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Las confesiones de Marta (7)

A pesar de todo lo vivido por la noche, de darle rienda suelta a todo mi lado irracional, a pesar de aquella locura, a pesar de haberme entregado parcialmente, y de forma tan cachonda, a aquel vecino adolescente, a pesar de haberme convencido de que aquello era una cuesta abajo que cada vez iba a más, conseguí dormir de un tirón. Afortunadamente, porque el martes sería aún más duro en el trabajo, tras dedicarme el lunes prácticamente a acoplarme al regreso. Me duché de nuevo al levantarme, me vestí con un traje de chaqueta rosa, fresquito, una blusa escotada blanca, y me dirigí al despacho.



Era superior a mí. Solo hice encender el ordenador cuando volví a consultar el email. Nada. Marco había desaparecido del mapa. Ni rastro. Sabía que mi emputecimiento estaba creciendo, y que intentar negarlo hubiera sido tan o más violento que darle rienda suelta. Mi boca segregaba saliva, mis pezones se contraían, mi espalda rugía, mi piel se erizaba y mi coño hervía. Todo iba en aumento. Recordaba el pollón de Marco, su elegancia, su belleza, los miembros de chicos de color, la sodomización a mujeres maduras, la excitación de Rubén, la forma en la que me proporcionó aquel salvaje orgasmo, su pene tieso y tremendo, su semen invadiendo todo, mi alianza impregnada, mi lengua absorbiendo sus restos.



Mi excitación me arrebataba el pensamiento, y mi orgullo. Necesitaba saber de aquel Adonis, aquella figura que provocó todo lo demás. Por eso, me dispuse a enviar un nuevo correo:



 



"Hola Marco, soy Marta, nos conocimos en el Chat y nos tomamos un café. Te escribo porque, desde el día que nos conocimos, no he vuelto a tener noticias sobre ti y, bueno, aunque apenas sabemos nada uno del otro, estoy un poco preocupada, chico, que al fin y al cabo somos personas. Sólo es eso.



Si ves el correo, me gustaría que me contestaras.



Un besito"



 



Había pasado de negar mil y una veces a ese chico que no quería quedar con él, que no me interesaba nada de él, a ponerme nerviosa, inquieta, a monopolizar mi cerebro hasta el punto de ser yo ahora quien le buscaba a él. ¿Qué me había dado, salvo una visión de un miembro prodigioso y una adorable imagen, ante el que cualquier mujer se entregaría? Mi correo era prudente. No quería darle pistas tampoco ni dar pasos en falso.



 



Tras salir a desayunar, miré impaciente el correo. Una pequeña descarga eléctrica me recorrió, e incluso se me endurecieron los pezones cuando vi que Marco había respondido a mi correo.



 



"Hola Marta, preciosa. ¿Por qué no me llamas? Te recuerdo que mi teléfono es xxx xxx xxx.



Besos"



 



Tomé el móvil y dudé. ¿Estaba segura de dar ese paso? ¿O estaba a tiempo de frenarme? Marqué la opción de privado y tecleé el número.



 



-¿Sí?



-Hola, Marco. Soy Marta.



-Marta guapa, ¿cómo estás?



-Bien, muy bien. La verdad, más tranquila después de hablar contigo. No era por nada, pero me tenías un poco preocupada –mentía. Me tenía preocupada, ocupada, postocupada… Me tenía poseída por una mezcla de numerosos ingredientes…



-¿Y eso?



Me forzó a dar más explicaciones de la cuenta.



-No sé, has desaparecido del mapa…



Noté su sonrisa de lobo al otro lado del teléfono.



-Bueno, yo cumplo mis promesas. Pero veo que tú no las tuyas –me espetó.



Marco me dejó fría. ¿Promesas? ¿Qué promesas?



-No entiendo, Marco…



-Yo te prometí que, si era tu decisión, después de aquel café nos olvidaríamos el uno del otro. Y eso he hecho. Pero por lo que veo, tú no cumples tu parte. Me prometiste que, si tenías algún tipo de interés en seguir viéndome, o contactar conmigo, me lo harías saber en aquel café.



Marco me dejó con el culo al aire. Parecía increíble que aquel veinteañero, además de provocarme una calentura tremenda, de que mi coño fuera un cocedero de mariscos, de que me masturbara en cines eróticos, de que pajeara a mis vecinos, tuviera tanta cordura, tan bien ordenada la cabeza. Me había pillado con las manos en la masa, y además, hasta los codos



 



-Bueno, no sé. Simplemente estaba preocupada, aunque es verdad que has cumplido esa promesa… -Respondí nerviosa. A partir de entonces, no había otro medio de llegar a él que terminar reconociendo mi atracción…



-Ya. Pues entonces eso conlleva un mínimo interés. ¿O no?



