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Las confidencias de Jordi (3)

Hola, soy Caro, profesora de historia, tratando de continuar el relato interrumpido en "Las confidencias de Jordi (2)".



Luego de pasar una noche movidita y salpicada de confidencias, Jordi abandonó mi casa, dejándome a solas con mis pensamientos mientras preparaba la clase del día siguiente. La semana pintaba muy dura, colmada de quehaceres indispensables y también insoportables. Enseñar es una cosa y completar trámites administrativos otra. Odio el papeleo porque mi vocación es la docencia. Pero eso es algo que al lector no le interesa.



El jueves Jordi me llamó bien entrada la noche para invitarme a la presentación de un libro de un escritor bastante renombrado y de moda. Accedí porque se trataba de una novela histórica y, además, quería conocer a su colaborador, un muchachito de 23 años del que no paraba de hablarme. Aclaro que las presentaciones de libros me rompen las pelotas que no tengo, son todas iguales, plagadas de hipócritas y forzadas alabanzas hacia el autor. En fin, chupamedismo institucionalizado.



Con los minutos contados llegué apresuradamente al salón VIP del hotel céntrico donde se hacía la muestra, advirtiendo que Jordi me aguardaba impaciente en la entrada mirado el reloj. Ni piensen que les voy a contar el evento porque fue un verdadero plomazo, salvo por el ejemplar autografiado que consiguió mi acompañante. Además, comprobé el prestigio que tiene entre colegas y escritores. En el trayecto hacia la mesa donde servían el lunch escuché de pasada varios comentarios sobre él que me llenaron de orgullo.



Jordi me tomó del brazo conduciéndome hacia una de las mesas. "Te voy a presentar a Maxi, mi colaborador. Es aquél muchacho rubio con corbata violeta". A la distancia parecía bastante buen mozo. Advertí que a su lado se encontraba sentada una mujer que podía tener mi edad ostentando una elegante y madura belleza. Seguro que era la madre o la tía. Después de las presentaciones de estilo conversamos animadamente pero no pude descubrir cual era el vínculo entre la dama en cuestión y Maxi. Tampoco crean que le di demasiada importancia. Salimos a la calle siendo casi medianoche.



"Es muy tarde ¿Por qué no te quedás en casa? Estamos a menos de cinco cuadras" – propuso tímidamente. "No traje ropa para cambiarme" – confesé apresuradamente. "No importa, tengo un bolso repleto de pilchas que mi hermana dejó hace mil años. Es casi de tu talla" – replicó con una sonrisa. Tomándolo del brazo, asentí con un leve movimiento de cabeza mientras desandábamos las cinco cuadras.



No se equivocó, la ropa y el calzado eran justo para mi. Elegí un joggin gris y unas zapatillas azules para terminar la noche. Él trocó traje y corbata por jeans y remera de hilo. Extrajo una botella de whisky que ocultaba detrás de los libros de historia, preparó dos vasos y sirvió. "¿Qué te pareció Maxi"? – trató de sondearme. "Un pibe muy inteligente y preparado. Pero ¿quién era la mujer que lo acompañaba? Hay algo que todavía no me cierra" – argumenté mientras bebía el primer sorbo.



"Es una historia muy simple y cortita. Maxi es amigo de Poli, hijo de esta señora. Hace casi un año se fue a estudiar a Francia y la dejó sola. Te comento que está divorciada hace mil años. No sé cómo, Maxi averiguó el MSN de la madre del amigo. Resulta que, medio en joda medio en serio, comenzó a mandarle mensajes inocentes y Eugenia mordió el anzuelo". "¿Se la levantó?" – dije tratando de averiguar algo más sobre el asunto. "Ésa no era la primitiva intención. Usando un nickname, trató de elevarle la autoestima pero la cosa se le fue de las manos. Chateaban hasta las mil y quinientas de la madrugada y tuve que llamarle la atención porque venía al diario con cara de cadáver. Lo apuré un poco y terminó contándome la verdad. Lo triste fue que no sabía qué hacer porque ella parecía muy embalada. Le aconsejé que lo pensara bien porque no se trataba de una pavada".



