... de mi vida anterior... –y aquí Elena se quebró en sollozos.

-¡Dejate de lagrimitas si no querés que me ponga dura! –la apremió Julia tomándola del pelo y ante la amenaza Elena se recompuso con esfuerzo.

-Soy carne de verga. –siguió la gorda.

-Soy... soy carne... soy carne de verga... –articuló dificultosamente Elena.

-Estoy a disposición de mi Ama y de todos aquellos a los que mi Ama quiera entregarme.

-Estoy a... a disposición de mi Ama y de... de todos aquellos a los que... a los que mi Ama quiera entregarme...

-Prometo obediencia ciega y sumisión absoluta a mi Ama Julia.

Elena vaciló, pero finalmente dijo:

-Prometo... prometo obediencia ciega y sumisión absoluta a mi Ama Julia...

Julia le tomó la cara entre las manos, le enderezó la cabeza y dijo entusiasmada:

-¡Muy bien, Elenita! ¡muy bien!... Ahora ya sabés quién sos, cuál es tu obligación y cómo vamos a usarte. Y andá sabiendo también que a la menor indisciplina te voy a poner en manos de Wanda.

-¡No!... por favor... –rogó Elena mirándola angustiada.

-Obediencia y sumisión o castigo, Elena.

-Sí, Julia...

Su Ama le dio una bofetada:

-¡Ama Julia! –la corrigió.

-Perdón, Ama... Ama Julia... –murmuró Elena con los ojos llenos de lágrimas.

La gorda sonrió satisfecha, se vistió apresuradamente, volvió a ponerle el collar que la mantenía sujeta a la pared y tomando su bolso salió de la celda.

-Hasta pronto, esclava Elena. –dijo a modo de despedida, y se encaminó hacia la habitación de Wanda.

-¿Qué tal estuvo la cosa? –preguntó la guardiana después de servir café.

-Diría que muy bien, mejor de lo que esperaba. –contestó Julia luego del primer sorbo. –Aún me resulta difícil creer que soy dueña de esa hembra a la que estuve deseando en silencio durante años.

-Te entiendo, querida, porque es un bocado exquisito.

-Efectivamente, y además te cuento que logré ponerla de cara a su verdadera esencia, a su condición de puta.

-¡Qué bien! ¿Así que lo reconoce?

-Sí, a partir de ahora creo que si la castigamos será sólo por el placer de hacerlo, porque estoy segura de que de aquí en más no se resistirá a nada de lo que se le haga, sexualmente hablando.

-Oíme, Julia, esa hembra me calienta mucho... ¿puedo seguir usándola?

-Sí, Wanda, claro que sí. –dijo Julia, y agregó: -Te había hablado de conocer a las otras esclavas. ¿Puede ser ahora?

-Mmmhhh, veo que estás impaciente. Sí, no hay problemas.

-Además quiero pedirte un favor, que me permitas darme una ducha. Se impone después de tener sexo, ¿verdad?, jejeje.

-Pero por supuesto, querida. El baño está en el pasillo, a la derecha. Hay un juego de toallas sin usar. Yo mientras tanto voy preparando el ganado y te espero en el sector de celdas.

Momentos después, tras haber gozado de una reparadora ducha, Julia llegaba al pasillo donde Wanda tenía ya alineadas a las seis esclavas, cada una ante la puerta de su celda. Julia las abarcó a todas de una mirada y apreció debidamente el hermoso espectáculo que ofrecían desnudas, mirando al frente, con las piernas juntas y las manos en la nuca. Wanda empuñaba una vara y le sonreía desde el final de la fila.

Julia comenzó la recorrida, excitada ante tanta belleza femenina reunida para ella. Las había de diversos tipos y edades, rubias, morenas, pelirrojas, muy jovencitas y no tanto, pero todas unidas por el denominador común de sus atractivos físicos. Se detenía ante cada una y mientras la observaba minuciosamente Wanda iba dándole cierta información básica.

