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Para los que no me conocen, soy Caro, profesora de historia, autora de "Mi mejor alumno", "Orgasmo tanguero", "Doble recompensa", "La fierecilla domada", "Mi crítico preferido y el Churchill de Romeo y Julieta", "Patricia aguza el ingenio" y "Crítico y confidente".
Jordi, amigo y crítico literario de un periódico de Buenos Aires, anoche me llamó para darme un "tirón de las orejas" por haber hecho públicas sus confidencias y, para calmarlo, lo invité a cenar. Antes le recordé casi textualmente sus palabras al respecto: "Quiero pensar que no vas usar lo que te conté como tema de otro de tus benditos relatos". ¿Cuál fue mi respuesta: "Todavía no lo sé, pero no es mala idea". Bueno, consideré que me estabas sirviendo una buena idea en bandeja y, sin pensarlo dos veces, la aproveché. Como hace siempre que tengo la razón, se calló la boca. Para comprobar que no miento, lean "Crítico y confidente".
Entró moviendo la mano derecha inclinada y de plano de atrás hacia delante, como prometiéndome unas buenas nalgadas. No pasó de ser una simple y cariñosa amenaza. Cumpliendo con su costumbre, luego de cenar sacó un puro del bolsillo del saco y lo encendió lentamente para luego lanzar el humo hacia el centro de la habitación. Toda una promesa de pensamientos en voz alta. ¡Si lo conoceré!
"El destino me tiene marcado a fuego. Mi vida sexual está signada por mujeres maduras, comenzando por la primera masturbación. Lo cuento si prometés no reírte. Fue hace tanto tiempo que hasta me parece que no es nada más que un fantasía. Nochebuena y Año Nuevo en la casa de mis viejos era un jolgorio. Venían parientes de todos lados, algunos casi ni siquiera eran parientes. Pero, en fin, a papá le encantaban las reuniones multitudinarias donde cada uno colaboraba con algo. Ensaladas, peceto al horno, vittel toné, matambre, ensalada rusa, pan dulce, garrapiñadas, vino, sidra, y no sigo porque la lista sería interminable. Humildes pero bien alimentados. La vieja empezaba a laburar como una negra dos días antes, se la pasaba metida en la cocina. Yo tenía cerca de doce o trece años y trataba de esquivar cualquier tipo de responsabilidad huyendo a jugar al fútbol con los otros pibes del barrio. Cuando volvía me mandaban directo al baño, a tomar una ducha que hiciera desparecer cualquier traza de barro. ¿Ducha? Nada de ducha. Me metía en la bañadera, la llenaba y me ponía jugar con cuanta cosa encontraba a la mano. La vieja se ponía histérica con mis largas sesiones de higienización, además porque siempre terminaba meando dentro de la bañera. Todavía me parece escucharla cuando me gritaba: "¡Nene para eso se inventó el inodoro!"
Interrumpió la meditación para servirse un whisky y paladear el cigarro. "¡Qué obsesión! Pobre vieja, en el fondo tenía razón. Siempre que me bañaba, largaba una meada de película. Para tratar de prevenir mis posibles y probables cochinadas, esa nochecita le pidió a la tía Mabel, su hermana menor que tenía cerca de 23 años, que me vigilara. La tía entró al baño con el pretexto de hacer pis. "Nene, vos no mires". ¿No mires qué? Fue la pregunta que inocentemente me hice a mi mismo. Se paró de espaldas frente al inodoro y se bajó pollera y bombacha para sentarse. Mi mentalidad todavía infantil no encontró la respuesta. A pesar de que miraba hacia la pared, de reojo, alcancé a verle el vello público. Bastante abundante, por lo que puedo recordar después de tantos años. No le presté la menor atención porque, a esa edad, estaba en otra. Si fuese hoy, seguro que se me salían los ojos de las órbitas. Después de oír el sonido de la orina chocando con el agua, se pasó un pedazo de papel higiénico por la parte peluda que había visto de reojo, se acomodó bombacha y pollera y, parándose frente a la bañadera, me miró. "Parate que quiero ver si te lavaste bien. ¿Te limpiaste el pito por adentro? ¿Corriste la pielcita para atrás?" No contesté nada, así que tomó el jabón, me garró del pito, corrió la pielcita para atrás y empezó a enjabonármelo. "¡Está muy sucio!" Pito, bolitas y cola. Hasta me metió el dedito en la cola para que no quedase traza de suciedad.