"Voy a interrumpirte para meter uno de mis acostumbrados bocadillos. ¿Están en yunta? – pregunté maliciosamente. "Si, andan juntos desde octubre o noviembre. Creo que a Maxi le hizo bien porque la mina consiguió que se decidiera a estudiar. Fijate que, siguiendo mis consejos, ingresó en una academia de periodismo y ella hizo lo mismo. Así que también comparten el estudio. No quise preguntarte sobre algo que necesitan delante de ellos para no comprometerte. ¿Podrías darles una manito con dos o tres temas históricos? Tienen problemas para armarlos porque les falta tanto bibliografía como experiencia. ¿Les puedo dar tu teléfono para que te llamen?" – se explayó al mismo tiempo que me obligada a decir que si.



"Si me lo pedís así, no hay problema. Dáselo a ella, decile que me llame así combinamos y un día de estos se viene por casa. Entre mujeres nos vamos a entender mejor" – contesté aceptando. "Mañana mismo se lo paso a Maxi. Te lo agradezco infinitamente" – replicó dándome un beso en la frente.



Terminamos la velada como era nuestra costumbre, revolcándonos en la cama. Ustedes pueden pensar lo que más les plazca pero les advierto que entre Jordi y yo no hay nada en especial. Somos amigos y nada más. Bueno, amigos que se apoyan mutuamente y...algo más. Él todavía tiene el corazón encadenado al recuerdo de Almudena y yo no me decido a unirme permanentemente con ningún hombre en particular. Nos juntamos el roto y el descosido.



El sábado, casi sobre el mediodía, recibí el llamado de Eugenia y acordamos encontrarnos en casa esa misma tarde aprovechando que Maxi se hallaría en el diario trabajando con Jordi. Por la voz me pareció que era una mujer bastante centrada. Instantáneamente me detuve pensando que no tenía que apresurarme anticipando juicios de valor sobre ella. Llegó cerca de las 15, nos saludamos afectuosamente, pasamos al escritorio y en menos de una hora le tenía solucionado el problema. Un poco más relajadas y en confianza, pasamos al living para tomar un café. Y pasó lo que pasa siempre que me reúno con personas que todavía no me conocen bien.



"¿No te molesta que haga una pregunta?" – sondeó Eugenia mientras sorbía su café. "Preguntá con confianza" – respondí con resolución. "¿Jordi y vos son pareja, andan con el mismo rumbo?" – preguntó vacilante. "A pesar de las apariencias, entre nosotros dos no pasa sentimentalmente nada. A decir verdad, pasa lo que tiene que pasar entre un hombre y una mujer solos. Amistad sincera y algo de cama. ¿Conforme?" – confesé aliviada.



Terminé mi café, prendí uno de mis consabidos cigarrillos, no pude más con mi curiosidad y le devolví la pregunta. "¿Maxi y vos son pareja?" "Es un poco embarazoso de explicar. Él y mi hijo Poli tienen la misma edad, de hecho fueron compañeros desde pequeños. Estoy divorciada desde hace más de ocho años y cuando mi ex tuvo el único arranque de generosidad de su vida financiándole los estudios en Paris, me quedé sola. Soy profesora de inglés, estoy en buena posición económica, pero sola. Salí con tres o cuatro hombres pero ninguno llegó a satisfacer mis necesidades sentimentales elementales". – reveló con cara compungida.



"Tres o cuatro hombres en ocho años es bastante poco. ¿Nada de sexo durante los intervalos?" - opiné con picardía. "Caro, sos una mujer lo suficientemente grande e inteligente que no necesita que se le den muchas explicaciones para que entienda. Me las arreglé como pude. ¿Ves estas dos manitos? Imaginate para qué las usé" – rebatió con los ojos bien abiertos. Asentí con la cabeza mientras apagaba el cigarrillo en el cenicero. "Primero fueron los dedos, seguí con la depiladora eléctrica, el cepillo de dientes a pilas enfundado en un guante de látex para arribar finalmente al consolador. Todo hasta que llegó Maxi. ¿Cómo? Creo que por diversión, empezó a mandarme mensajes con nombre supuesto por medio del MSM Yo me enganché y digamos que caí en la trampa. Decía que era "Caramelito". No me arrepiento, pero caí en la trampa. Comenzamos con pavadas, se fue calentando el contenido del lenguaje, me mandó fotos muy pero muy chanchas, después videos porno cortitos, para terminar masturbándonos mientras chateábamos".