-Marcela, 32 años, casada y madre de dos hijos de 6 y 8. La capturamos hace seis meses en el pub, donde una amiga que es miembro del Club la llevó con el pretexto de ver si organizaban allí la despedida de soltera de otra amiga de ambas.

-Paula, 26 años, soltera, hace un año se había empleado como secretaria de uno de los miembros del Club que la entregó una semana después.

-Mariela, 26 años, soltera, tuvo la desdicha de enamorarse de un compañero de trabajo que es integrante del Club y le hizo el papel de novio durante un tiempo hasta que hace dos meses la entregó.

-Laura, 22 años, soltera, la capturamos hace tres meses una noche, tarde, a la salida de su trabajo, donde se había quedado haciendo horas extras.

Patricia, 19 años, soltera, era empleada administrativa en la fábrica de un miembro del Club que la entregó hace cinco meses.

Julia había llegado a la última de la fila, una jovencita deliciosa y con el miedo reflejado en sus grandes ojos verdes que fijó por un segundo en la gorda, para después retirarlos con una expresión de susto en su rostro de facciones aniñadas.

-Ella es Agustina, 18 añitos y con sólo dos meses en el Club. Fue atrapada una noche a la salida de la facultad mientras esperaba el colectivo para volver a su casa.

Julia la envolvió de arriba abajo en una mirada caliente. "¡Es un bomboncito!", se dijo. La chica era de estatura media, rubia de pelo lacio hasta los hombros y más bien delgadita, aunque sus formas tenían una armonía perfecta. A Julia le fascinaron sus tetas más bien pequeñas, paraditas y de pezones rosados en medio de aureolas grandes y suaves. Tenía una cintura muy estrecha, caderas de curvas discretas y las piernas largas, de rodillas finas y muslos admirablemente torneados y cubiertos por una apenas perceptible pelusita rubia sobre la piel clara y tersa.

-¡Ahora giren y muéstrenle el culo al Ama Julia! –ordenó Wanda y las esclavas obedecieron.

Julia apenas miró esas grupas. Estaba fascinada por Agustina y se concentró en su culito empinado, redondo y firme. Por un segundo sintió el impulso de palparlo, pero se contuvo pensando que probablemente eso significara transgredir las normas del Club, ya que la chica debía tener dueño y si pretendía usarla debía solicitar su autorización.

Wanda pareció leerle la mente:

-Te gusta la pichoncita, ¿eh? –dijo acercándose a ambas.

-Claro que sí... Es una delicia de criatura... –le contestó Julia sintiendo que su rostro ardía. -Debe tener dueño...

-Por supuesto, todas lo tienen. El de ésta es un docente universitario que fue profesor suyo en la facultad y la marcó para su captura. Si te interesa puedo darte sus datos y le pedís autorización para usar a su nena.

Hablaban sin reserva alguna ante la esclavita, quien en el corto tiempo que llevaba prisionera en el Club había aprendido, a fuerza de castigos y violaciones, que era inútil oponerse a nada de lo que esa gente quisiera hacer con ella.

-Bueno, acompañame que te doy esos datos. –dijo la guardiana. -¡Y ustedes, adentro todas!

Ya con las esclavas otra vez en sus celdas Wanda cerró con llave cada una de las puertas, tomó a Julia de un brazo y poco más tarde le entregaba un papel donde había escrito el número de un teléfono celular.

-Son datos absolutamente confidenciales, como los tuyos, querida, como los de todos los miembros del Club. No lo olvides.

-Perdé cuidado, soy de fiar. Además aquí encontré el paraíso –dijo Julia con una sonrisa lujuriosa. –y por nada del mundo quiero perderlo.

Wanda le devolvió la sonrisa y juntas fueron hacia la salida de la mansión.

Durante el viaje en taxi sintió que la ansiedad la iba ganando y ya en su casa estuvo a punto de llamar al profesor, aunque se dio cuenta de que era tarde y hubiera sido una imprudencia.

