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Las confidencias de Jordi (2)

Hola, soy Caro, profesora de historia, cumpliendo con la promesa de continuar con el relato interrumpido en "Las confidencias de Jordi".



Les voy a refrescar un poco la memoria. Esa noche las confidencias de Jordi caldearon el ambiente de tal forma que el broche final tuvo lugar en la cama. Creo que no hace falta que explique lo ocurrido con pelos y señales. Lo dejo librado a la imaginación de los lectores porque lo más interesante sucedió luego.



Amagó tomar uno de sus cigarros pero se lo impedí canjeándoselo por uno de mis cigarrillos. No deseaba que las cortinas de la habitación se percudiesen con el fuerte aroma del humo del puro. Encendió dos, me colocó en la boca el que me correspondía, acomodó el cenicero sobre la sábana que cubría nuestros cuerpos desnudos y, fijando la mirada en el cielorraso, retornó a las cavilaciones que tanto me gustaban.



"No sé si te habrás dado cuenta que cada vez que se me ocurre contarte etapas de mi vida, siempre terminamos con en revolcón". "Lo que sucede es que tenés la virtud o el defecto de abonar el suelo para que pase lo que pasa siempre" – afirmé en un improvisado intento de explicación. "Como todas las mujeres de mi vida, das vueltas y más vueltas pero siempre conseguís lo que te proponés" – replicó inmediatamente. "¿Estás queriendo decir que mi único propósito es encamarme con vos?" – repliqué sin dejarlo continuar. "¡Pará la mano! No pongas en mi boca palabras que no dije. Si me acuesto con vos es porque no sos una mujer del montón, las del toco y me voy". – aseguró tratando de mostrarse ofendido.



Me quedé mirándolo fijamente a los ojos mientras él retomaba su habitual actitud pensativa. "Hace un rato nomás, dije que el destino me tenía marcado a fuego y que mi vida sexual estaba signada por mujeres maduras. Te reíste pero para mi es una cosa bastante seria. Las chicas del grupo a duras penas me daban bola, pero las respectivas madres prácticamente me idolatraban. ¡Me cagaron todas las oportunidades! Cada vez que me decían que era divino, educado, respetuoso y el candidato perfecto para marido de una de las hijas, ignoraban que me hundían más y más en el abismo del fastidio que me profesaban sus niñas y, peor aún, sus noviecitos. ¡Ambos me detestaban!"



Apoyando mi cigarrillo sobre el cenicero le pregunté: "¿En qué te basás para hacer tamaña afirmación?" "Te lo voy a resumir. Si Jordi no va esa fiesta, nena vos tampoco. Al instante, me creaban dos enemigos mortales, la nena y el novio. Si Jordi no va al cine, ustedes tampoco. Si van con Jordi me quedo tranquila. ¿Te parece poco? Me hacían sentir como la reencarnación de Superman, el Llanero Solitario y Robin Hood combinados al mismo tiempo con Drácula y Al Capone".



Como la confidencia prometía, continué la indagatoria:"¿De dónde surgía ese pseudo cariño por vos?" "Mirá, tengo varias hipótesis. La que más se acomoda es la que se basa en el hecho de que los viejos de tres o cuatro de mis amigas recurrían a los servicios de la puta a la que me llevó mi tio Germán para que debutara. No descarto que la mina les hubiese hecho algún comentario y que los tipos, a su vez, lo trasmitieron a las respectivas esposas. ¡Los machos también tienen algo de chismosos!"



Envuelta en un toallón fui hasta el baño dejándolo momentáneamente enfrascado en la elaboración de la teoría con la que pretendía explicarme su arrastre con las maduras durante su etapa juvenil. "Después de contarte dos o tres cosas vas a ver que lo que afirmo tiene bases seguras. Empecemos con doña Sara, la madre de mi vecina Martita. En el verano gustaba tomar sol en la azotea, a la que subía trepando por una columna de hormigón armado. No había otra manera de alcanzarla y por esa razón, la tranquilidad estaba asegurada ciento por ciento. En la azotea de la casa contigua colgaban la ropa para secar y en el lado opuesto había un cuartito en el que guardaban los trastos viejos. Cada vez que doña Sara subía llevando a cuestas el tacho con la ropa lista para ser tendida, yo la ayudaba. Así fue como surgió mi aureola de servicial. Todas las santas mañanas, después que el marido partía para el trabajo y Martita para la pileta del club, la mujer iniciaba su rutina. Hacer las compras, lavar, tender la ropa y preparar la comida del día. Tanto se acostumbró a que la ayudara que ni bien ponía un pie en el primer peldaño de la escalera, me llamaba. Una de esas tantas veces la situación se modificó. La tuve que ayudar a subir varios bultos destinados al cuartito de los trastos. No sólo fue eso, me rogó que los ubicara en el interior".