"¿Nunca te diste cuenta que se trataba de un tipo mucho más joven que vos?" – interrogué con insistencia. "Ni siquiera se me pasó por la cabeza. No te imaginás las cosas chanchas que escribía. Me daban vergüenza pero me gustaban. Te cuento que esto duró desde agosto hasta octubre del año pasado. Fijate vos a lo que me llevo la soledad. Un día no puede más y le dije que quería conocerlo personalmente, que chatear me estaba cansando un poco. Me esquivó como loco, siempre ponía un pretexto. Lo apreté tanto que al fin me dijo que al día siguiente me iba a dar una contestación definitiva".



"Hiciste bien en apurarlo porque de otro modo todo se iba a resumir a un chateo y nada más" – opiné con convicción de mujer. "No me lo olvido más, eran las 7 de la tarde de un viernes de octubre del 2005 cuando sonó el timbre de la puerta. Era Maxi, al que no veía desde que mi hijo se había ido a Paris. Te confieso que me extrañó mucho. Me saludó y, sobre el pucho, me dijo que Caramelito era él. Me quedé dura y sin poder reaccionar. Repitió que él era Caramelito. Ahí me desbandé, lo insulté, le dije que era un maleducado, un cochino, un puerco, un desvergonzado, un asqueroso inmundo, un degenerado y lo eché diciéndole que no lo quería ver nunca más en mi vida. No dijo ni mus y se fue tan rápidamente como había llegado. Y me quedé sola y estupefacta. Durante los siguientes treinta segundos hice un auto examen que, en otras circunstancias, me hubiese llevado más de dos horas. ¡Me engañó! ¡Mintió! Escribió chanchadas inconfesables que...me gustaron. Y las películas cortitas eran inmundas pero...también me gustaron. Las fotos eran puerquísimas pero...me gustaron. Ése fue el momento en el que forzosamente me tuve que preguntar si lo iba a dejar ir así porque si, ¿Era capaz de resignarme a perderlo? Mi otro yo me gritaba al oido que no desperdiciara la oportunidad. Lo que no me habían dado los de mi edad, bien me lo podía dar uno de la edad de mi hijo. Busqué desesperadamente el teléfono celular rogando poder encontrar su número.. ¡Los nervios no me dejaban ubicar la casilla de contactos! ¡Qué torpe! Ni bien la encontré, busqué su número y lo llamé. Respondió a la tercera llamada con voz de desahuciado. Le pregunté dónde estaba y me respondió que en la esquina. Ahí mismo le ordené que volviera inmediatamente porque teníamos que conversar largo y tendido. Aceptó a regañadientes y a los cinco minutos lo tenía nuevamente frente a la puerta de mi casa. No lo dejé pronunciar ni una sola palabra. ¿Qué pretendías con esas asquerosidades que escribiste? ¿No se te pasó por la cabeza que me podías lastimar? Permaneció en silencio y con la cabeza baja.. ¿No vas a decir nada? ¿Te quedaste mudo? Balbuceante, contestó que no había tenido intención de lastimarme, que lo perdonara. ¡Cómo pretendés que te perdone después de lo que hiciste! ¡Sos un chancho indecente, un inmoral! Siguió callado. ¿Serías capaz de hacerme todas las cosas que escribiste? Contestame, no te quedes con la boca cerrada. Cuando intentó empezar a darme una explicación lo volví a interrumpir. ¡Miren al pichoncito que tantos alardes hacía! Lo agarré de un brazo y lo sacudí. ¿No te diste cuenta de que me sentía sola y necesitaba cariño? Ahí me frené de golpe, pausa que aprovechó para mirarme a los ojos y decirme que lo único que quería era darme cariño. Me senté en el sillón arrastrándolo del brazo para ubicarlo junto a mi. Si él estaba nervioso, yo ni te cuento. Lo apreté contra mi pecho y lo besé en la frente. Pasó uno de sus brazos por detrás de mi para comenzar a acariciarme la espalda. Una sensación de frío recorrió mi cuerpo desde la nuca hasta la punta de los pies. Lo hice a un lado, me desprendí de la camisa y me acosté boca abajo sobre el sillón".