Se sentía muy excitada. La sesión de sexo con Elena, ese doblegarse totalmente de su esclava y más tarde el descubrimiento de la deliciosa Agustina era demasiado para un solo día. Decidió darse una ducha antes de cenar y luego, mientras comía, se puso a releer el reglamento del Club, que le había sido entregado al momento de firmar su incorporación como miembro.

Repasó todas y cada una de las cláusulas, sintiendo la fuerza de ese morbo que siempre había formado parte de su personalidad y que mantuviera celosamente oculto incluso para si misma hasta que conoció la existencia de El Club del Placer, y entonces, ante la posibilidad cierta de tantos exquisitos y refinados goces, aceptó complacida y sin culpas su condición de morbosa que a partir de ese momento convivía sin inconvenientes con la Julia intelectual y culta que también era.

..................

Reglamento de El Club del Placer

(De cumplimiento obligatorio para todos los miembros)

Todo nuevo miembro de El Club queda comprometido con su firma al pie a cumplir rigurosamente todo lo establecido en este documento, que rubrica de conformidad y con pleno conocimiento de su contenido.

Está prohibida la admisión de miembros menores de 18 años.

Está igualmente prohibida la entrega al Club por parte de cualquier miembro de ejemplares femeninos y/o masculinos menores de 18 años.

En el caso de ejemplares masculinos sólo se aceptarán aquéllos que tengan entre 18 y 20 años de edad, y sólo después de que hayan sido aprobados por el Comité de Estética.

El Comité de Estética actuará también, de ser necesario, respecto del ganado hembra, para evitar cualquier decaimiento en el óptimo nivel de calidad que se pretende.

Todo ejemplar que se entregue al Club por parte de un miembro pasa a ser de uso común y su DUEÑO o DUEÑA ya no podrá retirarlo.

Para ese uso común que se menciona en la clausula precedente, es necesaria la autorización del DUEÑO o DUEÑA del ejemplar en cuestión.

Todo miembro que saque a un ejemplar propio o ajeno de las instalaciones del Club será responsable de su custodia para evitar cualquier indeseable episodio de fuga y devolverlo a su lugar natural de cautiverio en un plazo no mayor a las 48 horas.

Todo miembro DUEÑO de un ejemplar tiene derecho a elegir a uno o más miembros para que gocen de ese ejemplar según las condiciones previamente convenidas.

Todo miembro que entregue un ejemplar al Club será informado de que una vez en cautiverio ese ejemplar será sometido a un período de doma cuya duración variará de acuerdo con la resistencia que oponga el ejemplar hasta su doblegamiento absoluto.

Firma en este acto dos ejemplares del mismo tenor la señorita Julia R en su carácter de nuevo miembro de El Club del Placer.

Julia había leído ese documento ya muchas veces y siempre la excitaba. Le gustaba esa manera de mencionar a las esclavas como ganado, ejemplares, hembras, nunca como mujeres y mucho menos reconociéndoles la condición de personas.

"Es que son eso." –se dijo. "Hermosos animales en cautiverio para el disfrute de nosotros, los Amos y Amas."

.................

A la mañana siguiente despertó de muy buen humor después de un sueño relajado y profundo tras haberse masturbado pensando en Elena y en Agustina.

Se ganaba la vida como bibliotecaria y dando clases de literatura dos veces a la semana en una escuela normal, donde varias de sus alumnas del quinto año le provocaban suspiros y fantasías perversas. Claro que eran sólo eso, fantasías, porque esas lindas cachorritas de 17 años estaban por completo fuera de su alcance. Aunque desde que era miembro de El Club del Placer y se había adueñado de Elena, no poder gozar de esa carnecita fresca le dolía mucho menos.

Esa mañana, desde su escritorio en la biblioteca, incapaz de contener su ansiedad por más tiempo, llamó al propietario de Agustina.