Compliqué la meditación con una acotación bastante tonta: "Te estaba usando de changarín". "No era para tanto, me ofrecí y aceptó. Dejame continuar. Retomo el relato en el momento en que entramos al cuartito. ¡Muy desordenado! Como los paquetes, bastante voluminosos, tenían que ser colocados en un estante alto así que recurrí al auxilio de una escalerita. Mientras movía los objetos de todo tipo para hacer lugar, doña Sara sostenía la escalerita. Y de paso miraba disimuladamente para arriba. Imaginate lo que pudo haber visto. ¡Si! Eso mismo que estás pensando: parte de mi aparato genital. No me di cuenta en el momento, pero los testículos sobresalían un poco por el borde del suspensor del pantalón de baño. Como no estaba conforme con mi criterio para situar los bultos, se empeñó en subir ella. Ahora me tocaba a mi cumplir con la misión de sostén de la escalerita para que no se cayera. También te podés imaginar que no me privé en absoluto de mirar hacia arriba. ¿Qué vi? Un par de piernas y un culo enfundado en una bombacha. Miré, miré y miré hasta el hartazgo".



"¿Se dio cuenta?" - indagué con curiosidad femenina. "¡Qué te parece! Claro que se dio cuenta. Y no hizo nada para ocultar sus partes pudendas. Mirá si sería turra que cuando bajó y me vio la cara colorada de vergüenza hasta preguntó si se debía al calor o a que nunca había visto las piernas de una mujer. No supe qué contestar. ¿Sabés con qué se descolgó? Me miró provocativamente para decir a continuación que le parecía que seguramente era por el calor porque, según las malas lenguas, yo de mujeres sabía bastante a pesar de mi edad".



"Te estaba toreando" – opiné apresurada. "¿Te cabe la menor duda? No se quedó en palabras, actuó. Cuando le di la espalda para salir, me tocó el culo y me desafió con más intensidad: ¿No me digas que me tenés miedo? Mi contestación sirvió para azuzar más el fuego: Miedo no, respeto".



"¡Bien directa doña Sara! ¿No?" – juzgué acertadamente. "Lo que la doña pretendía quedó evidenciado con lo que hizo a continuación. Me tomó de un brazo, me hizo girar sobre mi mismo y, mirándome a los ojos me escupió una frase lapidaria: Al respeto dejalo colgado en la cuerda de la ropa. Incentivado por esa actitud desafiante sólo atiné a estirar la mano derecha hacia delante y ubicársela en la entrepierna. Apreté y apreté mientras la mina me miraba mordisqueándose el labio inferior. ¡Era hora de que entendieras! Eso fue lo único que dijo. ¿Ahora qué opinás Caro?"



"Que la doña tenía una calentura que volaba" – respondí con firmeza. "Como guiado por la tucumana, introduje la mano derecha en la bombacha buscando la hendidura carnosa ubicada en el centro de la entrepierna, froté el vello púbico y continué con la otra hendidura hasta llegar al fondo, donde encontré el agujerito de color rosado. Recorrí ambas con el dedo índice hasta meterlo, despacito, en el interior de la vagina. El famoso canal suave, calentito y húmedo que me había hecho descubrir Eulogia, la tucumana. Me detengo un minutito para hacer una acotación. En el momento inmediatamente previo a la penetración, casi todas las minas, salvo honrosas excepciones, dicen exactamente lo mismo. Papito meteme el choricito, quiero pija, hacémelo sentir, rompeme la concha en cuatro pedazos y cosas por el estilo".