"¡Por fin decidiste hacer lo acertado! Yo, en tu lugar, hubiese sido más directa desde el principio. Pero cada una reacciona como puede o como las circunstancias se lo permiten. Me juego la cabeza a que lo que te estaba trabando era la edad que los separaba. ¿Estoy equivocada?" – aprecié interrumpiendo su relato. "No, no estás equivocada. Ésa fue una de las tantas cosas que sopesé antes de llamarlo, junto con el qué dirán y varias cosas más. Pero lo mismo me zambullí en la pileta sin fijarme si estaba llena. Sigo contándote. Maxi empezó a masajearme la espalda con una solicitud y delicadeza sin igual. Sentía la calidez de las yemas de sus dedos sobre la piel y lo estaba disfrutando como nunca. Para facilitarle la tarea, estiré los brazos hacia atrás, me desprendí el broche del corpiño, él lo recogió y lo colocó sobre el piso para continuar el masaje".



Eugenia se detuvo un momento, se sirvió otro café, encendió un cigarrillo y retomó el hilo de la narración. "Lo interrumpí para pedirle que trajese un pote de aceite para bebés que tenía en el baño. Aproveché la ausencia para quitarme la pollera, colocándome nuevamente boca abajo, con ambas manos ubicadas debajo del mentón. Regresó apresuradamente, abrió el pote y me untó toda la espalda frotando con movimientos circulares. Luego fue desde los hombros hasta la cintura. Ahí se detenía. Una, dos, tres veces. Para incentivarlo le pregunté qué estaba esperando para sacarme la bombacha. ¡Una luz para los mandados! Cuando quise acordarme ya estaba totalmente en pelotas y él masajeándome lo glúteos. Los apretaba, los estrujaba y los besaba con ardor. Lo miré de reojo y advertí que tenía el bulto bien crecidito. ¿Qué hice? Me incorporé, lo puse de pie, le saqué la camisa, el pantalón y le bajé el calzoncillo hasta las rodillas para poder apreciar la calidad del instrumento con el que tendría que lidiar. Me puse en cuclillas, agarré con las dos manos ese pito cada vez más tieso y me lo metí directamente en la boca. Fijate qué cosa tan curiosa, hasta ese momento jamás me había gustado meterme un trozo de carne caliente de hombre en la boca".



"Siempre hay una primera vez. Los otros no, pero este en especial si. A ciertos tipos me da una especie de asquito chuparsela. A otros no – acoté riéndome a carcajadas. "En los veintipico de años que cogí con mi ex creo no llegué a mamársela más de dos o tres veces. Me daba cierta impresión. La de Maxi fue un descubrimiento inaudito, sensacional. Pero decidí hacerlo sufrir un poco. Lo hice acostar boca abajo sobre el sillón para hacerle masajes eróticos. ¿Cómo? Le esparcí aceite sobre la espalda y lo empecé a masajear con...¡las tetas! Como lo oís, con las tetas. Le froté los pezones por toda la espalda, recorrí la columna desde la nuca hasta el comienzo del culo. Muy lento, apretándome, frotándolas con energía. ¡Ese pendejo era todo para mi! Fue lo único en que pensé. Una, dos, diez veces. Arriba y abajo. Apreté esos glúteos carnosos con fervor y acaricié con los dedos el canalito que termina en...¡el ojete! Se los abrí bien abiertos y lo ataqué con la lengua. ¡Se lo lamí todito, todito! ¡Vieras como suspiraba! Ahí fue cuando hice uno de los descubrimientos más hermosos de la jornada. ¡Los cataplines! Una bolsita de piel oscurita guardando dos bolitas redonditas de locura. ¿Sabés qué hice? Me las metí en la boca y las chupé furiosamente hasta llenárselas de saliva Bolitas y ojete bien lamiditos y llenos de baba mezclada con jugos seminales. Volví a meterme la pija en la boca dos o tres veces hasta que advertí que mi compañero estaba por estallar. A pesar de todo, no me detuve ni un segundo. Seguí y seguí chupando hasta que el divino y mentiroso Caramelito no pudo contenerse más y largó un impresionante chorro de leche que se depositó dentro de mi boca. Y me la tragué sin chistar. Estaba calentita, espesa, saladita. Me gustó tanto que le ataqué el pito con ardor hasta que noté que se le volvía chiquito. Sin dejarlo descansar, con una fiereza que hasta ese momento nunca antes había tenido, le busqué la boca para chuponearlo. Nos confundimos en un prolongado y ardiente beso mezclando la leche con su saliva y la mía. No quería soltarlo por nada del mundo. Lo interrumpí un segundo para reprocharle el hecho de que yo aun estaba a mitad de camino, que no había terminado. Necesitaba más, más y más. Se miró el pito y, señalándomelo, me dio a entender que necesitaba un poco de tiempo porque lo tenía más flojo que un fleco de toalla".