-¿Profesor?...

-Sí. –contestó una voz algo cascada. -¿Quién habla?

-Conozco el paraíso. –respondió Julia dando la contraseña.

-Ah, ya veo, es un gusto, señorita...

-Julia, Julia es mi nombre.

-El mío, Felipe. La escucho, Julia.

Julia planteó entonces sin rodeos su interés por Agustina.

-No tengo ningún inconveniente en que use a mi esclava, señorita. Aunque quiero hacerle una salvedad: no la lastime. No es la piedad ni la consideración hacia ella lo que me mueve, sino el deseo de conservar intacta su belleza.

-No se preocupe, profesor. No tengo interés alguno en lastimarla. Sólo quiero gozar sexualmente de esa deliciosa cachorrita.

-¿La someterá en El Club o piensa llevarla a su casa?

Julia pensó un momento:

-En verdad no lo sé todavía, pero ¿en caso de que decida llevarla a mi casa debo avisarle a Usted?

-No es necesario, Julia. A partir de la autorización que acabo de darle tiene Usted el derecho a usarla donde prefiera, aunque si la saca del Club recuerde que el plazo máximo para tenerla afuera es de 48 horas.

-Así será, profesor. Conozco el reglamento, quédese tranquilo.

-¿Me permite una pregunta, señorita?

Claro que sí, adelante.

-Es usted dueña de algún ejemplar?

Julia respondió contándole sobre Elena.

-Qué interesante, créame que me daría gusto conocer a su hembra.

-Desde ya le aseguro eso, profesor. Y si no le parece mal podría yo llamarlo en unos días para que usted y yo compartamos una cena en mi casa con la presencia de Elena.

-Estaré esperando ese llamado, Julia. Que tenga buen día.

Julia colgó y echándose hacia atrás en el sillón se dijo, sonriendo, que la jornada no podía haber comenzado mejor. Tenía vía libre para gozar de Agustina y ahora que el profesor había mencionado la posibilidad de hacerlo fuera del Club, concluyó que el escenario ideal sería su casa, donde pensaba tener a esa chica durante 48 horas que sin duda resultarían apasionantes. Esa tarde no tenía clase, así que aprovecharía para ir al Club a gozar de Elena y hacerle una visita a la cautivante Agustina.

Wanda la recibió contándole que el profesor la había llamado.

-Es lo que se estila. –le explicó. Para que yo sepa de las autorizaciones.

-Entiendo. Quiero verla ahora mismo.

-Adelante, querida. Ya sabés el camino. Yo estaré en mis habitaciones.

-Bien. Yo tengo para rato aquí, porque después de ver a Agustina pasaré por la celda mi esclava.

-Qué disfrutes, Julia. –dijo la guardiana guiñándole un ojo. –Aquí tenés las llaves de las dos celdas.

Julia las tomó y se encaminó presurosa hacia el pasillo de los calabozos.

Cuando entró en la celda de Agustina ésta se encontraba tendida boca abajo en el camastro. Se incorporó sobresaltada y Julia advirtió que no estaba sujeta por el collar a la pared. Se lo dijo y la esclavita le aclaró que después de los primeros días se les concedía el privilegio de dejarlas libres en la celda.

-Igual es imposible que nos escapemos. –concluyó con una expresión de dolor en su muy bonito rostro.

-Por supuesto que sí, queridita. –acordó Julia mientras observaba que la esclavita tenía el pelo mojado.

-¿Acabás de bañarte? –preguntó sentándose en el camastro mientras Agustina permanecía de pie junto a ella, con la cabeza gacha, las piernas juntas y las manos atrás.

-Nosotras no nos bañamos. Somos aseadas todos los días por la señorita Wanda con una manguera.

"Claro, como se limpia a los animales", pensó Julia divertida, y Agustina agregó:

-Nos bañan únicamente cuando nuestros dueños vienen a vernos. Ahí la señorita Wanda nos pone una enema, nos ducha, nos lava la cabeza, nos perfuma.