"¡Yo nunca te dije cosas parecidas! – protesté indignada. "No me escuchaste porque dije textualmente "salvo honrosas excepciones", entre las cuales estás vos. ¿Queda aclarado el malentendido? Sigo. Después de meter dedo a lo loco, le bajé la bombacha hasta las rodillas, le desprendí el batón y le saqué las tetas afuera del corpiño. La doña seguía emitiendo frases cortas entre gemido y gemido. No contaba con ningún forro a mano pero me arriesgué a clavársela sin protección. Me le prendí a la teta derecha y se la chupé con tanta furia que le provoqué grititos contenidos no se si de satisfacción o de dolor. La obligué violentamente a darme la espalda, se inclinó hacia delante, levantó el culo y ahí decidí dar el asalto definitivo. Con la mano izquierda tanteé la ubicación de la entrada, separé los labios, empuñe el pito con la derecha y me mandé a fondo. ¡Puta madre, cómo sollozaba esa mujer! Ni bien sintió que la estaba penetrando empezó a emitir gemidos semejantes a los ronquidos, secos y a intervalos regulares. Cada entrada, un bramido. Apoyándome sobre su espalda, me incliné hacia adelante hasta que le alcancé las tetas, se las apreté bestialmente prendiéndome como una garrapata. Los gimoteos fueron aumentando hasta transformarse en jadeos roncos y secos. Advertí que la doña emitía gran cantidad de jugos vaginales que me mojaron desde los testículos hasta el culo. Entré y salí hasta que llegó el consabido chorro de leche. Cuando doña Sara sintió que el torrente caliente le inundaba la vagina, se quedó quieta y con la espalda semi arqueada hacia arriba. Le aprisioné los pechos con más energía y mantuve el pito adentro por un buen rato. Cuando me di cuenta de que había llegado al momento final, me retiré, la penetré con los dedos índice y medio de la mano derecha reanudando el entra y sale. La mano se me empapó con el semen que pugnaba por salir de la concha. La mina parecía estar de acuerdo conmigo porque resucitó el concierto de gimoteos roncos y secos. Me unté el dedo índice de la izquierda con el semen saliente y se lo empecé a introducir en el culo. ¡Mamita mía lo que fue eso! Pensé que la mina se me desmayaba ahí mismo porque reaccionó moviéndose de atrás hacia delante en un vaivén enloquecedor. En un momento dado, aproveché una de las salidas para colocarle dos dedos en el orto. El quejido fue escalofriante. Tres operaciones más de entra y sale bastaron para que se quedara nuevamente con el cuerpo tieso y arqueado hacia atrás. Así fue como terminé con ella. Tardó un rato en voltear el cuerpo, me atrajo hacia sí para plantarme un chupón que me dejó los labios doloridos. Cuando logré desprenderme, me miró a los ojos y confesó que había hecho honor a la fama que tenía. ¿Qué fama? Pregunté. ¿Sabés qué me contestó? En el barrio se chimenta que no hay como vos para quedar satisfecha. Se subió la bombacha, abotonó el batón y salió del cuartito con una sonrisa que le abarcaba de oreja a oreja. La detuve un segundo y le pregunté si no tenia miedo de haber quedado embarazada y me contestó con un simple "tengo ligadas las trompas".



"¿Hubo segundo round?" – pregunté con malicia. "Te dejo con la incógnita, lo cuento otro día. Lo que todavía no me quedaba en claro era quién me había hecho el cartel de aplacador de ansiedades femeninas. Antes quiero contarte algo que omití. ¿Te acordás que te conté que mis viejos todos los sábados a la noche iban al cine? Muchos años después tía Mabel me confesó que en realidad aprovechaban para ir a un hotel alojamiento que estaba en Cabildo y Correa. ¡Mirá los muy picarones! ¡Meta fierrazos hasta medianoche! Ellos en el telo y yo en casa cogiendo con la tucumana. Bueno, pero es sólo una anécdota. Vuelvo a lo que te estaba contando. Carmen, la del kiosco de cigarrillos, fue otra que me persiguió implacablemente. Solterona, flaquita esquelética y con varios machos volteados durante su vida. Me doraba la píldora regalándome cigarrillos pero terminó siendo mucho más directa que doña Sara. Un domingo a la tarde pasé por la puerta del kiosco, me llamó, me detuve a preguntarle qué quería y, sin decir palabra va, me agarró de un brazo para meterme de prepo en la casa. ¿Qué pasa? – fue lo único que atiné a decir. "Me querés decir por qué le das bola a la gorda Sara y a mi no" – fue su cortante y definitiva aclaración . Me sorprendió con la interrogación. Sin demorarse ni un segundo, me manoteó el bulto con tanta energía que sentí que los huevos se me subían hasta la garganta. Cerró violentamente la puerta, bajó el cierre de mi pantalón con un hábil movimiento de manos para terminar buscándome los testículos dentro del bóxer. Asumí que la suerte estaba echada y decidí ir al frente para no pasar por boludo. Apoyé mi mano derecha en su nuca, la tomé de cabello y tiré para atrás. La miré fijamente a los ojos al tiempo que le buscaba la boca para chuponearsela salvajemente. No me cupo ninguna duda de que mi actitud había surtido efecto porque sentí que me estaba agarrando el pito con la derecha imprimiéndole un movimiento de entra y sale que me lo puso bien tieso".