-No creas que tengas que darle más importancia -intentaba, por todos los medios, que no llegara el momento de decirle que sí, que me tenía en sus manos…-



-Ajá. No sé si querrás que ahora sea yo el que te invite a un café…



-¡¡¡Sí!!! –respondí enérgica y precipitadamente, evidenciando mi ansia- Bueno, quiero decir, que si te apetece, por qué no.



-¿A ti te apetece? –Marco no estaba dispuesto a dejar escapar aquella visión de arrodillarme ante él…-



-Si, claro, ¿por qué no?



-Muy bien. Pero tengo un problema Marta. El día después de quedar tuve un pequeño incidente jugando al fútbol y tengo jodidos los ligamentos del tobillo. El médico me ha dicho que salga lo menos posible…



-Vaya –mi cabeza pensaba rápidamente y maldecía mi suerte-. Lo siento. Bueno, pues lo dejamos para otro día.



-¿Por qué? El médico me ha dicho que salga lo menos posible, no que no pueda invitar a mi casa a tomar café a una mujer atractiva como tú.



Esto no me podía estar pasando a mí. Si fuera de las que creen en el destino, debería darme cuenta de lo evidente. Pero mi cabeza estaba sumergida en mil dudas, en mil calores, en mil humedades, en mil ganas, en mil impulsos.



-Te has quedado muda. ¿Qué? ¿Te apetece tomar mi café? –preguntó, neutro-



"Tu café y todo el líquido que me puedas dar", respondí para mí, aunque me controlé a tiempo.



-¿En tu casa?



-Si… Casa, tú y yo, cafetera, tazas y voalá… ¡¡Café!!



Solté una carcajada ante aquella ocurrencia. Pensé rápidamente. Ahora no era tan fácil como el café de Lebrija. Ahora iría a su casa. En Sevilla. A la luz de todos y cualquiera. Mi ángel bueno luchaba hasta la extenuación con el malo. Pero el malo contaba con la ayuda de mis bajeras…



-De acuerdo, acepto, pero sólo porque estás lesionado ¿eh? No me meto en casa de nadie a tomar café y menos de desconocidos –le dije con sorna, deseando de que me abriera la puerta de su casa-



-¿Cuándo? –Marco obvió mi comentario, supongo que consciente de que aquello no era más que rollo de mujer ardiente-.



-Pues… No sé. –Haberle dicho que hoy me hubiera dejado demasiado en evidencia. Le dejé que eligiera a él.



-¿Mañana?



-Mañana… ¿Por la mañana o por la tarde?



-Como te venga mejor



-Bueno, ¿está muy lejos?



-Los Bermejales



-Ah, entonces cerquita. Si te viene bien, me acerco a la hora de desayunar. Es que por las tardes lo tengo más jodido.



-Perfecto entonces. ¿A las once?



-A las once, de acuerdo. ¿Dónde?



 



Cuando colgué, busqué exactamente la dirección en un mapa de Internet. Intenté despejar la agenda todo lo posible, pues no sabía si mi cuerpo iba a ser capaz de salir de allí sin sólo tomarme un café. Y tampoco estaba segura de que Marco… Además, iba en desventaja. Con aquel correo me había descubierto; aquel muchacho imponente sabía que había algo más tras el café que tan decepcionada me dejó. Mucho más.



Fui al servicio a comprobar algo que me sospechaba cuando estaba sentada. Me bajé la falda y al despegar el tanga de mi pubis noté la humedad que, ya incluso por fuera de la prenda, traspasada, había provocado tener en mi oído de nuevo aquella voz, y saber que iba a estar cerca de él… A solas… Tuve que usar varios clínex para eliminar mínimamente mis restos, aunque no tantos como seguramente hubiera usado para recordarme una y mil veces.



 



 



 



Después de pintarme cuidadosamente de rojo sangre de toro las uñas de los dedos y los pies, me costó mucho trabajo conciliar el sueño. El hecho de volver a ver a Marco, de besarle en las mejillas, como mínimo, lo desconocido, como infinito, me provocó continuas lubricaciones durante el día, que pasé abstraída de todo. No me dormí hasta bien entrada la madrugada. Llevaba varias noche sin tener sueños húmedos, pero volvieron a mí. Entre imágenes borrosas, recuerdo estar ante un grupo de no menos de diez hombres con grandes falos, aunque ya decreciendo y tener entre mis manos un bol de ensalada, repleto de semen previamente eyaculado por ellos. Antes de que cualquiera me diera la orden, mi deseo elevó mis manos, tomó con fuerza el recipiente y mi boca, abierta y hacia arriba, iba a acogiendo aquel caudal de leche, ya menos efervescente, que iba depositando en mi estómago mientras mis ojos se encontraban con los de aquellos hombres. Entre ellos, se encontraba el de Rubén, el de mi marido, el del camarero del bar donde desayunaba y el de un becario que teníamos ese verano en el bufete. Al fondo de la estancia, Marco se encontraba vestido, sin signos algunos de ni siquiera haberse sacado su miembro, observando la escena y ofreciéndome un gesto de aprobación. Gracias, amo, pensé.