-Entiendo, preciosa. ¿Y tu dueño viene seguido a verte?

-Es... es terrible...

-¿Qué es lo terrible, pichona?

-Ser... ser sometida por ese viejo asqueroso... –se sinceró la esclavita.

-¡Ay, ay, ay, Agustina! ¡qué lenguaje tan insolente para referirte a tu Amo! –y se puso de pie ante la jovencita, en actitud severa.

La pobre chica, al advertir la imprudencia que había cometido, se arrodilló con las manos unidas en gesto de súplica:

-No, Ama Julia... perdón... perdóneme, se lo ruego... no le cuente a la señorita Wanda... ¡se lo suplico! –dijo a punto de prorrumpir en sollozos.

Julia se conmovió, no con un sentimiento de piedad sino por la excitación que la actitud de la bella esclavita le provocaba.

-Por esta vez pase, Agustina, pero no vuelvas a insolentarte de semejante manera, ¿entendido? –amenazó Julia disfrutando intensamente de su poder sobre la hembrita.

-¡Gracias, Ama Julia! ¡Gracias! ¡Le juro que jamás volverá a suceder! –se exaltó la esclavita conteniendo a duras penas las lágrimas que pugnaban por brotar de sus bellos ojos.

-Bueno, ahora calmate, quedate así, arrodillada, poné las manos en la nuca, agachá la cabeza y contame lo que te hace tu dueño. –le ordenó Julia sentándose en el borde del camastro.

-Viene dos o tres veces por semana, a la noche. Para saludarme me besa en la boca y ahí empieza mi calvario... Me manosea por todas partes, me hace arrodillar y me mete los dedos en la boca, me dice asquerosidades...

-¿Qué edad tiene? –preguntó Julia muy interesada en el relato.

-No sé, unos 70, supongo.

-Seguí.

-Y bueno, me tiene así un rato y después tengo que desvestirlo...

-Mmhh, muy bien, ¿y entonces?

-Cuando termino de sacarle toda la ropa se acuesta de espaldas en el camastro y yo tengo que ponerme entre sus piernas y conseguir que... que se le pare... Me cuesta mucho... tengo que usar las manos, la... la boca... es horrible... y bueno, al final cuando consigo ponerlo en condiciones él me... me somete... lo único bueno es que tiene eyaculación precoz y termina enseguida...

-¿Te coge por la concha o por el culo? –preguntó Julia empleando un lenguaje deliberadamente guarro que hizo enrojecer de vergüenza a la esclavita.

-Por los dos lados... a veces por adelante, a veces por atrás, depende...

La jovencita hablaba en un tono apenas audible que a Julia le resultaba muy excitante.

-¿Eras virgen cuando fuiste traída aquí?

-Sí... él me desvirgó acá...

-Bueno, voy a contarte algo. –le dijo. –Tu dueño me autorizó a usarte, así que te voy a llevar a mi casa durante dos días. ¿Alguna vez estuviste con una mujer?

-No, Ama Julia, nunca...

-Mmmmhhhh, qué bien, voy a tener entonces el gusto de iniciarte en el sexo lésbico. Además durante esos dos días vas a ser mi sirvienta.

Agustina tragó saliva y contestó:

-Lo que usted diga, Ama Julia. ¿Puedo... puedo rogarle algo?

Julia la autorizó, cada vez más excitada, y la esclavita dijo entonces:

-Lo que le ruego es que... que no me castigue, que no me... que no maltrate...

-Eso va a depender de vos, pichona, de tu comportamiento.

-Gracias, Ama Julia... Me voy a portar bien...

-Eso espero, queridita. Soy muy dura cuando se me indisciplinan.