"¡El eterno problema, Eugenia, el eterno problema con los hombres! Terminan y el pito se les encoge hasta alcanzar dimensiones ridículamente microscópicas. Mientras tanto, una sigue caliente como una olla puesta sobre las brasas" – aclaré con vehemencia. "¡No te podés imaginar la calentura que yo tenía! Todo muy lindo, pero no había terminado. Me senté sobre el sillón recostándome hacia atrás y abriendo bien las piernas, le ofrecí la cachu para que me la hiciera mierda como mejor se le antojara. Como no se decidía, le pedí que me metiera los deditos. No se hizo rogar. Enfervorizado por la insinuación, juntó el índice y el medio de la mano derecha y, buscando la entrada, los metió bien adentro pero los dejó quietos. Tuve que tomar la iniciativa sugiriéndole que me pajeara sin miedo. ¡Para qué se lo habré dicho! Colocó la mano izquierda sobre el pubis, buscó el clítoris con el pulgar y, con la derecha, comenzó a meter y sacar los dedos de la cachu. ¡Era el pistón de un motor puesto a su máxima potencia! Recliné la cabeza hacia un costado para tratar de constatar si el pito ya había recuperado el tamaño ideal para la penetración. Cuando estimé que era el momento preciso, sólo tuve que decirle "Metémela, metémela". Con una rapidez inigualable, se agarró el pito con la derecha, me lo frotó de abajo para arriba por los labios mayores, tanteó con el índice de la izquierda la ubicación de la abertura vaginal y la metió sin asco. ¡Uauuuu! ¡Qué sensación más maravillosa! Un fierrazo impecable, calentito y desmoronante. Me acomodé lo mejor que pude y me abandone a los balanceos de su cuerpo. Entraba y salía, entraba y salía con movimientos enérgicos y precisos. Una, dos, tres...y qué se yo cuantas veces más. Bombeó, bombeó y bombeó, acompañado por mis gemidos de placer. ¡Era un sueño! ¡Divino, impecable, CALIENTE! No los conté pero creo que, por lo bajo, tuve tres orgasmos indescriptibles. Supongo que vos tampoco contás los orgasmos. Los tenés y listo. ¿No sabés lo que fue este segundo lechazo! ¡Maravilloso! Descargado bien en el fondo, profundo, abundante, calentito. Creo que tardé más de media hora en reaccionar, tendida sobre el sillón mientras él me mantenía abrazada. ¿Sabés qué hizo? Recogió mi bombacha del suelo para colocársela sobre la nariz y olerla profundamente. No tuve más remedio que regalársela".



"¡Te felicito! Hiciste lo que tu corazón te ordenaba. Lo disfrutaste al mango y plenamente! – la aplaudí efusivamente. "Todavía no terminé. Lo "secuestré" por todo el fin de semana. No lo dejé tranquilo ni un solo minuto. La única idea que lo torturaba era qué diría Poli, mi hijo. Él, su amigo del alma, y su madre en una carrera desenfrenada de erotismo y sexo. Lo calmé diciéndole que ésa era una cuestión exclusivamente mía, que él no había necesitado de mi aprobación para juntarse con una francesita compañera de estudios. Si él no precisaba de mi aprobación, yo tampoco la suya. La cosa terminó ahí. Vuelvo a lo que te estaba contando. Te juro que fue un fin de semana desenfrenado, por lo menos para mi. Sentí como que necesitaba recuperar el tiempo perdido. Antes te dije que uno de los grandes descubrimientos fue mi afición por las mamadas. ¡No le dejé el pito en paz! Ni te cuento de las bolitas. ¡Me desconocía a mi misma! Hice cosas y tuve actitudes que tres años atrás ni siquiera se me pasaban por la cabeza.. ¿Sabés lo que es dormirse puestos en posición invertida? Él hacia los pies y yo sobre la cabecera. Meto la cabeza entre su piernas, le agarro el pito, me lo meto en la boca como si fuese un chupete y me duermo succionándoselo despacito. Maxi hace lo mismo, me besa y lame cachu hasta quedar rendido por el sueño".