"¡Ja, la mejor defensa es el ataque! – acoté sonriendo. "¡Exacto! Le busqué la lengua y se la absorbí hasta dejarla casi sin respiración. Paralela y febrilmente nos fuimos despojando mutuamente la ropa hasta quedar totalmente desnudos. A los tumbos, nos dirigimos a la cama donde la arrojé sin dificultad. Cayó de espaldas y con las piernas abiertas. ¡Resultó ser más flaquita que Almudena! Tenía dos micro tetitas coronadas por unos pezones marrones que se asemejaban a un par de clavijas de madera . Se los ataqué con una lamida de abajo para arriba hasta notarlos bien duros y erectos. Continué con las costillas hasta arribar al pubis abundantemente poblado por un vello ensortijado y rebelde. Cumpliendo al pié de la letra con la estrategia acostumbrada, busqué con la mano derecha la hendidura carnosa ubicada en el centro de la entrepierna, froté el vello púbico y continué con la otra hendidura hasta llegar al fondo, donde encontré el agujerito de color rosado. Acomodé la cabeza entre sus piernas, le besé el clítoris para luego recorrer ambas hendiduras con el dedo índice hasta meterlo, despacito, en el interior de la vagina atacándola con firmes movimientos de introducción y extracción. No perdí tiempo y le apliqué la lengua en la zona situada entre el ano y la vagina. La flaca se convulsionó emitiendo grititos de placer seguidos de un rítmico jadeo. De ahí pasé a lamerle el ojete hasta que retorció el cuerpo sobre la cama. Dos dedos ocuparon el lugar de la lengua en una febril búsqueda del orificio anal".



"¡Sos un guacho, a mi nunca me hiciste algo parecido!" – protesté haciendo un mohín. "Esperá que ya te va a llegar el turno. Sigo. No sé cómo pero me coloqué el forro, lo lubriqué con saliva, le alcé las piernas hasta que las rodillas le tocaron los pechos, me la agarré con la derecha, apunté y la metí hasta el fondo. En ése momento crucial, Carmen cerró los ojos, abrió la boca y exhaló un gemido de evidente placer. Coloqué mi cabeza entre sus piernas justo al mismo nivel de las rodillas y empecé a hamacarme de atrás hacia delante. Tres, cuatro, cinco entradas lentas y suaves hasta que la flaca pidió más acción. Aumenté el ritmo de penetración hasta que advertí que llegaba el sublime e inconfundible momento de la eyaculación. ¡Terminé! A pesar de que se la dejé adentro un largo tiempo, a la turra todavía le quedaba rollo porque se estaba masturbando. Colaboré volviendo a mamarle la hendidura, que a estas alturas rezumaba jugos vaginales en abundancia. Le ataqué el ojete penetrándoselo con dos dedos al mismo tiempo. Tardó un poco pero terminó con un orgasmo que la hizo retorcerse sobre el lecho".



"¡Sos un hijo de puta, la dejaste muerta!" – exclamé con admiración. "¡Qué muerta ni ocho cuartos! La flaca se repuso en diez minutos para atacarme de nuevo. ¡Quería que la guerra continuara! Le di el gusto. Ese culito angostito me obsesionaba así que lo preparé para terminar clavándosela hasta los huevos. ¡Espectacular! Hasta se quedó un rato largo con la cola levantada para arriba. Después de descansar algo más de una hora, tuve tela para otro polvo. Esta vez fué la flaca la que tomó la iniciativa comenzando con una chupada de pito antológica. Una experta en el manejo de la lengua, que recorrió desde el ojete hasta la punta del glande. Te la hago corta para no casarte, me montó y se la metió hasta que se cansó".



"Parece ser que la fuerte terminó siendo ella" – me burlé mientras apagaba el cigarrillo. "La flaca resultó muy aguantadora. Te cuento que volvimos a encontrarnos con frecuencia, sobre todo los domingos por la tarde. Lo que nunca le llegué a preguntar fue quién le había hablado de mis "dotes". Doña Sara debe haber dicho algo, nadie me lo saca de la cabeza. Fijate que la única conexión que pude establecer entre todas fue que estaban vinculadas en algo con las chicas. Ni una sola con mis amigos. Creo que eran unas guachas que, de alguna manera que desconozco, se pasaban el dato entre ellas. No tiene otra explicación valedera".