-No me voy a indisciplinar, Ama Julia... –prometió la jovencita y Julia, después de besarla en los labios, abandonó la celda para ir en busca de Elena. Estaba muy mojada por la visita a Agustina, a quien hubiera podido someter en ese momento, pero prefirió postergar semejante goce para cuando la llevara a su casa y así, con esa espera, hacer más intenso aún el placer de disfrutar de ella.

Cuando entró a la celda de Elena su esclava esta sentada en el borde del camastro, con las manos debajo de los muslos.

-Ama Julia... –dijo y Julia se dio cuenta de que tenía los ojos enrojecidos.

El Ama dejó su cartera sobre el camastro y se paró ante Elena.

-Saludame de rodillas y besándome la mano. –le ordenó.

Elena lo hizo y Julia le dijo:

-A partir de ahora vas a saludarme así al llegar y al irme, ¿entendido?

-Sí, Ju... Ama Julia... sí...

-Ahora quedate de rodillas, sin apoyar las nalgas en los talones, con la cabeza gacha y las manos atrás. –le indicó mientras ella se sentaba en el borde del camastro.

-Tenés el pelo mojado... –le dijo imaginando que ella también había sido manguereada por Wanda.

-Me manguerean todos los días. –confirmó la esclava.

-Contame. –le exigió Julia llevada por su morbo.

–La señorita Wanda viene con una manguera que conecta a la canilla del lavatorio, trae un balde y jabón de lavar, pone agua en el balde, humedece el jabón, me lo pasa por todo el cuerpo y después me enjuaga con la manguera. El primer día me explicó que así se baña a los animales. –completó Elena, y se mordió los labios.

-Tenés los ojos irritados. –le dijo Julia. -¿Qué pasó? ¿estuviste llorando?

-Mucho... No es lindo descubrir y tener que aceptar que una es una... ¡una puta!... y que ser una puta me llevó a esto... a estar acá encerrada en tus... en sus manos... saber que ya no veré a mi marido nunca más, saber que ya nunca voy a volver a mi vida de antes, a ser libre, a caminar por la calle... –explicó la hembra y se quebró en sollozos, incapaz de seguir hablando.

Julia le acarició la cabeza con falsa ternura, se inclinó hacia ella y afectando un tono comprensivo le dijo:

-Bueno, Elenita, así son las cosas. Es cierto que ya no vas a volver a tu vida de antes, pero si te portás bien quizá te saque de paseo un día de éstos.

Elena alzó la cabeza y la miró sin entender, pero Julia no agregó nada más, se puso de pie y le ordenó que la desvistiera. Mientras le iba quitando la ropa Julia le acariciaba el cuello, las tetas, las nalgas, y así se calentaba cada vez más. Cuando estuvo desnuda besó a su esclava en los labios, largamente, hundiéndole la lengua en la boca sin que Elena se retobara. Después sus manos se apropiaron de esos pechos tan apetecibles y luego de meter un muslo entre las piernas de su esclava la empujo con firmeza hasta tenerla de espaldas contra una de las paredes de la celda. Allí la fue besando en el cuello, en los labios, en los hombros, deslizando muy lentamente su boca y aspirando el olor del jabón de lavar, que le resultó sensual en esas circunstancias.

Elena jadeaba y se movía apretándose al cuerpo de Julia, sin disimular su excitación. Cuando el Ama le metió un dedo en la concha la encontró muy mojada y entonces, apartándose, le ordenó que abriera su cartera.

Elena lo hizo y se encontró con un dildo de considerables dimensiones con un arnés de cintura, de cuero negro.

-Dámelo. –dijo Julia, y se lo colocó mientras las manos le temblaban de calentura.

Ya armada con el dildo, dijo:

-Mirá, Elenita... Mirá que lindo chiche tengo...Veintidós centímetros por tres y medio, y te lo voy a meter todo...

Elena miraba el dildo como hipnotizada, como si se hubiera olvidado de su situación y sólo deseara ser satisfecha en ese intenso deseo sexual que estaba sintiendo.

