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Las confesiones de Marta (10)

Aquel beso en el que traspasé a Marco parte de su propio semen, aquella comida de boca copiosa, espesa, caliente, aquellos mordiscos húmedos, blancos, aquella acción impensable en la Marta de siempre, supusieron atravesar definitivamente una puerta que ni en mis más oscuros deseos jamás hubiera podido pensar. Su tremenda polla, ya más relajada aunque enorme, se estrujaba en mi vientre; mis tetas se rozaban con las suyas; sus manos me tocaban la nuca y me tranquilizaban, al tiempo que me trasladaban a otra dimensión, a la dimensión de una auténtica guarra emputecida que quería carne de aquel crío, y que con 42 años deseaba ser follada una y otra vez, ser zorra divina, ser musa, ser sexo, ser la encarnación de la lujuria, de la mano de aquel chico. Marco me besaba, relamía su semen, y yo cerraba los ojos y me entregaba a él, refregando mi lubricada tripa por su capullo, aún húmedo.



-¿Quieres limpiarte? –me dijo Marco.



Le besé (le lamí) el cuello.



-Sí. ¿Te importa que me dé una ducha? –pregunté



-No, en absoluto…



Me dirigí al cuarto de baño y, sin cerrar la puerta, me deshice de todas las prendas que, impregnadas de semen, aún un conservaba: los zapatos, las medias y el liguero. Abrí el grifo y dejé correr el agua caliente, mientras tanteaba mi coño y notaba que seguía con una temperatura enfurecida, desbordada, y lubricado como si por él tuvieran que pasar aún varios batallones de hombres. Tomé el teléfono de la ducha y dirigí el chorro caliente a mi pecho, haciendo resbalar los grumosos elementos de semen, y procedí posteriormente con el resto de mi cuerpo. Luego me enjaboné, lenta, puta, zorra, caliente… Sabía perfectamente que Marco me estaba observando y quería comprobar si sólo quería follarme y correrse o era algo más…



Completamente enjabonada, mis manos fueron a mis grandes pechos y empecé a masturbarlos, ayudada por el jabón y el agua. Mis pezones se erizaron recordando el polvo a cuatro patas de Marco y los orgasmos que me había regalado cuando me comía el coño. Una mano se dirigió a la entrada de mi vagina, que aceptó sin problemas la entrada de mis dedos índice y corazón. Justo cuanto notaba mi autopenetración, noté un cuerpo detrás mía.



-¿Pretendías esto? –Noté que el exagerado capullo de Marco buscaba el interior de mis cachas, haciéndose hueco gracias al gel. Tomé sus manos y las puse en mis pechos mientras echaba hacia atrás mi cabeza…



-¿Soy capaz de calentarte de nuevo? ¿Tan puta me ves?



-No por puta, sino porque me pones, Marta. Putas hay a patadas… -decía Marco, jugando con mis pezones, ya duros y grandes como almendras.



-¿Qué pretendes de mí?



-Yo no pretendo nada. Has sido tú quien ha venido a buscarme. –Marco me dejó planchada. Era cierto. Yo lo había buscado, lo había llamado, lo había ido a ver, incluso había rechazado el almuerzo de todos los años en el cumpleaños de mi marido…



Me dí la vuelta. Miré hacia su nabo y, sin encontrarse al 100%, estaba ya en camino, pues se mostraba erguido, desafiante, lleno, señorial, capaz de amedrentar… LO tomé con mi mano y mi cuerpo chispeó. Lo besé en la boca y noté aún semen en su lengua.



-No lo sé Marco. He disfrutado mucho esta mañana. Ha sido brutal. Nunca me había corrido así.



-El sexo hay que explotarlo al límite. No podemos quedarnos con nada dentro. Y conmigo, Marta, siempre lo tendrás, si quieres.



Lo miré y, con la poca lucidez que me quedaba, conseguí no decir nada de lo que me pudiera arrepentir. Simplemente hice que pasara a la bañera, comencé a masturbarle y, cuando noté los latidos de su polla, me arrodillé. Le miré a los ojos, con cara de zorra, como la de las actrices porno y comencé a pajearlo de nuevo, con mi boca a milímetros de su capullo.



Eché su grueso y temible miembro hacia arriba, tocándole el ombligo, y así pude saborear, chupar, humedecer y jugar con sus huevos, que parecían haber recuperado todo el líquido perdido. Obligué a Marco a levantar una pierna, apoyándola en un borde de la bañera, y logré, sin dejar de pajearlo, investigar con mi lengua en los alrededores de su ano. Notaba salir de mi coño de nuevo líquido en abundancia. Aprovechando el jabón que había en mis tetas y en su nabo, dirigí éste a mi Canal de Panamá. Cuando a Enrique le hacía una cubana, normalmente ésta desaparecía entre mis melones. Pero la polla de Marco, aunque mis tetas son grandes y voluminosas, era demasiado. Cuando su pubis tocaba el extremo de mis tetas, su capullo golpeaba mi barbilla. Notaba su miembro agujerar, dilatar, perforar, horadar mis tetas.



-Siempre he querido hacer esto, una buena cubana en la ducha…



-¿No quieres que te folle?



-Después. Ahora quiero que te corras así, entre mis tetas, que me eches toda la leche en ellos, que alcance mi cuello, mi pelo de nuevo… Quiero ser la reina de tu semen –Mis movimientos estaban descontrolados y mis pechos casi echaban fuego de la fuerza-, quiero que me reserves tu leche, quiero sentirla siempre… Para follar, después tendremos más tiempo…



-Muy bien. Dime solo una cosa… Dime qué te parece mi polla. Qué te parece mi forma de follar, de provocar, de comerte el coño, de emputecerte. –Marco ya me aprisionaba las tetas en vista de su inmediato orgasmo- ¿Quieres que te emputezca? ¿Quieres que te ayude a cumplir tus deseos más oscuros? ¿Quieres que esté a tu lado mientras le quitas las telarañas a tu coño?



-Así Marco. Sí quiero. Sí a todo. Quiero que me lleves de la mano al límite, hasta donde tú conozcas, que me folles día y noche con esa polla. He estado soñando con esa polla día y noche desde que la vi.



Entonces, Marco comenzó a correrse y varios chorros de semen –su producción de leche me dejó sorprendida- me golpearon el cuello, la barbilla y comenzaron a impregnar mis tetas, dejándolas blancas. Marco echaba una leche que iba cayendo sobre mis tetas con más de 20 años mayores que aquella polla que me volvía loca y por la que, según veía, estaba perdiendo la cabeza. Tomé el nabo de Marco, aún goteante, aún latiente, aún con las venas hinchadas, aún con el capullo a punto de estallar y comencé a mamarlo, a mamarlo, a ensalivarlo, a tragarme mi saliva y su propio semen. Él sacó la polla de mi boca y recogió con su capullo restos de leche que iba introduciendo en mi boca y yo, sumisa, puta, zorra, caliente, iba tragando mientras le miraba a los ojos.



-Así me gusta cariño. Veo que ya reconoces el sabor de la leche de tu amor… Y que te gusta…


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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