Un sorbo de whisky y una pitada, acompañadas de una sonrisa burlona le sirvieron para refrescar la memoria. "Mabel era una turra que se estaba divirtiendo a mi costa. "Ya sos un hombrecito hecho y derecho. ¡Mirá como se te pone durito el pito!" Meta frotar con las manos enjabonadas hasta que sentí que algo raro me estaba pasando. Algo que me salía desde adentro con una fuerza incontenible. "¡Me estoy haciendo pis, Mabel!" Fue lo único que se me ocurrió decir. Con tres subidas y bajadas muy rápidas de pielcita, logró la expulsión de un chorro de una sustancia hasta el momento desconocida para mi. Blanquecina y espesa. "¡Ya está, ya está bebé!" No sabía si había sido por el agua calentita o eso raro que me había pasado, pero advertí que se me aflojaba todo el cuerpo. "No le vamos a contar nada a ti vieja porque, si no, se va a enojar. Es un secretito entre los dos". Terminó de bañarme, me secó y limpió la bañadera dejándola reluciente. Ésa fue mi primera paja. Tomé conciencia de lo que había pasado mucho tiempo después. Esa noche los viejos se quedaron admirados por mi tranquilidad.
Continuando con el rito, interrumpió el relato con el pretexto del sorbo de whisky y la pitada, entrecerrando los ojos, "La segunda mujer mayor tuvo que ver con mi debut sexual. En esos tiempos los viejos, matemáticamente, todos los sábados a la noche iban a los cines de Belgrano. Me dejaban al cuidado de una tucumana de confianza, A mi me parecía grandota, robusta, tetona y caderona al mismo tiempo. Todo lo que tuviese un centímetro de estatura más que yo, era grande. "Eulogia, bañe al nene y mándelo tempranito a la cama. Después coma lo que quiera" – dijo mamá. ¡Pobre Eulogia! La primera vez a duras penas pudo bañarme y logró meterme en la cama como a las 12 de la noche, media hora antes de que volviesen los viejos. Por tres sábados consecutivos repetí la travesura de esquivarla. La cuarta, me cagó. Hizo lo mismo que la tía Mabel. ¡Me pajeó! Quedé calmadito como agua de balde. Dormí como un lirón. Tanto tía Mabel como Eulogia me gustaban cada día más y más.
No pude con mi genio y pregunté algo que hizo que Jordi se pusiera serio. "¿Ése fue tu debut sexual?" Contestó de inmediato. "¿Por qué no dejás que redondee lo que estoy contando? Piano, piano, se va lontano. No recuerdo bien si la sexta o séptima vez que Eulogia me bañó, no cabe duda que notó que se me paraba el pito cada vez que lo enjabonaba. Te aclaro que me decía niño. "¿El niño sabe para qué se usa el pito?" – preguntó tratando de sonsacarme la verdad. "¿Para hacer pis?" – repregunté. "Lo termino de bañar, lo seco y vamos a su pieza que se lo voy a explicar".Motivado por la intriga que generada por la tucumana, obedecí sin chistar.
Impulsada por la curiosidad, volví a interrumpirlo – "No me digas que..." "¡Qué ansiosa que sos!, dejame que cuente tranquilo. Bien sequito y desnudito, me llevó a mi pieza, haciéndome acostar boca arriba. "Son casi las 8 de la noche, así que tengo bastante tiempo para enseñarle algunas cosas. ¡De esto, ni una sola palabra a nadie!". Lentamente y sin prestarme atención, se desnudó. Primera vez en mi vida que veía una mina totalmente en pelotas en forma directa. Prendió todas las luces para que no me perdiese ni un solo detalle y se arrodilló en la cama. "Acérquese niño. Esto es... ¿cómo puedo decirlo? ¡La concha!" Contesté moviendo la cabeza. "Mire bien, separo estos labios y vea el agujerito que sigue. ¿si?" Con los ojos más abiertos que una ventana en verano, acerqué la cara para contemplar mejor la zona que Eulogia me mostraba. Una hendidura carnosa ubicada en la entrepierna que daba lugar a otra hendidura que, al abrirse, en el fondo tenía un agujerito de color rosado. Me llamaron la atención los pelos que los rodeaban, casi iguales a los de la tía Mabel. "Si quiere tocar, toque niño". Recorrí las dos hendiduras con el índice de la mano derecha. No sabía por qué, pero el pito se me estaba poniendo duro y grande. "Meta el dedo adentro". Con bastante miedo y desconfianza, lo metí despacito. Encontré un canal muy suave, calentito y húmedo.