El despertador sonó veinte minutos después de que yaciera en la cama, con los ojos como platos, tocándome, reconociendo mi cuerpo una vez más, rozando mi ano, ensalivando mi dedo, rastreando mi clítoris. El timbre del aparato hizo que me metiera en la ducha.



Si pasaba algo, quería que pasara con todos sus ingredientes. Por eso, después de la ducha, busqué y encontré lo que buscaba; un imponente juego de lencería azul, que me compré para ese mismo verano, antes de que este río se desbordara y, finalmente no estrené. Me senté en la cama, desnuda. Me puse primero una media; luego otra, mientras mis pechos rozaban mis piernas. Luego, me ajusté el liguero a mi cintura y apliqué las pinzas a la silicona de las medias. Después, tomé el tanga, que volvía a estarme ligeramente estrecho y se me clavaba en la cintura y en la raja de mi chicha, manteniéndome los labios separados. Por último, me puse el sujetador, del mismo juego y me ajusté las tetas. Seguí ese procedimiento para, si se diera el caso, poder quitarme el tanga sin necesidad de desajustar todo lo demás.



Encima opté por un traje de chaqueta negro, con encaje en la falda, en las muñecas y la solapa, y una blusa azul celeste cuyos primeros botones no me ajusté y, por último, me calcé unos taconazos de aguja y tomé mi bolso negro de charol. Estás tremenda, Marta, me dije, ante el espejo. Recordé todos estos días atrás y sabía que me deslizaba por un húmedo tobogán en el que me esperaba toda clase de pruebas y premios desconocidos.



Las piernas me temblaban cuando bajé del taxi. Tan nerviosa estaba que le dejé al taxista más de seis euros de propina, al tener tanto ansia de quitarme de en medio. Al llegar a la puerta del bloque, vi que estaba abierta pero opté, no obstante, por marcar el telefonillo. La suave pero masculina voz de Marco apareció y me invitó a subir. Cuando llegué al piso, esperaba que me aguardara en la puerta. Aquel niñato quería hacerme sufrir.



-Voy- dijo Marco, cuando toque el timbre de la puerta- ¿Quién es?



-Soy Marta, abre-dije, casi en un susurro.



 



El bello rostro de Marco apareció tras correr la cerradura. Su sonrisa lo invadía todo y, a pesar de me lo esperaba en chándal, zapatillas o batín, me sorprendió. Estaba recién duchado, olía a colonia cara, vestido con unos vaqueros y una camisa de Burberry. De nuevo, el destino…



 



-No sabes lo que me alegro de volver a verte, preciosa –me dijo, a modo de saludo. –Pasa-



No contesté. Llevaba esperando tanto tiempo aquella cita que abordé la distancia que nos separaba y le besé las mejillas impulsivamente, dejando mis labios muy cerca de la comisura de los suyos. Entonces vi que tenía una venda considerable en el tobillo derecho, y usaba una muleta.



-Pero bueno, ¿qué te ha pasado cojito? –Dije mientras sonreía. Intentaba parecer seria, y que únicamente estaba allí por una casualidad. Pero no podía ocultar mi buen humor, y mi excitación. Su olor, su tacto, sus mejillas, su cintura que toqué cuando le besé… Mi vagina recibió una buena dosis de ráfaga calurosa y acogedora.



-Ya ves. Aquí estoy lisiado. Tiene cojones.



-Si es que… -le dije, tomando su mandíbula entre con mi mano derecha- los jóvenes de hoy día estáis muy alocados –sintiendo una nueva descarga en mi espina dorsal al contactar con su tersa piel. Marco respondió con una sonrisa.



-Estoy lisiado, pero no impedido, ¿eh?



¿Qué querría decir Marco con aquello? Mi mente perversa no hacía sino dar vueltas.



-Siéntate en ese sofá, que tengo el café casi hecho.



-No, te ayudo –dije, dejando mi bolso negro en el sofá.



-Siéntate, por favor- Marco me miró a los ojos de una forma extraña. Fue algo parecido a la hipnosis. Aquella invitación me pareció más una orden… que acaté sin rechistar, y sólo respondí, con mi mejor pero falsa y nerviosa sonrisa, un "como tú quieras".



Vi a Marco desaparecer camino de la cocina y su torpe marcha no me impidió excitarme con su trasero y su espalda, fuerte y potente. Sabía que mi cuerpo y mi mente ya no controlaba y que la entrega iba a depender de él. Por eso, tuve un momento de lucidez y me encontré con una duda. "Esto es una locura. Aún estoy a tiempo de irme, de huir, de regresar a mi rutina, de olvidarme de todo. Cojo esa puerta y Marco no vuelve a existir. ¿Me voy antes de que esto no tenga freno?".


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
  • Media: 10
  • Votos: 1
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1816
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