"¿Alguna otra experiencia que valga la pena contar? – indagué con sospechosa curiosidad. "¡Vaya que hay! Teresa, la madre de Vivi. Una viuda siempre vestida con jeans anchos, nada marcados, nada ceñido a la cintura, zapatillas y camisas amplias. Invariablemente bien maquillada y perfumada de lo mejor. Pero detrás de ese look tan sexi escondía un gran secreto: era lesbiana. A mi me importaba un bledo porque era una mina de lo más agradable y culta. Cada cual hace de su culo un pito sin tener que darle explicaciones a nadie. Para mi, era una bombero".



"No te entiendo. ¿Qué es una bombero?" – inquirí sin ocultar mi ignorancia. "Para muchas lesbianas la bombero es la pareja ideal porque en la cama obtienen el mayor placer haciendo que su compañera consiga la mayor cantidad de orgasmos posibles. Mientras acaricia, besa y se dedica a enloquecerla, la otra se entrega al placer de recibir. Por lo general termina masturbándose ella misma al tiempo que escucha los gemidos de la amante. Las malas lenguas dicen que se visten, peinan y hablan como hombres. No lo creo pero en el caso de Teresa ese postulado no se cumplía, su aspecto exterior era muy femenino. Lo qué si es verdad era que la visitaba una mina bastante bonita con mucha frecuencia. Salvo ese detalle, nada indicaba que fuese lesbiana".



"¿Cómo te diste cuenta que era lesbiana si no lo exteriorizaba abiertamente?" – lo apuré nuevamente. "Simple, me lo confesó. ¿Cómo y cuando? Hacía como cuatro meses que tenía en casa varios casettes que Vivi me había prestado. No sabía adonde ponerlos y antes de que se estropearan decidí devolvérselos a pesar de que sabía que estaba de vacaciones en la costa. Se los dejaba a la madre y listo el pollo. Teresa insistió en que pasara para tomar una gaseosa. Lo que te voy a contar ahora abona mi idea de que era una bombero. Tomó la iniciativa sin dejarme espacio para recular. Fue directo al grano y punto. "Mirá Jordi, soy lesbiana y detesto a los hombres, pero vos tenés unos antecedentes que merecen ser comprobados. No tengo un pene en la mano desde que falleció mi marido y mucho menos dentro de la vagina. ¿Entendés lo que quiero decirte?" Pasó algo muy curioso, quedé helado y ¡caliente! por la sorpresa que me causó la confesión. Recién reaccioné cuando me percaté de que Teresa se estaba despojando la camisa seguida del corpiño y los pantalones. Pocas palabras y mucha acción. Me desvestí también y le seguí el juego. Chuponcitos, lamidas de pechos, caricias y manoseos de mi parte. Caricias en el cuero cabelludo, besos en las tetillas, mordiscones suaves, lamiditas delicadas en los testículos y una discreta mamada de pito. Capté al vuelo que esta mina se podía pasar horas enteras acariciando, besando, lamiendo, oliendo y masturbándose sin cansarse. Para ella, mi pito era algo absolutamente secundario. La situación demostraba que todo estaba demasiado acotado para mi gusto. Para no estropear los "antecedentes" que supuestamente tenía, la hice corta. Cuando noté que el pito estaba bien duro, me puse el forro y se la metí. Al quinto bombeo largué el lechazo. Un breve y reparador descanso y me la culee. Y punto final. Muy pobre para mi gusto y teniendo en cuenta el cuerpazo de Teresa. Me dijo que había cumplido como cualquier otro hombre, la había metido, sacudido un poco y terminado. A pesar de eso, me dio un beso en la boca y me confesó que había estado a la altura de los antecedentes. ¡Qué antecedentes! Seguía sin encontrar la respuesta ".



"No te lo tomes así. Por lo menos, ahora podés notar la diferencia que existe entre las lesbianas y las hétero. ¿No?" – dije tratando de calmarlo. "La diferencia la conozco muy bien pero eso no soluciona mi problema" – replicó con energía. "¿Y si probás hacerme lo mismo que a la flaca?" – Indagué con expresiva picardía. "Como todas las mujeres de mi vida, das vueltas y más vueltas pero siempre conseguís lo que te proponés" – declaró con actitud pontificia



Colorín colorado, este cuento se ha acabado por hoy debido razones obvias. Si Jordi se anima, a lo mejor continúa con las confidencias.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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