"Perdoname, Jordi, pero esto parece la crónica de una violación. Esta mina te estaba a punto de violar". "¡Pará, pará! No sé ni me interesa si fue o no una violación. Me chupa u huevo". Continuó después del exabrupto. "La tucumana no era ninguna boluda porque, con mucha pericia, me puso un forro. "Niño, cada vez que haga algo parecido a lo que vamos a hacer, tiene que ponerse una cosa como esta en el pito. ¿Sabe qué es?" Moví la cabeza de lado a lado. ¡Qué iba a saber! "Es un preservativo, pero también le dicen forro. Sirve para que lo que salga del pito no entre en este agujerito". "¿El pis blanquito?" "Llamalo como te guste, pero no tiene que entrar en el agujerito". Después de tantear la pito para constatar dureza que a ella le gustaba, se montó sobre mi cuerpo y se la fue metiendo despacito en el agujerito rodeado de pelitos. No entendía demasiado lo que pasaba pero las sensaciones que experimentaba me agradaban. La tucumana empezó a moverse de arriba hacia abajo, permitiendo que el pito entrara y saliera de lo que ella llamaba concha. Se notaba a la legua que también le gustaba mucho la cabalgata. Jadeaba, se mordía los labios, sacaba la lengua para relamerse, abría y cerraba los ojos. En un momento dado, se quedó quieta y dura conteniendo un grito que me dejó semi paralizado. Ahí fue cuando sentí que el pis blanquito estaba saliendo a borbotones por la punta de mi pito. Suspiró profundamente, me miró y dijo: "¡Ya está, terminamos!" Desmontó sin dificultad, me agarró el pito, le sacó el forro, le hizo un nudito y lo reservó dentro de un trozo de papel higiénico. "Niño, acaba de terminar su primer polvo. Ahora a lavarse y a la cama". Me condujo hasta el baño, me lavó, me puso el pijama y me metió en la cama. Me quedé dormido pensando en las hendiduras rodeadas de pelo.
"Vos te empeñas en decir que no, pero eso fue una violación. ¡La tucumana te violó! No lo niegues". Moviendo su mano derecha hacia atrás, me dio a entender que me dejara de vueltas. "Llamalo como quieras, pero para mi fue algo espectacular. En ése momento no lo entendí demasiado bien, pero con el correr del tiempo, la cosa me empezó a gustar demasiado. Te confieso que esperé ansiosamente a que llegase el sábado. ¡Qué cagada si a mis viejos se les ocurría no ir al cine! Pero fueron, para mi tranquilidad. Eulogia se empeñó en enseñarme, en forma práctica, todo lo que sabía. La segunda lección fue mucho más completa porque abarcó todas las etapas, desde el precalentamiento hasta la salida del pis blanquito. "Niño, chupe un poco estas cositas marrones que tengo en los pechos. Así está bien. Primero uno y después el otro. Ni poco ni mucho. Cuando note que el botoncito que está en el medio se pone bien, pero bien durito, le voy a decir lo que tiene que hacer". Prendí con boca las cositas marrones hasta que se le pusieron duritas como había dicho. Chupé y también mordí. "Ahora ponga la cabecita entre mis piernas y pase la lengüita por la hendidura grande. Sepárela con los deditos y pásela por la hendidura chica. Meta la lengua en el agujerito. Adentro y afuera hasta que le diga. Si siente que me sale un juguito, no se asuste". Debo haber trabajado muy bien porque no paraba de decir "Así, así, así". Al ratito nomás empezó a salir el juguito que había dicho. Medio saladito y espeso. "Ahora vamos a cambiar de posición. El niño se coloca acostado de espaldas y Eulogia se acuesta encima para hacerle un lindo tratamiento al pitito. Mientras tanto, sega lamiéndome". Me hizo hundir la cara en la concha, me dejó casi sin aire pero le metí la lengua por todos lados. Hasta llegué al culo, que tenía gustito medio acidón. Me di cuenta que estaba llegando el momento de montarme porque me puso el forrito.¡Exacto¡ Tardó menos de un minuto en hacerlo y repetir lo del sábado anterior. Terminamos casi igual, pero esta vez no me llevó al baño. Agitada y casi sin aliento me advirtió: "¡Mire niño que si llega contar algo de lo que hicimos, yo termino en la cárcel y usted pupilo en un colegio de curas!" Nuevamente, asentí con la cabeza. "Como se portó tan bien, le voy a enseñar otra manera de usar su pito. Se pone un poquito de vaselina en el dedito y me la unta por la parte marroncita de la cola. ¿Entendió? Por el lugar por el que se hace caca".