"Es que cuando una se encariña bien con un fulano trata de brindarse entera. Los límites los ponen ustedes. Los de afuera son de palo. Si a tu hijo no le gusta, ¡que se joda! – aconsejé interrumpiéndola. "Vos no te imaginás los gustos que me doy. Vestirme sólo con un par de botas para que él pueda ver como muevo el culo al caminar. Disfrazarme de chiquilina, con trencitas y pollerita escocesa plisada que después me arranca para dejarme en pelotas. Jornadas nocturnas donde nos pajeamos el uno para el otro. Me enloquece verle la carita cuando se pone coloradito antes de largarse un lechazo. Maxi se pone a mil revoluciones cuando ve cómo me meto el consolador y hasta me ayuda. Eso sí, no vive en mi casa. De lunes a viernes duerme en la suya pero se lleva mi bombacha, bien olorosa y mojadita por los jugos vaginales, y se duerme oliéndola. Yo hago lo mismo con sus calzoncillos. ¡El olor a huevos me trastorna! Cuanto más fuerte, mejor"



"Esos detalles demuestran que, por el momento, pueden mantener vivo el fuego de la pasión" – acoté con firmeza. "La Nochebuena la pasamos juntos porque él no tiene familia y yo maldita la gana que tenia de juntarme con la mía. Dejando de lado lo que pasó en la cama, que fue mucho y muy bueno, le saqué una promesa. Si empezaba a estudiar, yo lo acompañaba. Bien aconsejado por Jordi, se decidió por periodismo y me anoté con él. Como podrás ver, está cumpliendo. Si no estudia, veda de sexo. El otro momento importante ocurrió la noche de año nuevo. Ni bien los relojes dieron la doceava campanada indicando el inicio del 2006, le dije "año nuevo, vida nueva. ¡Haceme la cola!". Se quedó mudo para reaccionar a los pocos minutos. Tenía miedo de que me doliese. Lo tranquilicé asegurándole que me había tomado el trabajo de entrenarme con el consolador durante toda la semana. ¡No sabés lo dilatado que tenía el ojete! Practiqué poniéndole un forro bien lubricado y me lo metí de todas las maneras que te puedas imaginar. Y me gustó. Sin dejarlo opinar más sobre el asunto, me puse en cuclillas y le hice un servicio de mamada en el pito. Fui colocándome lentamente de costado, de manera tal que llegara a alcanzarme el ojete con una de las manos. Entendió cual era mi propósito, se untó los dedos y me buscó el agujerito para metérmelo y dilatarlo. Cuando noté que el pito había alcanzado su máxima dureza, me puse en cuatro patas, levanté el culo y se lo ofrecí para que lo penetrara. Lo que siguió fue una de las experiencias más alucinantes que tuve en toda la vida. ¡Sentí que la cabeza del pito entraba lenta pero seguramente! ¡Dolió como la puta madre que me parió! Pero valió la pena. La sacó un poquito, pero tiré cuerpo hacia atrás para que entrase de nuevo. Entró y salió varias veces, no sé cuantas. Con cada entrada sentía como una corriente me recorría todo el cuerpo. ¡Qué espectacular es sentir cómo el lechazo te inunda las entrañas! Terminé molida pero feliz. ¡Año nuevo, culo roto!"



Miré el reloj para advertir que ya eran cerca de las 18. Le sugerí que hablase con Maxi para proponerle que viniera para mi casa junto con Jordi, si no tenían nada más importante que hacer. Podían traer unas pizzas o empanadas y cenábamos todos juntos. Todavía no había terminado de decírselo que los estaba el llamado. Les quedaban algunos tornillos que apretar y venían a cenar. Colgó el tubo y me miró con ojos de profundo agradecimiento.



"Esta va a ser la primera vez que alguien nos invita a cenar. Tampoco salimos demasiado porque odiamos tener que dar explicaciones. ¿Por qué mierda no nos dejan vivir en paz? No sabés lo mal que se siente Maxi cuando en los restaurantes le preguntan "qué se va a servir su mamá". Tengo miedo de que se canse y me mande de paseo – se quejó con amargura. "Creo que, si Jordi no pone objeciones, podemos arreglar para ir al teatro, al cine o a comer algo por ahí. Aprecia muchísimo a Maxi y se va a prender en la patriada" - opiné apresuradamente tratando de calmar los ánimos.