Julia se dio cuenta de lo que estaba pasando por la cabeza de su hembra y, pletórica de satisfacción, la hizo arrodillar ante ella.

-Abrí el hocico que primero vas a chuparlo. –le ordenó.

La esclava abrió la boca, Julia le metió el dildo y la sujetó por la nuca con una mano.

Elena no pensaba, sólo sorbía con fuerza ese objeto que le llenaba la boca y que por la presión de la mano de Julia se le iba metiendo cada vez más profundamente hasta provocarle arcadas. Intento apartarse, ahogada, pero Julia, riendo perversamente, se lo impidió mientras le tapaba la nariz con el dedo pulgar y el índice y gozaba perversamente viendo cómo la cara de Elena tomaba un color cada vez más rojo. Por fin, cuando estimó que tenía a su esclava al borde de la asfixia, la liberó lanzando una carcajada. Elena quedó jadeando, aspirando con fuerza hasta que pudo recomponerse.

-Bueno, mi tesoro, fue un juego nada más. –se burló Julia y aferrándola por el pelo la incorporó para después echarla sobre el camastro, donde Elena debió ponerse en cuatro patas. Julia se ubicó entonces entre las piernas de su esclava y luego de solazarse durante un momento con ese culazo que la posición convertía en un enorme y perfecto círculo de apetitosa carne empuñó el dildo y apoyó la punta sobre la pequeña entrada.

Al advertir lo que se venía Elena empezó a temblar, pero Julia ya tenía prevista su estrategia, basada en darle a su perra tanto placer como fuera necesario para conservar su poder sobre ella. Así fue metiéndole el dildo despacio, con embestidas leves y pausadas hasta que lo introdujo en su totalidad mientras se deleitaba con los gemidos de dolor y las súplicas que profería Elena en tanto movía sus caderas de un lado al otro y trataba de correrse hacia delante en un vano intento de sacarse el dildo. Julia la mantenía firmemente sujeta por los flancos hasta que en un momento rodeó con su brazo el costado derecho de su víctima y buscó la concha, que no cesaba de manar abundante flujo.

Rió ante esa comprobación y una vez que tuvo el clítoris entre sus dedos comenzó a estimularlo hábilmente, logrando enseguida que la esclava cambiara sus expresiones de dolor por jadeos y largos gemidos de placer. Muy poco después Elena alcanzaba el orgasmo entre gritos. Julia retiró el dildo del culo y dejó que su esclava se deslizará de costado sobre el camastro, donde quedó respirando agitadamente con los ojos cerrados.

Julia le permitió descansar un rato hasta que se inclinó sobre ella, le enderezó la cara y tras besarla larga e intensamente en la boca le dijo:

-Bueno, Elenita, ahora a trabajar. Ya sabés lo que me gusta. –y se acostó de espaldas con las piernas semiencogidas y separadas.

Elena se inclinó sobre ella y fue acercando el rostro a esa concha que esperaba su lengua. Entreabrió los labios con los dedos y fue directo al clítoris, que casi de inmediato emergió rojo y duro. Elena lo encerró entre los labios y fue sorbiéndolo mientras escuchaba los gemidos de su Ama y sus expresiones de intenso placer.

-Así, puta... asíiiiiiiiiiiiiii... aaahhhhhh...

así...así...¡aaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhh!...

Sin dejar de chupar y lamer Elena buscó a ciegas el orificio anal con su mano derecha y al encontrarlo metió allí primero un dedo y luego otro, hundiéndolos por completo para empezar después a moverlos sin pausas hacia atrás y hacia delante, una y otra vez. Al cabo de un rato y mientras seguía ocupándose del clítoris con sus labios y su lengua sacó los dedos del culo de su Ama y se los metió en la concha, que era un torrente de flujo.

Así estuvo hasta que instantes después Julia alcanzaba el orgasmo crispando los dedos en la abundante cabellera de su esclava.

 

 (continuará)

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