"La turra quería que la culearas!" – exclamé anticipándome. "Ajá, diste en el clavo. Se lo fui metiendo hasta que llegué bien adentro". "Lo está haciendo bien niño. Ahora pruebe con dos dedos". Cada vez que entraban, la tucumana arqueaba el cuerpo en medio de un torrente de gemidos. "¡El pito está durito!" "Si, ¿por qué?" – pregunté como buen inexperto que era. Se levantó de un salto, me colocó un forro, lo untó con vaselina, se ubicó en cuatro patas con la cola para arriba y se abrió las nalgas con las dos manos. "Despacito, bien despacito, trate de meterme el pito en la cola. Si no entra no importa. Lo intentamos otra vez". ¡Era algo totalmente nuevo para mi! El primer embate falló, el pito con el forro envaselinado resbaló hacia arriba. La segunda vez, entró un poquito, pero se salió inmediatamente. La tercera fue exitosa. ¡Entró con mucha facilidad! "Ahora déjeme hacer a mi" – dijo con voz entrecortada. Muy lentamente, fue moviendose desde atrás hacia delante, dejándome entrar y salir. El agujero aprisionaba el pito de una manera insospechada para mi. La sensación que sentí en cada penetración es inexplicable. "¡Si nota que sale el pis blanquito no vaya a sacármelo!" – suplicó en medio de gemidos y frases que no comprendía. Como supondrás, duró poco porque terminé rápido. ¡Fue mi primera culeada! Se quedó quieta hasta que notó que el pito resbalaba hacia fuera. Eulogia se levantó lentamente, me sacó el forro y me limpió el pito chapándomelo hasta que comprobó que no quedaba nada de pis blanquito. "Estuvo muy bien niño. Aprende rápido. Esto que acabo de chupar no es pis blanco, es leche de hombre, guasca, semen. ¿Entendió?" "Si". "Acuérdese bien que de esto, a nadie". Me llevó al baño, me lavó y me metió en la cama.
"Puedo meter un bocadillo?" – pregunté ansiosa. "¿Qué querés saber?" – respondió con calma. "¿Cuánto tiempo duró la enseñanza?" - apunté con curiosidad propia de mujer. "Hasta que cumplí 25. Pero no creas que los viejos me siguieron dejando a su cuidado. Seguí visitándola en la casa hasta que se casó y se fue a vivir a Tucumán. A pesar de todo y cada uno a su manera, creo que nos queríamos. Eulogia, en la cama, era un minón infernal. El corolario más divertido y cómico de todo esto fue lo que pasó cuando cumplí los 18 y mi tío Germán insistió en que tenía que debutar. ¿Debutar? Me llevó a la casa de una puta a la que frecuentabia, me dejó por dos horas y cuando volvió le preguntó cómo me había portado. ¿Sabés qué le dijo la mina? A este pibe no hay nada que enseñarle, digo más, hizo algunas cosas que hasta yo desconocía. El tío Germán se quedó mudo. La tucumana fue una excelente maestra".
"¿Nunca le contaste esto a nadie?" – dije con más curiosidad que antes. "Jamás, se lo había prometido a la Eulogia y cumplí. Bueno, es un decir, porque te lo acabo de contar. Pero ya no me acucia el temor a que ella termine en la cárcel y yo pupilo en un colegio de curas. Ahora andá y publicalo". "No te quepa la menor duda de que lo voy a hacer!" -. Contesté desafiante.
Se sirvió el segundo whisky de la noche y reavivó el puro. Aproveché la pausa y pregunté con aires de chismosa: "¿No me vas a contar nada de tu reencuentro con Almudena?" Me miró con cara de nostálgico y respondió: "Caro, te lo prometí pero no me pidas que lo haga hoy. Estoy, como dice Almudena, un poco cachondo". "¿Qué querés decir con eso?" – inquirí rápidamente. "Que el recuerdo de la tía Mabel y de la tucumana avivaron mi instinto sexual de macho cabrío en celo. ¿Está claro?" – reveló con mirada de pícaro. "Si me hacés todo lo que te enseño la tucumana, ¡ya estamos yendo a la cama!" "No digas ni una sola palabra más, pero tenés que mostrarme tu versión del tratamiento de la tía Mabel".
Ahora creo que entenderán por qué no continúo con el relato, lo dejamos para otra vez. Promesa de Caro, la profesora de historia.
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