"No sabés lo agradecida que te estoy. Me ofrecés lo que ninguna de mis amigas me ofrecieron. Algunas sospechan algo y ni siquiera me llaman por teléfono. Mi único pecado es estar enamorada de un hombre que tiene casi la mitad de mi edad. No sé cuanto va a durar pero estoy empeñada en disfrutar minuto a minuto" – contestó con los ojos empañados por lágrimas mal disimuladas. "¡Dejate de joder! Viví el presente, no te calientes por el qué dirán. ¿Sabés cuantas de esas amiguitas estarán envidiándote? Sobre todo las que no tienen los cojones bien puestos como meterle los cuernos al marido con un tipo más joven. Me refiero a las que se someten mansitas a los designios de un marido hijo de puta que las hace sufrir".



"Ni que las conocieras de toda la vida. A una el marido la revienta a golpes para después garcharsela por donde sabe que más le duele. La otra soporta que le metan los cuernos con cuanta vecina del barrio se le cruza en el camino, además de las minas de la oficina. Ni te cuento de la que coje una vez al mes, como mucho, mientras tolera que el marido se tire mil canas al aire con la cuñada. Lo peor es que lo sabe y no hace nada para remediarlo. Esa sarta de víboras son las que después se horrorizan porque me acuesto con Maxi. La más repulsiva de todas es Doli, mi ex mejor amiga. ¡Es una hipócrita! Te das vuelta y sentís que está clavándote el puñal en la espalda. Trata al marido como si fuese un trapo de piso. Lo peor es que el pobre es un ángel, le dá todos los gustos, se desvive tratando de que le hagan una caricia. ¡Pero ella es una perra insensible! Se compró un conjunto de corpiño y bombacha de seda negra acompañado por medias y portaligas para ponérselo cuando tiene que pedirle algo al infeliz. Lo engatusa, se echa un polvo a regañadientes y, una vez que logró su cometido, lo deja pagando".



"Si yo te contara lo que son mis amigas seguro que te caerías de espaldas. Cambiando los nombres y algunos detalles menores, son un calco de las tuyas. La única que se salva es Pato, que contra viento y marea se juega por el marido. Si fuese por ella, polvo cada media hora. Volviendo a tu relación con Maxi; ¿nunca añadieron algún toquecito de suave y sutil violencia? – pregunté maliciosamente. "¡Por supuesto, lo que llamás suave y sutil violencia también está incluido en el menú! - contestó con mirada pícara y jovial. "Casi siempre lo hacemos cuando me disfrazo de nenita. Me pregunta si me porté mal, contesto que si, me pone sobre su falda, levanta la pollera, baja la bombacha y me hace chás chás en la colita. Simulo que lloro y, para calmarme, me acaricia los glúteos coloraditos por la paliza, me escarba la cachu con los dedos, explora el ojete y después me mete el consolador. ¡Con ese tipo de castigo, dá gusto portarse mal! ¿Ustedes también recurren a cosas por el estilo?"



La pregunta quedó sin respuesta porque sonó el timbre anunciando que Jordi y Maxi llegaban con la cena. Me emocionó el beso que se dieron Eugenia y su joven pareja. Le planté a Jordi flor de codazo en las costillas para que me acompañase a la cocina. Había que dejarlos solos por unos minutos pero parecía que mi amigo no entendía demasiado de momentos románticos. No me canso de repetirle que, a veces, es más pegajoso que mosca de velorio. "¡Me querés explicar por qué me codeaste de esa manera!" "Porque parecés un caído del catre. ¿Todavía no comprendiste que quieren estar unos minutos a solas?" "Si quieren coger, podemos quedarnos media hora en la cocina y listo". Propinándole otro feroz codazo le di a entender que era un incorregible.



Retornamos al living veinte minutos después, cargando las bandejas con empanadas, las botellas de vino y los vasos. Me encargué de hacer el ruido suficiente para que notasen nuestra presencia. Y otra vez las preguntas fuera de lugar de Jordi: "¿De qué estuvieron hablando durante tantas horas?" "Del estado del tiempo, querido, del estado del tiempo".



Como en el final de "Casablanca", este puede ser el comienzo de una hermosa amistad con Eugenia, la cuarentona cojonuda y valiente que se atrevió a disfrutar de la vida.


Datos del Relato
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